Por el amor y el odio
El piso de mármol reflejaba los personajes decadentes, elegantemente ataviados. Seda y raso por todos lados. Miradas lánguidas, risas superfluas cuyos dueños se movían cadenciosos al compás de la hechizante música de cuerdas.
La araña fantástica proyectaba su luz arrancando hermosos tonos en el vestuario de las elegantes damas. Dedos parsimoniosos sujetaban el cristal finamente esculpido y lo llevaban a los voluptuosos labios degustando un vino exquisito.
Máscaras de encaje ocultaban rostros pálidos, como queriendo esconder vergonzosos pecados.
Hombres y mujeres se emparejaban susurrando, ofreciendo manos enguantadas para ser guiadas y danzar como ninfas oscuras a la espera del rapto lujurioso.
Entre ellos, sin que lo notaran, se desplazaba la muerte engalanada. Seductora y tenebrosa.
Como en medio de una cacería se deslizaba con pasos elegantes, buscando la próxima presa. El ansia de sangre se hacía presente. Alto y esbelto, vestido de negro, tenía una apariencia sublime. Sus largos y sedosos cabellos plata recogidos graciosamente en su espalda, los ojos violetas enmarcados por un manto de espesas pestañas y en el rostro joven y atractivo, la sonrisa eternamente en sus labios mientras se movía arrancando miradas entre hombres y mujeres por igual.
Ella desde lo alto de la escalinata de mármol lo miraba fijamente. Sus hermosos ojos azules llamaban a los otros violetas. Lentamente volteó hacia ella. Sin apartar su mirada de la delicada figura, beso la rosa que llevaba en sus manos y sonrió seductoramente. Ella en cambio le miraba desafiante. Las preciosas pupilas impregnadas de odio, solo sus ojos mostraban el sentimiento que se agitaba en el interior, de aquella por demás serena e indiferente a todo el lujo que la rodeaba.
Descendió sin percatarse de las miradas ávidas, que seguían su figura elegante enfundada en un sencillo vestido de seda azul celeste de corte imperio. El rostro de delicados rasgos cubierto por el antifaz plateado, mientras la boca de un rosa intenso se curvaba con desprecio. Su cabello cobrizo, ligeramente rizado daba reflejos dorados ante la luz de la fabulosa lámpara. Ella era ajena a su subyugante belleza y lo que provocaba en los demás. Solo un objetivo en su mente. Una obsesión perenne. La compulsión del deber.
Lo siguió entre la multitud. Lo perdió entre el mar de cuerpos que bailaban indiferentes a todo. Sentía crecer la ansiedad ante el encuentro. Esta vez sí acabaría con él. Como debió hacerlo desde la primera vez, pero sus ojos amatistas se clavaron en su alma y ahora la perseguían inclementes sin otorgarle descanso. Un anhelo imborrable se había adueñado de su corazón desde que lo vio años atrás.
Recorrió el salón rodeado de ventanales enormes, abiertos hacia el jardín donde flores multicolores esmeradamente cuidadas arrojaban su aroma al interior de la fiesta.
Allí lo vio.
Con su andar elegante, su aura oscura y poderosa, el vampiro antiguo le sonrió.
Fue tras él decidida. Un joven hermoso dormitaba en uno de los sillones… O quizás no dormía. Notó un par de finos hilos de sangre correr desde el níveo cuello ocultándose en la camisa de seda.
Aceleró el paso. Persiguiéndolo ahora como siempre, desde hacía años
Se adentró en el laberinto de verdes paredes. Sentía su presencia, pero no lo encontraba.
Una risa cristalina la envolvió. Sintió como la oscuridad se cernió sobre ella, robándole el aire. Le costaba respirar.
El aliento cálido en su cuello, las manos frías alrededor de su cintura y la risa hechizando sus oídos. Se comenzó a perder en el mar de sensaciones que el vampiro provocaba en ella.
Resistir, asesinar al vampiro… Era tan difícil…
El la miró con intensidad aproximando sus labios a los de ella, tirando de su cuerpo para acercarlo al suyo.
—Te amo, siempre ha sido así y siempre lo será y tú estás atada a mi… por amor… por odio.
Sus labios se posaron sobre los de ella tomándolos con intensidad. Hambriento empujó su lengua en la ardiente boca, saboreándola a placer. Un gemido se escapó de la garganta de ella mientras leves temblores recorrían su cuerpo a la vez que la mano del vampiro se desplazaba sabia por su espalda. Tiró de la larga cabellera cobriza para hacer más profundo el beso, y ella sintió como sus pies se separaban del piso ascendiendo ligeramente.
¿Debía entregarse, dejar de luchar, dar descanso a su corazón? Una y otra vez se repetía la misma escena maldita. La fuerza la abandonaba. Su determinación se escapaba y ella cedía entregando su cuerpo, para otra vez volver a intentar acabar con su esclavista.
Esta vez hizo acopio de todas sus fuerzas y lo empujó logrando romper el beso.
—Solo el odio me ata a ti— dijo temblando mientras al levantar su vestido, tomó la espada de plata que estaba sujeta en su pierna derecha.
El vampiro se sorprendió, pero sin dejar de reírse se colocó en guardia ante la hermosa cazadora.
Un remolino de viento huracanado la levantó en el aire y luego la estrelló contra el suelo haciendo que la espada se deslizara de su mano. Rápidamente se puso en pie tomándola nuevamente. El Vampiro empuñaba la suya y con un grácil movimiento chocó el metal haciendo temblar el brazo de la cazadora. Con un rápido giro hizo un corte en el brazo derecho del vampiro. Este comenzó a reírse aún más fuerte, con una expresión de diversión en sus ojos amatistas. Ella lo miraba desafiante. Jamás se rendiría, aunque se le fuera la vida en ello, acabaría con él.
El vampiro arreció el empuje acompañando el ataque con el viento huracanado que amenazaba con arrojarla lejos. Sin embargo, su determinación en la lucha era grande y le daban nuevas fuerzas para resistir el embate.
La espada tenebrosa hizo un corte en la pierna de la cazadora y luego otro en el brazo izquierdo, podrían seguir así eternamente. El vampiro reía creyéndose triunfador. La muchacha se levantó llena de determinación y con un golpe poderoso clavó la espada de plata en su corazón. Él la había subestimado regalándole la victoria.
Aún con la sonrisa en los finos labios, cayó de rodillas, llevándose la mano al pecho. Una lágrima de sangre rodó por su mejilla.
Sus ojos ahora la miraban con devoción, con amor.
—Sé feliz mi hermosa cazadora, ahora te libero de esta atadura. Te doy tu ansiada libertad. Pero no olvides que te amo y siempre lo haré, que más allá de la muerte estaré atado a ti por amor… por odio.
Entonces ella se dio cuenta finalmente lo que había hecho y arrodillándose frente a él, tomó el rostro del vampiro en sus manos y con los hermosos ojos azules llenos de lágrimas le dijo:
—Te odio, por lo que me haces sentir, porque solo contigo encuentro la paz que anhela mi corazón y cuando no estás la desesperación me invade. Te odio porque acabaste con mis ideales, porque apresaste mi alma en la cárcel oscura de la tuya y ya nunca más, aunque no estés seré libre. Te odio porque decidiste dejarme en este mundo sin tu oscuridad. Te amo.
Ella no estaba segura que el vampiro la hubiera escuchado. Quedaba poco tiempo. Tal vez, una esperanza.
Desesperada apartó su cabello y llevó la boca sonriente al corte en su brazo. Los labios temblaron imperceptiblemente. Sintió el débil agarre y la boca que ahora presionaba más fuerte. Una sensación de extremo placer se apoderó de ella elevándola lejos, haciendo que un inusitado calor explotara dentro de su cuerpo llevándola al éxtasis y luego poco a poco la inconsciencia amenazaba con tomarla para siempre. Unas pocas gotas salobres escurrieron por los rojos labios de la cazadora. El sabor al principio indiferente se tornó en exquisito, irresistible. Quería más. Sentía que sus manos como garras se aferraban a la muñeca del vampiro deseando fundirse en ese mar de sangre deliciosa y rutilante.
Suavemente fue apartada y un dolor increíble apareció recorriendo su cuerpo. Entonces la cazadora murió.
Y lentamente los ojos de la vampiresa recién nacida se abrieron, encontrándose con la figura amada, el rostro pálido, el cabello plata, los ojos amatistas. Y por fin la felicidad se adueñó de su corazón trayendo consigo paz. Ya no tendría que luchar. Había ganado.