Quiero dejarte volar
“Necesito un final para borrar todo lo sucedido, necesito más rincones en donde enterrar mis aullidos de dolor, necesito desaparecer y volver a existir para poder ofrecerte parte de lo que un día quise darte, y necesito una vida nueva, con otra luna y otro sol, quiero que se desvanezca todo el daño que le he causado al mundo. Incluso, mejor, deseo que estalle otra pequeña bola, que todo lo creado y acontecido sea imaginado y que aparezcamos en otro lugar desconocido ahora y desconocido para siempre, donde mis actos tengan remiendo y mis ideas un sustento firme. Lo ansío, créeme, este hastío me está matando, igual que yo maté tus sueños cuando cerré el cauce a tu mar, cuando te impedí ni siquiera saltar cuando tu siempre soñaste con surcar los cielos, que sería de ti si yo me quedase, créeme te pido otra vez, no es un lamento egoísta lo que aquí lees, es un adiós sincero, dispuesto a abrirte sendas que conmigo no hubieses podido explorar. Antes de irme quiero hacerte saber que mis intenciones no han sido tan nefastas como lo han parecido, que me llevo una parte de ti conmigo, me llevo esas mañanas acariciándote el pelo antes de que despertases, ese sabor a la espuma del café que siempre te dejabas sobre los labios, y que yo te quitaba con prisa antes de que marchases y el olor de tu pelo recién lavado, el cuál puedo oler ahora mismo. Por eso, quiero que recuerdes, que no marcho sólo, que me llevo lo mejor de ti, y en definitiva lo único bueno que he podido tener. Te quiero. Isaac.”
Acto seguido, introdujo la carta en el sobre, mientras sus manos, temblorosas, parecían contradecir las firmes palabras que plasmaba en su carta. Ya había meditado y llorado lo suficiente, con un suspiro, posó su mensaje sobre la mesa de la cocina y marchó. Salió del piso sin pararse a mirar lo que atrás dejaba, no por ello iba a cambiar de opinión, lo había tenido delante tanto tiempo y había olvidado apreciarlo, ahora, ya era tarde. Bajó las escaleras del portal, llovía y sólo las farolas alumbraban el sombrío asfalto, después, montó en su viejo Peugeot y condujo hasta la costa. La radio, tan aburrida como siempre, le permitió por un momento llenar su cabeza con pensamientos ajenos al arrepentimiento y la desgracia, e hizo que el viaje se acortase.
Pronto llegó a la playa, en el paseo, se quitó los zapatos- quería sentir la arena por última vez- estaba húmeda y fría y por un momento temió morir congelado antes que por ahogamiento. Miró a la mar, esa noche estaba alborotada, justo lo que necesitaba para acabar rápido, no tendría que adentrarse mucho. Pronto empezó a tiritar, ya era octubre y comenzaba a notarse el frío del norte, no paró de caminar en ningún momento, y pronto, a medida que su piel entraba en contacto con el agua, el cuerpo se le fue helando. Cuando las aguas rebasaban ya sus rodillas, decidió echarse a nadar, y siguió, esperando ser engullido lo antes posible.
Quedé cautivado con la carta, y sin dudar continué la lectura; no me arrepiento pues disfruté la historia, quizás semejante a una de tantas, no obstante esta tiene un algo que imanta, y por ello dejo mis gracias por compartirla.
Abrazotes, amigaza
B.B.