Ayer y cada Noche

Ayer y cada Noche

Ayer
desperté a las cinco después de apenas una hora de sueño, pensando en
ese bendito frío antes de entrar a la ducha y en que a veces el agua
helada enrojece las miradas. Recordé que casi todo mi ropa es oscura. Salí de casa sabiendo
que iba a regresar al día siguiente.
Fumé un cigarrillo en la puerta del
bar cuando apenas eran las siete. Compré una cerveza alrededor de las
diez. Fui el primer cliente y la última persona en salir, pasadas las
tres y cuarenta y aún con una bebida en la mano. Subí a la parte de
atrás de una Ford Pick-Up rojo brillante, como los ojos de los muchachos
de la barra cuando abandoné el lugar. No recuerdo el trayecto a casa,
pero conservo la sensación de la brisa que me despeinó gentilmente hasta
que bajé de la camioneta. Me despedí confundida mirando absorta las
fachadas del casco central. Las visagras muy viejas tienden a rechinar.
Me tumbé en la cama queriendo no
respirar, y no estaba triste, pero sentí ganas de correr muy rápido y
muy lejos. !Qué ganas tan absurdas de correr! Y es que, se podía oler el
rocío, la tierra mojada, el aire limpio, pero ya se venía la mañana y
no sabes cuánto odio la mañana. Quizás si corría lo suficientemente
rápido alcanzaría a la noche en una nueva cuidad, y moriría en el banco
de una plaza cansada de correr, felíz por no haber visto un último rayo
de sol. Cuanto más cómodas son las sábanas, más incómoda se vuelve la
ropa. Y dibujo polillas, se cuartean mis labios, y se salan mis
mejillas. Cuanto más ligera pasa la vida, se angustia en espera el
subconsciente, planeando un escape más inteligente o una más dramática
huida.




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