Marisma en busca del campanario
Érase que se era una dama singular, cuyo principal interés consistía en repartir sonrisas y amor. su nombre María Ismenia, más conocida como Marisma, criada en un mundo hostil al amparo de las hadas. las hadas no pudieron evitar que Marisma sufriera las inclemencias del día a día, pero nunca dejaron de alimentar su ilusión y fantasía, lo que le permitiría sonreír ante las asperezas de la ciudad. estar junto a ella era como hacer mermelada, como recolectar melocotones y envasar al vacío lo poco de bello que aún queda en la tierra, potenciar su dulzura y conservarlo en el corazón para siempre.
Marisma había oído campanas y se afanaba en encontrar la Iglesia. aquel sonido la embelesaba, le hacía perder la noción del tiempo e imaginaba cuán bonita había de ser aquel lugar y cuán grande aquel campanario para sonar así de bien. era una música acompasada, casi celestial que no podía provenir de una simple Iglesia, ella imaginaba que debía provenir de una enorme Catedral, con un alto campanario dorado sobre cristaleras que inundaría el interior de mil colores entre los que no habría líneas rígidas sino que se
podría ir del morado al rojo, pasando por verde sin saber muy bien cómo, un arcoíris de sensación en el que las posibilidades no se excluyen. Marisma no podía evitar dejarse llevar bajo aquel sonido, tampoco quería, danzaba de un lado para otro sin rumbo ni dirección, simplemente disfrutaba desdibujando las
fronteras divisorias y adentrándose en el maravilloso espectáculo de la magia donde lo uno no es único ni siempre igual. ésta era su principal preocupación, deseaba más que nada en el mundo encontrar aquella Iglesia-Catedral que insinuaba aquel sonido tan maravillo. no debía andar lejos por lo que, siempre atenta, intentaba seguir su compás mientras seguía lidiando con las obligaciones y quehaceres del día a día.
las cosas iban bien, mejor dicho, no iban mal, la ciudad no era demasiado agradable para vivir y el rey se empeñaba en acumular riqueza a base de cobrar impuestos a los ciudadanos, pero Marisma, siempre al amparo de las hadas, consiguió acabar algunos estudios y acceder a un empleo y un sitio en la ciudad que aunque era humilde le permitía satisfacer los deseos del rey a la vez que procurarse algunos alimentos. por
supuesto esta situación no le parecía demasiado justa, pero Marisma no quería problemas, quería danzar. al rey lo que es del rey, se decía, yo seguiré buscando la Iglesia tras el sonido de las campanas.
entre tanto un simpático duendecillo del bosque, enviado por las hadas, la fue a buscar. le llevaba una misteriosa semilla con algunas indicaciones sobre lo que debía hacer con ella. tenía que buscar una fuente de
cristal traslúcido, ponerle una base de arena y llenarla de agua con sal y algunas hojas verdes. por la noche habría de ponerle un foco de luz para mantenerla caliente y durante el día ponerla bajo los rayos del sol. Marisma no entendía mucho, pero el pequeño duende tampoco sabía más, era un regalo de sus queridas hadas que aún en la lejanía estaban preocupadas porque Marisma no perdiera la ilusión ni su búsqueda, por lo que habían enviado un mensaje escueto de cómo plantarla pero para descubrir su misterio habría que esperar a que sucediese. Marisma no necesitaba muchas respuestas, estaba acostumbrada a oír las campanas sin saber de dónde venían, las hadas la habían enseñado que para conocer algo había que desearlo y sabía que para descubrir el misterio de la semilla tendría que trabajar duro y seguir cuidadosamente todas las indicaciones de las hadas que aunque breves eran muy precisas. así lo hizo, dejó de hacerse preguntas y se puso manos a la obra. en casa tenía un jarrón totalmente transparente, antiguamente había en él una hermosa hortensia blanca pero el tiempo ya la había marchitado.
Era la ocasión perfecta para devolver a aquel jarrón la oportunidad de contener un maravillosos misterio que sólo el tiempo dejaría ver. echó la arena, el agua, la sal y las hojas verdes, tal como le habían indicado. también preparó el foco de calor y lo puso en un rincón de la entrada principal resguardado del viento y la lluvia. los días de sol ponía el jarrón en el balcón bajo sus rayos. allí la música se sentía mejor y naturalmente Marisma aprovechaba para cantar bajito y cerquita de la semillita que cuidaba con tanto esmero e ilusión. bueno nadie le había dicho que tuviese que cantarle pero Marisma siempre cantaba, y danzaba, y sentía la ilusión del vaivén mientras tanto. levaba anclas y se adentraba en la profundidad del mar con su sola imaginación y sentía cómo su inmensidad no permitía distinguir cada gota, ni se dejaba atrapar, encerar o dibujar en la simpleza de una expresión, sino que invitaba a coger aire y permanecer en
silencio con el que se dice mucho más.
y así pasaron los días, entre cantos y respuestas acalladas, entre el rincón de la entrada y el balcón. y sólo cuando se olvidó lo que estaba esperando, cuando se olvidó que el misterio estaba aún por resolver y cuánto deseaba verlo, sólo entonces ocurrió el milagro. aquella pequeña semilla que trajo el duendecillo, que ya tendría el tamaño de una nuez, rompió su corteza y de su interior nació una preciosa mariposa con unas alas muy brillantes y unas antenas luminosas. Marisma, admirada con tanto esplendor, no podía articular palabra, era asombroso y de una belleza extraordinaria. recordó, en un instante eterno, la bondad de las hadas que le habían hecho aquel regalo y la valentía del duendecillo que había caminado desde el bosque para llevársela, y se sintió tan agradecida y asombrada que no esperaba lo que todavía estaba por venir… por fin, cuando pudo reaccionar, exhaló un tímido y expectante “hola”. tragó saliva y abrió muy bien los ojos. la mariposa sonrió y batió sus alas alegremente y con cada aleteo entonaba una nota musical.
Marisma, que aún no entendía nada pero que se sentía encantada ante aquella visión, volvió a hablar y se presentó amable y cortésmente. la mariposa volvió a aletear ahora con más fuerza hasta que Marisma reconoció la música que desprendían sus movimientos, aquella música con la que había bailado en no pocas ocasiones y que eclipsaba su pensamiento. volvió a sentir la inmensidad difusa del océano y decidió no seguir hablando. prefería bailar, danzar, sentir aquella música cuyo origen por fin podía identificar, lo tenía delante y había salido de una nuez, en lugar de un grandioso campanario, como ella había creído siempre. pero eso ya no importaba, tampoco importaba cuánto había trabajado trasladando aquel pesado jarrón de un lado para otro, ni el largo camino que anduvo el duendecillo. lo único importante ahora es escuchar la música, sentirla dentro y fundirse con ella en la danza. a partir de ahí todo sería diferente, parecía igual, pero no lo era. el trabajo diario, los duros impuestos que imponía el rey y las destemplanzas del tiempo se veían muy distintas tras aquella música celestial y casi omnipresente que la pequeña mariposa le dedicaba al verla y que prometía ser constante pasara lo que pasara. ambas comprendieron cuánto le debían a las hadas, incluso al duende del bosque, y comprendieron al mismo tiempo que no había forma humana de
devolvérselo en la misma medida, y por ello, y sin mediar palabra, se prometieron que cantarían y danzarían juntas por el simple amor a la música y sus bondades, y por siempre jamás.