Tu recuerdo

Tu recuerdo

Bien te recuerdo. Con esos hoyuelos en tu cara de ninfa mestiza. Y no olvido tu risa, la misma que ilumina mis sentidos en este lugar atroz y lúgubre, el mismo infierno en la tierra. Quiero que ella me espere adherida a tus sueños, que podamos remembrar todas las fisuras de tu húmedo cuerpo en el río aquel, tu cabello libre al juego de los cristales y mi implacable sed (creciente, creciente) de hundirme en ti, de llenarme de ese aroma a mujer real que no es el de flores silvestres como dirían los románticos: es de calle, de humildad, de vida.

Recuerdas que en aquella primera velada no dijimos nada, que bastó con que nuestros ojos tropezaran pupila a pupila, cristalino a cristalino, y se llenaron nuestros pechos de las llamadas mariposas (no soy muy romántico, pero he oído tanto esa frase que me párese apropiada usarla).

En fin, fuesen mariposas, luciérnagas, caballitos del diablo, cucarachas, hormigas culonas o cualquier otro amoroso insecto, lo cierto es que nos llenamos de un sentimiento acoplado muy real, muy vivo. (Nota: para evitar el sentido romántico de este relato y para efecto de nosotros me gusta más que usemos el término: cucarachas en el estómago, así lo evocaremos con durabilidad, imagina que ellas pueden, según, soportar una hecatombe nuclear, una mariposa no duraría una flatulencia, si con sólo tocarla se rompen…)

Volviendo a lo nuestro, las cucarachas empezaron a roer mis entrañas y supe que estaba enamorado o en su defecto había crecido más de la cuenta la sagaz e insaciable solitaria, prefiero pensar en lo primero.

Ambos empezamos a pautar sin palabras nuestro lugar de encuentro. Mañana me bañaré a las tres, musitaste; pero yo alcancé a callar, tratando de evitar que una de las monstruosidades de mi pecho saltara sobre ti para devorarte y te dijera: «te amo, te amo, te amo».

Así fue pues que te encontré al día siguiente desnuda al viento, con esa silueta perfecta, esos pechos, esas perfectas nalgas. Estupefacto, pálido, inhumano, erecto, me contuve. Me miraste y nada hiciste, enseguida comenzaste a jugar con tu cuerpo deslizando cada mano por tus piernas, como pájaros que pican la superficie cristalina del agua.

Nuevamente te recuerdo. Este infierno, esta soledad, éste mar de barrotes, esta tumba de burócratas uniformados, el “pajuo” aquel mirándome feo, y ese otro pendiente de un trance, maldita sea debo dejar los recuerdos para otro momento, tarde, pues ya se prendió la trifulca, el peo, la riña, llámalo como tú quieras, lo cierto es que correrá la sangre.




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