LOS CASTELLANOS
Hace ya mas de quinientos años atrás, que se pierden en la memoria del tiempo, que se ve a lo lejos una gran caravana, que se arrastra en una penosa caminata, por los polvorientos y desconocidos caminos, en un inmenso éxodo de todo un pueblo, que a duras penas cruzaba las ardientes y desoladas arenas de la costas del Sur del Perú, que al contrario de cómo el profeta Moisés y los errantes judíos, estos gentiles iban buscando la tierra que nunca nadie les prometió, pero a fuerza de robar, saquear y matar, han tomado lo que quieren arrebatando vidas y haciendas, sin importarles la heredad y la vida de sus legítimos dueños.
Es en ese duro camino hecho al andar, en el que el fuerte viento forma entre silbidos y polvo caprichosas dunas, que le daban al reseco paisaje un aspecto por demás extraño y desolador, allí van ellos lentamente, tambaleantes porque el calor y la sed los devora, los desanima, les llena el alma de quebrantos, sabiendo que a cada paso que dan, van dejando tiradas en el reseco camino sin huella, sus escasas energías que solo es renovada y alimentada, por su gran avaricia y una codicia sin fin, que les corroe el alma y seca aun mas su torvo corazón.
De entre los trajinantes aventureros, figuran destacando por si mismos, algunas gentes de buena pro y nobilísimo linaje, caballeros de espuela dorada, pero también van con ellos, sacerdotes y monjas de dudosa fe religiosa, togados y numerosos leguleyos, que se sirven de la ley para su provecho y beneficio, torciéndola a su antojo y regalado gusto, de igual forma se sumaron en esta grotesca aventura sin nombre, los infaltables sin estirpe, mercenarios que por el pago de un duro matan y roban para a un ocasional patrón, luego también están los otros, los mal vivientes, de esos que van a donde los lleva su mala fortuna, y allí van junto con los demás, arrastrando sus sombras y sus pesares.
Y cuentan y cuentan además, que destacaban de entre todos los demás trashumantes, tres de los supuestos bravos que cruzaron una raya, que tiempo atrás trazara, según dicen algunos con su hazañoso acero Toledano, sobre las arenas de las orillas del mar que rodeaba la isla del Gallo, un criador de cerdos llamado Francisco Pizarro.
Encabezaba y dirigía la trashumante cabalgata, otro caballero Castellano de espuela dorada, a decir de muchos crédulos e incrédulos el muy magnifico señor Don Garci Manuel de Carvajal, detrás de el le seguían noventa y seis españoles con sus escasas y pobres pertenencias, arrastrando con ellos en su incierta aventura, a muchos príncipes y guerreros Incarios de espléndido y regio linaje…hechos esclavos.
Todos ellos habrían comenzado su peregrinaje, desde la ciudad de Camana, ciudad costera de reciente fundación, por orden del mismísimo Márquez, Don Francisco Pizarro.
Se dice que al pasar el Marques por los paradisíacos parajes del valle de Arequipa, de paso al Cuzco para sofocar la rebelión de Manco Inca, que se había parapetado en la ciudad Imperial del Cuzco, presentando este indomable guerrero, una férrea resistencia a las ordenes de los españoles, que por los malos tratos que de parte de esas gentes recibían, por lo cual y muchas cosas mas, se levantaron en armas tratando de romper con el yugo miserable, que se les había impuesto y que los oprimía.
Manco Inca se llamaba el Sapa Inca y Soberano, que el mismo Pizarro con las fuerzas de las armas, les impuso a los habitantes del imperio del Tahuantinsuyo, pero sucedió de que estando el en la ciudad de Lima, y al recibir las malas noticias de la sublevación, el mismo Marques y su lugar teniente Don Garci Manuel de Carvajal, al mando de 4,000 hombres fuertemente armados, tomaron las rutas hacia la ciudad del Cuzco, fue así que en esas hidalgas travesías, es que al pasar por el valle de Arequipa decide fundar allí una ciudad, pero nuevas y preocupantes noticias sobre la sublevación de Manco Inca, lo obligan a pasar de frente casi sin detenerse ni un solo día en el valle, delegando tan alto honor a su lugar teniente Garci Manuel de Carvajal, pero con la importante encomienda, de que antes de fundar la ciudad debería regresar hasta el valle de Camana, traer a todos sus habitantes hasta esos lugares de ensueño, y con ellos fundar la nueva ciudad, así cumpliendo a cabalidad la encomienda recibida, Don Garci Manuel de Carvajal regresa con un puñado de hombres al valle de Camana, lugar árido enclavado en la misma costa del Perú, casi en la misma orilla de nuestro rico mar.
Desde allí donde en los días primeros las arenas eran blancas, y el Pacifico Océano solo mecía las playas, con un vaivén sin fin de sus tranquilas olas, que para demostrar su eterno amor hacia su suelo, solo llegaban mansitas hasta la orilla, le daban un beso muy quedito y regresaban otra vez al seno del mar, desde allí donde la pesca era solo para el sustento diario, de los hábiles y diestros pescadores y sus familias, que en sabia y armoniosa convivencia con su mar, solo pescaban lo justo y necesario para vivir, desde allí es de donde se divisan las altas cumbres, con sus nieves perpetuas y eternas, que imponentes se levantan casi, casi como una muralla pétrea e infranqueable, que surgida desde las orillas de nuestro inconmensurable mar, le muestra a propios y extraños, que así de cercano y lejano es nuestro país, con pampas interminables, desiertos secos, quebradas de abismos sin fondo, llanuras donde todos es verdor y belleza, y asi como es frío y ardiente para sus propias realizaciones, asi también es guerrero valiente que sabe poner el pecho, y se levanta como un gigante ante las injusticias, asi también es bueno y generoso, con sus campiñas primorosas, repletas de verdes y de abundantes productos de pan llevar, donde vastísimos arenales son sembrados por corajudos hombres y valientes mujeres, que en su afán de sacar adelante sus propias vidas y la de sus hijos, luchan en contra de nuestra propia naturaleza, que muchísimas veces los vence una y otra vez, pero ellos en su inquebrantable terquedad y sin renunciar a nada, vuelven con mas bríos a intentar sobreponerse, siguen en la interminable lucha por la supervivencia.
Los castellanos, siempre al mando de Don Garci Manuel de Carvajal y sus seguidores, quienes en su gran mayoría eran de origen español, ascendieron y descendieron, por aquellas interminables planicies mas que áridas, surcadas con el sudor de muchos y por muchos hombres y mujeres, además por ser irónico y cruel el destino, se le niega a estos bellos y fértiles parajes el agua, teniendo a poca distancia sobre su seca tierra, muchos ríos como el Majes, el Òcoña, el Vitor, el Chili, el caudaloso río Tambo que le da su nombre al valle que riega generoso con sus fértiles aguas, es allí en ese valle de ensueño donde nacieran y vieron la luz primera mis queridos padres.
Y siguió la triste y lánguida caravana ascendiendo y desentiendo penosamente, por la escarpada Cordillera volcánica Occidental de los Andes Meridionales, que forman parte de la gran región volcánica de toda Sudamérica, y que la misma se incluye dentro del circulo de fuego del Pacifico.
Descendieron a duras penas por las profundas quebradas y gargantas, donde anida el rey de los cielos serranos, el majestuoso cóndor, el ave de rapiña mas grande del mundo, volvieron a subir hacia las pampas resecas y blanquecinas, sobre las que están acumuladas, inmensas cantidades de depósitos de lava volcánica, polvos sulfurosos y cenizas, que cubren los paramos montañosos y calcinados por la inclemencia de los tiempos.
Sobre esas lavas y casi sin quererlo, emerge un formidable cinturón de volcanes casi todos apagados, entre los que se encuentra el pétreo Coropuna, gigantesco nevado de cinco picachos, del que el mas alto llega a al altura de 6,428mts, el largo y encorvado dorso del Chachani, con sus 5,800mts y el bellísimo Ampato, con su cima coronada de nieves perpetuas, y sus inaccesibles 6,310mts de altura sobre el nivel del mar.
La caravana cargada ya de enceres, pesares y desánimos en el corazón, sigue caprichosamente la ruta que se trazan a cada paso que dan, ya tropezando, ya levantándose, solo están esperando que la muerte los salve de tan infortunada aventura, que dan marcando asi con sus temblorosos pasos, sobre la polvorienta y blanca vereda de lava, saben ellos que la misma los llevara indefectiblemente a la muerte, pero su afán por la subsistencia y la creencia equivocada, de que al final del camino encontraran ese oro que tanto ambicionan, los obliga a seguir, hasta que de pronto los castellanos dizque valientes guerreros, se detuvieron, se quedaron en silencio, porque lo que veían delante de sus ya cansados ojos no lo podían creer, tienen frente a ellos un ancho y fértil valle en las faldas de una impresionante mole granítica, quien en su cúspide les revela que tiene un hermoso cono de nieves perpetuas.
Y sobre ellas las blanquísimas nubes, que como etéreos vellones el viento caprichoso las lleva y las trae jugueteando con ellas, en un maravilloso proceso sin fin, es el volcán el Misti, con sus 5,595mts sobre el nivel del mar, alrededor del mismo una más que extensa campiña pintada, con una variadísima gama de verdes, que les parecía a ellos a los castellanos, venidos desde allende de los mares, que el gran pintor de los cielos y hacedor del mundo, había estado inspirado y la había pintado con los mas bellos y brillantes colores, veían sus incrédulos ojos, innumerables árboles preñados de frutos, donde se saciaban los pajarillos, sobre la campiña un cielo azul mas que azul, donde las palomas como las Cahuanchas, Cuculíes, Rabiblancas, Torcasas vuelan libres, libres fuera de sus nidos y bajo de ellas el río, un inmenso río de aguas transparentes y tranquilas, llenas de gordas lizas y enormes pejerreyes, que discurre tranquilo de Este a Oeste, llevando sus cristalinas aguas hacia las orillas de ese mar, que lo espera con los brazos abiertos, para así ayudar a cumplir con el ciclo de vida del Valle, en los cerros los andenes Incarios unos ya sembrados y otros ya esperan para ser cosechados. En tanto los lugareños gentes por demás trabajadoras y nobles de corazón, los miran llegar y les ofrecen hospitalidad y abrigo, alimentos para saciar su hambre y chicha fría para calmar la sed de siglos, que traen en sus perversos y torvos corazones.
Pero la llegada de esas gentes desconocidas para ellos, en nada les hacia presagiar a esos indefensos naturales, la vida que desde ese infausto momento, en el que los castellanos aparecieron en su valle, tendrían que vivir muriendo en ese su prospero valle.
Y como diría un poeta anónimo de este mi hermoso valle:
“Un ancho valle y
risueño
luz de sol, limpia y
radiante
en la serena sucesión
de los días
tibieza del aire
diáfano
campiña de relicario
diminuta y
suntuosa….virgen magnifica”
Fin