25 años
Nací en un pueblo lejano,
colorido y cálido;
donde una doncella descansa,
y una diosa cuida sus aguas.
Fue mi infancia de tropiezos,
no corría por caminar;
cicatrices en mis rodillas,
en mis codos y en mi alma.
Crecí con el ejemplo de mi viejo,
nadie pudo darme mejores consejos;
siempre veía el sol, y aún con lluvia;
supo dibujar arcoíris.
Mi mejor cobijo, mi eterna;
mi madre;
una amiga leal y sincera,
que aún hoy cuida mis sueños.
Quizá mi motor, mi fuerza y mi paz;
fue mi hermana pequeña;
nunca se lo dije,
todo fue perfecto con ella.
Crecer entre juegos,
en tiempos no tan modernos
fue realmente exquisito;
un verdadero regalo.
Alimentaron siempre mi fe,
hacia un humilde carpintero;
desde entonces es mi Dios,
es mi guía y mi esperanza.
Aprendí a sonreír,
para encajar en la sociedad;
fue un buen hábito, quizá;
desperté mi lado feliz.
Conocí el dolor desde pequeño,
golpes y cirugías me prepararon,
luché contra dos gigantes;
que me dejaron moribundo.
Casi me derrotan,
llegué a besar mis lágrimas
con el suelo;
maltrecho y sucio, me desperté.
Siempre dije que el dolor
me recordaba que estaba vivo;
y las cicatrices,
que podía vencer de nuevo.
Me quedé cerca,
de mentes brillantes;
imitando lo mejor de ellos,
mis grandes amigos.
En la oscuridad de mi ser,
en mi abismo más profundo;
conocí a una princesa de otoño,
de cuentos, de pura magia.
Con ella vivo el amor,
un amor nuevo y bueno;
en sus ojos quiero despertar
cada mañana del resto de mi vida.
Me entrené siempre,
para hacer lo que más me gusta,
¡Ayudar!,
de blanco, con mis manos.
He recorrido muchos lugares,
y siempre me he sentido en casa;
nunca mi voz estuvo más lejos
ni mi corazón más rojo.
La vida es perfecta como es,
aunque me quejé muchas veces;
agradezco por todo lo aprendido.
Tengo veinticinco años,
aún me faltan tres cuartos de vida;
es bastante,
seguiré caminando.
Soy feliz;
nunca lo dudé;
con mi amor y mi fortaleza,
con mi Dios, y contigo.
¡Gracias!.