El corazón de cristal

El corazón de cristal

El comprador tocó con delicadeza la pieza que se le ofrecía, era una fina y delicada figura de cristal, que al más mínimo toque podría romperse; tal vez por ello su precio era tan elevado, la belleza y vulnerabilidad que mostraba eran únicos. 
Recorrió con sus pequeños dedos los contornos de dicha obra de arte, seguramente no habría dos iguales.
Como con toda adquisición, se fijó con exquisito detalle en todo lo que concernía en ella, no podía llevarse algo que no fuera mínimamente incalculable. Observó detenidamente cómo palpitaba en sus manos, le pareció apropiado para aquel que había sido su portador, nadie habría tenido algo sumamente parecido, y por eso la cifra incrementaba. El corazón era único en su especie.
Había pertenecido a un joven de suma bondad, que preocupado por los demás, había actuado para beneficiar a todo aquel que le permitieran.
Su corazón había sentido como ningún otro, tanto, que las penas le dolían cien veces más que a cualquier otro mortal. El corazón que tenía en sus manos, era inigualable, que percibía con tanta intensidad todo aquello que el portador veía.
Pagó por la joya, y procedió a retirarse para poder probarlo, sus pasos a penas disimulaban la prisa que llevaba. Quería sentir y soñar por fin, los anteriores órganos no habían servido para mucho; a penas y mostraban mínimos sentimientos. Llegó a su bodega y con cuidado abrió la pequeña caja que tenía en el pecho, insertó el corazón de cristal y a penas éste rozó su organismo, sintió un dolor tan grande, que lágrimas enormes recorrieron sus mejillas de porcelana.
Ahora podía sentir, tanto, que sufría por los demás antes que por él mismo. 
No soportó tan grande responsabilidad, se retiró la pieza y con temor la guardó en una vitrina. ¿Cómo alguien podría preocuparse tanto por gente que no fuera sí mismo? Eso no debería considerarse algo normal, no encontraba el sentido en aquel acto.
¿Por qué no sentir únicamente para sí? 
El comprador cerró con tantos candados aquello que le causaba miedo, no permitiría que nadie lo portara, era un peligro. 
Nadie, nunca más, podría permitirse sentir más allá que para él mismo, ni muchos menos con tanta pasión, lo haría vulnerable, ninguna persona en su sano juicio podría preocuparse por el bien de los demás con un corazón como aquel. Un corazón de cristal. 
Dulce Herrejón.



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