EL MONSTRUO
Llamé a la puerta de la noche para escribir el último capítulo y me abrió un monstruo. Ahora todo está desapareciendo. Las letras, la numeración, los pasos del asesino, el bajo instinto de mis personajes, ellos… Me aferro con fuerza a la esquina de la tercera página e intento escribir: continuará. No es la primera vez que dejo un texto en suspenso. Imposible maniobrar bajo tanta presión. “Reniega de tu obra”, grita con ese aliento de muerte que tienen los seres acostumbrados a devastar. Me acurruco horrorizada de ser derrotada por algo que no existe… porque los monstruos no existen, me digo. “Pero los miedos sí”, responde él, con una insaciable sed de humillación. Y entonces entiendo lo que quiere de mí: yo soy el punto final.