CARTA AL HOMBRE QUE NO SUPO QUERERME

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CARTA AL HOMBRE QUE NO SUPO QUERERME

Muchas veces me pregunté ¿por qué me habías abandonado?, ¿por qué no quisiste tomar el papel de mi padre? No lo entendía porque, al contrario que tú, yo te acepté como si lo fueses desde el primer momento en que te conocí. Sabes que tuve que crecer diciendo la dolorosa y trillada frase de: «no tengo papá» pero nunca te escocieron mis heridas. Todavía no he encontrado respuestas a todas mis preguntas, aún quedan heridas abiertas, pero mamá me ha enseñado que el rencor solo me daña a mí. Mi madre, a la que también heriste con tu comportamiento, me habló de la venganza. Amén de sus consejos, aprendí que es mucho mejor tener paciencia.

Desconozco el nombre de mi verdadero padre, pero ya no quiero saberlo. Hubo un tiempo en el que te tuve. Por un corto plazo me sentí un niño normal, como los demás; sentí que tenía un papá, y eso me ayudó a calmar mis dudas. Contrariamente a reprocharte nada, tengo que darte las gracias; soy consciente de que, al menos eso, debo agradecértelo. No obstante, también me he dado cuenta de que ser padre no es un título, sino una profesión en la que cada día debes esforzarte. Como tú no lo hiciste, digamos que no supiste…, ya no sirve para nada buscar al otro. No quiero saber su nombre, como tampoco tengo la necesidad de suplantarlo; me quitaste las ganas de volver a probar suerte. Afortunadamente, mi madre ha doblado sus esfuerzos para que no me falte cariño. Tengo una mamá tan valiente y capaz, que ha sabido ser padre y madre al mismo tiempo.

Tal vez piensas que te escribo esto para decirte lo que hiciste mal. Pensarás que acabaré confesando que para mí fuiste un padre horrible. Creerás que voy a reprocharte la manera tan vergonzosa que usaste para alejarte de mí; pero no es así. Puedes estar tranquilo. Muy al contrario, te escribo para decirte que te perdono… El amor no es una imposición, no estabas obligado a quererme. Atendiendo a este razonamiento, no quise tampoco forzarte. Aunque fueron muchas las veces que deseé suplicarte que me quisieras, no lo hice. Mamá me había enseñado que el amor no se mendiga, y que el corazón no es un juguete que debamos prestar o compartir.

Te perdono por no haber aprendido a quererme, por haberte ido sin ni siquiera despedirte, porque eso me hizo una persona más fuerte, perseverante e independiente. Te perdono porque, en realidad, no me hiciste falta en ningún momento; como te decía, mamá siempre cubrió con creces el cariño que mi infancia demandaba. Además, cuando en el colegio celebrábamos el día del padre realizando alguna manualidad nada artística, mi abuelo siempre estuvo allí para recibir su regalo como si de una obra de arte se tratara. Tras tu estampida, no se apagaron mis ilusiones, mi abuelo las puso a buen recaudo y se encargó de alimentarlas.

Después de tu partida inesperada, mis compañeros me preguntaban en las funciones del colegio que dónde estaba mi papá, aquel hombre que les presenté como tal y del que no paraba de presumir.
Recuerda que, entonces, para mi inocente entender, tú eras el más fuerte, el que más sabía de matemáticas, ¡el mejor! Al principio, sus preguntas me traían tu recuerdo a la mente y era inevitable el llanto. Lloré; lloré mucho y demasiado tiempo. Si bien, acabé aprendiendo a responder que no tenía papá, pero que la vida me había dado una mejor opción: mi abuelo. Fue él quien me mostró todo lo que tenía que saber. Me enseñó a montar en bici, a nadar, a hacerme un hombre. Sobre todo, me educó para estar agradecido por todo lo que tengo. Me aleccionó para que no me rindiera nunca, y a no sufrir por nada ni por nadie. Mis abuelos, ambos, me enseñaron que, por el hecho de no tener padre, no era menos que nadie. Mi abuela me educó para que aprendiera a respetar y a ser digno de confianza. Me impuso la lección de ser fiel a lo que pienso y siento, y sobre todo a ser fiel a las personas que me rodean y me quieren. Pero también me guio para que apartara de mi vida y mis pensamientos a los individuos que no me aportaban nada o no me querían, pues no merecían mis desvelos. De mi madre aprendí lo horrible que es la mentira, recordarás cuanto odiaba que le mintieras; entonces no lo entendía, no comprendía sus enfados. Al presente razono que la mentira es lo peor que podemos hacerle a una persona, pues no solo insultamos a su inteligencia, sino que denota una grave falta de respeto. Nunca me permitió que faltara el respeto a los demás con la boca llena de mentiras.

Te perdono por no haber querido ser mi padre, gracias a eso mi mamá tomó tu lugar y se superó aún más en su papel de madre. Me demostró lo que es el verdadero amor, y gracias a eso no te he necesitado.

Te perdono por empujarme lejos de ti, por los abrazos que te negaste a darme, o los «te quiero» que olvidaste decir a un niño pequeño que con los ojos te demandaba a gritos un simple gesto de cariño.  Gracias a ti, hoy sé el padre que quiero para mis hijos.

El dolor que sentí por tu abandono me ha hecho invencible. He aprendido que el amor es incondicional y no importa de donde venga, no es necesario tener un padre que te quiera, mi familia ha llenado el vacío que dejaste.

No te atormentes, no arruinaste mi vida cuando te fuiste; mi mundo siguió adelante sin ti.

Espero, sinceramente, que hayas encontrado la felicidad, igual que yo lo hice.

Te escribo para decirte, que te perdono por ser el hombre que no quiso quererme.




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