EL PLATO PERFECTO
El perfeccionismo es la alternativa a la felicidad.
Algis Arlauskas
ENTRANTE
Alrededor de un corazón de chocolate, le abraza unas briznas de azúcar espolvoreado. Un dulce postre para el paladar. Esto podía ser el mejor plato jamás hecho.
¿Es posible? ¿Cómo se logra? Siempre tuve esas preguntas. Y mi historia trata de respuestas, o más bien de buscarlas entre unos fogones que parecían fugaces y que al final me ataron de por vida a una chispa especial. Y a esa chispa la llamé “felicidad”.
1ºPLATO
Tenía 18 años cuando decidí estudiar Hostelería. “Mi pasión”, me dije. Es lo que movería mi vida hasta que muriera.
Estudié en Artxanda, Bilbao. Me desplazaba en coche todos los días. Estaba realmente entusiasmado. Quería aprender a hacer el plato perfecto.
En clase, la profesora me decía: “Sigue los pasos de la receta. Practica. Lo acabarás logrando”. Nunca lograba resultados. Me resultaba complicado así que me esforzaba al máximo. Por las noches, al llegar a casa, ensayaba con la cena para seguir mejorando. La cocina acaba siendo un caos, o peor aún, un vertedero irrespirable.
A medida que avanzaba el curso, ya entendía los ingredientes que se necesitaban y cómo usarlos. En los ratos de descanso me imaginaba siendo un gran cocinero que abría su propio negocio, al que le aplaudían por su trabajo o que al menos me lo reconocían.
Mientras mis sueños seguían hirviendo, me aprendí las recetas básicas de una manera perfecta. Mis platos eran técnicamente inigualables porque nadie lo podía hacer peor que yo y mucho menos igualarme. No salían como esperaba. Me pasaba de las cantidades o me quedaba corto. Además, “la presentación” me decían que era un “circo” y que yo era el anfitrión. No estaba satisfecho. No llegaban logros. A los platos les fallaba algo. Pero… ¿el qué?
Pasé horas, días sin dormir. Pensando, dándole vueltas. ¿Qué pasaba en mi cabeza? ¿Por qué siempre sobraba o faltaba algo? ¿Era yo? ¿Eran mis manos? ¿Me golpeaba contra un muro de esperanzas que no era real? La frustración enfrío todas las ideas que detallé en mis sueños. El camino a seguir era sencillo: la perdición incontrolada.
Tras meses ensayando y mirando los libros, los cerré, y mis ojos, al menos por un momento. Y pensé: “¿Cómo voy a conseguir el plato perfecto solo con libros?”. Así que encendí los fogones y me puse a practicar por mi cuenta y riesgo. Ensayo y error. Y así, descubrí lo que me hizo famoso…
POSTRE
Conseguí reconocimiento gracias a mi plato estrella:
Un día, realicé una comida e invité a todos los del vecindario y tras sentarse todos en la mesa, un anciano me preguntó:
— ¿Cómo lo preparas? ¿Puedes decirme la receta?
— Los ingredientes si quieres.
— Ya, entiendo. No quieres desvelarnos tu secreto.
—No es eso. Es sencillamente imposible.
— ¿Qué clase de cocinero eres? Cojo un libro de recetas y me entero de más.
— No te lo recomiendo.
— ¿Por qué, si puede saberse?
— ¿Sabes cómo logré el plato perfecto?
— Si no te molesta contarlo, sí.
— Bien. Al principio quería hacer algo imposible: seguir una receta. Y no me refiero a la cocina, me refiero a mi vida.
— ¿Cómo que a tu vida?
— La vida es como la cocina.
— ¿Qué?
— Sí. Mira. El plato perfecto en cocina es como la felicidad. Muchos siguen la receta de los “mejores cocineros y cocineras” paso a paso y quieren conseguir los mejores resultados. Yo también era así, pero, entendí que en mi vida no podría conseguirlo siguiendo una receta.
¿Sabes lo que me dije?
No busques la receta ideal, encuentra los ingredientes adecuados. Cuando los tengas, combínalos, no hay un paso igual a otro. De esta forma, saldrá el plato perfecto y sírvetelo. Es totalmente tuyo.
La cantidad de ingredientes, el sabor y la presentación tienen muchos matices. Dependen de cada plato pero todas tienen en común los mismos ingredientes, dar el máximo sabor al degustarlo y que la presentación lo haga brillar. Así es la felicidad de cada persona.