Una verdadera suerte
Hacían eco los
primeros rayos de sol en esa mañana tan nublada. No acertaría a afirmar cómo
comenzó todo. Solamente recuerdo a todos los miembros de la familia saltando de
alegría. Los pequeños estaban en la plaza jugando a los toros. Habían pasado
también un tiempo divirtiéndose con los más refinados de palacio y el juego de las estatuas. Era algo inadmisible
hasta ayer y Alejandra reía a carcajadas con su madre por ello.
Aquel salón
repleto de emociones rebeladas y botellas de champagne. Me siento orgullosa de puntualizar que no dejaron ninguna
en el puesto de la esquina. Esa jornada, el tendero también se alegró mucho de
su buena suerte.
–
Se lo merecen más que cualquier otra familia de esta
ciudad, son muy trabajadores- concretaba él.
Recuerdo a
Alejandra durante su niñez repleta de carencias: le faltaban muchos juguetes y
escaseaba la comida, mas tampoco estaba conforme a nivel afectivo y emocional.
Su padre siempre decía que, si te toca una vida de pobres, como la suya, no
podías ir por ahí sonriendo. Él, quien se creía el sustento de la familia, les
llevaba a sus tareas del mar.
–
Eso de la escuela es secundario cuando se tiene que
comer- repetía hasta la saciedad.
Magnífica adolescencia
que, a pesar de no ser una etapa fácil, a ella le cambió la vida
considerablemente. Todo comenzó el día menos esperado. Era la fecha de la
lotería de Navidad: Un año cualquiera, una fecha más en el mes de diciembre. En
su casa jamás le dieron importancia y no creían que la suerte algún día
alcanzaría sus propios bolsillos. Pese a esto, son muchas las veces que un
suceso tiene que ocurrirte a ti mismo para que admitas que puede ser real.
Empezó a estudiar
en serio. Las mañanas en el instituto constituían cientos de instantes de
diversión asegurada.
–
Sabemos lo que queremos y no lo dejamos escapar, ¿no
crees que en eso consiste la vida? –apostaba Katia, una de sus mejores amigas,
siempre que conocían un chico de esos que daba gusto mirar.
Desarrolló la
capacidad de entender el momento presente y saber apreciar cada una de las
pequeñeces del devenir. Aprendió a arriesgarse, luchar y sus relaciones
personales eran fructíferas, es decir, sin miramientos ni conveniencias.
–
Me siento tremendamente afortunada de poder contar con
este grupo, quienes están en las buenas y las peores- le decía a su mamá. –
Jamás creí posible tener tal conexión con todos y que llevemos a cabo cada una
de las ideas que se nos ocurren.
Consiguió romper
con los límites que se había impuesto desde pequeña. Percibía su existencia de
una manera distinta, y, a partir de ahí, ya no volvió a ser la misma, amaba ser
quien era por completo. O, al menos, eso creía.
–
Hermana, tienes la mejor oportunidad de tu vida para encontrar
el amor. Te quieres tanto que vas a poder entregarte sin dependencias ni
rencores de ningún tipo. Y ya vas teniendo edad para ello- apuntaba su hermano
mayor.
–
Raúl, el amor no llega, tienes que ir a buscarlo. Si tú
no te mueves, jamás va a surgir una relación con alguien- defendía con
determinación.
Una tarde de otoño,
observaba el mar, que siempre le hacía serenarse y llenar su vida de energía
positiva. Nunca tuvo duda alguna de que era un lugar mágico, aunque mucho más
desde que lo vio llegar a él. Tenía la sonrisa perfecta, los ojos verde
primavera y el pelo cobrizo avellana que le daba una apariencia que a ella le
hizo romper totalmente sus esquemas. Se enamoró perdidamente del amor de su
vida cuando lo vio embarcar en el puerto. Bastaron unos minutos y ella
solamente quería perderse en su mirada, esa misma que se detuvo ante la suya al
acceder a la ciudad.
–
Katia, no puedo explicarte cómo, pero desde ese instante,
sé que no existe en el mundo otro igual y que me encargaré de comprobarlo –
relataba con gran entusiasmo reflejado en sus ojos.
El maletín que
llevaba fue un añadido. Desde que se podían permitir todos los lujos que
querían, decidió que seleccionaría mejor el perfil del hombre que podía obtener
su atención y tiempo, tan valioso. Era una mujer más demandada y, en la mayor
parte de las ocasiones, le apetecía escoger basándose en su propio criterio, ir
a por quien quería y jugárselo todo a una sola carta.
–
Quizás salga bien, quizás dure para siempre- pensaba en
voz alta.
Transcurridos unos
meses, lo conquistó. Ese hombre que tanto había soñado, su querido Hugo, estaba
enajenado ante ella. No podía vivir sin su piel. Era su musa, su aliento, su
norte y su razón. Vivían como querían en una mansión cercana al puerto. Jamás
se les ocurrió hacer recuento alguno de los gastos ni de los ingresos. Eran más
que suficientes. Habían conseguido llevar una vida de esas que la gran parte
del mundo envidia: Viajes, yates, limusinas, masajes, servidumbre a su disposición.
–
Lidiamos con las personas más codiciadas de este país.
Asistimos a diversos acontecimientos que otros no lograrán ni imaginarse. Dime
si a esto no le llamo suerte, porque entonces ya no sé yo – sostenía Hugo.
–
No lo designaría así, si no, más bien ventura, porque va
más allá. Sentirte importante al ser uno más en medio de tanta persona afamada.
Poder jactarte de todas tus posesiones, no hay nada igual- sonreía con astucia.
En una ocasión,
incluso, le pidió a su amor que le comprara el bolso de sus sueños para ir al
evento del año. Él jamás le negó nada, era una pieza exclusiva, para una mujer
inigualable y a lucir en un día único. Posteriormente, ya verían qué harían con
ella. Casi con toda seguridad, terminaría en su enorme closet con otros cientos
de artículos que había utilizado como mucho en tres ocasiones.
–
¿A quién le gusta repetir prendas si puedes estrenar una
para cada situación? – comentaba a carcajadas con sus amigas una y otra vez.
Le fascinaba
comprar productos y servicios que no estaban al alcance de los demás. Asimismo,
le gustaba más la cuenta bancaria de su novio que sus detalles diarios con la
intención de hacerle sonreír.
–
¿Traerte el desayuno a la cama? Esas son nimiedades a las
que no sé por qué les das tanta importancia. Hoy por ti, mañana por mí, supongo-
justificaba frente a Katia una tarde de café.
Su pensamiento había
cambiado: sus ideas, aspiraciones, creencias, contactos, sueños. Despertar cada
mañana con el único afán de acumular objetos, experiencias, pretensiones.
Imagino que los que estamos sobre la faz de la Tierra queremos esto, mas, sin
duda, a ella me encantaba llevarlo al extremo. Así era feliz. Disfrutaba de
esas ocasiones. Aunque tras ellos, su vida fuera un completo vacío.
–
Entre las siete maravillas del mundo olvidaron una, que hace
que todas las demás sobren: gastar. Sacas la Visa, expones tu firma y te vienes
cargada de bolsas a este inmenso lar, con la cabeza bien alta y la sonrisa de
oreja a oreja. El mundo te adora- explicaba con satisfacción a Raúl.
–
Solo hay que verte, hermana- aceptaba él.
Llegó una noche
fría de invierno, aún más fría por cada emoción contenida. Era la hora de
cenar. Sonó el teléfono y su pareja fue a buscarlo.
–
¿Quién llamará a estas horas? – se preguntó extrañado.
Descolgó y estuvo
hablando durante largo tiempo con el interlocutor que, al parecer, tenía un
monólogo muy bien preparado, pues Hugo solo optó por decir: Sí, lo entiendo, en un par de ocasiones.
No obstante, cambiaba sus expresiones faciales en numerosas circunstancias y
ninguna de ellas daba la más absoluta confianza de que una buena noticia estaba
por llegar. Al colgar, a Alejandra le mataba la incertidumbre y le preguntó qué
había ocurrido, a lo que él solo acertó a contestar:
–
Me acaban de quitar todas las ganas de vivir. No sé cómo
vamos a hacerlo – abogó con una expresión de desolación y desamparo.
Tras un tiempo de
reflexión, los minutos en los que le contó lo que había acontecido, se le
hicieron una carga imposible de sobrellevar.
–
Mis contactos y mi elocuencia para las transacciones nos
han permitido sofocar nuestros deseos materiales durante varios años. Sin
embargo, lamentablemente, el negocio va a llegar a su fin- hizo una pausa para
respirar profundamente. – Además de las cuantiosas denuncias por parte de los
periodistas, me han dado la noticia de que diferentes investigadores, ilustres
en el campo del hidrocarburo, han iniciado una acusación de la que no saldremos
bien parados.
Durante este
tiempo de idilio, ella y Hugo descuidaron el amor que se profesaban hasta tal
punto que lo estaban dejando morir. Les tuvo que asaltar las más dura de las miserias
para que comprendieran que el amor sin ese ápice de ilusión por conseguir
mejorarlo cada día, no tiene sentido.
Fueron unos
tiempos difíciles, en los que soportar las burlas y recriminaciones por parte
de quienes estaban informados de los últimos acontecimientos, que se habían corrido
de boca en boca, desde pequeños hasta los más ancianos.
–
Es un absoluto desatino que un señor como usted haya
manejado un monopolio de semejantes características durante estos años. El
Gobierno ha tenido que tomar cartas en el asunto y no permitiremos que su
familia acceda a más del cinco por ciento de los beneficios venideros- dictó el
juez tras horas de interrogatorio.
Hugo decidió dejar
el mundo petrolífero. Con el dinero que le quedó tras los numerosos juicios a
los que fue sometido los últimos tres años montó su propio negocio familiar, un
circo.
Jamás creyeron que
algo tan insignificante para ellos pudiera darles tantas alegrías,
aprendizajes, contactos y vida. Nunca supieron regocijarse a cada segundo como
ahora lo hacen. Es la ocasión para valorar la sonrisa de un niño, el olor a
palomitas, la madre naturaleza y esos animales con los que pasan la mayor parte
de su día y de los que tienen mucho que aprender.
Caprichosa la
existencia que tuvo que dárselo y quitárselo todo para darse cuenta de cuán
vacíos estaban.
–
No me quería. De ningún modo viví mi vida porque todo lo
que hacía dependía de la aprobación ajena. No apreciaba mi relación. Desde que
todo cambió, nos hemos vuelto mejores personas y Hugo comenzó a ser una tan
fascinante, que recordé que esa mirada me había enamorado por todo lo que me
decía desde su interior- reflexionaba Alejandra con su hermano Raúl.
–
De eso se trataba, de dejar huella, hermana- afirmaba él
contundentemente.
–
Quizás, aunque, entre tantas cosas que me enseñó la vida,
la mejor lección que me pudo dar fue que ya no quiero que me recuerden por lo
que tengo, si no por lo que soy y por los instantes disfrutados juntos. Algún
día lo entenderás- decía sonriendo.
Despertaron bien temprano y desayunaron un café bien
caliente, placeres del amanecer que nunca observó. Soñaron con todos los
momentos en que su público iba a reír a más no poder y de cuántas veces iban a
recordar lo que aconteció en su espectáculo de la misma manera. Son libres.
Cada día, al despertar, viven sus sueños. Ahora, su historia tiene todo lo que
alguna vez necesitaban para ser felices.
–
Cada mañana puedo disfrutar de ese espíritu de libertad
permanente que me contagian los pájaros. Esto sí que es una inmensa fortuna-
gritaba esbozando una sonrisa.