Presión

Presión

Caminando
hacia su trabajo, un hombre encontró a una serpiente.

Grande,
amenazante, una serpiente que gritaba su presencia; allí, en medio de la acera.
Nadie parecía notarla, excepto él. Y como una simple serpiente no habría de
intimidarlo, decidió llevarla consigo.

Le
tendió su brazo firme y decidido, y la serpiente se aferró a él firmemente como
si siempre hubiese pertenecido allí.

El
hombre iba y venía, de su trabajo a su lecho, de su lecho al trabajo, cada vez
más y más hastiado.

La
serpiente, todos los días, se enroscaba un poco más, y subía lentamente por sus
extremidades, prensando cada vez más su refugio temporal, generando
pulsaciones, manchando la pálida piel del hombre con tintas rojas y moradas,
agujereando sus adentros y pulverizando sus huesos.

Finalmente,
hubo un día en el que la serpiente se fue. Fue el día en el que, por fin, el
animal logró escurrirse hasta su cuello, aprovechándose de la debilidad del
hombre, y envolviéndolo fuertemente, lo estranguló hasta que se evaporó su
último aliento.




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