Primeras sensaciones

sa_1458294207Puente de Triana

Primeras sensaciones

Hace poco llegué a Sevilla. Ahora, sentado en la terraza de un bar se me vienen a la mente algunas de las sensaciones que tuve en aquellos primeros días.

Había visitado la ciudad en diferentes ocasiones, siempre con el billete de vuelta en el bolsillo, sin embargo el hecho de carecer ahora de fecha de caducidad ha multiplicado mis ansias de ver.

Corrían los primeros días de julio y la ciudad brillaba con esplendor. Pese al calor decidí dar un paseo más. Me encanta vagar por sus calles y callejas, llenas de sorpresas y rincones donde perderse, desde sus edificios y jardines hasta su gente. En todo el recorrido me encuentro con unas 10, 20 o 50 iglesias, capillas y conventos, todos con sus campanarios, un museo, alguna fuente, plazas, terrazas de bar risueñas, caballos y carretas. Colores y sonidos, los colores y sonidos de Sevilla.

Mucho se ha hablado del color especial de Sevilla.

El mes de mayo del año 2014 por fin fue catalogado el color de Sevilla. Es el 18-1563 SEV, dicen unos sevillanos de pro, los inefables Morancos. Guasas aparte, Sevilla es una ciudad llena de colores, como el verde de sus muchos parques, los parasoles multicolores o las flores en sus balcones, pero los hay recurrentes, aquellos que le dan personalidad y un carácter único, aquellos colores que conforman una de sus señas de identidad.

Blanco, granate y albero. Blanco, burdeos y amarillo yema, (cal, grana y oro según los lugareños), se encuentran donde mires, en las iglesias, palacios, casas, parques y edificios oficiales. Desde los detalles en los frisos, dinteles o zócalos, hasta los suelos y paredes. Ya sean solos o combinados, omnipresentes.

El blanco aparece también en forma de aroma, cuando los miles de naranjos estallan en  millones de flores de azahar anticipando tanto la primavera como la Semana Santa, la Semana Grande, aquella por la que la ciudad suspira y late las cincuenta y una semanas restantes.

Una semana en la que el blanco da paso a las túnicas de los nazarenos, vocación con color propio, mezcla de devoción, sacrificio y honor, nazarenos que tras retirarse a sus cofradías parecen colgar sus túnicas de otro árbol seña de la ciudad, la jacaranda, sin duda uno de los árboles más bellos que conozco. Sus flores, al caer, forman una densa alfombra morada sobre el albero de los parques.

Cal, grana, oro y morado no lucirían de esta manera si no recibieran el abrazo protector del color azul, ese cielo infinito y uniforme, cuyo color es para algunos “azul Sevilla”, para otros el manto celeste que lució el día de su coronación la Virgen de los Reyes, patrona de la ciudad y para mí un azul limpio e intenso, tranquilizador en su constancia, sin nubes que lo empañen. Un cielo que te hace pensar que todo irá bien.

No menos tradicionales son sus sonidos.

Sevilla es flamenco y campanas. Sevilla es música de bandas y caballos. Y, sobre todos sus sonidos, Sevilla es su gente.

Hay cosas que solo se comprenden cuando te hallas en el lugar de los hechos.

Paseando por Sevilla uno se da cuenta de que aquí los sonidos son sentimientos.. Innumerables bares y tiendas inundando la calle con toda suerte de palos flamencos. En las televisiones, toros full time en algunos casos. En los barrios no es raro oír alguna guitarra, palmas o a alguien cantando. Apto de 3 a 99 años. El flamenco es pasión, fuego, sangre. Es arrebato y arte, ya sea por seguiriyas, bulerías o soleás. Y saetas. Saetas cantadas desde lo más hondo de la fe, saetas que frenan los pasos de Semana Santa silenciando otro de los sonidos de los que mama de la ciudad: las bandas de música.

Las bandas, un “hobby profesional”. Ensayos diarios y bolos todo el año. No importa si estudias o trabajas; -esto es voluntario, si te apuntas es para venir, – te dicen-, si faltas te tendrás que ir-. Así de fácil o de difícil, casi como una secta, dejémoslo en obsesión por no ofender.

Eso sí, ¡como suenan! No es una música que yo sepa apreciar, pero aun sin entenderla te transmite un profundo sentimiento. Oboes, flautas, clarinetes y sobre todos ellos la aguda nota de las cornetas y el grave resonar de los tambores. Cientos de instrumentos al servicio de su fe, marcando el paso y las pausas, banda sonora de la Semana Santa. Decenas de bandas, decenas de iglesias, decenas de campanas.

Las campanas forman parte de la vida de Sevilla. Desde las agujas donde habitan elevan su tañido al cielo, ya sea doblando a muerto, lastimeras, llamando a misa o celebrando una boda. Incluso hay una plaza con su nombre, la Plaza de la Campana, el lugar donde empieza, ¡cómo no!, la carrera oficial de Semana Santa y cuyo nombre proviene de la época en que allí había una de ellas que solo se hacía sonar para pedir brazos que ayudaran a apagar algún fuego declarado en la ciudad. Campanas de tañidos limpios, puros, una campana, una nota, sin error. Campanas y campanillas que adornan los arreos de otros de los sonidos de Sevilla.

Si cierras los ojos no tardarás en oírlos, vienen y van, con sus cascos golpeando el adoquinado, piafando inquietos mientras esperan la orden de paseo, deseando trotar un rato. El caballo no es solo un paseo en calesa; es romería, es Feria de Abril, es el Camino. Existe en Sevilla el culto al caballo, se le cría, se le mima, se le doma. No he visto ni un mínimo fustazo, no he oído ni un mal grito a un caballo, algo curioso en una ciudad en que elevar el tono de la voz es casi tan habitual como el café del desayuno. Aquí es el caballo el mejor amigo del hombre.

Y así llego al último sonido, la gente, con su acento y ese afán por cambiar y comerse letras en todas las palabras. Con su chiste fácil, socarrones y en apariencia despreocupados por todo. Si no hablan es porque ríen la gracia del que habla. Siempre con la coletilla final, no es raro ver una charla convertida en una especie de duelo, a ver quién la dice más gorda, pero te ríes. Educados, utilizan un vocabulario que puede parecer trasnochado pero que resulta agradable. No son exagerados, son pasionales, si les gusta una cosa pueden llegar a excluir todo lo demás. Sean los caballos, las bandas, el Betis o el Sevilla. Harán lo que sea por esa pasión sin importarles nada fuera de ese círculo al que por supuesto pertenecen su familia y amigos.

Cuando terminé mi paseo estaba junto al puente de San Telmo, cerca de la Torre del Oro. Eran las dos de la tarde y el termómetro marcaba 47º C, a pleno sol, ese Sol que parece pesar y te empuja contra el suelo.

Me faltaba una media hora para llegar a casa decidí repostar. La radio del bar daba el parte del tiempo, -cielos despejados para toda la semana, la temperatura en estos momentos es de 40 grados en el aeropuerto de San Pablo…-

A 40º a la sombra tenía hasta espejismos.

Mi favorito es ese en el que paseo por una calle arbolada, sol y sombra, de paredes encaladas y zócalo color albero. Paredes llenas de rejas salpicadas de claveles y geranios, a juego con el grana de sus postigos. Paredes con puertas remachadas en brillante latón. La brisa mece las flores y empuja aun más el cabello de una muchacha que viene corriendo hacia mí, Ailén, mi hija. Desde los porches, abiertos, se derrama el frescor de la umbría protectora y al mirar hacia dentro se ven pasillos llenos de mosaicos multicolores que acaban en verdes patios de limoneros. Los bancos, rodeando la cantarina fuente, invitan al descanso. En el aire una voz gitana va subiendo de tono, acompañada por las notas de una guitarra. Unas palmas suenan al compás. Señoras y señores, con todos ustedes, Triana.

Núcleo independiente de Sevilla, defendió las puertas de la ciudad durante siglos. Fueron marineros los trianeros del sur, industriales y artesanos los del norte y aún le sobró tiempo para ser una de las cunas del flamenco. El puente que lo une a Sevilla fue el primero que se construyó de los nueve existentes actualmente, sustituyendo al viejo puente de barcas, presente durante siete siglos.

Triana es gente en la calle, corralas y vecinos.

Triana es flamenco, toreo y rapsodas.

Triana es Esperanza, devoción y fe.

Triana es barrio para los sevillanos, denominación de origen para los trianeros, pedanía del mundo para el resto de la humanidad.

“Y mirando al oeste vio Sevilla tan bello a Triana que construyó un puente para cortejarle.”




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