EL PAÍS EN EL QUE VIVO

EL PAÍS EN EL QUE VIVO

Les sorprenderá que no comience mi
discurso quejándome por la dura situación que atraviesa mi país, por los
innumerables problemas que lo aquejan, o hablando de estos o aquellos como si
fueran dos especies distintas que intentan tomar parte de un territorio que
les corresponde a todos por derecho.

Ciertamente en un país tan dividido
por corrientes de pensamiento totalmente opuestas solo existen dos grandes
alternativas para expresar un punto de vista: Decir lo que un grupo quiere
escuchar o mantenerse sabia y eclécticamente al margen de la polarización;
porque en el fondo ese el problema. A la mayoría; entiéndase el conglomerado de
ambas partes, le conviene la polarización, porque lo que sí es cierto es que en
la Venezuela de hoy día, no existe una mayoría clara; de ser así el panorama
sería totalmente distinto. Lo que tenemos un país partido a la mitad, un juego
trancado. Esa es la verdad más justa.

Decir lo que un grupo quiere escuchar
es un acierto banal. Automáticamente y sin valorar la relevancia del argumento
te conviertes en héroe o heroína del grupo favorecido y en contraparte, eres
aborrecido por el grupo contrario. Esto también es origen y consecuencia de la
polarización; por tal motivo el primer paso para salir del atolladero en el que
estamos metidos consiste precisamente en preocuparse menos por los que algunos
quieren escuchar y decir (sin miedo a la impopularidad) lo que se tiene que
decir. En eso sí consiste la esencia de la anhelada libertad de expresión. Pero
para eso hay que ser justo con lo justo y empezar por asumir objetivamente lo
que cada uno tiene que asumir. Es la mejor forma de combatir la polarización.

Parecerá para algunos que a juicio de
quien escribe vivimos en un país “normal”, y efectivamente es así. La dinámica
de cualquier sociedad está compuesta por ciclos, estos ciclos contienen picos y
valles; momentos buenos y no tan buenos. El éxito está en saber salir de los
momentos difíciles, pero de estos último solo se sale reconociendo lo bueno de
la contraparte y aceptando lo malo de los errores propios. Todos vivimos los
mismos problemas: inflación, inseguridad, baja calidad de vida,
etc…etc…etc. Pero quejarse y preocuparse (sin ocuparse) del asunto no es la
solución. Descargar las culpas en lo ajeno mucho menos. Eso conlleva a más
polarización.

Más allá del “status cuo” y de los
intereses individuales de cada uno las sociedades crecen en la medida que
entienden sus problemas y necesidades; asumiendo cada quien lo que le corresponde.
Por ese motivo mi discurso carece de culpables, víctimas y/o victimarios. Es mi
aporte individual para combatir la polarización que nos está estancando en este
valle del cual no terminamos de salir.

Para no hondar en la retórica, pudiese
gastar miles de líneas en analizar problemas que quizás jamás vamos a poder
resolver pero; eso no son más que líneas muertas y de eso ya tenemos bastante.
El país que todos queremos requiere cambios radicales, esos cambios empiezan en
lo individual. Lo colectivo llega por añadidura. El error más grande es que
seguimos creyendo en “un mesías” redentor de todos nuestros problemas y eso es
una utopía. Para crecer como nación debemos empezar por nosotros mismos, lo
fugaz es momentáneo. El verdadero cambio que necesitamos llegará cuando nos
dediquemos a hacer lo propio sin esperar que otro lo haga primero.

El país en el que vivo (y aquí quizás
favorezca la polarización) es un país hermoso. Lleno de potenciales que la
mayoría ha menospreciado buscando sueños en el extranjero que son producto del
trabajo de otros. El país que queremos y necesitamos está aquí, pero hay que
trabajarlo. Creer que la dicha nos caerá del cielo es un gran error del
pensamiento contemporáneo, el rentismo petrolero va en declive. Quizás eso es lo
mejor que nos pudiese pasar.

Tratando de ver el vaso medio lleno y
no medio vacío (como la mayoría prefiere verlo) resulta obvio que las
condiciones actuales del país son más difíciles de las que cualquiera pudiese
desear, pero precisamente es la crisis la que permite que los pueblos expresen
lo mejor de sí y se superen a sí mismos sin dejarse superar por ella. Huir es
la peor de las opciones porque dar la espalda a los problemas es la salida más
fácil, la más práctica pero también la menos ortodoxa. Superar obstáculos hace
fuertes a los débiles y sabios a los fuertes.

El país en el que vivo, de ese que
todos hablan mal aún cuando lo han dejado atrás sin por lo menos agradecer los
años servidos está lleno de debilidades infundadas. Infundadas porque a pesar
de que pareciera ser hoy día el peor de los horizontes muchos siguen estando en
el “a conveniencia”. Muchos migran y se quejan por no estar en él pero no están
dispuestos a pagar la cuota de responsabilidad que corresponde. ¿En un país
donde casi la totalidad de la administración es pública, quién es el
responsable de su estancamiento?. Aquí no entro en más detalles porque generar
polémicas infructuosas no es la solución, esto solo genera más polarización de
esa con la cual se nutre “la mayoría”.

Para los que tenemos la dicha de
recordar momentos “de gloría”, es necesario que hagamos entender a las nuevas
generaciones que nuestra realidad actual era totalmente predecible. Un país que
jamás se preocupo por fortalecer el sector primario, por depender menos del
petróleo y más del trabajo de producción de otros rubros, un país que
despilfarró hasta la última gota de los que pensó que jamás se iba a acabar, un
país como el nuestro no tenía otro camino que tocar fondo…y lo tocó. Es ahora
el momento pues de empezar a subir, pero con trabajo duro. Ese es el compromiso
que “la mayoría” no está dispuesto a asumir. Y así queridos amigos, estamos
condenados a la desgracia, a la mediocridad, a la autoflagelación eterna y al
estancamiento social (para no hablar de decadencia).

Pero el país en el que vivo, y en el
que deberíamos vivir todos ha aprendido. Las crisis traen más cosas buenas que
perjudiciales. Lamentablemente no enfocamos en exaltar lo menos apropiado.
Nuestra Venezuela de hoy día a aprendido “a golpes” que el trabajo dignifica al
hombre, y el hombre digno impulsa un país. Solo nos falta repetirlo hasta que
“la mayoría” lo creamos. Cada vez estamos más claros que los caminos cortos no
generan soluciones concretas, aunque muchos (cada vez menos) sigan apostando a
los grandes males sociales de nuestra última década.

El país en el que vivo aprendió que el
petróleo no es eterno, y la sabia naturaleza social lo ha llevado hasta la
mínima expresión de su importancia aunque algunos aún sigan esperando ser “mal
amamantados por el tetero de petróleo que se acaba”. Hoy día (tal cual como los
países que adoramos) mucha más gente utiliza medios alternativos de  transporte. Mucha más gente comparte
vehículos (aunque sea por necesidad). Mucha más gente camina. Mucha más gente contamina
menos. Si eso nos ha quedado de la crisis, bienvenida haya sido.

El país en el que vivo aprendió a
reciclar, aprendió a simplificar, aprendió a compartir. Hoy día usamos menos
servilletas de papel, menos menajes desechables, menos recipientes plásticos,
vemos productos en cajas de cartón reciclado, llevamos bolsas ecológicas a los
supermercados. Si eso nos ha quedado de la crisis, bienvenida haya sido.

El país en el que vivo ha aprendido a
preservar el agua potable, a economizar energía eléctrica, a conservar desechos
de manera apropiada, a aprendido a vivir solidariamente con la naturaleza. Si
eso nos ha quedado de la crisis, bienvenida haya sido.

El país en el que vivo, y en el que
espero seguir viviendo no es el mismo de hace 30 años y que bien que no sea el
mismo, porque de lo contrario no habríamos aprendido nada. La bonanza aunque
pareciera ser el tesoro más codiciado “por la mayoría”, nos hace “flojos” de
pensamiento, cercena nuestra creatividad, nos hace mediocres por no necesitar
pensar en el mañana.

El país en el que vivo necesita
indudablemente una “memoria indeleble” para no olvidar jamás de donde ha venido
y hacia dónde se dirige. La Venezuela de hoy día necesita ciudadanos
emprendedores dispuestos a sobrevivir a la crisis sin huir de ella. Porque si
con un contexto tan desfavorable hemos podido seguir adelante como país, el
futuro que nos espera es bastante prometedor. Pero hay que armarse de
paciencia, esa que “la mayoría” no está dispuesta a tener.

El país en el que vivo necesita efectivamente
un cambio, pero el más importante es el cambio de pensamiento del habitante
común; ese “como tú” o “como yo” que nos levantamos todos los días a hacer un
país bonito, un país que sigue sonriendo a las dificultades y que  nos hace hoy más que nunca “VENEZOLANOS”.




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