La cena

La cena

—¡Hola amor mío!

Rut se descalzó en el recibidor  y corrió hacia su habitación.

—¡Qué ganas tenía de verte! Hoy se me ha hecho un día eterno. Por cierto ya sabes qué día es hoy ¿no? —Sentándose en la cama para mirarlo de frente  con una sonrisa de oreja a oreja.

—¿Qué no lo sabes? Jajajaja. Sé que haces ver que no te acuerdas para chincharme ¡Serás malo!

Rut se levantó  y sacó de su armario un paquetito que depósito sobre las piernas de él.

—¿No lo abres? —preguntó excitada—. ¿Que por qué te lo he comprado? Ay los hombres, qué poca memoria. Hoy hace seis meses que estamos juntos mi amor ¿No lo encuentras increíble? ¡Seis meses ya!

Por un instante en la expresión de Rut pareció intuirse una especie de vacilación, como si de repente no entendiera qué era lo que estaba haciendo  pero duró pocos segundos, rápidamente recuperó su vivacidad y se acercó a su fiel compañero para besarle la fría e indefensa mejilla abriendo, a continuación, ella misma el regalo.

—¿Qué te parece? ¿A que es preciosa? —le preguntó poniéndole la corbata alrededor del cuello—. Te queda genial.

Después fue  al cuarto de baño, cogió un espejo de mano y se lo acercó

—Mírate —le ordenó dulcemente

—De nada mi amor —contestó mientras se dirigía otra vez hacia el cuarto de baño para devolver a su sitio el espejo y ducharse antes de cenar.

—Nooo. No te preocupes-  chillando mientras se desnudaba- Ya sabes que yo no quiero nada. Ya sé que a ti no te gusta ir de tiendas. Y hablando de tiendas ¿sabes lo que me ha pasado en la tienda de las corbatas? Pues que la dependienta, una de esas chicas monas y estupendas que trabajan en los sitios caros,  no me quería vender ninguna. Bien, no es que  me lo haya dicho directamente pero me ha tratado con un desprecio…Como si yo no fuera tan buena clienta como cualquiera de los pijos que compran allí.

—Bueno, un poquitín —respondió ella tras una mínima pausa—. Pero tú te mereces que me gaste eso y mucho más. Me hace ilusión que tu mejor corbata sea un regalo mío.

Rut salió de la ducha, se secó y, completamente desnuda, volvió a entrar en la habitación para vestirse otra vez; cualquier otro día se hubiese puesto el pijama pero esa noche era especial.

—No me mires así —le ordenó  con agresividad—. Ya sabes que aún no, y puede que nunca, ya te he explicado un millón de veces  que mi cuerpo no es bonito y que no soportaría notar el sacrificio que deberías hacer para  tener sexo con alguien como yo ¡y no me repliques! —le gritó.

Rut se vistió rápidamente poniéndose la misma camisa que seis meses antes había planchado para aquella primera cita tan especial.

—Perdona — se disculpó minutos después—. He sido muy desagradable contigo, lo siento.

Una vez vestida, maquillada y peinada;  Rut agarró por detrás la silla de ruedas dónde él estaba sentado y lo condujo hasta el comedor colocándolo delante de la tele.

—Te pongo el canal de deportes mientras yo acabo de  preparar la cena ¿de acuerdo?

—¡Gracias! —respondió mientras se dirigía hacia la cocina- Es la camisa, que me queda bien.

Cuando Rut entró en la cocina para dar el toque final a la cena, escuchó  de fondo la retransmisión de un partido de baloncesto y se sintió feliz; él mirando deportes, ella cocinando;  era muy tópico pero era una escena tan típicamente  familiar, tan acogedora, que se puso a tararear instintivamente una canción; sí, definitivamente  estaba siendo una velada estupenda : a él le había encantado la corbata y ella se había dado cuenta de la gratitud y ternura con la que la había mirado “Realmente parece enamorado”-pensó cerrando los puños por la emoción-  “A lo mejor debería empezar a confiar  en él cuando me dice  que  me encuentra  atractiva. Puede que ya va siendo hora de… Pero no, hoy no, no quiero estropearlo”.

—¡A cenar! —chilló un cuarto de hora después acomodando a su partenaire  en el lado de la mesa que le había sido asignado.

Rut levantó la copa

—Por nosotros mi amor. Te quiero —dando a continuación un sorbito a su copa de vino.

—Está rico ¿a que sí? —preguntó con cara de entusiasmo empezando a comer— Sabía que te gustaría. Pero no, más vino no, que ya sabes lo que te pasa —dijo esta vez con voz autoritaria.

—Que sí mi amor, que ya sé que me has pedido perdón muchas veces, que no te lo decía por eso. Ay, cómo eres —volviendo a recuperar su tono dulce de siempre.

—Bueno, no nos discutamos que hoy he tenido un mal día en la oficina- sentenció.

—¿De verdad quieres que te lo explique? Pero si te aburriré mucho —objetó sin demasiada convicción—.  Bueno,  si insistes, de acuerdo, pero si me pongo pesada me lo dices Jajajajaja —rió a continuación— ¡Ah! ¿¡que  siempre soy pesada? y aún así ¿me quieres? —haciendo muecas  de niña cursi—. Yo también a ti cariño. Eres lo mejor que me ha pasado en la vida.

Rut continuó hablando durante  rato, describiendo con pelos y señales todos los detalles de ese día cualquiera; de vez en cuando reía, se callaba mirando con atención a su interlocutor,  contestaba y hasta llegaba a asentir comentarios que solamente su mente enferma lograba escuchar pero lo hacía con tal naturalidad, con tal  rapidez y espontaneidad que  cualquier testigo  que la hubiese estado observando jamás habría adivinado que lo que estaba viendo era una conversación ficticia entre una mujer terriblemente sola y su soledad disfrazada de atrocidad .

Rut hablaba, sí,  hablaba frente a un hombre el cual había muerto en su casa seis meses antes y al cual ella había decidido preservar disecándolo, y  hablaba y hablaba todo lo que no había podido hablar con nadie a lo largo de su vida porque nunca nadie la había querido escuchar, explicando básicamente nimiedades reflejando,  a través de aquellas insignificantes experiencias diarias, su manera de pensar y de ver la vida y aunque a ratos,   durante esas conversaciones, durante milésimas de segundo,  su raciocinio luchara por reconquistar el terreno perdido intentado mostrarle que aquello no era más que  una horrible mentira,  ella volvía a hablar para borrar esa evidencia “No, nadie, ni incluso yo misma, logrará separarme de ti“

Hacia las doce Rut empezó a bostezar  notando  de repente un gran cansancio.

—¿Tú también tienes sueño?- preguntó con los párpados medio caídos.

—No, no te preocupes,  ya recogeré los platos mañana, ahora vayamos a la cama.

Rut se levantó y empujó de nuevo a su amado hasta su habitación acomodando la silla  bien pegadita a su cama, a continuación se desnudó silenciosamente, se puso el pijama y ,justo antes de estirarse, lo tapó  suavemente con una manta  dándole su habitual beso de buenas noches.

—Que descanses mi amor. Ha sido una noche
fantástica.




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