Lo odio.

Lo odio.

Lo odio,

Odio que las letras huyan de mí,

Y que las palabras se nieguen a salir,

Debido a tu existencia

Mi inspiración se comienza a obstruir.

Odio ir tras ellas,

Al mismo tiempo que huyo de ti,

Si Cortázar veía a la maga cuando cerraba los ojos,

Yo te veo a ti cuando empiezo escribir.

Odio que mis manos adquieran consciencia propia

Y no dejen de desear en acariciar tu piel todo el día.

Odio que tomen ese sentimiento reprimido

Y lo plasmen en mi poesía.

Odio que mi mente no sea capaz de hacer catarsis

Y se deje aturdir fácilmente por el sonido deleitable de tu risa.

Odio que, en 13 milésimas de segundo,

Mi retina le mande una imagen majestuosa de ti sentada en una silla.

Odio pensar en ti y que me haga feliz,

Aun así, trato de no hacerlo, pero se convierte en una tortura sin fin.

Odio querer huir y que tú no des cabida,

Aunque yo tampoco quiero que salgas de mi vida.

Odio que mi numen no deje de centrarse en ti,

Te has adueñado absolutamente de mi lira.

Tal vez sea porque en ti vi el poema más precioso,

El que encontré en tus labios y leí admirando tu sonrisa.

Lo odio,

Odio tener que sufrir,

Mientras hago mi inspiración fluir.

Odio tener que huir,

Mientras más me enamoro de ti.

Mis retrasadas sinceras disculpas por no poder superarte, de hecho, ya es el tercer poema en el que haces parte.




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