El perfume que le gustaba a Ana y que yo siempre odié
Estoy frente al espejo. Me ajusto el nudo de la corbata. El cabello está algo despeinado, me paso la mano a modo de peine y me lo acomodo. Ana aparece por detrás, esta radiante y hermosa. Trae mi saco. Me ayuda a ponérmelo. Sé que vamos a una gala, pero no puedo recordar con exactitud a donde. Ana me rocía con Fareheint de Calvin Klein, aunque no me gusta ese perfume, la dejo que me rocíe. Ella también huele a perfume, Flower de Kenzo.
Me pregunta algo, no recuerdo que. Su voz parece lejana, inconsistente, etérea.
El auto está afuera, es un Senda gris metalizado, Ana me dice que quiere conducir. Yo acepto. La bóveda nocturna comienza poblarse de estrellas. El aire es fresco y revitalizante.
El motor del Senda se enciende, Ana pone primera y salimos. Me pregunta si todavía la amo. Le digo que sí. Su voz ahora suena distinta, parece más clara. Luego de un par de vueltas salimos a la ruta. Esta oscura y solitaria.
No puedo recordar a donde estamos yendo, sé que es un evento importante por cómo estamos vestidos. Ana no despega la vista del camino. Parece estar hipnotizada por las potentes luces que se acercan y desaparecen en un abrir y cerrar de ojos. Miro el velocímetro 130 km por hora. Vamos muy fuerte – pienso pero no se lo digo. La dejo que maneje. Todo pasa rápidamente, árboles, estaciones de servicios, carteles de publicidad. Es como si en vez de estar montados en un auto estuviéramos dentro de un furioso huracán. Los kilómetros son tragados en un pestañeo, solo las estrellas parecen permanecer inmóviles.
Veo un cartel informativo, intento leerlo antes de que desaparezca, solo alcanzo a leer
Rosario 299 km. Miro la hora en el tablero, son las 9 y 11 de la noche. No sé cuánto tiempo llevamos viajando. El tiempo me parece algo inalcanzable y misterioso. Sé que avanzamos porque nos movemos en línea recta, pero no puedo asegurar que avancemos en el tiempo. Ana no dice nada solo maneja. Le pregunto si quiere escuchar algo de música. Me dice que sí. Busco un tema que nos guste a los dos y lo dejo que suene. Es James Morrison y Nelly Furtado con Brooken strings. Lo tarareo mientras observo el paisaje nocturno.
Ana baja la velocidad. Un enorme camión cargado de ganado transita la ruta a la velocidad permitida. Es como un enorme dinosauro pero con luces de colores. Ana se posiciona detrás y espera el momento justo para pasarlo. Luego acelera. Su pie se hunde cada vez más en el acelerador y los cambios se suceden uno tras otros. Vuelvo a mirar la hora, solo han pasado unos minutos. No entiendo que sucede. Ana no habla, solo acelera. Las vacas van rumbo al matadero pero no lo saben. De pronto una curva que no estaba allí antes y dos luces que aparecen de frente. Son enormes, poderosas y potencialmente mortales. Estoy paralizado, ahora si el tiempo es eterno, demencial y desmesurado. Ana intenta hacer una maniobra dando un rápido volantazo.
Puedo oír las cubiertas raspando el asfalto. Son como el gemido agónico de un niño. Miro por última vez la ruta. Todo comienza a girar como en una película filmada en cámara lenta. Los dos nos sacudimos como si estuviéramos dentro de una gigantesca lavadora. El cinturón de seguridad se incrusta en mi carne. Ya no tengo control de mi cuerpo.
Como puedo, intento observar a Ana. Su cabeza parece estar completamente dislocada. Se tambalea como un ave en medio de una tormenta. Ya no la escucho. El silencio es insoportable.
Diminutos fragmentos del parabrisas golpean mi rostro, pienso que es agua entrando en cascada. Cada uno de los cristales va cortando mi piel. No siento dolor. Hay sangre brotando de mi frente. Veo otros objetos entrar por donde antes estaba el parabrisas. Son ramas y troncos.
La cartera de a Ana flota en el aire ingrávida y elegante, se abre y deja al descubierto todo su contenido. El frasco de perfume de Kenzo con su flor roja, es un atisbo de esperanza en medio de tanta oscuridad. Es como si tuviera luz propia. Por un momento es lo que único que observo, lo único que me llama la atención. Veo pasar al otro auto por delante para desvanecerse en apenas un segundo. No hay ruido de impacto. No hay gritos, no hay llantos.
Una vaca cruza el cielo y luego desaparece. La fugaz situación dispara una imagen en mi mente. Es como si tan solo por un instante, las tapas de los álbumes, Atomic mother y Animals de Pink Floy se hubieran combinado en una sola. ¡Qué extraño funciona el cerebro en momentos de stress extremo! Una vuelta y estoy cabeza abajo, otra y estoy cabeza arriba. Así sigo hasta caer pesadamente y rebotar varias veces sin oponer la más mínima resistencia. Inmediatamente la oscuridad.
Abro lo ojos, no sé bien dónde estoy, todo es muy confuso y borroso. Veo algo moverse, no lo distingo claramente, es como estuviera detrás de un vidrio sucio. Por alguna desconocida razón siento la sensación de estar encerrado. Observo todo desde una perspectiva extraña, como si fuera un ser diminuto. Los objetos a mí alrededor tienen otra dimensión, son más grandes y amenazantes. Me muevo inquieto, voy de un lado a otro. No entiendo que está sucediendo. ¿Estoy muerto? ¿Dónde está Ana? ¿Estará muerta también?
Un conjunto de voces empiezan a hacerse audible. Es raro, pero no las puedo reconocer. Son extraños vocablos inconexos. ¿Quiénes son? ¿Qué están haciendo?
Siento algo en mi cabeza, es como si cargara un casco pesado o algo así. Intento levantar mis brazos pero solo puedo hacerlo a medias, me doy cuenta que son más cortos y peludos… ¿Qué está pasando? ¿Estoy alucinando?
Una enorme mano viene hacia mí, trato de huir pero me atrapa fácilmente. Mi corazón palpita completamente desbocado. Intento gritar pero solo emito un desagradable chillido.
Estoy a varios metros de altura, puedo ver el piso desde mi nueva posición, es como si viajara en una gigantesca grúa. La mano me baja. Ahora estoy en una jaula. Hay agua y un plato con comida balanceada. Por primera vez puedo verme en el reflejo de un objeto metálico y brilloso. Soy un ratón de laboratorio y tengo el cerebro conectado a una madeja de cables que salen de mi cabeza como el entrevero de serpientes que caracteriza a la Medusa. Estoy totalmente desorientado.
A través de las rejas puedo ver más allá y me vuelvo a ver, pero esta vez como debe ser, como un humano. Estoy recostado en una camilla, un equipo de médicos o científicos están trabajando conmigo, hay cables adheridos a mi cabeza.
Me viene un fuerte deseo de orinar y lo hago casi sin pensarlo. El cálido fluido se desliza por debajo de mis patas y se filtra a través del piso de la jaula.
No sé realmente que me pasó, ni donde esta Ana, solo sé que estoy vivo, convertido en una insignificante rata de laboratorio, pero vivo, y eso realmente me consuela. Después de todo ya no voy a tener que usar más ese perfume que siempre odié y con el que Ana me rociaba.