Con este cuento, que nace de la espontaneidad de un día en familia, quiero hacer alusión al derecho y necesidad de que abuelos y nietos compartamos vivencias y experiencias juntos, de que se cruce el intercambio de cariño que a ambos nos fortalece… cariño que los abuelos nos llevaremos y los nietos lo alojaran y le dejaran echar raíces dentro de sus recuerdos de infancia y adolescencia.

Otra, de entre las cosas bonitas, es compartir nuestros conocimientos de abuelos con los más pequeños que aprenderán y copiaran muchas cosas de lo que les enseñamos y nos ven hacer. Concienciarles de que generalmente las cosas no nos llegan regaladas: necesitamos tener y crear sueños, retos e ilusiones y luchar por conseguirlos.

Por otro lado, pretendo enviar un mensaje de sensibilización con la naturaleza, con su contacto, con la contemplación y esparcimiento en su seno: la niebla, los árboles, los gorriones, las tórtolas, los reptiles, los pececillos, las mariposas, las libélulas… También promover el aprendizaje directo de la propia observación, convencida de que hay otras formas de pasarlo bien más allá de los avances tecnológicos, y de que las mochilas no solo se llenan de utensilios: también se cargan de momentos bonitos, de recuerdos felices, de ¡mucho amor!