Último acto
Me acaba de ocurrir algo extraordinario, algo que aún no he conseguido asimilar por su magnitud: mi médico me ha dicho, con tacto pero con diáfana claridad (valga la redundancia) que me estoy muriendo y que el dolor al que yo no otorgaba importancia alguna, es consecuencia de la corrupción imparable que se está produciendo en mi cuerpo aún aparentemente fuerte, aconsejándome que, ya que no hay nada hacer médicamente hablando, me prepare a mí y a los míos para lo que se avecina, mirándome a continuación con circunspección esperando mi impredecible reacción. Y sí, ya sé que debería haber reaccionado de otra manera- incluso en los momentos en los que mereceríamos tener un instante de libertad absoluta nos presionamos para no defraudar a los demás fingiendo decir o hacer lo apropiado- pero no, en este caso ni lo he intentado y tras reprimir la estúpida risa que me producía ver la expresión de gravedad con la que pacientemente esperaba mi respuesta, he decidido ser yo mismo permaneciendo sin complejos en mi franja gris, limitándome a estrecharle la mano educadamente antes de despedirme quedándose mi médico visiblemente sorprendido e incluso, diría yo, que preocupado. Pero así soy yo, ni la noticia más terrible que cualquier ser humano puede recibir, ha logrado convencerme – y defenderme mediante lloros, lamentaciones o maldiciones- de mi condición de individuo único e irremplazable, no pudiendo vencer la inercia de continuar sintiéndome como parte de un conjunto ocupando una posición secundaria y casi imperceptible indigna de un final tan rimbombante. Y eso que ha asegurado que me muero ¡Que me muero! Pero es que me resulta tan irreal morirme; aparte del dolor, me encuentro tan extraordinariamente bien, y no, no es una negación de la realidad, es que la realidad aún no me ha calado; no hay nada, excepto las palabras de mi médico, que me hagan sospechar, intuir o notar el acercamiento al final de la vida, la oscuridad total, la no existencia y ¿cómo puedo imaginarme eso? ¡Me es imposible! La repercusión de la noticia en cambio… la repercusión de la noticia sí que me la puedo imaginar y me angustia sobremanera; el momento de explicárselo a la familia, sus caras de incomprensión primero y de consternación después, la compasión y exculpación instantánea de todos mis pecados y defectos empezando a matarme, sin proponérselo, antes de tiempo al convertirme en alguien que no soy, como sucedió en casa de mis padres con la enfermedad de mi hermana. Y lo peor es que también será fingido, es lo que toca, hacerme protagonista heroico del tiempo que me queda de vida (que raro suena) actuando todos en este nuevo guión improvisado en el que ninguno nos sentiremos cómodos y que yo, no acostumbrado a llamar la atención, no sabré interpretar como corresponde sintiéndose el resto, seguramente, desconcertados. Pero bueno, mejor no adelantar acontecimientos y bien pensado ¿qué necesidad tengo de comunicárselo hoy? Sí, es verdad, mejor lo digo más adelante, cuándo mi cuerpo muestre signos evidentes de su deterioro. Sí, así no será tan raro ¡Uf, que peso me he sacado de encima!
Han pasado quince días desde mi visita al médico y ya empiezo a encontrarme mal. Yo creo que la culpa es de él, desde que me lo dijo que no duermo bien. Aquella misma noche, sin ir más lejos, ya no pude pegar ojo, sus palabras condenatorias resonaban en mi cabeza en una repetición incesante y torturadora alimentando un pánico desconocido y terrible, un pánico del cual no he conseguido liberarme, que va y viene durante el día pero que por la noche se instala a mi lado y no me abandona, susurrándome que en breve cerraré los ojos para no abrirlos más y aunque sigo sin imaginarme lo que eso significa, lo que sí tengo por seguro es que el trance hacia la gran incógnita lo haré solo y eso me aterra. Sí, sé que debería hablar con alguien, sé que me haría bien compartir mis temores y sentirme querido y arropado por los míos, pero aún no me atrevo, no me sale, si lo digo el fluir habitual de nuestra vida se verá alterado, todo el color que nos envuelve se transformará en un gris triste, denso; Adela ya no me explicará con todo lujo de detalles las vidas privadas de todo nuestro vecindario, ni Juan me recitará todos sus conocimientos en su afán de dejarme a mí como un inculto (qué cara de satisfacción pone, me moriré sin saber el porqué me tiene tantas ganas ¡si yo nunca he alardeado de nada!), ni María me intentará inculcar inútil pero insistentemente su gran pasión por la música, en las comidas las risas y los fantasiosos planes de futuro serán sustituidos por lágrimas reprimidas al saber que el tiempo de estar todos juntos llega a su fin ¡y yo no quiero eso! En cambio si no digo nada, alargaré hasta lo inevitable esta buena vida de la nadie es consciente menos yo. Sí, me esperaré un poco más, hasta que se den cuenta.
Ha pasado un mes y medio desde que fui al médico y me deterioro es evidente aunque nadie parece darse cuenta. He adelgazado, me canso con mucha facilidad y cuando me miro en el espejo, advierto claramente en mis ojos hundidos y en mis pómulos marcados como la vida, ahora sí, se me está yendo a marchas forzadas. El pánico persiste aunque más difuminado, supongo que en consonancia a mi cerebro ya turbio que no consigue concentrarse en nada produciéndome un aburrimiento y hastío asfixiantes, lo que hace que en determinados momentos piense en la temida muerte como en una liberación, una liberación de mis circunstancias pero también, tengo que admitirlo, de mi mismo, estoy un poco harto de ser yo. Pero no lo negaré, siento miedo y a ratos también indignación ¡los veo a todos tan contentos! ¡los veo a todos tan llenos de vida! ¡los veo a todos tan asombrosamente ignorantes! ¿Acaso no se dan cuenta de que ya no soy el mismo? ¿Tan indiferente les resulto que no ven que no me acabo ninguna de las comidas, que me duermo por todos lados y que tengo un aspecto lamentable? Nunca me he quejado, jamás los he molestado, siempre he estado allí, escuchándolos incansablemente, aguantando sus obsesiones sin rechistar ni una sola vez ¿No podrían por una vez dejar de contemplarse a ellos mismos y fijarse una sola puñetera vez en mí? Incluso el otro día Adela me comentó que el armario de nuestro dormitorio tiene un pequeño arañazo ¿ve un pequeño arañazo y no que su marido es un alma en pena que va vagando por la casa y al que todos los pantalones se le caen? No, ahora no pienso decírselo por orgullo, que les agarre a todos por sorpresa, se lo merecen, entonces se arrepentirán por su falta de atención, entonces lamentaran no haber sido un poco menos egoístas ¿Qué si querría compasión? No, compasión no, o puede que sí, no sé, pero tengo que admitir que me duele ver como la vida continua inalterable a pesar de mi sufrimiento ¿Tan insignificante les resulto?
Me paso casi todo el día durmiendo, estoy agotado y cuándo abro los ojos me encuentro casi siempre con los de Adela mirándome fija e indescifrablemente. No sé si lo sabe, no me atrevo a preguntárselo, y ella hace como si nada, rápidamente, al darse cuenta de que la miro cambia de expresión recuperando su jovialidad natural y me habla como siempre ha hecho de las vecinas haciéndome sentir maravillosamente protegido en nuestra cotidianidad; su voz, sus risas, sus preguntas sin esperar respuesta ¡qué extraordinario bálsamo para mi alma marchita! Sí, sé que no hace demasiado le reproché a ella y a mis hijos su indiferencia pero ahora creo sospechar que fue, y es, una indiferencia disfrazada , pactada entre ellos para evitar ese escenario tétrico que acompaña siempre a los moribundos, y seguramente habrán discutido, seguramente habrán tenido la duda de si hacían bien o no y me gustaría decirles que se lo agradezco y que han hecho lo correcto (me conocen mejor que yo) , pero no puedo, hacerlo significaría romper la mentira en la que vivimos sólo para que yo pudiera dirigirles unas palabras que yo sé que ellos saben, como también sé que me quieren y que me echaran de menos cuándo no esté aunque no me lo digan.
Qué decisión más generosa el cargar con el remordimiento de no expresar aquello que les haría sentir liberados y en paz consigo mismos sólo para hacerme sentir a gusto hasta el final. Me siento orgulloso de ellos. Y sobre mi relación con la muerte, sigo sin imaginármela aunque cada vez me la siento más cerca y le estoy perdiendo el miedo, no sé si debido a la sabiduría del cuerpo humano o qué, pero me da la sensación de que, como en un traslado, me estoy yendo poco a poco, y sé que llegará el duro momento de echar definitivamente el cerrojo pero cuando ves que tu cuerpo y sobre todo, tu mente, ya ha perdido casi toda su consistencia, cuándo te pasas la mayor parte del día sumergido en una especie de densa neblina en la que esporádicamente crees vislumbrar personas de tu pasado que se han ido antes que tú y con las que acabas conversando más que con las que te rodean en los pocos momentos de lucidez que la medicación te permite, te vas convenciendo de que puede que ya va llegando la hora de marcharse y de que, seguramente, alguien te estará esperando al otro lado ¡Qué cansado estoy!
Me quedan pocos días sino horas, lo intuyo, lo sé, apenas puedo abrir los ojos y cuándo lo consigo apenas percibo sombras, el ritmo de mi respiración ha cambiado convirtiéndose cada aliento en un último y titánico esfuerzo de supervivencia, oigo ruidos a mi alrededor que no sé interpretar sabiéndome completamente vulnerable si no fuera porque no tengo fuerzas ya ni para tener miedo, sólo el tacto, el muchas veces subestimado sentido del tacto me reconforta, Adela está a mi lado, la siento, me acaricia la cara, me coloca de vez en cuando bien el pelo, la suavidad de su piel, la fortaleza que desprende la presión que ejerce sobre mi debilitada mano infundiéndome un valor que ninguna palabra sería capaz de infundir, el lenguaje no hablado, el más primitivo, el más veraz. Ahora tengo la certeza de que no moriré solo, ella estará conmigo acompañándome hasta el final, me gustaría agradecérselo pero no puedo ¡qué lastre es el cuerpo cuándo ya no sirve para nada! pero incluso aún así no quiero irme, no quiero dejarla, no quiero renunciar a notarla, no quiero renunciar a la vida mientras aún tenga conciencia de su presencia. Algo pasa, empeoro pero por favor ¡aún no! Agárrame bien fuerte mi amor, solo un poco más, un último aliento más.