Ciega de mi…
Me he mirado tantas veces al espejo, intentando descubrir qué es lo que escondo,
me quito la máscara, me apropio de mi desventura, de mis alegrías, de mi risa y de mi llanto,
de todas las ausencias que añoro y de los presentes que atesoro.
Me he mirado tantas veces, de arriba abajo, de atrás para adelante.
Descubro entonces el sol que me quema, la luz que me invade, y la oscuridad que profunda se esconde, perfumada con los aromas de los que me voy despojando involuntaria…
He abierto la boca y auscultado los canales de mi voz, pero no escuchaba nada diferente.
De repente, me miro a los ojos y empiezo a llorar,
la mujer detrás de este negro caparazón, empieza a verse desnuda, tiritando de frío, ahogada de tanto caminar,
veo entonces, imperfecciones que sutilmente se esconden detrás del diario trasegar,
imperfecciones casi perfectas, que se reconocen en cada gota de sal, producto de mi melancólico llorar.
Me he mirado tantas veces al espejo,
creyendo haber visto lo mismo cada vez, dándome cuenta ahora que de repente, me había quedado estancada ante la imagen más tersa, la más dulce, la más imprudente.
La que no envejece, la eterna adolescente que se sienta a la mesa y aún reza,
La mujer de la esperanza, la de los “tiempos mejores”,
La que soñaba con comerse al mundo, viviendo intensamente día y noche, coqueteando serena con amores furtivos y casi ajenos,
pero sabiamente me enderezo, vuelvo a la cordura de estos escasos días y me noto.
Me noto mayor,
me noto madura,
me noto ausente de lo que no conozco, y absorta de lo que a diario se come mi boca.
He aquí la mujer que me habita, la de labios grandes, la mujer de ojos saltones, de sonrisa ancha, la de estridente felicidad, la de tristezas profundas,
tan profundas que no me había dado cuenta, de que pasan los años de cosas y aún sigo sangrando.
Aquí he estado, disfrazando realidades, lo justo, lo bueno y lo malo…
Siempre he estado aquí,
paseando frente a mis ojos, sin siquiera darme cuenta, de que esto que había dejado de ver, siempre ha estado aqui…