La bruja Lolita
En el noreste de
Argentina existe un lugar que muy pocos conocen. El Bosque del Jacarandá es un comarca
mágica donde todas las pequeñas brujas del país van a la escuela.
Cuando uno
piensa en brujas se imagina a viejas feas, con verrugas y escobas, sombreros en
punta y vestidas de negro de pies a cabeza. Las brujas modernas son iguales al
resto de las personas que conocemos; nada de verrugas ni fealdad, sólo se
respeta, por tradición, el uso de ropas negras.
Hay cinco
maestras que enseñan a las aprendices, pero la mejor es Melisa. Es la que más
comprende a las niñas y la que sabe un poco de todo.
Esta es una
escuela especial, ya que hay más maestras que alumnas. En estos días modernos,
muy pocas quieren ser brujas; muchas niñas crecen sin siquiera sospechar que lo
son. Solo tienen frágiles chispitas del poder que podrían desarrollar.
Lolita llegó
a la escuela con cara de susto; había incendiado, sin querer, un árbol y había
dejado a su gatita Jade, sin cola. Llevaba arrastrando una enorme valija, que parecía moverse sola.
El primer día
de clases, una a una se fueron
presentando las maestras.
Rosario, era
la que enseñaba hechizos. Flor, daba clases prácticas de cómo usar la varita
mágica. Ani era la que las iniciaba en el idioma olvidado de las brujas. Campesina,
la que mejor conocía de hierbas extraordinarias. También estaba Melisa, la única maestra
convencional, que les enseñaba a leer y escribir y les contaba porqué el arco
iris tiene tan lindos colores.
Luego se
presentó Amigable, la directora, una mujer altísima de cara muy seria, que
contradecía un poco a su propio nombre.
Y por último
llegó Begoña, la mejor cocinera que puedan imaginar
Todas las
alumnas parecían ser muy aplicadas y
prestaban mucha atención… o al menos, casi todas.
Lolita solía
perderse en ensoñaciones. Si pasaba una mosca volando, ella se distraía y, para disimular, cuando le preguntaban algo,
ella decía siempre ¡Ajá!
— ¿Entendiste Lolita?
— ¡Ajá!— invariablemente respondía ella.
Melisa
pensaba que eran demasiados ajaes y presagiaba problemas en puerta.
Los sábados las
niñas no concurrían a la escuela; estos eran los días que más le gustaban a
Lolita, a quien le encantaba caminar por el bosque y juntar flores de jacarandá
y grosellas. Siempre volvía con las manos teñidas de morado.
En este
bosque mágico había un lugar donde las pequeñas tenían prohibido ir.
En los
alrededores del viejo roble vivían el Hechicero y su hermana Ojos Verdes, ellos
detestaban a las brujas buenas.
Ese lugar
vedado era sumamente atractivo para nuestras brujitas; una mañana se
escabulleron las tres niñas del colegio y se dirigieron hacia el viejo roble.
—Tan malos no pueden ser si son brujos— indicó María.
La morada de
los brujos era la más linda que habían
visto las niñas. Había una higuera, que
cuando te acercabas te ofrecía frutas; un frondoso pino que saludaba y una fuente de agua que canturreaba
canciones.
— ¿Vieron? Este
lugar es hermoso— dijo Lolita.
Las pequeñas no sabían que estos malignos seres habían
prometido embrujar a cualquiera que se acercarse.
Espiando
desde adentro estaban los dos brujos. Toda
la hermosura exterior de la casa era una trampa. Durante muchos años habían
seducido, con esa belleza, a muchos niños desprevenidos.
Hechicero y
Ojos Verdes parecían salidos de un cuento de hadas.
Hechicero lucía
un traje azul adornado en plata, como pequeñas escamas metálicas que
resplandecían con el sol. Ojos Verdes
llevaba una vaporosa vestidura color aguamarina. Cuando se movía, la tela del
vestido desprendía deslumbrantes luces iridiscentes.
Los hermanos les
ofrecieron a las niñas toda clase de frutas frescas y helados.
Lime y María
comían y charlaban, riéndose.
Pero Lolita estaba
tratando de ver cómo hacía la fuente del jardín para cantar así.
Tocó el líquido con sus manos y mil notas musicales se
le escurrieron entre los dedos.
Sacó un
frasco de su bolsillo y recogió un poco del agua, pensando que tal vez podría
cantar para ella cuando volviese a la escuela.
Tan
ensimismada estaba que no notó que sus
amigas se ponían verdosas.
Sus brazos
comenzaron a estirarse y retorcerse, brotándoles ramas y hojas. Sus piernas se
fueron juntando hasta quedar pegadas y rugosas, como un tronco.
¡Ese era el embrujo de los hechiceros! Transformaban a
los niños en plantas mágicas y no se los volvía a encontrar.
Nadie
imaginaba que esos árboles que rodeaban la casita blanca y rosa ¡Eran niños
encantados!
— No se preocupen, estoy segura de que las maestras
las van a ayudar— dijo Lolita, antes de salir presurosa hacia la escuela.
Melisa, al ver
la cara de susto de la niña, supo
enseguida que algo terrible había pasado.
— ¡Ellos! ¡Fueron ellos, los brujos!—gimió Lolita.
Melisa reunió
a todas las brujas en una inesperada asamblea.
Lolita
espiaba sin poder entender ni una palabra de lo que decían.
— ¡Uf! ¿Por qué no habré prestado atención en las
clases del idioma mágico?
—Lolita, tenemos un problema terrible. Ninguna de
nosotras puede deshacer ese hechizo, ya que existe una barrera mágica que nos
impide pasar. No podemos acercarnos al viejo roble—señaló Amigable.
— ¡Ay, ay, ay! ¿No hay nada que se pueda hacer?— gimoteaba
Lolita.
Las brujas se
miraron entre sí y murmuraron cosas que Lolita no entendió.
—…pero si nadie sabe dónde está el libro, se perdió
hace décadas—sentenció Rosario.
— Fue escondido a propósito, para que nadie pudiese
volver a hacer encantamientos siniestros. Pero hace tanto que lo ocultaron, que ya nadie
recuerda dónde está— replicó Amigable.
Existía un
libro muy viejo donde estaba escrita la
fórmula para deshacer ese hechizo, aunque únicamente una Reina de todas las
Brujas, tendría el poder necesario para enfrentar a los malvados. Y ya hacía más de cincuenta años, que no existía
ninguna Reina conocida.
Begoña, la
cocinera salió disparada del lugar y fue corriendo hasta la cocina.
Ella había
encontrado un libro viejo mucho tiempo atrás y, como las recetas de comidas que
tenía le parecieron muy extrañas, lo había guardado en su Baúl de cosas raras y misteriosas.
— ¡Acá está, lo encontré!— exclamó ufana.
— ¡Vamos, díganme que pasa! Tanta bruja junta y ¿no pueden hacer nada?—
chillaba Lolita.
— Escúchenme con atención. Tenemos una oportunidad,
sólo una, de encontrar en tres días una Reina de las Brujas y de reunir lo que
se necesita para deshacer el conjuro. El Libro
de la Alta Magia es muy claro al respecto. Necesitamos cosas muy
específicas: agua de una fuente cantora, un pañuelo manchado con jugo de
grosellas, una gata negra y blanca sin cola y un jirón de las ropas de los
brujos— dijo Amigable.
Lolita se fue
poniendo pálida al oír esto.
Ella tenía
escondida a su gatita, la que se había quedado sin cola por error; tenía el
pañuelo con se había limpiado la boca al manchársela con el jugo de las
grosellas y tenía la botellita con agua de la fuente cantora.
—Señora Amigable, yo tengo casi todas las cosas que se
precisan, sólo me falta el trozo de ropa de los brujos, pero iré esta misma
noche y lo conseguiré— balbuceó.
Todas las
brujas miraron fijamente a la niña.
Sabían que
únicamente una Reina de las Brujas tendría el valor y la capacidad para llevar
a cabo esa tarea.
— Lolita, si tú no eres una Reina, jamás podrás cortar
un trozo de la tela mágica de la ropa de los brujos. ¿Estarías dispuesta a
correr el riesgo de quedar hechizada o de sufrir algo peor por parte de esos
malvados?— inquirió Amigable.
Lolita, cada vez empalidecía más. Pero estaba
firmemente decidida a salvar a sus amigas.
— Yo lo intentaré.
—Bueno, está decidido. Esta misma noche irás hasta el
viejo roble— sentenció Amigable, con voz vacilante y temerosa.
Begoña notó
la cara de preocupación de la pequeña y decidió animarla con unas galletas mágicas. Estas fortalecían el
cuerpo y daban coraje y valor a quien las comía.
Cada una de
las brujas fue dándole a Lolita alguna cosa extraordinaria, para ayudarla en su
misión.
Rosario le
escribió un conjuro que la protegería contra los animales salvajes que rondan
de noche.
Flor le dio
un curso acelerado de cómo usar la varita mágica para hacerse invisible.
Ani le
explicó, al menos diez veces, las palabras que necesitaría recitar para que los
brujos no se despertaran.
Campesina le
dio una bolsita llena de hierbas mágicas
y Amigable le puso en la mano un frasco dorado, que tenía la virtud de
iluminar cuando hasta la luz de la esperanza desapareciese.
— ¿Y vos, Melisa, no vas a darme nada?— protestó
Lolita.
Melisa se quedó un buen rato mirándola a los ojos,
queriendo trasmitirle lo que sentía.
—Yo te voy a dar algo, que es más valioso que todas
las cosas mágicas que existen. Te voy a dar un beso nacido en lo más profundo
de mi corazón—repuso, mientras acariciaba el cabello de la niña.
— ¿Me decís que eso es más valioso que todo lo demás?—
preguntó Lolita sorprendida.
—Así es. No existe poder más grande en el mundo, que
el del amor— respondió Melisa.
Llegó la
noche y nuestra pequeña bruja se fue caminando cabizbaja hacia el viejo roble.
Al llegar, acarició los troncos de los árboles en que
se habían convertido María y Lime.
—No se preocupen amigas, yo las ayudaré—murmuró.
Juntando
valor, recitó el conjuro de Ani para que
los brujos siguieran dormidos; usó la varita mágica de Flor para hacerse
invisible y olió las hierbas mágicas de Campesina para tener fuerza en su
corazón.
Al abrir la
puerta de la casa, frunció la nariz por el olor feo que allí reinaba.
“¿Y ahora qué hago? Siempre es mucho más fácil idear planes
que llevarlos a cabo”, pensó asustada.
Hechicero y
Ojos Verdes dormían profundamente, así que, con la botellita de luz de Amigable
en una mano y una tijera mágica en la otra, se dispuso a cortar un trozo de
tela de sus ropas.
Un horrible
gemido se escuchó en toda la casa cuando pudo desgarrar un pedacito de los
ropajes, pero Lolita no se detuvo a pensar mucho de dónde provenía.
Corriendo tan
rápido como nunca en su vida, se alejó del lugar, sin mirar atrás.
Agitada, casi
sin aliento, se sentó debajo del viejo roble y dispuso todos los elementos a su
alrededor, para hacer la invocación.
— Tres gotas de
agua de fuente cantora.
Pañuelo
manchado con jugo de grosellas.
Una gata pequeña
sin cola.
Un trozo de
ropa de Él y de Ella.
Que este
mal hechizo se termine ahora. — recitó
Lolita.
Apenas hubo
dicho las palabras mágicas, el viejo roble comenzó a estremecerse y a cobrar vida.
Sorprendida,
vio que de dentro del árbol salía una hermosa mujer que, sin siquiera mirarla,
se dirigió a la casa de los brujos.
Un viento
huracanado se había levantado. Los cabellos de la mujer flotaban y la envolvían
cuando esta empezó a hablar con voz de trueno.
— ¡Aire y luz, tierra y agua!— exclamaba
la mujer.
Al decir
esto, la casa comenzó a derrumbarse. Un
gran montículo de cenizas oscuras se alzó donde antes había estado la morada de
los malvados hechiceros.
La magnífica
mujer se acercó a Lolita.
— Esperé
cincuenta largos años a que
llegara alguien con el valor de enfrentar a estos malvados y me liberara. Tú
serás mi sucesora, cuando crezcas—explicó con voz suave.
—Vamos, regresemos a la escuela que tienes mucho que
aprender aún, aunque posees lo más importante, el valor— explicó la Reina.
Y así llegó
esta extraña compañía al colegio, que
fue recibida con gritos de alegría por todas las maestras.
Desde ese día
Lolita fue la más ejemplar de las alumnas aunque, de vez en cuando, sigue
metiéndose en problemas
Epílogo
Muchos años
después, en una bella ceremonia a la luz de la luna llena, Lolita se convirtió
en Reina de todas las Brujas y se dedicó
a buscar aprendices por todo el país.
Hoy en la escuela hay treinta y dos futuras hechiceras estudiando.