UN TICKET PARA LA LIBERTAD POR FAVOR…
—Por favor señorita: ¿Cuándo sale el autobús que te lleva fuera de todo esto?
—¿Dónde quiere ir exactamente?
—No lo sé. Lejos de la necedad, la hipocresía, la dependencia, el tiempo que apremia
—Lo siento. Ese autobús no sale de aquí
—Pero tiene que haber uno. ¿No cree?
—Mire, tengo mucho trabajo y no puedo perder el tiempo filosofando con usted. Buenos días.
La taquilla se cerró con un brusco portazo y el hombre salió cabizbajo de allí. La luz de la avenida penetró en sus ojos y encendió un cigarrillo. Deambuló por una acera donde la gente ajena a su presencia le rozaba al pasar. Llegó a un parque y se sentó.
Vio venir de lejos un autobús con un letrero ilegible, se subió sin vacilar, no había conductor, solo un pasajero que daba cabezadas en la parte de atrás, arrancó metiéndose por un camino que el hombre no había visto jamás, después de mucho rato de botes y curvas bruscas el autobús se detuvo y una voz que nunca averiguó de dónde venía le obligó a bajar, el hombre de atrás había desaparecido pese a que nunca hubo paradas anteriores.
Encendió otro cigarrillo y siguió caminando despacio, sin rumbo. No entendía este mundo, cómo se puede ser tan ruín, tan hipócrita, tan necio, cómo el ser humano que ha sido dotado de raciocinio frente a los animales puede utilizarlo para ser tan mezquino, para hacer daño a los demás. Y lo peor es que no aprendía, “por mucho que se tropiece en la misma piedra no se aprende, se vuelve a tropezar una y otra vez”. Pensó.
Una ráfaga de aire acarició su rostro y se sintió aliviado. Es difícil vivir en este escenario lleno de figurantes, en esta obra de teatro absurda que representamos cada día y donde tomar decisiones íntegras te cuesta una avalancha de críticas habitualmente por parte de los más cobardes que lejos de valorarlo se reconcomen en sus miserias proyectando reproches y envidia malsana a raudales.
Nacimos solos y moriremos tal cual –se dijo a sí mismo-. No quería desconfiar pero es que se lo ganaban a pulso, ya no se fiaba casi de nadie, solo se dejaba llevar por las notas de un violín que acariciaba su imaginación sin miedo a que nadie pudiera entrar, eso era solo suyo, ese espacio no se compartía.
Recientemente había tomado la decisión de abandonar su trabajo, una decisión muy polémica y criticada por todo su entorno que no entendía por qué abandonaba una carrera que podía prometer, estaba harto de escuchar aquello de para qué has estudiado, como se te ocurre dejar todo con la progresión que llevas, tienes que seguir, tienes que hacer lo que se te exige que es ser un buen profesional. Pues no me da la gana, no voy a seguir, tengo derecho a ser libre, a no estar sujeto a horarios, a no aguantar las exigencias de mi jefe, estoy harto reprimir la nausea cuando veo como los demás se cuelgan medallas que no merecen, medallas con el esfuerzo de los demás. Yo quiero vivir la vida, saborearla, ver amanecer, ver anochecer, mirar las nubes sin que nadie me diga que estoy perdiendo el tiempo, tumbarme en la hierba sin reloj y pasear despacio hasta casa donde cocinaré lo que me dé la gana porque nadie me tiene que decir lo que tengo que comer, tomar una cerveza bien fría y dedicar un largo sorbo a los gilipollas que me han rodeado hasta ahora, aquellos que me han dado una palmadita en la espalda mientras en la otra mano escondían un afilado sable.
Toda esta reflexión le hizo sonreír y noto un alivio inmediato. Claro que sí, ya bastaba de tanta tontería, siempre se había preocupado mucho por todo, por lo que pensarían los demás, por cómo encajaría en los sitios, si sus comentarios eran los más adecuados, si estaba vestido para la ocasión… ya valía, fundamentalmente porque los demás no se preocupaban si él estaba bien y si se sentía a gusto donde estaban los demás.
Una vez en su casa abrió una cerveza bien fría y dedicó el primer sorbo tal y cómo había pensado a esos gilipollas hipócritas de los que se acordó en el parque. Qué bien le supo, no hay placer más grande que el primer sorbo de una ansiada cerveza, espumosa y balsámica.
Las notas del violín de Duncan Chisholm acariciaron sus pensamientos y notó como mejoraba su ánimo.
Vivo conmigo mismo y a veces soy mi peor enemigo, tengo que conciliarme y pensar en estar mejor. Son cuatro puñeteros días los que pasamos aquí y qué mal nos lo montamos la mayoría de las veces, todo el tiempo que perdemos dando vueltas y vueltas a las cosas ya no vuelve, lo hemos gastado, como si sobrara, la vida es un reto, cada día es un nuevo obstáculo que hay que superar y se puede conseguir, primero conciliándome conmigo mismo, aprendiendo a valorarme, yo no soy más que los demás, pero tampoco soy menos, todos somos iguales, cuando estamos en un hospital moribundos en nuestro lecho no importa lo que hayamos hecho antes, si tenemos una carrera, si tenemos una profesión difícil, si recogemos basura o si no hemos trabajado nunca. No importa, cuando llega la hora todos estamos débiles e indefensos en una cama esperando a que la vida se nos esfume en un suspiro, ¿Por qué nos molestamos en aparentar? ¿De qué sirven esas paredes llenas de diplomas si no tenemos un rato para pasear por el parque con nuestra familia o nuestros amigos? Pasamos horas y horas trabajando para conseguir un reconocimiento que en muchas ocasiones no llega ni llegará jamás, nos olvidamos de alimentar el alma y el espíritu, hemos ganado unos euros más sin escuchar cómo el cuerpo nos pide un capricho, acumulamos fatiga sin obedecer la sapiencia de nuestra mente, unos euros que a la larga invertiremos en medicinas para la depresión.
Así que decidió cambiar el “no puedo” “no tengo tiempo” por “ a partir de ahora voy a buscar un espacio para mí mismo” para disfrutar de la vida, de mis aficiones, de mis amigos, del aperitivo los domingos como mandan los cánones, de esos libros que tengo olvidados en lista de espera y que nunca empiezo a leer, de todas las películas de la colección del periódico que ni siquiera sé si funcionan porque no he quitado el celofán del DVD y que como no funcionen tendré que usar para colgar en la ventana para ahuyentar a las palomas porque a estas alturas a ver quién es el guapo que reclama otra, de esos discos de música clásica que están olvidados en un rincón de salón, de aquel curso de inglés que compré con la ilusión que todos los españoles albergamos y que acaba por desesperarnos de hablar inglés y no tener que mentir más en el currículo diciendo que poseemos un nivel medio, de conocer por fin ciudades de España que solo he visto en foto, de ir a esa estupenda sala de cine IMAX que pusieron hace tiempo donde tienes que agacharte en la butaca para que no te mate una bala de la película ya que sus efectos especiales son de lo más logrado de la tecnología, de ir al Camp Nou a vibrar con el Barça y a pasear por la ribera y…
Ese día durmió de un tirón y al día siguiente desayunó tranquilo, sin prisas, con Mozart de fondo, compró el mejor pan del mercado, ese de cereales que le gustaba tanto, comería pollo asado y por la tarde desenfundaría la primera película de su carcasa.
Empezaba su nueva vida.
“ A todos aquellos que os sentís atormentados y leer esto os haya dado una inyección de vida”
Luna