Gripe
La sala de espera de la Dra. Hernando es una desafinada coral de “¡Achíses! ¡Jesúses! y Gracias” a la que yo me uno como mera ejecutante en sus tres versiones. La consulta esta atestada pero, por extraño que parezca, aún no han pasado quince minutos desde mi llegada cuando consigo franquear la puerta de su despacho. Vengo preparada para recibir un pequeño rapapolvo de su parte, cuando compruebe mi estado, consistente en un: “Te avisé que debías vacunarte, dada tu edad” o un:”Si me hubieras hecho caso…” o algo por el estilo. Pero cuál no es mi sorpresa al comprobar que ella, que sí se había vacunado, está mucho peor que yo: nariz roja y desollada de tanto sonarse, ojos hinchados, pitos al respirar y moqueo constante Me recibe con una amplia sonrisa y ahoga los reproches en su garganta cambiándolos por un:
̶ ¿Qué te trae por aquí, Carmen?
− Doctora: es esta maldita gripe que no acaba de írseme del todo. Sigo… ¡Achís!
̶ ¡Jesús!
−Gracias. Como le decía, necesito que me recete algo para acabar de una vez por todas con este malestar… ¡Achís!
−¡Jesús!
−Gracias.
−La condenada gripe va a acabar con todos este año. Mira cómo estoy yo sin ir más lejos. Bien, lo primero vamos a auscultarte para ver cómo suenas por dentro.
Tras los consabidos: “respira, no respires, respira hondo” y las constantes paradas para limpiar su moqueo, la doctora se coloca nuevamente tras la mesa para explicarme su diagnóstico:
−Mira Carmen: la verdad es que te oigo muy bien; por dentro suenas muy limpia… ya quisiera yo sonar así. Creo que, a pesar de esos síntomas que persisten, todo va bastante bien. Recetarte antibióticos, como a ti tanto te gusta, no tiene sentido, no los necesitas. Antigripales no puedo recetarte, ya sabes que ahora no entran por el Sistema; además yo tampoco te aconsejaría tomarlos. En realidad sirven para poco…
Una sonrisa debe de dibujarse en mi rostro mientras pienso para mis adentros: “Vaya, ahora resulta que los antigripales no valen… seguro que las farmacéuticas ya no pagan viajecitos a Cancún”. Porque con cierto sarcasmo pregunta:
−¿Te hace gracia que no te aconseje los antigripales?
−¡Achís!
−¡Jesús!
−Gracias. No, doctora; sonrío porque me sorprende que me diga que voy
bastante bien. ¿Usted ha visto cómo estoy? ¡Por Dios! Pero si no paro de extornu… ¡Achís!
−¡Jesús!
−Gracias.
− Bueno lo de los estornudos es un poco incómodo pero no deja de ser un síntoma menor. Yo te aconsejaría que permanecieras en cama calentita un día o dos tomando vasitos de leche con miel de vez en cuando y sobre todo que tengas alguna charla con tus virus.
−¿Que tenga qué?
−Sí, Carmen, lo que has oído. Cuando estés en la cama calentita procura tener un diálogo distendido con tus virus. Además, tú no eres muy religiosa ¿No?
−¿Qué no soy muy… ¡Achís!
−¡Jesús!
−Gracias
− No, mujer… si no es por nada. Es que me parece, por algún parloteo que hemos tenido, que tú no eres muy de religiones y eso te vendrá de perlas porque la cepa que ha mutado, la que nos está ganando la batalla este año es la de los virus ateos. Mira como me tienen a mí… y todo porque yo soy muy de ir a misa y esas cosas.
No puedo seguir escuchando más, o la doctora se ha vuelto loca o me lo quiere volver a mí. Tras un último ¡Achis! Con su correspondiente: Jesús. Me despido de ella con cajas destempladas y escapo hacia la calle.
Necesito respirar aire puro y poder estornudar sin el miedo a ponerlo todo pringado de mocos. Camino de casa mi mente no para de rumiar las palabras de la doctora: ¿Hablar con mis virus? ¿Se habrá vuelto loca?
Paro en la farmacia y, a esta sí…, si no son viajecitos a Cancún a la farmacéutica algo le dan. Pues desde el primer momento, antes de que mis irritantes ¡Achíses! y sus amables ¡Jesúses! me permitan preguntarle, ya sabe qué antigripal me vendrá bien y también que será mucho más efectivo si lo combino con determinada vitamina C que además viene acompañada de no sé cuántos oligoelementos. Me comporto como una buena samaritana y se lo compro todo; no quiero yo privarla de aquello que la empresa farmacéutica le brinde por sus buenos consejos. Además sus ¡Jesúses! han sido tan sentidos…
Ya en casa deposito mis compras sobre la encimera y preparo un vaso hasta la mitad de agua para disolver las pastillas. Pero, en el último segundo, los consejos cuerdos de la doctora ganan la batalla y me preparo un vaso bien caliente de leche con dos cucharadas de miel para tomármelo en la cama.
Desde mi llegada a casa los estornudos han cesado, quizás andan un poco acobardados con la artillería pesada de que me he provisto en la farmacia. En algo tiene razón mi doctora: en el calorcito de la cama se está de miedo.
Cuando comienzo a adormilarme una voz interior me sobresalta:
−Verdaderamente, señora, además de incrédula vos sos una gran pelotuda. Nada perdés por platicar conmigo. Platiquemos, pues
¿Estoy alucinando? ¿Deliro por la fiebre? ¿Qué me está pasando? Escucho nítidamente una voz argentina que proviene de dentro de mí:
−¿Seguís enrocada en vuestra pelotudez, señora?
No puedo dar crédito a lo que sucede, casi no me atrevo ni a respirar mientras aquella voz interior sigue insistiendo:
−¿No me vas a contestar en toda la noche, gallega?
Al final, en un acto que raya la locura, acabo por responder:
−Perdone, señor. No sé quién es usted ni por qué o cómo me habla con esa voz que parece salir de dentro de mí.
−¡Vaya! La galleguita al fin se dignó contestar. Pero señora ¿Vos sos corta de entendederas o qué? Yo escuché palabra por palabra la forma en que se lo platicaba la doctora: soy el portavoz de sus virus gripales y estoy abierto a una negociación para el satisfactorio restablecimiento de su resfriado.
−¿Qué resfriado ni que niño muerto? Un trancazo como un piano de cola. Señor mío.
−Llamálo como vos querás. No se trata de enrocarnos ahora en un cuestión semántica, señora. Así no avanzaremos nunca.
−Mire buen hombre, o virus o lo que sea. Claro que si es un virus… de bueno tiene poco ¿eh?
−La concha de su madre. ¿Me vas a venir ahora con retranquitas, gallega?
−Mire señor… ¡Aaaaachís!
−¡Jesús!
−Gracias.
−¿No estás mejor cuando no estornudás?
−¿O sea que…? ¡Aaaachís?
−¡Jesús!
−Gracias. Pero… ¿Quiere parar esto de una maldita vez, señor mío?
−Como querás, gallega. Acabaré con los estornudos porque veo que ya vas entrando en rasón.
−¡Ay! Sí, por Dios… ¡Achís!
−¡Jesús!
−Gracias… ¿Pero no habíamos quedado en…?
−Es que no aprendés, gallega. ¿A qué viene nombrar a Dios ahora? ¿No os avisó la doctora que este año ganamos los virus ateos? Y vos misma. ¿No sos también atea?
−Primero: nombrar a Dios no implica un sentimiento religioso per se. Y segundo señor mío: Yo soy agnóstica que no es lo mismo que atea; hay una diferencia… Si quiere se la explico.
−¡Ah! No, señora yo paso ampliamente de esas pelotudeces.
−Pero… esto es el colmo. ¿No dice usted que este año han ganado los virus ateos? Pues si son ateos tendrán que estar al tanto de estas “pelotudeces”.
−Os equivocás, gallega. Los virus no tenemos esa clase de sentimientos. La clasificación en ateos y creyentes es una división administrativa no más. Sólo para saber a qué fracción de ustedes los humanos les va a tocar la parte más dura de la gripe: cuando ganan los creyentes pringan más los ateos y cuando ganamos los ateos justo al revés. Bien equilibrado… ¿No pensás?
−No, si ahora va a resultar que son ustedes mejores que una ONG.
−Ni lo dudés, gallega. ¿Qué sería de ustedes si no estuviéramos nosotros para recordarles, de tantito en tantito, lo humanos que son? Un simple virus y os venís abajo, se os tambalea vuestra maravillosa existencia. ¿Usted vio lo que son? Y todavía se creen los reyes del Universo.
−¡Por Dios! ¿Pero es qué no va a acabar nunca con su maldita verborre…¡Aaaachís!
−¡Jesús!
−Pues no pienso darle las gracias, no señor mío. Empiezo ya a estar harta de…
−Calmáte, gallega, calmáte. Si es que lo estropeás todo. Vos tenías todas las papeletas para que la gripe ni os tocara: Jamás os vacunaste y mirá que se pone pesada la doctora. Pero vos firme en vuestras convissiones, como debe ser… Eso nosotros sabemos valorarlo. Luego está ese afán por los antibióticos…mal, gallega; eso está muy mal. Los antibióticos son un veneno que no debés ni nombrar.
Lo de ser agnóstica o atea… muy bien, gallega, muy bien…para este año eso os va de perlas. Pero con tanto nombrar a Dios a cada rato lo estropeás todo. Una gripe que debería haberos pasado casi de largo se os eternisó por esas dichosas alusiones. Y lo de los antigripales: un golpe bajo, muy bajo gallega y encima con vitamina C y oligoelementos. Es que sos mala, mala y recalcitrante. Mis compañeros ya solisitaban neumonía por unanimidad, era un clamor. Menos mal que no los tomaste, gallega, menos mal.
Esta última frase es el clic que hace que mi cerebro se desconecte de tanta estupidez: me calzo las chanclas, me enrollo el edredón y entre escalofríos llego hasta la cocina, lanzo una pastilla de antigripales dentro del vaso, le añado una de vitamina C con oligoelementos y además otro antigripal, en algún lugar he leído que se puede doblar la dosis. Mientras veo burbujear el líquido ignoro a la voz, quizás esté callada pero yo la imagino gritando dentro de mí: ¿Pero que hasés, gallega? Paráte, paráte, no lo hagás.
Tomo el vaso en mi mano y al grito de: “Chúpate ésa maldito virus mutante argentino”, lanzo el líquido a través de mi garganta, lo siento correr tráquea abajo mientras pienso en lo acongojada que debe de estar la voz.. Cuando he apurado por completo el brebaje vuelvo a oír la voz que, ahora, me habla desde fuera de mí:
−Despertáte, vecina, despertáte.
Las sacudidas que acompañan a estas palabras hacen que abra los ojos para encontrar ante mí la cara de gallifante de mi vecino de arriba, el que atruena mis días con sus inacabables e insufribles clases de Tango Argentino. Él se afana en explicarme la situación:
−Tras el caballero que acaba de salir vas vos y tras vos voy yo, así que entráte, por favor vecina, entráte.
Cuando mi cerebro reacciona y me hago cargo de la situación encamino mis pasos a la consulta y franqueo la entrada, no sin cierto reparo, para encontrar a una doctora Hernando libre de síntomas gripales; esto me tranquiliza y cierro la puerta tras de mí confiada.