“Todos somos monstruos”
Le dije a mi madre que yo asearía mi habitación, pero las madres siempre se adelantan, quizás algún día entenderé el porqué están tan ausentes a pesar de estar presentes. Mientras sacudía un mueble de madera descubrió que uno de los cajones estaba mal cerrado, intentando como siempre reparar lo de fuera, nunca lo de adentro, se empecinó en ser carpintero, forcejeó tanto con la madera que termino por sacarlo por completo de los rieles.
Yo en tanto, me encontraba en una ladera que da justo a espaldas de nuestra casa y dónde después de cierto tiempo vengo a honrar la tierra y le ofrezco una que otra ofrenda, hay algunas indignas, esas las desecho como lo que son, basura.
A pesar de no estar cerca para escuchar el ruido del cajón que mi madre provocó, mi espíritu sintió algo. Me adelanté lo más que pude, pero no evite que viera lo que escondía.
Al verme entrar por la puerta, enmudeció por segundos, sus ojos pequeños casi salían de su órbita, con el poco aliento que le quedaba, temerosa, me preguntó:
“Puedes decirme qué es esto?, qué haces por las noches cuando sales a hurtadillas?”; si hubiese estado al pendiente de mí desde pequeña las cosas seguro no serían así, le habría contado, seguro, porqué me pregunta eso ahora?, no me la comí porque la Luna aún no estaba en creciente y soy respetuosa de las fases, del orden, del mío.
De día yo era una niña obediente, “haz esto”, “ponte a rezar”, “no salgas”, “cuida a los más pequeños”, “tus ideas son absurdas”, de noche era una cazadora; cazaba hombres y me los comía, sólo ofrecía los testículos de aquellos cuyas manos me gustaban.
Ese día que casi todo se supo, ella no me miraba a los ojos, confieso que sentirla así me regocijaba un poco. Poco después al llegar mi padre, hablaron apartados de lo sucedido, él no emitió juicio alguno, no dijo nada. Absolutamente nada.
Al caer la noche y después de haber realizado las actividades que no me correspondían, me fui a dormir, sentada en la cama recitando plegarias, mi padre se asomó a la puerta, nos miramos como siempre, no puedo explicar cómo, pero nos entendíamos. Asomó un poco más la cabeza y me susurró:
“Ya duerme, hoy no es día de salir”. Sonrió, me dio la bendición, apagó la luz y perdí su silueta entre la oscuridad.
Esa noche comprendí que todos tenemos dos polos, decidimos cuál alimentar y en aceptarlo reside en gran parte continuar el camino, aprender y sobre todo, trascender.
Gina Vázquez Martín del Campo