Eternamente
Es una corta tarde de otoño. Cada vez más corta, nos acercamos inexorablemente al invierno.
Pero para mi alma no existen las estaciones. Es estéril como ese mismo invierno que se aproxima donde el día dura un suspiro mientras la noche es interminable.
Nada puede crecer en la oscuridad y, por tanto, nada crece en mi interior donde la oscuridad es la reina.
No estoy muy segura del motivo. Solo sé que siempre ha sido así. Me siento incapaz de sentir, incapaz de amar lo suficiente.
Mi corazón sufre una persistente sequía y, a estas alturas, no me creo capaz de poder cambiar, de poder hacerlo fértil.
Salgo de casa. Me aburro a mi misma y necesito que la conversación de otros me distraiga de la eterna discusión con mi alma.
Parece mentira lo invisible que te vuelves cuando ocupas una mesa en una cafetería en soledad. Tus vecinos te ignoran y siguen con su conversación como si su intimidad fuera completa. Me avergüenza reconocerlo pero, me encanta aprovecharme de esa aparente invisibilidad.
Centro mi mirada en el móvil como si tuviera toda mi atención pero, en realidad, esta está absorta en otra cosa muy diferente. La mesa de al lado está ocupada por dos hombres que hablan apasionadamente sobre sus parejas sin percibir que yo no dejo escapar ni una palabra. Mientras uno se siente completa e irremediablemente enamorado el otro es muy escéptico. La decepción ha marcado sus relaciones amorosas desde siempre.
De repente dice una frase: “Mi corazón sufre una persistente sequía y, a estas alturas, no me creo capaz de poder cambiar, de poder hacerlo fértil.”
Un escalofrío me recorre la espalda. No puede ser, esa frase a sonado en mi cabeza pero no ha aflorado a mis labios. Levanto la cabeza bruscamente y descubro que el desconocido me mira de manera cálida, comprensiva, como diciendo: “No me engañas pero no me importa”. Sus ojos encadenan los míos durante unos segundos, pero los aparto bruscamente. Sé que debería sentir vergüenza pero no es precisamente eso lo que he notado. ¡Mi corazón ha palpitado por primera vez y no se si me gusta!.
Oigo como los dos amigos se despiden, tienen cosas que hacer pero prometen verse pronto.
En cuanto a mi, intento tranquilizarme antes de dirigirme a mi casa pero, cuando busco al camarero con la mirada para pedirle la cuenta, un cuerpo se interpone en mi línea de visión.
Es él. Me mira con la misma dulzura de antes y murmura en mi oído: “¿No me reconoces linda? No te preocupes mi amor, yo te ayudaré a recordar.”
Me toma la mano y el calor de su mirada invade mi cuerpo. Y, de repente, su cara se convierte en conocida y amada. Mi corazón muda por arte de magia, de la aridez, en un vergel que estalla de luz y de color. “¡Tony, le digo, cuanto has tardado!”.
“¡No ha sido fácil encontrarte esta vez, princesa!. Pero no te preocupes, por muchos siglos que pasen, por muchas veces que muramos y volvamos a nacer, aunque nos separen océanos o continentes yo siempre te buscaré, siempre te encontraré. Y nuestros corazones nunca estarán completos hasta que no estemos juntos.”
Sus manos se unen y se alejan felices por primera vez en está enésima vida y hasta el sol alarga sus rayos para convertir la tarde en eterna.