Viviendo al borde de la muerte
Hace meses que llevamos así. Ya no sé cuánto más podremos aguantar en este refugio. La comida está
escaseando, y el depósito de agua parece que está siendo hogar de animales
acuáticos. Los chicos y yo hemos pensado en escaparnos, solo por el hecho de
que somos demasiados y no creemos que estos muros aguanten por mucho tiempo.
Hemos decidido que partiremos mañana en cuanto pase el cambio de guardia de
John, Smith y Anna. Yo ya he empaquetado mis cosas: un carrete de vendas, una
cantimplora, un reloj de aguja estropeado ( he intentado arreglarlo desde hace
tiempo, y aun busco piezas para ello), una linterna a la cual se le están a
punto de agotar las pilas, un bocadillo de salami con dos lonchas de queso
cheddar; guardado en una caja de metal abollada, y mis armas; un simple palo
afilado, un destornillador (yo digo que es multiusos, aunque no lo sea), y mi
navaja suiza.
Bueno,
yo me voy a dormir porque tengo que estar listo
para la escapada.
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Enzo
DESDE EL
PRINCIPIO
En el año 2024, una bomba
nuclear arraso toda Mongolia y la dejo sin supervivientes. Fuimos informados
meses después de que ocurriera, pero no solo sobre eso, sino que, al parecer,
después de tantas búsquedas entre los escombros, se oyeron gritos de personas,
gritos de dolor. Cuando sacaron todos los objetos caídos, encontraron a más de
300 personas. Algunas se arrastraban por el suelo respirando con dificultad,
mientras que otras simplemente estaban tumbadas en el suelo respirando
agitadamente.
Los llevaron a todos al hospital y la
policía decía que les iban a hacer pruebas. Entonces fue cuando pasó. Toda la
comunicación con los servicios en Mongolia desapareció. No había noticias en la
televisión sobre lo que pasaba allí.
Solo faltaron días para que
se perdiese la comunicación con los demás sitios cercanos a Mongolia. Así que decidimos
actuar rápido. Mi familia y yo preparamos mochilas llenas de alimentos y
objetos necesarios para sobrevivir y salimos de casa, armados hasta los
dientes, con cuchillos y navajas. Yo empaquete los objetos más importantes para
mí: mi navaja suiza, y mi “diario”. Éramos cinco: mi madre, Magdalena; mi padre, José; y mis dos hermanas: Julia y Estela, lo cual era una cantidad pequeña de personas, algo bastante vulnerable; pero no nos importaba porque mis amigos y yo ya habíamos planeado todo para
cuando pasase El Gran Apocalipsis Zombi. Habíamos quedado en la plaza, y antes
de salir, los llame para asegurarme de que viniesen. Llegamos, y, pocos minutos
después, llegaron los demás.
– Dios mío, parecía más divertido en las películas, pero, ahora tengo miedo
– dijo Jaime.
– Cálmate – dijo su padre, y añadió – todo irá bien
– Tenemos que ir a la casa de toros, ¿os acordáis? – dijo Martín
– Pues a que esperamos – dijo mi padre, José.
Todos nos dirigimos hacia la casa de los
toros. Fuimos lo más rápido que pudimos. Por el camino, vimos que había gente
entrando en las tiendas y robando. Eso nos puso nerviosos, así que aceleramos
el paso.
Llegamos a una edificación pequeña, de
unos 55 metros cuadrados, compuesta por un par de enormes puertas metálicas,
acabadas con unos pinchos oxidados. Estas puertas estaban rodeadas de una larga
pared de hormigón de un color rojizo. En el interior, habían dos plantas, a las
cuales se accedía a través de una escalera de madera. La planta superior era un
simple suelo de hormigón que rodeaba la estructura por dentro; en cambio, en la
planta inferior, habían dos puertas de hierro que accedían a unas pequeñas
salas, húmedas, en las que, en las fiestas, se metían a los toros, días antes
de iniciar la corrida de toros.
Escalamos
las paredes, y nos metimos dentro. Ahí, dejamos nuestras mochilas en el suelo,
las vaciamos, y repartimos la comida, la bebida, y las armas en partes iguales.
Héctor, el padre de uno de mis amigos, había traído dos tiendas de campaña, y
su mujer trajo una. Cenamos un poco de sopa en lata calentada en una parrilla portátil que trajo Lucia, la madre de mi compañero
Jaime. Después, armamos las tiendas de acampada y dormimos en ellas. Teníamos
turnos de guardia nocturna, por si algún grupo de humanos nos atacaba por la noche.