Sobre océano y añoranza

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Sobre océano y añoranza

Si el océano llegase hasta aquí, si rompiese en espuma y, pacientemente, tallase la piedra impasible. Si ocultase con estruendo los rumores que anuncian el final de los días, si no hubiese más luz que la que se desliza sobre un horizonte incendiado. Si entre sal y bruma se desvaneciesen las horas. Si todo fuese ocaso ante mí y el cielo estuviese colmado por interminables bancos de aves marinas, también así me seguiría sintiendo profundamente feliz.

Si se rizase de nuevo mi cabello y, entre sus ondas, se cobijase toda la infinita humedad en suspensión de un invierno en la costa. Si el sol golpease con furia de nuevo mi frente, rescatase el azul de mis ojos e iluminase cada recodo de mi rostro de niña. Si volviesen a mí todas y cada unas de las costumbres, todos y cada uno de los recuerdos y añoranzas, todavía así seguiría siendo profundamente feliz.

Porque no he quebrado la serenidad de mis tardes tranquilas y viajado hasta este rincón del mundo, para vivir abrazada a nostalgias. Porque, tal y como hemos acordado, a ninguno de los dos se nos ha olvidado respirar. No hemos extraviado sombra y sentidos en una absurda búsqueda de momentos imposibles, gastados por tanto querer recordar. Porque he aprendido a renovar el atrezo de cada una de las mañanas, las vistas que me saludan y hasta la cadencia del vaivén que siempre me ha mecido entre nostalgia, emoción desbordada, profunda añoranza, seguridad, amargura por no verte, ilusión por contarte. Todo para limpiar de costumbre la piel de mis manos, todo para sentir el tiempo doblegado, rendido a mi criterio. Todo para seguir siendo profundamente feliz.

Ahora camino calle abajo, entre áspero hormigón. Recorro paisajes retorcidos hasta mudar en fastuosos bosques inertes, rebosantes de color y caos. Siento que las aceras anticipan mis pasos, mis desnortados cambios de dirección. Nacen, no estaban antes allí, y se depositan justo bajo mi pisada. Me conceden el privilegio de convertir mis huellas en la primera mácula de su historia, el honor de tornarlas mundanas a cada paso. Camino calle abajo, entre perdida y somnolienta, entre excitada y teatral; fingiendo que la normalidad lo invade todo, que la felicidad ha sido siempre natural en mí. Mientras, mis pulsos palpitan y mi orgullo se eleva como pocas veces antes lo había hecho.

En esta ciudad sin costa, sin ronroneos de mar aletargado, sin bramidos de océano enfurecido. En esta ciudad oscura todavía hay noches que hieren. Siempre las ha habido. Pero aprendo a abrazarlas y buscarles cobijo. Descubro el arte de endulzar añoranzas, la sabiduría de cómo naparlas de densa ilusión. No me detengo a contemplar estelas, sé que hayan nacido torpes, precisas y firmes, o profundamente difuminadas; ellas permanecen… y permanecerán… dispuestas a ser rememoradas. Por fin comprendo que no hay tiempo insalvable, ni distancia que se vuelva eterna para quien ha decidido partir. Confío en que la memoria me guarde, sé que puedo construir recuerdos mejores, vivencias cruciales. Sé que existe un futuro en donde poder compartir la vida que ahora me inunda, las sencillas hazañas que esculpen mi recién estrenada armonía.

No puedes escucharme, pero murmullo en silencio canciones que antes sólo imaginaba gritar. Melodías que te descubren que, aquí y ahora, pese a todo, sin océano y luz, me siento y soy profundamente feliz.

Foto de portada: “day seven – unintentionally moody, por Lucy Maude Ellis

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