Día de sancocho
Rogelito hijo, vaya a ver si ya su tío se despertó –dijo doña Carmen después de pasadas las nueve de la mañana– ¡Qué problema con este muchacho! Desde que anda con los amigos esos no hay un sábado que no amanezca en la calle.
Rogelito, el más pequeño de los Gonzales sale corriendo al cuarto de Rafael y lo consigue dormido, sabe que no hay domingo que su tío despierte antes de las 11 de la mañana pero mejor es revisar que llevarle la contraria a la abuela Carmen.
Doña Carmen ya está pisando los 72 años, madre de siete hijos y contando con nueve nietos en su haber se ha ido quedando sola con los años, la casa que otrora era un nido de griteríos y correrías hoy no es más que un enorme galpón de habitaciones vacías, habitada apenas por don Rafael (“papá viejo” para los familiares), Rafaelito (el menor de los hijos), doña Carmen y el pequeño Rogelito con sus 10 años cumplidos.
Pero hay un día en que cambia esta situación, el domingo de sancocho, tradición de los Gonzales y día de reunión familiar, el instante mensual en que la casa vuelve a ser lo que antes era, con sus gritos, con sus juegos, con sus peleas; con su calor de hogar. Pero no es este un domingo como los otros, vino el compadre Julio a visitar el pueblo y Papá viejo no se resistió a la invitación de ir temprano a la gallera, afición de la que no era participe desde al menos hace 20 años y que no ha dejado de extrañar ni una mañana dominguera.
La ausencia de Papá viejo trae consigo un problema de difícil solución, doña Carmen a pesar de su dureza, nunca ha sido mujer de matar gallinas y con Rafaelito dormido se encuentra en serio peligro el sancocho dominguero; despertar al menor de los hijos no parece una opción, al menos no para Ña’ Carmen, conociendo a su hijoentiende que eso va a generar una rabieta que acabará por echar a perder todo el día y dadas las circunstancias sólo queda una opción disponible.
Rogelito vaya y búsquese la piroca que tengo amarrada en el mamón –dice doña Carmen– y me la mata que ya voy a poner a calentar el agua para pelar esa bicha, esas gallinas viejas son gustosas pero duras las condenadas.
Con esta última frase cambia el rostro de Rogelito quien si bien ha visto como Papá viejo mata las gallinas nunca se ha atrevido siquiera a tocar el cadáver, para él tampoco es una opción despertar al tío Rafael, letiene miedo a sus gritos y sabiéndolo malcriado entiende que si lo llegan a despertar para matar una gallina el pobre animal va a terminar sufriendo más de la cuenta.
No es tan difícil matar una gallina–se dice a sí mismo como para darse fuerzas– sólo hay que agarrarlas por la cabeza y halarlas bien duro, después sólo queda esperar.
Pero del dicho al hecho hay un trecho, y más cuando se trata de matar una gallina. Después que la va a buscar en el palo del mamón la agarra por la cabeza y en lo que está por darle el templón se pone a pensar en el pobre animal. La gallina, inocente de todo, se deleita siendo cargada, como si de una mascota se tratara y no de un animal de granja. En un impulso de cobardía disfrazada de nobleza el más pequeño de los Gonzales toma la decisión de sacar el lazo de la pata del animal y dejarlo en libertad.
Abuela Carmen –dice Rogelito al llegar a la cocina– la gallina me picó en la mano y se escapó, la he buscado por todo el patio y no logro conseguirla.
Pero si ahí está muchacho –es la respuesta que da doña Carmen, quien al asomarse por la puerta ve al animal de lo más tranquilo picando la tierra abajo del mamón– anda a buscarla antes de que se te vuelva a perder, mira que el agua ya está caliente y no estamos para andar botando el gas.
Rogelito entre asustado por lo que tiene que hacer y molesto por la estupidez del animal vuelve a agarrar la gallina que mansamente se deja cargar y hasta pareciera abrazarle la mano con el cuello.
¡Qué estúpido es este animal! – atina a exclamar mientras que ya más decidido toma por segunda vez en el día el cuello de la gallina con intenciones malignas–tuviste tu oportunidad y preferiste quedarte a esperar la muerte.
Muy decidido, da el jalón con intenciones de acabar con la vida del animal pero al sentir como se le estira el cuello la deja caer al piso y ve como corriendo asustada se pierde entre unas láminas de zinc que están almacenadas en el patio.
Abuela Carmen, se volvió a escapar la gallina –dice el niño, esta vez más asustado– y de nuevo no puedo conseguirla –añade con intención de darle fuerza a su anterior mentira–.
Esta vez parece ciertamente extraviado el animal; doña Carmen, después de hacer una búsqueda rápida por el patio, se dirige a la cocina a apagar el agua con resignación, aprovecha este instante Rogelito para ir a llevarle comida a la gallina bajo las láminas de zinc y amarrarla a una pesada piedra para asegurarse que no se vaya a dejar ver.
Bueno hijo, vaya a buscarse más cilantros y cebolla al abasto, será un arroz aliñado lo que iremos a hacer – dice una resignada abuela– ya están por venir tus tíos y tú sabes que esa gente llega muerta de hambre.
Llega la hora del medio día y con ella toda la familia: vuelve Papa viejo de la gallera, se despierta el tío Rafael; y el resto de la familia, como si en caravana se vinieran, arriba también al hogar materno. Hay juegos, chistes, peleas y ya muriendo la tarde todos se despiden no sin antes felicitar la sazón de doña Carmen, sorprendidos por la variación en el menú y contentos por la agradable sorpresa.
Bueno –dice la abuela cuando se va el último de los muchachos– no me salió tan mal lo de arroz. Quizás hasta cambiemos la tradición del sancocho, parece que es tiempo de cambiar algunas cosas, digo, si ya las láminas pueden cacarear cualquier cosa puede cambiar –sentencia mientras le guiñe un ojo a su nieto–.