Una rosa para Ana
mitad de su vida era su carrera y el resto una pregunta de varias respuestas
vagas. Sonreía más de lo habitual a pesar de parecer persona de ocupaciones
tediosas, y si bien no doy seguridad de
su mala alimentación, sus ojos dejaban en evidencia un profundo cansancio y a
veces tristeza.
días más oscuros del año, vestía de colores vivos, aunque siempre lucía impecable.
De cuerpo y rostro perfectos, con gesto orgulloso. Siempre hermosa. Resultaba
difícil encontrarla en un mismo lugar, probablemente estaría cumpliendo con un
deber sumamente importante. Parecía disfrutar de una buena vida social con
toneladas de amigos, pero caminaba sola y con paso apresurado, como quien lidera
en situaciones de angustia a todos los desamparados.
saludo era común, su nombre como cualquiera, su presencia liviana y su ausencia
algo que yo no podía ignorar. Tomaba caminos largos hasta llegar a un banco en
especial donde se sentaba a leer gruesos libros de temas variados. Mi parte
favorita era cuando se detenía en alguna página mientras mordía su labio
inferior. A veces usaba gafas, a veces las dejaba olvidadas en el mismo banco.
Por alguna razón, cada vez regresaba a casa con la mirada en el suelo y un dejo
de depresión. Yo pensaba en ella mucho más de lo que pensaba en mis matemáticas. Me atormentaba el que pudiera ser infeliz, su misterio fue mi
mayor intriga en los últimos meses.
primera noche que la soñé desperté de un salto y tiritando, sentí vergüenza y
me sonrojé. Corrí a la cocina por un vaso de agua, encendí un cigarrillo y me
senté al centro de mi pequeño departamento donde apenas sobrevivíamos Bruno y
yo. Desde aquella vez, los sueños nunca cesaron. Aun con el gato clamando por
mi atención, solo esperaba irme a la cama, quería juntarnos en mi cabeza y
conocer el mundo la misma noche. No recuerdo en qué momento todo se hizo rutina;
caminar por la universidad a su encuentro, esperarla al final de cada clase,
seguirla de cerca a donde quiera que fuese, ir a mi trabajo, volver al
departamento y soñarla hasta que amaneciera el día. Antes de terminar el
trimestre ya era un desamparado.
obsesionaba la forma de recoger su cabello, la palidez de su piel, sus libros
de intelectual, su cintura aunque cada semana más pequeña, sus perfumes, su chaqueta
gris, su extraña tristeza y su impresionante sonrisa. Cambie de trabajo tres
veces hasta que conseguí uno realmente cerca de su dirección, aunque con mala
paga. Bajo las luces tenues de los viejos faroles, la belleza de Ana era mucho
más evidente. Su mejor perfil el izquierdo y su único lunar el del hombro
derecho. Durante dos meses más, fume cajetillas enteras de los peores
cigarrillos, olvide mis cálculos y también mis amadas novelas, olvide mis horarios,
pero nunca los suyos. En mi peor desesperación conté a mis amigos sobre mi
enamoramiento, olvidando -a propósito- mencionar los detalles de mis locuras.
Ellos no comprendían nada. Yo estaba bastante más delgado y notaron que
había descuidado mis estudios, a Bruno y mi trabajo. Insistieron en que
conociera, personas, bares, lugares, amores quizás. Accedí. Hubo momentos divertidos en mi
habitación y también resacas sin sentido. Pero mi Ana, mis sueños, mis ganas:
seguían ahí. Llame a mi padre en última instancia y sin poner mucha atención
dijo lo único que había por decir – Ofrécele tu ayuda en trigonometría, háblale
de tu fascinación por ciertos autores, dile que se ve hermosa, dile que no te
bañas hace rato, que eres astronauta, dile lo que sea, pero retoma tu vida.
la noche del domingo en vela pensando en esa llamada. El lunes, primero del mes,
a la entrada de la Universidad, la esperaba con mi mejor ropa, mi mejor intención, al borde de un ataque de pánico -o cardiaco- y
nada en la cabeza. Ella nunca apareció. Monté guardia en su manzana y la torre
A de su facultad durante tres días seguidos. Nada sucedió. La tierra se había
tragado al amor de mi vida.
semana siguiente seguí a un grupo de estudiantes hasta “el aula de los viernes”, como había llamado al lugar en donde la miraba tomar sus apuntes a las doce.
Se oficiaría en la torre más alta, un servicio religioso en memoria de Ana
García, estudiante ejemplar de la facultad, que había muerto tras su lucha
contra una enfermedad degenerativa.
amigos pasaron a ser solo el recuerdo de sus respectivos apartados de correo,
mi desnutrición era lo de menos junto a las cuentas por pagar, mi adicción por
el café, mi carta de despido y mis pensamientos distorsionados. Ya no quería
soñar, ya no quería nada. Me sumí en el hedor de mi habitación y las alimañas que
Bruno había podido cazar. La extrañaba, era enfermizo, pero habría deseado
morir en el lugar de una mujer que no había cruzado palabra conmigo jamás, la
que habría sido mi único objeto en la vida y a la que nunca le conté lo que
sentía. No sé cuánto tiempo paso – pudieron haber sido años- hasta que mi padre
y mis amigos intervinieron. Mi auto exilio del mundo y mi evidente demacración
mental y física representaban una preocupación más en sus vidas y yo empeza sinceramente a dejar de lado la mía.
volver a estudiar, recobre -con mucha dificultad- mi salud, retome mis clases
y, aunque tarde, me gradué con buenas notas. Encontré un empleo estable y
cambie de departamento, uno donde mi gato pudiera estar feliz, donde recibir
a mis amigos, sus novias, sus cervezas y sus diferentes canciones. La mujercita tan ruidosa del departamento de junto se convirtió en mi intima amiga y luego
se convertiría en mi maravillosa novia.
a vivir como nunca y a amar por siempre, descubrí mi encanto por la naturaleza,
viaje a los mas hermosos sitios en las mejores aventuras. Mi universo se transformo
en el final fantástico de una de mis novelas favoritas. Nunca deje cada domingo
de hacer una visita al cementerio, para dejar una bella flor sobre una lapida en
particular.
case un primero de marzo en una hermosa ceremonia. Mi hijo mayor sueña con ser
enfermero y Ana, la menor, pretende ser bailarina.