Sangre en las alas
Un navajazo en el estómago parecía ser motivo suficiente para cambiar de trabajo. Llevaba mucho tiempo diciéndoselo a si mismo, sin embargo siempre, por una razón o por otra, volvía a las andadas. Transcurrido casi un año de todo aquello, Joel todavía no se explicaba cómo continuaba con vida, pues la puñalada que había recibido había sido profunda y durante el regreso a casa había perdido mucha sangre.
En un principio la entrega no presentaba mucha dificultad, tenía que encontrarse con Jaime, uno de los camellos con los que solía tratar y entregarle varios kilos de coca. Esta vez sí, estaba convencido, cogería el dinero y dejaría aquello para siempre.
Con la venta de droga se ganaba mucho dinero y rápidamente, sin embargo algo estaba cambiando en el interior de Joel. Quizá era por el hecho de que, aunque no directamente, contribuyese a que miles de personas destrozasen sus vidas o quizá porque tenía que moverse por barrios marginales y tratar con gente despreciable. Tal vez fuese un poco de todo junto, pero fuese lo que fuese, sabía que aquella sería su última entrega. Además, las cosas estaban cambiando en el barrio, estaban surgiendo nuevos líderes que pretendían controlar el negocio.
Como de costumbre, su socio Fede, vigilaría, unos metros más atrás, en el interior de su coche, por si algo salía
mal.
Joel y Jaime habían quedado en la puerta del club de siempre, para después dirigirse a un callejón adyacente y realizar allí el intercambio.
Tras saludarse, Joel percibió a Jaime más nervioso de lo habitual, pero no le dio demasiada importancia.
─¡Es la última entrega que hago! Abandono el negocio ─le confesó Joel a Jaime mientras andaban.
─¿Y eso? ─preguntó Jaime sorprendido.
─Estoy cansado de esta mierda. Quiero empezar una vida nueva. Lejos de todo esto. A partir de ahora tendrás que buscarte otro suministrador ─le sugirió sonriendo, al mismo tiempo que le daba una suave palmada en la espalda.
Pero esta sonrisa se esfumó nada más doblar la esquina. Marcelo, uno de los nuevos líderes emergentes, junto a un par de individuos, le estaban esperando.
Joel miró a Jaime con incredulidad.
─¡Lo siento! ─se disculpó el camello, quien huyó inmediatamente de allí, triste y arrepentido por la traición que acababa de realizar.
─¡Quiero el paquete que llevas! ─informó Marcelo extendiendo su mano y moviendo sus dedos hacia adelante y atrás. Los dos hombres que lo acompañaban se apresuraron en rodearlo para que no escapara.
─No voy a dártelo ─negó un firme Joel ─¿Crees qué las calles son tuyas? Además voy a retirarme. Esta es la última venta que hago.
─Pues retírate a gusto ─ respondió Marcelo.
Fue en ese momento, quizá un segundo antes de escuchar esta frase, cuando Joel sintió un fuerte pinchazo cerca de su estómago. Al principio no sabía que le había sucedido, pero enseguida comprendió que lo habían apuñalado. Cayó al suelo. Sintió como era cacheado por varias manos y escuchó de forma distorsionada la frase: “¡vámonos! rápido”.
Poco después vio aparecer a Fede, quien lo ayudó a incorporarse y lo metió en el asiento trasero de su coche. A partir de ahí todo fue muy confuso para él. Una luz blanca lo envolvía. Sentía el motor del coche y escuchaba a su amigo hablar, bueno más bien gritar, aunque no entendía lo que le decía. Entonces, a través de la luz apareció el rostro de una mujer. Una mujer que lo miraba con ternura y se acercaba hasta él. Joel no podía apartar su vista de sus ojos. Vio aparecer la mano de la mujer y entonces sintió que lo tocaba donde había recibido la puñalada. Comenzó a notar una sensación de bienestar y poco después la luz blanca, junto con la mujer, desaparecieron.
Sin saber cuánto tiempo había transcurrido después de aquella aparición, Joel abrió los ojos. No debió de pasar mucho porque todavía continuaba en asiento trasero del coche. Llevó su mano a la herida y pese a mancharla de sangre, sintió que la hemorragia había cesado.
─¡No te preocupes! Te llevaré al hospital. Todo va salir bien, ya lo verás ─animaba un exaltado Fede, al ver que su amigo había abierto los ojos.
─¡No, no! Al hospital no. Llévame a casa ─ordenó Joel todavía con la mano sobre su herida.
─¿A casa? ¿Estás seguro? ─preguntó Fede contrariado.
─Sí, sí, a casa. No quiero que avisen a la policía. Además parece que la hemorragia está remitiendo.
─¿Remitiendo? ─volvió a preguntar su amigo con cierto tono de incredulidad─. Lo mejor es que vayamos a un hospital, a pesar de la poli.
─Haz lo que te digo. De verdad. Me encuentro mejor. Llévame a casa. Allí podré curarme.
Fede, aunque a regañadientes, le hizo caso y poco después se encontraban en casa de Joel. Había tenido ayudarlo a subir al piso, pero la verdad es que, por muy sorprendente que le pareciera, la herida estaba mejor. Aun así buscó vendas, alcohol y todo aquello que encontró y la limpió. Tras vendarlo, Joel quedó profundamente dormido.
Unos metros más arriba.
Mientras esperaba a ser llamada por la corte celestial, Haziel no era capaz de explicarse que la había impulsado a salvar la vida de un humano que no tenía asignado. Como ángel de la guarda tenía la misión de cuidar de su protegido, pero nunca interceder en la vida de una persona que no fuese éste.
Entendía perfectamente el malestar y la queja de Aladiah a sus superiores por su intromisión, Joel era protegido de Aladiah y era ella quien debía decidir sobre éste.
Durante aquellos momentos de espera, varias fueron las ideas que circularon por su mente para justificar su actuación. Por una parte, se sentía culpable por el hecho de que Jaime, por quien tenía que velar, hubiese sido cómplice en el apuñalamiento; pero lo que más le sorprendía era la inferencia que Aladiah había mostrado cuando Joel yacía tendido en el suelo. No era justo que muriese, había manifestado su intención de cambiar de vida antes de entrar en el callejón.
Terminada ¡la reunión entre Aladiah y sus superiores, los serafines Elemiah, Jeliel y Veluliah , Haziel es llamada.
─¿Eres consciente de por qué te hemos convocado? ─preguntó Elemiah.
─Sí, Elemiah, lo soy ─contestó una asustada Haziel ante la amenazante mirada de sus tres jueces.
─¿Y tienes algo que alegar en tu defensa? ─preguntó Jeliel.
─Hice lo que creí oportuno. El humano no estaba vacío del todo. Aún había esperanza en él. Le escuché confesarle a mi custodiado, ”que iba a abandonar el negocio” y ”que quería empezar una vida nueva” ─se defendió Haziel, temerosa, pero convencida de que su actuación había sido la correcta.
─Sí, pero esa decisión no te correspondía tomarla a ti. Le correspondía a Aladiah ─dijo Veluliah, señalándola, pues presente, aunque desplazada unos metros.
─Lo sé, pero ella estaba allí conmigo observándolo y no hizo nada por salvarlo ─protestó Haziel justificándose.
─Estás equivocada ─interrumpió enfurecida, una aludida Adadiah─. Joel debía partir. No era la primera vez que le escuchaba decir que se retiraba de las calles. Ya lo había dicho en varias ocasiones y siempre volvía a lo mismo.
Aquella aseveración cayó como un mazazo sobre Haziel.
─Pero, no puede ser. Estoy segura de que su intención era verdadera, lo vi en sus ojos… pensadlo por favor. Sólo quería salvar el alma de un hombre ─suplicó una incrédula y atemorizada Haziel, quien comenzaba a ser consciente de su error.
Tras unos segundos de silencio, Elemiah invitó a los dos ángeles custodios a marcharse. Tenían que deliberar.
Después del receso, Haziel fue llamada nuevamente.
Fue Jeliel quien se erigió como portador de su sentencia:
─Sabemos que tu intención era buena y que como bien has dicho anteriormente, sólo querías salvar el alma de un hombre; pero los ángeles custodios tenéis asignadas unas personas determinadas y solo podéis interceder en ellas, porque es precisamente esa exclusividad las que os permite tomar decisiones, ya que vosotros sois los que mejor los conocéis. Me duele profundamente castigarte, pero has actuado indebidamente, has roto las reglas, y no nos queda otra opción. Por ello, perderás tu poder, tu inmortalidad, y tu memoria, y serás condenada a vagar indefensa entre los hombres.
Una abatida y resignada Haziel cayó de rodillas ante ellos al escuchar la sentencia. Apenas era capaz de articular palabra.
Fue Veluliah quien procedió a ejecutar el castigo. Para que se materializase Haziel debía perder sus alas. Se acercó a ella, y tras colocarse detrás, la acarició.
─Tranquila, no te dolerá.
Pese a ello, el ángel custodio gritó.
Casi un año después.
Vestido con traje y corbata, Joel se disponía a coger un taxi a la salida del aeropuerto. Como había cambiado su vida, poco quedaba ya de aquel muchacho que se dedicaba a trapichear con drogas. Bueno, quizá lo único que conservaba era su habilidad para negociar, virtud que le había permitido prosperar en su trabajo como comercial.
Una ocupación que no le desagradaba, pese a que le obligaba a viajar con frecuencia y a pasar muchos días fuera de casa. Quizá esta era la razón por la que todavía no había sentado definitivamente la cabeza y formado una familia. Muchas veces se justificaba a sí mismo que para ser el número uno en este trabajo lo mejor era permanecer soltero.
Tras subir a un taxi y conectar su tablet, Joel repasó su agenda. Luego, una vez se habían adentrado en la ciudad, se dedicó a observar las calles que recorrían.
Entonces, de repente, la vio. Estaba junto a un coche, hablando con su conductor. Iba excesivamente maquillada, con vestido corto y llevaba un bolso.
Joel, se quedó fijamente mirándola. Entonces, al pasar a su altura, la mujer movió su cabeza y sus miradas coincidieron unos segundos. Sus ojos mostraban tristeza, pero no tenía duda, era ella.
Durante el casi año entero que había transcurrido desde que lo apuñalaran, el recuerdo de la mujer que vio cuando se encontraba herido, lo había acompañado y desde su recuperación, siempre había albergado la esperanza de volver a verla. Ahora, aquel deseo estaba ocurriendo.
Tras unos instantes de perplejidad, Joel ordenó al taxista que se detuviera. Le abonó la carrera y se dirigió con rapidez hacia el lugar donde la había visto.
Sin embargo, pese a su premura, cuando llegó, allí ya no había nadie.
Jadeante, observó el vehículo alejarse.
Una vez recuperado el aliento, pensó que lo mejor sería marcharse. La reunión a la que debía asistir comenzaría pronto; sin embargo, cuando estaba apunto de levantar su mano para llamar a otro taxi, algo le hizo cambiar de opinión y decidió no hacerlo.
Permaneció allí, sentado en un portal, con la confianza de que el coche en el que la había visto marchar, volviese.
Y así fue. Al rato, el coche regresó y se detuvo a escasos metros de donde se encontraba. Tras abrirse la puerta del copiloto, vio a la mujer salir expulsada de su interior e inmediatamente después, su bolso sucederla, desparramándose al impactar con el suelo.
Temblorosa y con los ojos llorosos, la mujer comenzó a recoger sus pertenencias. Joel se acercó hasta ella y se agachó para ayudarla.
Joel sonrió al encontrarse la mirada de ambos. Ahora entendía el verdadero motivo de su soltería. Lo de estar soltero para ser más eficiente en su trabajo era sólo una excusa. La verdad era que esperaba a que aquella persona que le salvó la vida volviera a aparecer en ella.
Entonces, se aproximó más, y tras besar su pelo, cual ángel protector, la abrazó.