El títere
En las afueras de mi ciudad se instalaba cada verano un circo maravilloso. Sus carpas rojas, blancas y amarillas parecían conservar la algarabía del público en el interior, pues se veían vistosas y alegres desde afuera. Había todo tipo de personajes curiosos: Payasos, trapecistas, tragafuegos, contorsionistas… Pero el que más llamaba mi atención era un titiritero. Era un hombre bajo y panzón con unos ojos desorbitados, de figura afable, pero con un brillo algo extraño en la mirada.
Una noche me colé en su carpa para ver cómo preparaba a sus títeres. Imaginen mi sorpresa cuando le vi hablando con un joven alto de ojos negros y pelo castaño que, de repente, se transformó en uno de los muñecos de madera. Me asusté y corrí hacia donde se encontraba mi padre a quien conté lo ocurrido y naturalmente me creyó.
El verano siguiente repetí la operación, pero esta vez decidí entrar antes que el titiritero. Ahí estaba el muchacho sentado frente al espejo con sus botines rojos y un overol azul. Le dije que conocía su secreto y sonrió al escuchar mi versión rebuscada donde el titiritero era un mago que lo convirtió en muñeco por toda la eternidad porque él quiso robar su fama de cirquero.
Me contó que el titiritero no era un hechicero malvado, sino que le había concedido convertirse en humano hasta el momento de la función cuando volvería a ser de madera. No supe qué decir, no entendía por qué el títere intentaba ser un hombre si somos tan imperfectos y frágiles, así que simplemente volví a mi asiento junto a mis padres y esperé la función del titiritero.
Esa fue la última vez que el circo pasó por mi ciudad a entretenernos con sus atracciones, pero ahora comprendo perfectamente al títere: De nada sirve tener una vida cuando todas tus decisiones están atadas a la voluntad de otra persona, si no puedes dar un solo paso sin preguntar, si tu espíritu se ha vuelto esclavo de un alguien al que le debes todo…
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