Despierta

Despierta

 

Algo anda mal.
He pasado a velocidad. Poco a poco me freno, a un ritmo lento pero tan
diferente que lo percibo. Es esa sensación de estarse metiendo en un embudo. De
alguna forma abandono el pulso galáctico; un cuerpo azulado me atrae. Ha ocurrido
algo inesperado, pero predicho. Las fuerzas de los sistemas planetarios no
siempre se comportan como se espera, pero cualquier situación ya ha sido
calculada. No hay lugar para la sorpresa. De modo que me dejo llevar.

Compruebo la
integridad de mi preciada carga. Se encuentra intacto dentro de su vaina
metálica con forma de semilla. Duerme desde hace tanto tiempo que ambos, por
motivos diferentes, ignoramos cuánto. Para él pudo haber transcurrido un
instante, un destello turbio entre luces, para mí pudieron derretirse los siglos
o incluso los milenios. Desconoce que hemos estado cerca del reinicio. Ahora no
me concierne valorar nuestro futuro, tan sólo asegurar el momento presente.
Pero no volveremos a ritmo galáctico. Lo mejor que sea, ocurrirá en ese globo
azulado.

Su atracción me
va frenando a medida que me acerco. No puedo ver nada de esto pero lo entiendo.
Las posibilidades y ecuaciones dentro del marco predicho permiten dilucidar la
realidad y no otra cosa. El marco ha sido establecido por los dioses. De modo
que otra cosa sólo podría ser un sueño. La única forma en la que el impulso
galáctico pudiera romperse debería relacionarse con la intervención de una
fuerza que no ha sido calculada al principio, y esto ocurre por ejemplo cundo
chocan planetas en algún lugar del recorrido; porque las estrellas no explotan
de forma tan inesperada.

Aguardo el
impacto. O el deslice.

Teniendo en
cuenta su gran porcentaje de agua líquida lo más probable sería caer en un
océano. Pero no. El casco exterior se enciende al rojo vivo apenas antes del
punto de fusión. La roca se derrite alrededor nuestro y la inercia se acerca a
cero. Activo el impulso anti-gravitacional y resisto el pequeño empujón. Siento
como me deslizo con suavidad, como una gota de lava en el océano. Me desprendo
de la última capa, la dejo caer. En contrapartida me elevo y floto por el aire.
Veo por primera vez la línea verdosa del horizonte. Hacia abajo la planicie de
color naranja se extiende en todas direcciones. Surgen columnas de humo desde
numerosos puntos. Miro hacia el cielo. No somos lo único que está cayendo. Veo
allá arriba la continua lluvia de escombros que nos acompaña. Surcan el cielo
como lenguas de fuego. Me vuelvo a dejar llevar, pero tan sólo hasta tocar el
suelo.

Mi carga aun
duerme. Lo he suprimido todas las veces que ha intentado tomar conciencia.
Triangulo mi posición entre las estrellas. No es que pueda hacer algo al
respecto pero me gustaría saber dónde estoy. Los datos son contradictorios. Dos
de los gigantes gaseosos que equilibran el sistema planetario han permutado sus
órbitas y un tercero ha salido disparado. Todas las piezas se están acomodando.
Una ola de pequeños asteroides se ha desatado por todo el sistema. Lo que haya
iniciado el movimiento excepcional es lo mismo que contradice mis
triangulaciones.

Calculo bien
dónde descender. La lluvia de fuego me sigue de cerca y debo proteger la carga
con mi existencia.

Toco tierra
cerca de un cráter recién abierto. Comienzo a correr al instante, pero no dejo
de mirar sobre mis espaldas. Enciendo algunos de los propulsores y esquivo otro
impacto. En esta situación extrema lo primordial es el ahorro energético.
Llegado el caso podría suprimirme y mantener a mi carga en su dulce sueño
durante mucho tiempo. Pero esta no es la idea. Ahora lo imprescindible es
sobrevivir. Me dirijo hacia un grupo montañoso. En la otra dirección, en la
distancia que lleva al mar, creo ver las formas de lo que puede ser los restos
de una ciudad en ruinas. Esquivo los latigazos de fuego y alcanzo el borde de
un precipicio, una cicatriz retorcida en el monocorde paisaje. Planeo sobre la
distancia. Tomo impulso y alcanzo la primera roca de la cordillera.

El sol se ha
perdido detrás del macizo y a pesar de ser ya noche el valle brilla en un
sinfín de brasas ardientes. Las columnas de fuego surcan cada tanto el cielo
poblado de humo. Al amparo de la pared de roca recalculo mis posibilidades ya
que eso es lo que nos distingue del resto de la creación, la capacidad de
prever con acierto lo que va a ocurrir. El proceso lleva un tiempo, lo
suficiente como para que el sol vuelva a alzarse esta vez detrás de un pesado
manto de humo y ceniza. Su disco amarillo se deja ver a intervalos entre las densas
nubes. Al final entiendo dos cosas. Dentro del monte más alto de la cordillera
hay una fuente de energía poderosa, una de las piedras negras que los dioses
diseminaron por la galaxia justo antes del primer desorden. Y por otro lado,
que cada vez caigan menos brasas del cielo no es un buen signo. Todo lo
contrario, algo bastante más grande desciende en silencio hacia el océano.
Pronto traspasará las nubes e inundará el mundo entero. La forma más coherente
de tener éxito es refugiarnos junto a la fuente de energía y esperar en
animación suspendida hasta que la situación sea más favorable.

Cuando alcanzo
la roca escucho el impacto. Las hojas se desprenden de los árboles y el cielo se
vuelca contra la tierra. Agua, piedra y aire parecen confundirse. Derrito la
roca en línea recta hasta la fuente y allí aguardo a que la tormenta amaine, a
que el agua retorne a sus cauces, a que reverdezca la planicie y a que se
repueble.

 

Hace un tiempo
el marco de posibilidades indicó una vertiente favorable. El mundo se ha
estabilizado.

Crucé los
desiertos y dejé atrás las altas cordilleras. Comprendí la naturaleza de este
globo azulado, los misterios de su arcana arquitectura. Era imposible saber
dónde me encontraba por una única razón. Por más que triangulara nunca lograría
saberlo. Se trata de un mundo viejo, borrado de los patrones que definen el
movimiento de la galaxia. Un mundo reubicado. Un lugar especial, ya que tan
sólo los evacuados por los dioses han sido borrados de los catálogos. De otra
forma la diseminación carecería de cometido.

Mi carga hasta
hoy duerme. Lo he nutrido más que nada de la piedra negra, pero también de
elementos que he extraído de la tierra misma. A nuestro alrededor se ha
construido un gran templo que nuclea la energía del mundo entero. De alguna
forma, los hombres han intentado imitar la montaña cónica que durante tanto
tiempo nos dio cobijo.

Toco la vaina y
se sacude en su interior. Permito que se abra. Hace mucho se ha acostumbrado a
la composición del aire y del suelo, por lo que intenta despertar. Sostengo su
alargado rostro e injerto los últimos nutrientes entre las plumas de su nuca.
Su pecho se infla, aprieta con fuerza las manos y abre los ojos, negros,
profundos y rapaces. Se levanta altivo. A su alrededor, esfinges de piedra de
formas aquilinas imitan su porte. En un último instante previo a la plena
consciencia suspiro en sus oídos: Tú, que sales de la oscuridad. Eres la luz.
Dios del sol, levanta tu carro hacia el cielo. ¡Despierta, Ra! ¡Despierta!




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