Vértigo

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Vértigo

Vacío. Todo está oscuro fuera, y dentro… Dentro sólo hay un vacío inexplicable que hace su alma más pequeña.

Una fría lágrima de tristeza brota de esa maraña de emociones, un nudo de sentimientos que no hace más que atarla a aquello de lo que siempre quiso huir, aquello que siempre temió y de lo que no logra desprenderse.

Tan sólo un elemento se hace notorio en ese caos: vértigo. Esa sensación no deja de flotar a su alrededor, como estar justo al borde de un precipicio y no saber si el viento la empujará o será el agrietado suelo el que dejará oír un indeseable crack bajo sus pies.

Espera. Inquieta e impaciente. Espera poder ver algún resquicio de luz, algo a lo que agarrarse para impedir la inminente caída que parece más cercana e inevitable a cada segundo.

Y de pronto dejó de sentir.

Dejó de sentir porque abrió sus ojos. Y vio. Vio que las cuerdas que la ataban yacían rasgadas en el suelo, vio tras de sí multitud de piedras y enormes desniveles en el camino. Pero también vio las señales de pelea en sus finas pero curtidas manos, y vio que ya estaba al otro lado. Del lado de la que siempre fue.

Y volvió a sentir.




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