MI PADRE EL EMERGENCIÓLOGO
Al igual que todo niño, siempre hube de sentir curiosidad hacia la profesión de mi padre. Desde que tuve conciencia lo vi entrar y salir, ir y venir, atender su teléfono una y otra vez, pensar, resolver…en sí! Todas esas cosas que los padres normalmente hacen; cada uno a su ritmo cabe destacar.
Como es lógico pensar, no pasó mucho tiempo en generarse dentro de mí la pregunta necesaria: -¿En qué trabaja mi papá?-. Vagamente recordaba que durante mis primeros años de vida siempre estuve rodeado de libros enormes que por su peso y mi curiosidad siempre dejaba caer. Mi padre con una mirada no muy agradable los recogía una y otra vez, nunca supe si era por dejarlos caer o por interrumpir las innumerables horas que pasaba concentrado en sus cosas. Aunque no lo dije en su momento siempre tuve envidia, envidia porque no era yo al que dedicaba su atención; sin embargo algo me hacia entender que lo correcto era que él; mi padre, hiciera lo que hacía.
Otras veces, salíamos súbitamente de casa, pernoctaba horas en el carro de papá. Él entraba y salía una y otra vez de sitios distintos y decía: “No demoro”. -A veces si demoraba, y mucho. La mayoría de las veces demasiado-. Eso tampoco me agradaba, pero por alguna razón también entendía que mi padre hacia lo correcto.
Un día, cuando ya no me sentía tan pequeño; tome fuerzas para enfrentarme a la figura imponente que representaba mi padre para mí y dije con voz temerosa: -quiero entrar contigo-. Sinceramente fue más la curiosidad que el deseo de no estar indefinidamente esperando a papá; este se detuvo un momento, me miró y con algo de incredulidad dijo: -pero te portas bien, recuerda que papá está trabajando-.
La experiencia no fue muy agradable, por lo menos no para mí en ese momento. Papá trabajaba en un lugar bastante ajetreado; personas entraban y salían, otras gritaban, otras corrían. Algunas no se veían bien, otras se veían muy mal. Pero por encima de todo hubo algo que marcó mi vida para siempre; alguien dijo: -Dr. menos mal ha llegado, lo estábamos esperando….-. ¿Sería posible que mi papá, ese hombre que siempre iba y venía…? (sentí un frío enorme por todo mi cuerpo, de esos que solo he vuelto a sentir un par de veces en mi vida.) -Mi padre era médico!!!- deduje.
De inmediato muchas cosas comenzaron a tener sentido, pero otras eran muy difíciles de asimilar; por ejemplo: ¿Por qué en el carro de papá no había una bata blanca en el espaldar de su asiento?, ¿Por qué papá escasamente usaba camisa en ciertas ocasiones?, ¡corbata jamás!, ¿Por qué papa siempre andaba de jean y zapatos de goma?, ¿Por qué papá…?.
Mientras todas esas preguntas pasaban por mi mente no tuve otra opción que permanecer callado en un rincón mientras veía a mi padre hacer cosas que en las películas normalmente no sucedían de la misma manera; papá seguía siendo el mismo, zapatos de goma, aspecto relajado, resolviendo problemas, las personas (incluyendo “doctores de verdad”, o sea con batas y esas cosas) iban y venían preguntándole cosas a las que él (con la calma que lo caracterizaba) respondía serenamente como si todo estuviera bajo control; como si nada fuese desconocido para él -pidiendo prestado un aparato de esos que se colocan en los oídos para escuchar el corazón de las personas cada vez que tenía que hacerlo-. Eso me generó mucha risa: -Papá seguía siendo el mismo, je je- (sonreí internamente para no ser inoportuno).
Aunque he tratado de recordarlo muchas veces en mi cabeza, jamás he podido definir cuanto tiempo estuvimos ahí. Pudieron ser horas, incluso días y jamás hubiese notado la diferencia. Solo seguía anonadado entendiendo tantas cosas acerca de mi padre y en mi mente rodaba la idea una y otra vez: -¿Dónde está la bata de papá? Al fin entendí por que el “regreso pronto” de papá era tan inespecífico.
Aún dentro del agitado entorno, el teléfono de papá sonaba una y otra vez y con esa habilidad que siempre lo caracterizó (la de atender a varias situaciones simultáneamente), mi padre seguía haciendo lo suyo; hablando aquí y allá, resolviendo aquí y allá. -Papá seguía siendo el mismo- (volví a sonreír). Al final, después de ese periodo que jamás pude definir; papá me volvió a tomar de la mano y salimos estrepitosamente al carro una vez más, con rumbo indefinido. Nada ha cambiado,- papá sigue siendo el mismo (pensé y volví a sonreír)-, el nunca lo notó pero desde ese entonces jamás lo volví a mirar igual.
Al llegar al nuevo destino papá dio por sentado que debía llevarme con él. La consulta de opiniones jamás fue su fuerte. -Entendí en ese entonces que quizás estaba acostumbrado a no tener tiempo para hacerlo-. Sin embargo, me resistí, estaba agotado. Preferí quedarme en el carro indefinidamente. Seguía preguntándome una y otra vez: ¿Dónde está la bata de papá? Dormí esa y muchas veces más con la misma pregunta en mi cabeza ¿Dónde está la bata de papá?
Pasados unos días, cuando había tratado de aclarar mis ideas sin un resultado exitoso volví a tomar fuerzas para interrumpir a papá. No es que fuera un pecado hacerlo, papá siempre tuvo tiempo para atender mis inquietudes por triviales que fuesen; pero con el tiempo uno aprendía a entender que era un reto hablar con papá. El siempre escuchaba sin interrumpir lo que hacía (típico de él), seguía haciendo lo suyo y pasados unos minutos (quizás mientras pausaba lo que hacía o pensaba lo que iba a decir) volteaba hacia uno y respondía: ¿Por qué preguntas eso? Era lo más complicado de hablar con papá, para él no existía nada que no tuviese razón de ser.
Entonces, respirando profundo como muchas otras veces pregunté: Papá, ¿Eres médico?. Papá detuvo inmediatamente lo que hacía y giró bruscamente hacia mi; -mi corazón se detuvo-, y con esa sonrisa tierna que solo colocaba cuando hacia una de mis preguntas inoportunas respondió: -Si hijo!, ¿Por qué lo preguntas?-. Papá seguía siendo el mismo, -Pensé!-.
La explicación fue bastante larga, por alguna razón para papá era bastante difícil ir al grano conmigo, supongo que por su deseo innato de aclarar hasta la mas mínima de mis dudas. Muchas veces me confundía más de lo debido, pero nunca lo dije. Cualesquier excusa era buena para pasar tiempo con papá. Lo único que pude entender es que era “médico emergenciólogo”; bueno en realidad el término que usó era mucho más largo y complejo pero papá siempre se las arreglaba para que yo entendiera más fácil las cosas. Papá jamás dejo de ser papá, -aún pienso en eso y sonrío-.
Con los años las cosas fueron siendo más claras, y la vida de papá ya no era un misterio para mí. Era como si hubiese descubierto la identidad secreta de papá. Eso lo hacía más especial. Papá siempre se caracterizó por ser distinto. Eso siempre me agradó de él. Estuviese donde estuviese papá era único, aunque a veces no fuera visto con buenos ojos. Desde aquel entonces papá siempre encontraba una excusa para tratar de aclararme que hacia exactamente un médico como él, papá siempre sabía cuando no le comprendían las cosas y hacía lo imposible por cambiar eso. Así siempre fue papá.
Cada vez era más notable lo particular de la profesión de papá. Estaba más que claro que era médico; si no ¿Por qué otros médicos (de los comunes) le pedían opinión? Hasta una oficina con su apellido en la puerta tenía papá!, y un sello de esos con su nombre con el que me encantaba jugar. Papá siempre me lo quitaba sutilmente y decía: “lo vas a dañar”. Papá siempre fue papá!. Esas cosas aún me hacen sonreír. Pero en mi mente rodaba una y otra vez la pregunta: ¿Dónde está la bata de papá?.
Volvió a llegar lo inevitable: ¿Papá, y tu bata?. -A esas preguntas papá siempre sonreía, mucho tiempo después entendí que eso me hacia especial-. Papá no sonreía con todo el mundo, al contrario; su carácter imponente siempre semejaba un muro impenetrable de esos a los que es mejor rodear o darle la vuelta. Pero en el fondo era un buen hombre, el que lo lograba conocer lo apreciaba. Después de todo era papá. Nunca dejo de serlo!. Al final, aún con su sonrisa y mirada especial que solo guardaba para mí; papá respondió con la misma sutileza de siempre: ¿Por qué preguntas eso?. Así era papá!! Je, je. Su explicación como siempre fue única, tomó unos minutos para comenzar a hablar y respondió:
“Aunque pareciera que es así, en el mundo no existe ninguna verdad absoluta. Veras hijo; tarde o temprano dentro de un sistema surgen necesidades inevitables. La medicina no es la excepción. Así como existen médicos con batas blancas como los de las películas; existen otros que no las usan: por comodidad, por practicidad, por rebeldía tal vez. Lo importante hijo es que entiendas que con o sin bata todos somos necesarios dentro del sistema, y lo que nos hace diferentes no necesariamente nos hace incorrectos..” -iba a interrumpir con un gran “pero…”; pero papá continuó- “los especialistas en medicina de emergencia y desastres, (comúnmente llamados emergenciólogos, término muy práctico que a pocos nos agrada) pocas veces usamos bata porque en nuestro quehacer diario al final es más incómoda que útil. Si algo caracteriza a un “emergenciólogo” en su practicidad…” Así continúo por un buen rato sin dar respuesta concreta a mi pregunta y al final lo único que me quedó claro es que existían otros como papá. Sonreí dentro de mí una vez más y volví a pensar: -Papá, siempre será papá-.
Como a papá no le agradaba mucho hondar en el mismo tema una y otra vez jamás volví a preguntar por su bata, al final entendí que tenía razón. ¿Qué importancia puede tener un convencionalismo por encima de la comodidad?. Aunque papá siempre divagaba en sus respuestas, estas le dejaban a uno muchas más conclusiones de lo que se le preguntaba. Papá era muy hábil y siempre supe que de esa manera evitaba que uno siguiera insistiendo en el tema. -Papá seguía siendo papá-.
Creo que jamás volví a cuestionar la profesión de papá, con solo observar cómo se desenvolvía como “pez en el agua” uno entendía que amaba lo que hacía, y si es así ¿Qué más da si usa bata o no la usa?, ¿Qué más da si va por ahí pidiendo prestado un estetoscopio cada vez que necesita auscultar a alguien?, Ver a papá “el emergenciólogo” haciendo su trabajo era un poema hecho profesión. Si alguien hacia algo de esa manera, con o sin bata; no podía estar equivocado. Y la gente lo notaba, jamás vi tanta empatía con sus pacientes como la que generaba mi papá y sus colegas “emergenciólogos” sin sus batas blancas. Muchos de ellos con aspecto muy particular, incomprendidos y diferentes!! -como mi papá-.
-Si, a pesar de todo mi papá si era médico. Jamás lo volví a dudar!-.
NOTA DEL AUTOR: Como muchos podrán saber, mi padre: Diego Grajales Gómez no fue “emergenciólogo”, estuvo muy distante de ser médico inclusive, pero con su humilde profesión de “ELECTRICISTA” supo llevarme hasta lo que he logrado ser. Valgan estas líneas p ara él y todos a cuantos les debemos lo que somos, es un homenaje para él y para mis hijos, a estos últimos por estar ahí a pesar de las grandes ausencias de su padre “el emergenciólogo”.