“Prohibido olvidar”
Como cada cumpleaños, antes que el sol se asome, al costado de mi cama, ella dejaba un regalo.
Aquel 4 de noviembre que cumplí los dieciocho, mi madre me sorprendió con un libro con tapas de cuero.
Entre la penumbra y el sueño y con ella a mis pies, abrí aquel libro y descubrí que tenía las hojas en blanco.
—Es una pavada, bah… antes se usaba mucho pero ahora… Lo llamábamos “Diario”. Si tenés ganas, ahí escribí las cosas que te sucedan, que te gusten o no… no sé, alguna vez será historia para vos.
Eso de escribir, de plasmar mis sentimientos, nunca me gustó… pero le hice caso… por suerte.
Y les avisé.
Ella y el viejo estaban autorizados a leer lo que escribiera. Por supuesto, ellos formarían parte de mi historia siempre. Y seguro les iba a gustar.
4 de noviembre de 1981:
Puf… como cuesta esto de escribir. Voy a tratar de abrir el corazón. Viejos, no se rían, además de escucharme, me van a leer. No les doy descanso.
Ayer el tío Adolfo me consiguió una changuita en la tornería de la otra cuadra, para que, una vez que termine el secundario, me pueda costear algunos gastos y de paso, aprender un oficio. Y se lo agradezco. Es hora que empiece a arrimar unos mangos a la casa. En diciembre arranco.
12 de marzo de 1982:
Hoy cuando llegué a casa luego de laburar me extrañó no verte en la puerta. Siempre me esperabas en el umbral, un poco metida hacia adentro y asomando la cabeza apenas para el lado de donde me dejaba el “160”.
Entré a casa profiriendo un ‘hola’ grave y alto. Escuché tu voz con un apenas ‘ahí voy Carlitos’.
En la mesa se encontraba la yerbera con el mate a medio empezar, la pava al lado del fuego, un paquete de Criollitas y un sobre con mi nombre.
Cuando saliste del baño, noté tu rostro extraño. Te pregunté pero me dijiste que creías que era conjuntivitis.
Conté mil cosas de la tornería, que me tenían en buen concepto, que el patrón me quería, que todos los días aprendía algo, que cuando le contara al viejo se pondría contento, que… Me interrumpiste con el primer mate. Levantaste el papel y me pediste que lo leyera.
Era la convocatoria al servicio militar. Me tenía que presentar el lunes a las seis de la mañana en La Plata.
Sorbí el líquido verde hasta el final, traté de minimizar la cuestión. Tampoco era la muerte de nadie. Siempre el viejo decía: ¡a cuantos les haría bien la colimba!
Así que te pedí que no te pusieras mal, que no pasaría nada y que el lunes arrancaría una nueva etapa. Hablaría con Don José para que me aguantara el puesto en el taller. En casa hacía falta la plata y era un aporte que no se podía despreciar.
Esto del servicio terminaría rápido y todo volvería a la normalidad. Hasta me atreví a cerrar el tema diciéndote:
—Vieja, quédate tranqui que la voy a pasar bien, seguro que me va a tocar cerca y cuando se termine, vas a tener un hijo más maduro en casa… bah… cosas que se me cruzaron en ese momento…
Apenas te sonreíste.
Antes de cebar el segundo mate, le echaste azúcar. Te dije que al mío no le pusieras porque estaba un poco gordito.
15 de marzo de 1982:
El Regimiento 7 de Infantería de La Plata me recibió a oscuras. Sabés bien que la oscuridad me da miedo, que se yo… de pibe, no sé… Igual me la banqué.
Me preguntaron un par de cosas, me sacaron el documento, me anotaron en una planilla y en cuestión de minutos me subieron a un camión totalmente cerrado con otros tantos como yo.
Nadie hablaba. El viaje transcurrió unos pocos minutos.
Pude ver el sol que se filtraba entre las hendiduras de la lona verde. Comencé a descubrir ojos, rostros del resto. Me pareció que todos teníamos un poco de miedo. Eso me hizo sentir acompañado.
Como un acto reflejo, acaricié ese espacio que queda entre el cuello y el esternón donde, pendiendo de una cadena, conservo la medalla de la Virgen de Pompeya que me regalaste y el escudo plateado de Racing, que me obsequió el viejo, ambos regalos que me entregaron ayer, antes de cenar.
25 de marzo de 1982:
Es increíble. Escribo esto en un par de hojas con un pequeño lápiz que pude escabullir de todo lo que me sacaron. Me dieron un uniforme verde y se la pasan gritándonos, puteándonos y humillándonos. Comemos poco y fulero. Bueno, será así nomás, igual, me va a venir bien hacer un poco de dieta.
Cuando de pibe escuchaba las anécdotas del viejo, siempre contaba que sucedía esto. Puedo comprobar la veracidad de aquella afirmación.
27 de marzo de 1982
Aprendí a tirar. Un poco con el fusil y otro poco con una pistola. No me gusta el tema de los ruidos, del disparo, no me gusta nada esto. Pero bueno… hay que pasarlo.
1 de abril de 1982
Nos subieron al mismo camión y luego a un avión. ¡¡Vieja, viejo!! ¡¡Estoy volando!!
Por un lado estoy feliz porque siempre quise volar, pero por el otro, no sé… Capaz es por el desconocimiento a lo que sucederá o tal vez este aparato que se mueve de una manera…
Por las dudas, rozo mi cadenita una y otra vez. No nos dijeron donde nos llevaban. Algunos se descompusieron. Yo me dediqué a mirar por la ventanilla. Que inmenso todo. Descubrí el mar desde el cielo y la tierra besándola. Me di cuenta que era la Patagonia. No por nada tuve diez en geografía.
Si cierro los ojos, hasta puedo imaginarlos a ustedes… Siempre laburando, esperando la buena.
A ver cuando se pueden tomar un recreo y disfrutar un vuelo a algún lugar del país. Les va a gustar.
4 de abril de 1982
Viejos, estalló la guerra. Acá dicen que recuperaremos las Malvinas, nos inflan el espíritu con la conquista, que vamos a sacar a los piratas ingleses de las islas y van a ser nuestras otra vez. No sé, nunca estuve en una guerra ni quisiera.
Hoy un coronel
increíblemente amable, nos explicó que estábamos protagonizando un hecho histórico en la vida de la república, que no nos hiciéramos problema porque estaba todo controlado, que ellos no se animarían a hacer tantos kilómetros para recuperar un par de islitas de mierda. ¿Allá que se cuenta? Volví a volar. Cruzamos el océano y llegamos a las islas.
11 de abril de 1982
El frío que hace acá no se puede creer. Nos hicieron cavar unas trincheras, cubrirlas, meternos dentro… parece una ratonera con el piso húmedo y las paredes heladas. El viento no para nunca. Tenemos los labios cortados y la comida parece escasear.
Supimos que los ingleses se vienen para acá nomás. No les tememos. Los vamos a esperar.
¿Sabés vieja? Como extraño tus mates…
Y ahora, en verdad, no me interesaría si son con o sin azúcar, no… ya no, con que solo me los cebes vos me bastaría.
Si me vieran. Bajé como quince kilos. Estoy delgadísimo.
23 de abril de 1982
Hoy salimos como diez a recorrer la zona. Comenzaron los tiros, tenemos hambre, frío y miedo. Pero, sobretodo, hambre. Y el hambre enceguece. Estábamos cerca de una chacrita y de noche nos metimos a ver que podíamos afanar para comer.
No había nadie y literalmente nos tragamos todo lo que encontramos.
1 de mayo de 1982
Hace frío. Mucho frío. Pensar que cuando esperaba el “160” protestaba porque no llegaba y me congelaba. ¿Me congelaba? ¡Esto es congelarse carajo!
¿Cómo está mi barrio? ¿Cómo andan ustedes? Los extraño un montonazo.
Acá la soledad es una sombra que no se separa, es la lluvia y el viento que me abren la piel, es la noche, peligrosa, triste y con perfume a pólvora.
12 de mayo de 1982
No pude volver a escribirles. Estamos sin luz, ya casi no puedo apretar más el cinturón. Hoy tengo miedo.
Atacan de noche, de día… Tiré con el fusil, me escondí, lloré, odié. Pude sentir el olor de la muerte. Cayeron compañeros, algunos ingleses… Hoy viejos, hoy es el día más triste de mi vida.
Como cuando era pibe y le temía a la oscuridad, quisiera que me vengan a buscar, deseo estar en sus regazos, necesito volver a ser niño.
No dejo de acariciar mi medalla y mi escudo, cuando los metales levantan temperatura, los pego a mi piel para sentirlos más cerca…
15 de junio de 1982
Si, ya sé que pasó más de un mes. Disculpen pero no pude volver a escribirles.
Es un milagro que haya sobrevivido a este infierno, que pueda contarles cosas que me sucedieron, que mantenga este diario que no sé si volveré a leer alguna vez.
Ayer se acabó todo, terminó la maldita guerra. Estamos en un buque inglés rumbo a tierra. Nadie habla. La tristeza es infinita, el miedo no cesa.
20 de junio de 1982
Estamos todavía en el cuartel. Ya nos devolvieron a La Plata. Nos dieron mucho para comer, nos dicen que debemos volver gordos a nuestras casas. Yo igual, les cuento, me puedo contar las costillas y también puedo contarme las heridas en el alma.
He resuelto no relatarles nada de lo que sucedió. Prefiero guardarme el dolor.
22 de junio de 1982
¿Se dieron cuenta como me latía el corazón?
El abrazo que me dieron fue infinito, estuvimos fundidos minutos, lloramos apretados, pude sentir como me acariciaban como cuando pibe, como aquella vez que me perdí en las playas de Mar de Ajó.
Y cuando me separaron, enseguida miraron mi pecho. Aún conservaba la medalla y el escudo. Fue el pequeño e increíble puente que me mantuvo unido a ustedes.
Que lindo viejo lo que me pediste, lo que prometiste. Te aseguro que lo cumpliré.
2 de abril de 1992
Ya van para diez años de aquella locura. Lo pienso y no lo puedo creer. Como nos mandaron al infierno, como se burlaron de nosotros. Hoy es un día triste en mi vida. Seguí trabajando en la tornería hasta que Don José no la pudo mantener más. Estudié y me recibí. Estoy trabajando bien, de otra cosa. Ya los viejos no leen este diario, solo es para mí.
2 de abril de 1996
Hoy se cumplen catorce años, hoy volví a mi diario. Estuve varias veces tentado por tirarlo pero preferí conservarlo.
Cumplí treinta y tres, me casé, soy feliz con mi señora y mis hijos, no pierdo un segundo de disfrutarlos.
Cada día que el sol sale, me voy al fondo, aspiro el fresco cerca del limonero, abro los brazos al cielo y agradezco. Ya no siento frío aunque esté en pleno invierno.
Pero, cuando llega el atardecer, como casi todos los atardeceres, trato que me sorprenda dentro de casa.
No les quiero dar la oportunidad. No resisto que la noche me traiga duendes maléficos.
Los viejos están más viejitos y yo también, pero los recuerdos subsisten.
25 de setiembre de 2014:
Hoy, después de mucho tiempo, regresé a escribir, como confesión, como un corolario de mi vida.
No lo pude releer. No tuve el valor.
Sigo escribiendo cuando puedo y trato de plasmar las cosas que me suceden.
Tal vez mis hijos lo lean, tal vez alguno o tal vez ninguno.
Vine a contarles que acabamos de terminarla.
Estoy dispuesto a cumplirle la promesa al viejo.
Pobre viejo mío, hace un tiempito que se fue a jugar al fútbol a un lugar lejano, donde nadie envejece, dicen.
La vieja lo extraña, yo también.
Y esta noche de septiembre, me tiemblan las patas y no es de miedo. Bueno, eso creo. Aquel temor desapareció hace un tiempo, pero no sé…
Allá por el 82 y al oído me dijo que, si volvía con vida de Malvinas, una manera de cicatrizar las heridas, era que yo cumpliera aquella promesa.
Quiso que fuera un símbolo, un emblema, un resumen de su vida y de la mía y lo pusiera allá, en ese lugar emblemático para que mucha gente viera la importancia y el sentimiento de esa frase.
Y me dispuse, ahora sí, a cumplir su promesa.
Entré a la cancha de Racing, de nuestro querido Racing Club.
Subí por el viejo túnel y antes que arrancara el partido, fuimos a un costado con mis hijos, casi donde termina el arco que da a la calle Colón, cerquita del corner. Nos habían dado permiso por unos pocos minutos.
Mientras Nicolás la extendía desde un lado, Daniela y yo atamos la bandera de más de cuatro metros de largo, al alambrado que rodea el césped: “Prohibido Olvidar”, en el medio las islas y centrado, el escudo del club.
Cuando quedó fija, nos fuimos a la popular, hacia un costado, donde, de pibe, él me llevaba a ver los partidos.
Desde ahí pude observarla un rato largo.
Te volví a ver viejo querido.
La gente saltaba, loca de alegría y cantando… pero yo no pude.
Acaricié la vieja medalla y el escudo…
Miré una y otra vez el trapo colgado.
Estaba por salir el equipo, el ruido era ensordecedor.
Arrimé mis labios a los oídos de mis hijos, abrazándolos por encima de sus hombros y como contándoles un secreto, les dije:
—¿Ven? Esto es lo que soñó el abuelo y se lo prometí cumplir hace largo tiempo… Por muchos años me negué y ahora, que miro esa bandera, no saben chicos, no se imaginan cuanto lo extraño…
Cerré el diario pero no cerré mi historia.
Los sueños no se acabaron. Los sueños nacen día a día.
Y al mundo le quedaban cosas por descubrir.
Eso sí, hay muchos dolores que para mí estarán prohibido olvidar.
Tengo el deber de recordarlos siempre. Siempre.
muy buena , te felicito