Siempre

Siempre

                                                               Siempre

“Hola Siempre:

Hoy me he decidido a escribirte desde mi cobardía.

Sé que estas palabras nunca las leerás y mirando atrás
lloro.

No sé si es de tristeza por lo que perdimos o de alegría
por lo que tuvimos.

Te recuerdo niña, una tarde de agosto.

Bajabas corriendo tu calle hasta la plaza.

Recuerdo tu risa, tus ojos verdes, tu cabello rubio.

Aunque nunca te había visto, te reconocí.

Te amé.

Te recuerdo joven, aspirando la vida a bocanadas.

Pícara, risueña, burlona.

Un día, como en un sueño, me robaste un beso.

El primero de todos los que llegaron después.

Como el sueño que fue, lo olvidé.

Cada verano, cada día, cada instante que estuvimos
juntos.

Y cuando no lo estuvimos.

Te amé

Hermano me llamabas, tú que creciste sola.

Hermana te llamaba de otra forma no podía ser.

Con la inmortalidad de la juventud pegada a nuestra
piel.

Juntos éramos, sencillamente, invencibles.

Y aunque nunca estuvimos juntos, la vida nos separó.

Más tarde, caprichosa, nos volvió a reunir.

Tus besos no eran para mí. Los míos tenían dueña.

Te amé.

Te recuerdo mujer, bella, fuerte, grande.

-Amigos para siempre- nos dijimos y así fue o pudo
ser.

Y llegó de nuevo la distancia, la larga espera.

Nuestra primavera y nuestro invierno.

Nos perdimos sin saber que lo hacíamos.

Te recuerdo madre, me recuerdo padre.

Solos y cansados.

Te amé

Sin apenas fuerzas tendimos el puente que al fin
supimos recorrer.

Allí, en el centro, fuimos felices.

Nuestro palacio y refugio, nuestro hogar.

 Me llamabas
hermano y hermana te llamaba.

Pecamos de amor incestuoso.

Nuestros cuerpos fueron sal y chocolate.

Y fuimos uno.

Te amé.

Pero el puente cayó y nos quedamos solos, una vez más.

Cada uno en su orilla, de espaldas al mar.

Tras años de silencio acabé con la distancia que
separaba nuestros cuerpos.

Llegué tan cerca que podría tocarte.

Llegué tan lejos que no quieres ni verme.

Te encontré en el castillo que construiste con las
piedras que te lancé.

En su puerta había un letrero que rezaba: “Nunca más”.

Te amé.

Siento que no supe tener aquello que tanto amé.

Contigo he perdido a mi amiga, mi hermana.

Mi amante y compañera.

El vacío que dejaste en mí.

No puede llenarse. Tampoco lo deseo.

Ahora otros labios susurran en mis oídos.

Otras manos acarician mi piel.

Y te amo.

Son los amos de mis días y mis noches.

Pero mis sueños son únicamente para ti, contigo.

Y vago por las calles de tu ciudad

Recorro lugares que fueron nuestros.

Persigo cabellos dorados, risas alegres, miradas
verdes.

Sin ni siquiera saber que decir si te hallara.

Tal vez sobraran las palabras.

Y te amo.

Te recuerdo joven. Tu beso olvidado.

Tampoco recuerdo el último. No sabía que lo era.

Te recuerdo mujer, no siendo nuestros.

Tal vez no queriendo saber que lo éramos.

Te recuerdo madre, apoyados el uno en el otro.

Fuimos felices y nos creímos capaces.

Pudo ser, pero no fue.

Y te amo.

Te recuerdo niña.

Aunque a veces maldigo aquel agosto en que te amé.

Sé que daría otros cuarenta años.

A cambio de una de las cincuenta noches en que nos
amamos.

Sé que nunca más.

 Pero también sé
que entre nosotros.

El tiempo se torna infinito.

Te amo.

Es la vida, juguetona y traviesa.

Quizá nos reserve una última partida

Poco importará quién gane.

Si llega lo apostaré todo.

Sabré que todo habrá merecido la pena.

Con esa última mirada.

Con ese último beso, que no olvidaré.

Te amaré. Siempre.

 




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