El día que amé a las princesas
-¿Y si jugamos? – Me preguntó con una sonrisa hermosa.
-¿A qué jugamos?, -Pregunté sin pensarlo.
– A que tú eras un príncipe y yo tu princesa
-¡Claro!, -Respondí emocionado.
-Pero te voy a decir cómo se trata a una princesa, para que sepas cómo le debes hacer.
-Tambaleé unos segundos pero cedí
– ¿Recuerdas cómo conquistaste a mama?
-Por supuesto, conteste algo confundido.
– ¿Me puedes contar primero cómo fue?
– Muy bien, No sabía por qué quería saberlo en este momento pero empecé.
…La conocí un (día) de (mes) del (año)
Fue como si la vida nos hubiera puesto en el momento y en el lugar preciso para que nuestras miradas se portaran en la misma dirección. Como cuando tratas de separar dos imanes pero la fuerza de atracción los une, uno a otro. Éramos jóvenes, adolescentes por no mentirte.
Desde aquel día en que la conocí a través de una mirada, me perdí totalmente por la belleza que ella porta en su exterior, y no tardó que fuera igual por su interior. Cada mañana antes de salir de casa, le escribía una frase, algunos escritos, donde le hacía saber cuánto era lo que me gustaba, que tan bella era y que cada día que la miraba su sonrisa me otorgaba sensaciones extrañas en la panza. “Mariposas”.
Pasaba por lo que en aquel tiempo era su trabajo, le dejaba lo escrito junto con una rosa o un chocolate, por más pequeño que fuera el detalle, notaba como a ella le florecían las sonrisas.
Para cuando empezamos a conocernos un poco más, la llevaba a dar la vuelta, siempre preguntaba a donde le gustaría ir, y lo que ella decidiera era el rumbo que tomábamos. Me encantaba que se arreglara para salir conmigo, me sentía halagado caminar con una mujer como tú mamá; totalmente con una suerte. Tu mamá tiene una belleza de otro mundo. Sobraban los pretendientes para ella; y no dudo que aún sobren unos cuantos.
Siempre traté de hacerla sentirse segura, que fuera ella, y sobre todo, me gustaba hacerme el más tonto con mis payasadas, por qué tenía algo en su rostro que me encantaba. Como lo que está alado de ti.
-¿Un espejo? – cualquiera tiene un espejo papá.
– jajaja…, ¡No! Mira bien en el espejo, esa misma sonrisa que tú tienes, la tiene tu mamá. La heredaste de ella.
Su sonrisa aloca mi ser. Me ponía de nervios que sonriera, me hacía equivocarme al hablar, y aún que era notorio que era por mis nervios, tu madre siempre decía. ¡Ya deja de jugar!. Aún sabiendo que no estaba jugando, todo para hacerme sentir seguro de nuevo.
Aprendí de sus gustos musicales, de aquella banda que detestaba, pero que hacía como que si la novena canción de su último álbum me encantará. “Jamás escuches esas canciones”.
También aprendí a cocinarle su comida favorita. ” no le digas esto, pero muchas veces salía de última hora a comprarla ya hecha”. Bueno es que en verdad quería a tu mamá en mi vida. Se convirtió en toda inspiración para mí. Me gustaba tratarla como una…
-…¿Como una princesa verdad papá?
-Sí.
– Entonces si sabes cómo tratar a una princesa. ¿Por qué has dejado de tratar de esa manera a mamá?
-…
-No recuerdo a ver dicho algo después de esas últimas palabras. Tan solo le di un gran abrazo y cayeron unas cuantas lágrimas por mi mejilla.
“Al crecer te das cuenta que no existen en la vida los príncipes azules, pero que puedes hacer sentir a una mujer como un princesa toda la vida”.