Una noche cualquiera

Una noche cualquiera

“¿Y si el monstruo que vive debajo de tu cama, te tiene tanto miedo como tú a él?”

Esa misma pregunta se hizo Clara cuando su madre se fue a trabajar, dejándola sola por la noche. Su pobre madre había hecho lo imposible para cambiar ese turno nocturno , encontrar a alguien con quien dejar a su hija pero finalmente, con todo el dolor de su corazón, dejó a Clara en su cama, bien arropada, la luz del pasillo encendida y un tierno pero temeroso beso en la frente. 

Clara no tenía sueño cuando se quedó sola, pero no quería salir de la comodidad de su cama, por lo que pasó largo rato dando vueltas sobre si misma, colocando los cojines e incluso añadiendo más peluches a sus brazos, pero el sueño no venía. Estaba empezando a ponerse nerviosa, cuando de pronto escuchó un leve rasguño que la dejó inmóvil. Algo debajo de su cama, tampoco podía dormir. Clara siempre había sabido que que un ser, fuera el que fuera, vivía ahí debajo. Sabía que cuando, su madre y ella no estaban en casa, el monstruo salía de debajo de su cama, pues siempre aparecía algún misterioso desastre en la casa, pero desde luego, aquel que los ejecutaba nunca se dejaba ver. La niña creía que que el monstruo temía a su madre, que su poderosa figura le mantenía siempre escondido. Por el contrario, su madre sostenía una postura muy diferente. Tenía la teoría de que todos los pensamientos que se expulsaban de nuestra cabeza, por no ser queridos, ni sentidos, se escondían en los rincones de la casa, se agazapaban como un polvo insistente. Por eso, su madre siempre le decía que debía encontrar esos pensamientos, leerlos y asumirlos, porque de la otra manera, esos pensamientos se anclarían en los cimientos de la casa, pudriéndolos, hasta que finalmente todo se viniera abajo.

Y puede que fuera eso en realidad, sus pensamientos ocultos tirando de su sábana, clamando ser escuchados. Pero Clara lo dudaba. Tenía que ser un monstruo. Una niña no podía albergar tantos pensamientos indeseados como para llenar los bajos de una cama.

Aquel ser volvió a retorcerse. Clara gimió y se escondió debajo de sus sabanas asustada. Su respiración se volvió más irregular y el aire chocaba contra la tela viciando el ambiente donde ahora se encontraba, mareándola un poco incluso. 

“¿Qué pasaría ahora que su madre no estaba?”

“¿Saldría el monstruo por fin? ¿Se la comería de una vez, cansado de escucharla y soportar los muelles de la cama sobre su cabeza?”

Todos esos pensamientos se le cruzaban de manera rápida por su mente, asustándola cada vez más y más, mientras apretaba sus manos con fuerza, cuando aquella pregunta asomó la nariz para que todo su hilo de pensamientos se viniera abajo.

“¿Y si el monstruo que vive debajo de mi cama, me tiene tanto miedo como yo a él?”

Clara se miró entonces las manos, dedos largos, con unas uñas que a veces podían estar pintadas, otras ser extremadamente largas o incluso no tener. Podría ser muy confuso. Porque perfectamente podrían ser garras para arrastrar hacia donde uno no querría ser arrastrado. Y luego estaban sus piernas. Las suyas cortas y llenas de moretones, las de su madre largas y acabadas, a veces, en tacones. Para alguien que vivía debajo de una cama, ver esos enormes pies, escuchar el retumbar de sus pisadas y sobretodo, saber que se acercan a ti, debía ser muy terrorífico, cada vez que su estrecho mundo debajo de la cama se veía agitado por tales acontecimientos que para ella eran algo tan cotidiano que ni si quiera les prestaba atención. Clara lo pensó detenidamente mientras se observaba a si misma y llego a la conclusión de que el ser humano podía ser aterrador.

Lentamente, se destapó y oteó la habitación, no había nada fuera de sitio ni nadie que no estuviera antes. Ahora que era consciente de la infinidad de sentimientos posibles en otro ser que no era ella, se hacía cargo de cada uno de sus movimientos, quería ser cuidadosa y no asustar de más al ser que vivía debajo de su cama. Y es que quizás, el monstruo tampoco quería asustarla, a lo mejor solo quería marcharse, por eso se movía en ese instante, porque pensaría que era el mejor momento de escapar. Pero Clara se lo estaba poniendo difícil. A veces hacemos daño sin darnos cuenta.

Pero lo importante, no solo era darse cuenta de ello, sino también enmendarlo con celeridad.

Un rasguño y un quejido se volvió a escuchar debajo de la cama y esta vez Clara sintió una punzada de culpabilidad mientras abrazaba alguno de sus peluches. Era hora de trazar un plan.

Tras pensarlo unos minutos, se ajustó bien los calcetines, se destapó el cuerpo entero y saltó de la cama. Fue derecha a la ventana como un rayo, donde corrió las cortinas con rapidez y abrió la ventana invitando a una corriente de aire fresco a pasar y curiosear toda la habitación, antes de correr de nuevo a la seguridad de su cama.

Eso había sido lo fácil, ahora tocaba echarle valor. Pegó la espalda a la pared para después, con manos temblorosas agarrar la colcha y las sabanas de su cama y comenzar a tirar suavemente para descubrir el hueco debajo de la misma, o más bien, descubrir al monstruo la ventana que acababa de abrir. 

El ser se retorció debajo, nervioso, cuando la colcha estaba ya entera sobre la cama.

-Monstruo.-le llamó Clara con la voz más firme que pudo sacar- Bueno, no se si te molesta que te llame monstruo pero no se tu nombre, es como si tu me llamaras niña…-se disculpó pero notaba como el nerviosismo crecía cada vez más en ella hasta el limite del tartamudeo.- Pero…pero… creo que tengo una idea. La ventana, ¿la ves? Puedes salir, si quieres. Y… lo siento, monstruo. Siento si te he asustado. Yo también tengo miedo…-susurró esa última parte mientras se mordía el labio nerviosa.

Aquel monstruo entonces se movió más rápido, Clara se llevó las manos a la cara, tapando sus ojos con fuerza. Escuchó fuertes golpes que se asemejaban a pisadas arrastradas, leves gruñidos y el aire de la ventana. Ahora no podía echarse atrás, aunque se sintiera consumida por el miedo, y más aun cuando la cama se elevó ligeramente para luego caer con un fuerte golpe haciéndola gritar y al monstruo haciéndole gruñir. 

Su madre siempre le decía que “los más valientes eran siempre los que más miedo tenían”

No creía entenderlo del todo bien hasta ahora, cegada por sus propias manos y escuchando como el monstruo tiraba cosas de su estantería o su escritorio como si fuera algo demasiado grande en un espacio pequeño. Es entonces cuando supo que tener miedo no significaba ser cobarde, eso era algo muy diferente. Porque el miedo es una herramienta, un impulso, algo que la hacía seguir adelante.

Tener miedo no era malo, porque te daba la oportunidad de usarlo para ser valiente y entonces si, dejar de tener miedo. 

El miedo la estaba ayudando ahora mismo a liberar algo que siempre la había tenido aterrada y que su propia incomprensión la había hecho también tenerlo cautivo.

Se escuchó un fuerte golpe, acompañado de un silbido que cruzó el aire para después quedarse en total y absoluto silencio.

Clara bajo las manos lentamente y abrió los ojos sintiendo una extraña paz. Su cuarto estaba muy desordenado, sus libros tirados, sus cuadernos medio rotos y lo que más le llamó la atención. Una pluma de color azul enganchada en el marco de la ventana.

Clara se levantó y cogió la pluma, increíblemente suave y miró a la oscuridad de la noche. A lo lejos, un destello se agitaba, alejándose de su casa. Era hermoso y también muy grande.

Con suavidad cerró la ventana y se metió en la cama con una sonrisa, sabiendo, que al igual que todo no era lo que parecía, la vida siempre te daba la oportunidad para cambiar de opinión a tiempo.

Nadie se enteró del hecho que aconteció esa noche, ni si quiera la madre de Clara que la regañó duramente por el estado de la habitación. Nunca más Clara volvió a sentir miedo de los ruidos debajo de la cama o de dentro del armario. Al contrario, cada ruido la hacia ser más consciente del mundo en el que vivía de que debía ser valiente, honesta pero sobretodo comprensiva. El único recordatorio de esa noche, es un pequeño cartel, justo debajo de la ventana de Clara, colgado con hilos azules, en el que se podía leer:

                                              “Todos los monstruos son bienvenidos en esta habitación”

                                                                                                         FIN




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