POEMA NÚMERO OCHO
Lento el bullicio en tornarse silencio
en mis entrañas de poeta
calmo el sorbo de café amargo de esta vida en vena,
que proclama ligerezas al alba como puños fríos
en un ring que se asienta bajo tus efectos
y mis noches, bronce negro el de la estatua de Edwin Booth
antes de acostarse para siempre en Gramercy Park,
víctima de una Deringer bañada ya
en tu misma sangre
perdido el tiempo de los lazos
en los vaivenes que urbanizan al hombre.
La sonrisa del que espera un atardecer lento
untando los dedos frente al sol
en la gramática de los olvidos,
la bola de billar número ocho negra
escupida por las manos blandas
frente a la ventana del hogar
de los poemas cortos.
La magia del que aguarda un cielo inventado
cruzando los dedos frente al espejo
en la infinita ceremonia de los miedos.