21 de septiembre.

21 de septiembre.

Soy Julio, tengo 67 años, vivo en Madrid. Estoy casado con María desde hace cuarenta años, cuando la conocí a los veintidós era una chiquilla hermosa de diecisiete, con un buen culo, ojos marrones y mucha clase, jamás imaginé entonces que sería con ella con quien pasaría el resto de mi vida. Tenemos un solo hijo y tres nietos. No estoy presentándome ante nadie por si eso es lo que parece, hace unos años ya, que estoy padeciendo alzheimer y solo me repito estos datos para cerciorarme de que éste es un momento de lucidez de los pocos que me quedan. Es jodido padecer alzheimer. Yo sabía que de joven se me olvidaban demasiadas cosas aunque realmente no sé si eso tenga algo que ver. Recuerdo que mi madre me decía que solo recordaba lo que me convenía y puede que hubiese sido cierto, quisiera apuntarle que ahora ni eso. Es raro pensar, que suelo recordar más cosas de mis buenos tiempos que de los de ahora. Puedo recordar grandes momentos: cuando nos mudamos a España, cuando me chorié el coche de mi viejo, la boda de Esteban, cuando salió campeón el Aleti en 1996, el día que conocí a María.

Es jodido padecer alzheimer pero no tanto para mí como para mis cercanos. Cuando me voy “al otro lado” como me gusta llamarlo, soy como un bebé, no me entero de nada. Pero sé que mi familia y mis amigos si están ahí y me convierto más en un propiciador de momentos incómodos, tristes o ambos. Como cuando olvido el nombre de mis nietos o cuando le pregunto por su primera esposa a mi hijo Carlos frente a la que tiene ahora. Por suerte siempre está María para susurrarme al oído y despejar la niebla de mi cabeza. Ay, María, como te compadezco. Me gustaría despertarte para decirte tantas cosas pero es muy tarde por la noche y sé que estás cansada de cuidarme todo el día. Admiro y valoro mucho tu firmeza y todo lo que haces por mí, desde que me levantas y me recuerdas donde está al baño y donde está la cocina, cuando te aseguras de que me haya puesto los calcetines, cuando te empeñas en mantener vivas las conversiones aunque yo me pierda a cada momento, cuando te aguantas las ganas de llorar frente a mí. Siento haberte metido en este lío, María, de verdad. Cuando nos conocimos hace veintidós años en aquel viaje por Galicia y te ofrecí mi amor, no pensaste que costaría más de lo que te decía. Ninguno de los dos lo hizo, éramos jóvenes y solo pensábamos en nuestros sueños y en amarnos.

Esta noche ruego a Dios porque me regale otros momentos de claridad, no porque me importe seguir siendo, tuve una buena vida. Sino porque necesito poder hablar con María antes de que no recuerde su nombre o el mío. Necesito tiempo, tiempo para agradecerle por tener la obstinación inmensa de permanecer a mi lado, tratando de hacerme feliz a pesar de todo. Y sobre todo necesito poder decirle una última vez que la amo, por si un día me voy al otro lado y no soy capaz de regresar.




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