EL NIÑO DE LA LLUVIA
El movimiento brusco y los gritos de los pasajeros la despertaron violentamente. Todos gritaron con desesperación al deslizarse el autobús por el barro y sin control, como una pastilla de jabón, al tomar una curva que estuvo a punto de lanzarlos al vacío. El bocinazo de un camión que venía de subida fue la culminación de la angustia que se vivía dentro.
Laura temblaba por lo ocurrido sin comprender muy bien que estuvieron a punto de matarse. El calor de los cuerpos dentro, el frío y la lluvia de afuera, hicieron que los cristales estuvieran empañados sin apenas poder ver lo que ocurría.
El autobús se balanceaba de un lado a otro como barco a la deriva. Los inmensos agujeros en el camino y las piedras caídas por los deslizamientos, hacía que los bultos que estaban en los compartimentos cayeran uno a uno al pasillo, incluso por encima de algunas cabezas.
La lluvia no cesaba. No había ni un solo lugar donde detenerse, el conductor y su ayudante lo sabían bien; solo quedaba esperar a que la lluvia pasase o aminorase. Todos eran conscientes del peligro del viaje. Laura temblaba de miedo, mil imágenes pasaban por su mente, el que más le angustiaba, el de su hija de nueve años. Como madre soltera y sola le mortificaba la idea de morir y dejar a su pequeña sin nadie que cuidara de ella. Sollozaba, cuando se percató que su compañera de viaje, una anciana menuda de unos setenta años rezaba con el rosario en su mano. Una gran ternura nació de Laura y cogió la mano de la abuelita para calmar su angustia.
Laura cerró sus ojos y se puso a recordar el motivo por el cual tuvo que hacer el viaje. Volvió a revivir el día que estaba en el consultorio del hospital. La doctora le dio la noticia de la mejor manera que se podía dar este tipo de noticia, —tienes un tumor en la última cervical del cuello, por eso tienes esos terribles dolores de cabeza, —le dijo.
Repasaba su vida una y otra vez y no podía entender por qué a ella le tenían que pasar cosas tan duras de superar. Le entristeció enormemente revivir los últimos meses en la casa de sus padres. A los dieciséis años tuvo que escapar del hogar. Se había embarazado de un joven cinco años mayor que ella.
Todos le decían que se apartara de él ya que era una persona con malos antecedentes. Los que lo conocían bien sabían de sus malos hábitos como la bebida, las mujeres, holgazán y ladrón. A Laura la tenía embaucada con sus palabras y actos, la hacía sentir como una reina. Por eso no daba crédito a todo lo malo que se decía de él. Una noche preparó su cama con almohadones simulando su cuerpo, lo tapó bien con la colcha y saltó por la ventana de su habitación que daba al patio para ir a una fiesta a la que él, había insistido que fuse. Con mucho cuidado abrió la puerta de la calle y salió para encontrarse con su enamorado, que la esperaba unos metros más allá.
Al entrar aquel lugar, se decepcionó. Demasiado oscuro y muy pocas mujeres, se dijo ella. Laura en ese momento dijo que no le gustaba el lugar y que quería volver a su casa, pero él la sujetó fuerte de la mano y con palabras dulces la tranquilizó.
Le consiguió una bebida suave con alcohol, ella la rechazó, pero el insistió que no le haría ningún daño, como siempre se dejó convencer, y después de una copa, vino otra y otra, cada vez más cargadas de alcohol, hasta que consiguió embriagarla.
Laura tuvo la necesidad de ir al baño, este estaba afuera en el patio, en un lugar recóndito y oscuro. Ella entró y vomitó lo que le estaba haciendo daño. Le insistió a él una y otra vez para que la llevara de vuelta a su casa, tras su negativa y argumentos, accedió a ello.
En el camino de vuelta, ocurrió lo que él estaba deseando por tanto tiempo. La violó y golpeo varias veces. Laura lloraba desconsoladamente. Le preguntó —por qué, por qué? —una y mil veces, él no decía nada. Aparcó el coche a unos metros de su casa, casi arrastrándola la llevó hasta la puerta, sacó la llave de su bolso y abrió la cerradura para que ella entrase. Antes de eso la sujetó fuertemente por el brazo y la amenazó que si lo denunciaba, mataría a su hermano pequeño. Se lo reiteró una y otra vez para que se convenciera de que lo iba a cumplir. Con el máximo silencio y como pudo trepó de nuevo a su habitación. Cerró la venta y las cortinas para que nadie pudiera ser testigo de lo que le había ocurrido.
Pasó tiempo sin que nadie se percatara de su desgracia, pero los vómitos y el malestar se hicieron evidentes en la familia, su madre la primera. Ya era un hecho, los análisis lo confirmaron, estaba embarazada.
Un día de madrugada entró su madre con una jarra y unos brebajes para que Laura se los tomara, ella le preguntó para qué era, la madre le respondió – ¡para arrancar esa basura que llevas dentro! —Laura se negó rotundamente, forcejearon entre las dos hasta tirar el líquido encima de la cama. Con los gritos apareció el padre en la habitación, tras saber lo que la esposa se disponía hacer, él llenó de nuevo la taza y logró a la fuerza subiéndose encima de ella, introducir el brebaje en su boca.
Cuando salieron los padres de la habitación, ella introdujo los dedos en su boca y vomitó todo lo que estaba dentro. En ese momento tomó la decisión de que nadie mataría a su hijo y para ello se escaparía de su casa. Aun después de toda la desgracia ocurrida, ella seguía pensando en el hombre del que se había enamorado. Laura nunca lo denunció, tampoco lo buscó. Ni él a ella. Pero sí tenía claro que su hijo tenía que vivir.
Ya habían pasado diez años de aquello. Lluvias muy intensas recorrían el país por esos días. Sí o sí era un riesgo que Laura tenía que correr. Su cita médica estaba en otra ciudad y no la podía postergar. Fueron 37 días que esperó con inquietud el día de su consulta. La economía de Laura no le permitía coger un avión que en una hora la dejaría en su destino, un lujo reservado para pocos. Su recorrido por tierra tardaría siete horas.
Hacía rato que ya no habían curvas. De pronto… baches, árboles y piedras volvieron a inquietar a los pasajeros. Todos miraban a través de las ventanas para ver qué ocurría. El ayudante le daba instrucciones al conductor para que se dirigiera hacia la izquierda o a la derecha. Algunos pasajeros con voz inquietante empezaron a preguntar qué es lo que estaba ocurriendo?
El conductor detuvo el autobús, se puso de pie dirigiéndose a todos y dijo –nos hemos salido del camino y estamos perdidos —la exclamación fue unánime. Gritos e insultos fueron lanzados en contra del indefenso conductor. Se abrió la puerta y él con el ayudante bajaron para encontrar un camino que los sacara de aquel lugar. No había nadie, ni siquiera una casa cerca donde preguntar.
Oscurecía. Un hombre de mediana edad intentó calmar los ánimos de los pasajeros diciéndoles y haciéndoles comprender que era inevitable estar como estaban por culpa de la lluvia. Hacía tres horas que habían salido de la ciudad. Raúl, que así se llamaba el conductor, dijo: –no sé ni cómo ni cuándo sucedió, no noté nada que me hiciera dar cuenta de que me había salido del camino- Fernando que así se llamaba el que tomó la voz de los pasajeros, les hizo ver que no había sido culpa de nadie y que lo mejor es que se tomara una solución al problema.
Raúl dijo: —solo hay dos cosas por hacer, o pasamos la noche aquí o intentamos de nuevo encontrar el camino,—en ese momento se creó un bullicio de voces de las que no se entendía nada, nadie se ponía de acuerdo.
Laura pensó en su consulta médica que la tenía para las 10 de la mañana, pero no dijo nada. Otros daban sus argumentos por los que debían llegar pronto a su destino.
Raúl dijo, —haré lo que decidan.
Fernando, les ordenó que levantaran la mano los que querían pasar la noche hasta que amaneciera. Menos de la mitad lo hicieron. —Y los que quieren que salgamos ahora? —el resto, la mayoría levantó la mano para salir de allí—. Decidido —dijo Fernando—. Raúl, nos vamos?
—Vámonos —dijo éste.
Algunos se santiguaban y cerraban +sus ojos, entre ellos Laura y su compañera de viaje. Se hizo un silencio absoluto. Se encendió el motor y las luces del autobús. Raúl buscó la mejor posición entre los árboles para dar media vuelta y coger el mismo camino u otro para volver atrás.
No paraba de llover. Todos se esforzaban para ver con las ventanas abiertas, algo que se pareciera a un camino. El silencio a ratos y el cuchicheo en otros. Había momentos en que parecía que se daba vueltas por lugares que ya habían pasado. Laura se percató de ello, pero igual guardo silencio, no quería inquietar a nadie.
De pronto el autobús se detuvo, Raúl abrió la puerta y bajó. Casi todos se levantaron para ver que ocurría, algunos intentaban ver por las ventanas de ese lado, otros quisieron llegar hasta la puerta y averiguar qué estaba ocurriendo.
Un niño de unos 12 años subió al autobús, Raúl detrás de él. Hubo una exclamación general – ¡un niño! – Raúl dijo: -este niño nos va ayudar a encontrar el camino, no es cierto pequeño?- sí- respondió en voz baja. Hubo un aplauso general y voces de alegría por sentirse salvados. Se apagaron las luces internas y se encendió de nuevo el motor.
Raúl seguía las instrucciones del niño. Todos estaban expectantes a lo que estaba ocurriendo. A Laura lloraba de alegría, en silencio, sentía que volvería a abrazar de nuevo a su hija. El miedo y la angustia de horas atrás se disipaban.
Por un buen rato el autobús caminó sin detenerse. De pronto, bajamos un desnivel que hizo estremecer el vehículo, Raúl dio un giro en “u” y lo detuvo casi violentamente. Encendió las luces interiores y gritó: —¡ya estamos en el camino! —todos aplaudieron y se pusieron de pie. La alegría era inmensa entre todos, muchos se abrazaron entre sí, entre ellos Laura y la abuelita.
Raúl abrió la puerta, el niño se disponía a bajar cuando el conductor, sacó un billete de su cartera para entregárselo al niño, pero no lo aceptó, otros intentaron hacer lo mismo, de igual modo con una sonrisa tampoco quiso nada, absolutamente nada. Pero antes de bajar, miró fijamente a Laura, le sonrió y se fue. Eso estremeció su corazón. Por primera vez en mucho tiempo, supo, sintió que todo saldría bien.
En ese instante la abuela sorprendida por lo ocurrido con Laura, gritó —¡que no se vaya! —Los más cercanos a la puerta salieron en su busca, pero había desaparecido.
—¡Es imposible, no está, no le ha dado tiempo a caminar ni siquiera dos metros, ni donde ocultarse! —decían entre sí los que bajaron. Caminaron por los alrededores, pero ya no estaba. ¡Desapareció!
Todos estaban muy extrañados. La abuela se dirigió a todos y les dijo: —se han dado cuenta que el niño cuando ha subido, sus ropas estaban secas pese a lo que estaba lloviendo?
—Es cierto exclamaron algunos.
—¡Es un ángel, es un ángel que vino ayudarnos! —dijo la abuela.
—¡Sí, sí! —dijeron muchos, impactados por lo sucedido.
Laura en ese momento sintió un fuego que no quemaba en su cuello. Algo se removía dentro de ella que luchaba por salir. Algo muy fuerte le decía que el tumor había desaparecido.