Nochebuena de animales
Cuentos de mama Lorenza.
Cuando era muy pequeño recuerdo que nuestra abuelita —a quien llamábamos mama Lorenza—, acostumbraba reunirnos alrededor de la chimenea que adornaba el recibo de su casa, para contarnos sus cuentos que tanto nos cautivaban.
Al aproximarse el mes de diciembre ya esperábamos con ansias la llegada de la navidad. Mama Lorenza nos llamó una vez más y en aquella oportunidad nos narraría el mejor cuento de Nochebuena que jamás ninguno de nosotros había escuchado.
El tazón del té humeaba entre las temblorosas manos de la abuelita mientras lo removía lentamente. Todos los nietos aguardábamos sentados en el piso de madera hasta que mama Lorenza, luego de dar un largo sorbo, comenzó su extraño relato, recordando lo que le había ocurrido en aquellos años de niña cuando vivió en la granja de sus padres por los confines de un lejano pueblo de la provincia de Aldegadú, de donde eran los hombres más sabios.
…En la víspera de Nochebuena -dijo con voz teatral-, mientras en el campo yo vivía, en una cercana villa se oyó una extraña algarabía…
Una rana que cantaba desde lo alto de una ventana, anunciaba que ya era hora de dar inicio a la velada…
—Cruuuuuuuuachh, cruuuuuuach!—decía el batracio sin parar. De esa forma les avisaba a los animales que desde ya podían pasar.
También llegaron un gran grillo que chillaba, junto a un cocuyo que alumbraba y desde la entrada les gritaron:
— ¡Bienvenidos queridos hermanos a la gala!
Como por curiosa todos me conocéis, al escuchar cantar la rana, a un ventanal me asomé para ver lo que pasaba…
—Guuaohhhhhh! — exclamé al ver tamaña fiesta o mejor dicho lo que en mi pueblo llamamos una enorme “arrozada”
—¿Qué era esta fiesta de Gran Gala?— se preguntaba Lorenza sin ocultar lo angustiada.
Fue entonces cuando vio desde la ventana que la ocultaba, aquel desfile de Gran Gala de todos los animales que de par en par hacían su entrada.
Antes que cualquier otro entraba el chivo muy galante. En el cuello una corbata y su novia la chiva por delante.
—Bbbeeeeeeeeeeeeee!
Después llegó nada menos que el arrogante elefante, con una rosa en la trompa, mirando por todos lados, preguntando por el sapo por ser su pareja de baile.
—Cruuuuuuuuach! Siempre adelante. —respondió de un salto su verde acompañante.
En medio de la sala estaba el señor Oso, con su violín tan virtuoso, quien un vals interpretaba. Mientras su pareja, la impertinente paraulata, a todos ella cantaba.
Llegaron la vaca y el toro —el invitado especial—, y el caballo que estaba adentro ya comenzaba a zapatear, lo acompañaba la yegua…
— ¡Es la pareja ideal! —decían todos mientras los veían pasar.
Poco después míster cochino se asomaba a una ventana con el deseo de entrar, pero el imprudente burro no lo dejaba pasar.
—Míster cochino usted no ha sido invitado —rebuznó el terco animal, moviendo la quijada tanto de aquí para allá.
—Pero asno, créeme, mal yo no me voy a portar —argumentó el mal oliente cerdito con una pose teatral.
Mapurite estaba a un lado, esperando en una banqueta y al verlo allí acomodado el burro le gritó malhumorado:
— ¡Pasa de una vez mapurite que tu olor me tiene asqueado!
En la cola de la entrada al ver tamaña insolencia le dice el tigre al conejo:
— ¡A ese señor mapurite se respeta!
La paloma como siempre picando estaba en la fiesta, montada sobre una mesa a la espera de pareja. Cuando el zamuro llegó preguntando por sisella, con glamur ella voló y a los presentes advirtió:
— ¡Con ese bicho tan feo no me atrevo a bailar yo!
El perro muy abusivo, buscando algún hueso con temor, se metió por la cocina y encontró nada menos que al gato comiéndose a la gallina.
— ¿Y a ella nadie la acompañó? —preguntó el perro gran glotón.
También fueron invitados el lobo y su primo el zorro, quienes por esperar al morrocoy porfiado llegaron a la fiesta muy pero muy retardados.
—Con tu permiso amigo burro que venimos apurados.
La lapa y el cachicamo a tiempo vienen llegando, y se quedaron admirados al ver la burra bailando.
— ¿Y su pareja no es el burro, que en la puerta está molestando? —preguntó inquieto el cachicamo.
La guacamaya se reía mirando al pobre murciélago que solo entraba y salía, de la sala a la cocina.
— ¡Parece una sombra ese ciego, volando por toda esquina!
Araguato como siempre, saltando de rama en rama, comentaba con la mona:
— Faltó la ardilla y la iguana.
La culebra que no es grata en ninguna reunión, paso la noche enrollada en el tronco de un rincón, pero con muy mala intención.
— ¡Que nadie se meta conmigo o aquí mismo verá quién soy yo!
El caimán y el cocodrilo, escondidos en la arena, vieron pasar al león, luciendo su gran melena para semejante ocasión.
A curi no lo convidaron y por eso se molestó y empujando a todos a un lado, llegó a la sala y gritó:
— ¿Por qué a mí no me invitaron? ¡Ninguno es mejor que yo!
—No te pongas de altanero —dijo el rabipelao—. O te sales de la fiesta o te llevan arrestao.
— ¡Deja ya tus amenazas! —Tigrillo le contestó —Curi es mi mejor amigo, a él lo defiendo yo.
El pato que se bañaba, oyó los gritos y corrió. Se tropieza con la zorra. ¡Mayor susto que llevó!
— ¡Dioooooooooosssss!
El ganso también la vio y los dos muy asustados de cabeza se metieron en la casa del venado.
— ¡Danos permiso venado que venimos apurados pues en la fiesta de gala con la zorra hemos chocado!
La tortuga que observaba salió corriendo de esa gala, tumbando un panal de avispas en medio de la plena sala.
— ¡Sálvese quien pueda muchachos! —gritó el cobarde hundiéndose en su carapacho.
— ¡Que Dios la agarre confesada! —dijo la araña en su tela desde una esquina de la sala.
Es así que cosa rara, se alborotaron las avispas y dejaron de trabajar, a la gran fiesta pasaron sin al burro consultar.
— ¡Se armó en ese momento un tremendo berenjenal!
Todos corrían de aquí para allá; mientras que el grillo y la chicharra, que amenizaban la gala, dejaron de tocar su ráfaga y junto al sapo y la rana saltaron juntos por la ventana.
— ¡Se alborotó el avispero! —gritaron en coro el topo, turpial y el cangrejo.
Báquiro muy contento con todo lo que pasó, se lamentó con la tortuga, siendo él su compañero, a ninguno criticó.
Los animales corrieron y en el monte se metieron. Se formó la algarabía y hasta las guacharacas salieron.
La liebre y tío conejo de la fiesta saltando salieron. Lo mismo que el alacrán junto a su pariente el cangrejo:
— ¡Apúrate macanero -pues así llama al cangrejo-, yo salgo de aquí primero!
La pereza que placida dormía, con alegría despertó. Se dio un estirón primero y suspirando poco habló:
—Caraaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaamba, ¿ya amaneció?
Era el día de Navidad, ya la estrella de la mañana con su hermoso brillo anunció que el Sol se preparaba para saludar al niño Dios.
El gallo sobre una viga, tras la gran algarabía, se alistaba a despertar a todos con su alegría.
— ¡kokoroookooooooooooooooo!
Y nadie en aquella granja al oriente de Aldegadú podía creer que en semejante gala, una impertinente avispa con la fiesta terminó.
FIN