PEZUÑAS DE CORDERO
Hector estaba pelando pescado con una navaja suiza dentro de la vieja cabaña sobre la montaña. La ventana estaba abierta y el humo de la fogata se desvanecía con lentitud. Afuera la lluvia no cesaba, era una lluvia frenética como el bosque. Ciro y Ernesto jugaban a las cartas en el rincón de la cabaña. Estaban sentados sobre un pequeño tronco viejo y usaban la vieja mesa de madera carcomida para colocar las cartas junto con sus botellas de cerveza. Hector termino de pelar el último pescado y lo puso al fuego junto a los otros. La pesca habia sido buena en aquel río no muy lejos de la cabaña, incluso desde ahí se podía divisar una perte de él.
Ciro ganaba la sexta ronda. Hector se les unió al juego. Abrió una cerveza y la bebió con regocijo. La cerveza es la sangre que el obrero necesita cada noche que llega de su tedioso empleo, compensa todo el sudor y el cansancio derramado en la jornada laboral, pensó Hector mientras le daba un gran trago a la botella. Luego, siguió el juego. Ciro estaba en una racha. Había ganado de nuevo. El pescado casi estaba listo. Comenzaba a anochecer. Dieron un pequeño receso para comer el pescado y beber cerveza. Afuera los truenos estremecían.
– Pasaremos la noche aquí-dijo Hector-mañana la lluvia será historia.
-¿Y por qué no nos marchamos ahora?- preguntó Ciro.
-¡Pero hombre!- chilló Ernesto- ¿te has vuelto loco? ¡mira este diluvio!
Nadie mas dijo nada. Continuaron comiendo. Encendieron las velas. Hector fue el primero en terminar el pescado, dio un gran erupto e se sobó la barriga como lo suelen hacer los glotones. Ernesto y Ciro pegaron un gran trago a la cerveza. Todos eran grandes amigos, pasaban de los cuarenta, tenían horribles empleos, tenían esposas e hijos. El juego continuó.Ésta vez Ernesto rompió la racha de Ciro y se llevó la apuesta. Abrieron más cervezas, tenían aún otro paqute. Y mientras afuera los coyotes, las serpientes y los zorros salían de sus madrigueras y escondites buscando suerte con la cena, adentro, Hector y sus colegas se embriagaban poco a poco. Pasaban una buena velada después de todo. El juego seguía, pero fue interrumpido por un llamado a la puerta. Todos se quedaron atónitos.¿Quién llamaba a la puerta en medio de un bosque en plena oscuridad? Ciro fue a atender. Cuando abrió la puerta se encontró a un hombre de estatura mediana, vestía una camisa de trabajo, unos vaqueros holgados y botas color marrón, además de que fumaba un cigarrillo y estaba todo empapado.
-Disculpe que le interrumpa señor, me quedé varado en el bosque, mi casa está muy lejos de aquí y la lluvia me tomó desprevenido, ¿podría hacerle compañía hasta que la lluvia se vaya?
Ciro le dejó entrar. Incluso le prestó su abrigo.El hombre dijo llamarse Belial. Además dijo que era un campesino de un pueblo ajeno a la montaña. Sus ojos parecían muy extraños,sin embargo eso no impidió que el juego terminara. El nuevo invitado comenzó ganando. Se bebió una cerveza de dos tragos y la piel se le enchinaba. Transcurrían los minutos, cada vez anochecía más. Belial seguía ganando.Su racha aumentaba. Nadie se lo tomaba en serio. La cerveza se acabó.La lluvia paraba. Ciro y Ernesto salieron a orinar.Belial seguía fumando el cigarrillo que traía desde el principio de su llegada, parecía nunca acabarsélo. Hector se quedó sentado frente a él. Ese hombre tenía algo extraño, era una incógnita, un acertijo. Hector comenzó a sentir escalofríos por todo el cuerpo. Ciro y Ernesto entraron de nueva cuenta a la cabaña y bostezaron.
-Una ronda más- dijo Belial entusiasmado.
Hector vio sangre en la mesa, pero no dijo nada. De pronto se le calló su navaja suiza al suelo. Se agachó lentamente a recogerla, pero vaya su asombro cuando vio que Belial no traía puestas las botas marrones, ni siquiera tenía pies de un ser humano, sino pezuñas de cordero. Hector se incorporó a la mesa, Belial le miraba fijamente al mismo tiempo que le daba caladas a su cigarrillo. Hector quería gritar, pero no podía, pareciese que se hubiese quedado mudo. Ciro y Ernesto le miraban desconcertados. Belial se puso de pie y se dirigió a la puerta, cuando se disponía a salir, Hector gritó:¡Es satanás!. Belial tiró su cigarrillo al suelo y sonrió. Su sonrisa parecía del mismo infierno, una sonrisa de satisfacción y de odio.La cabaña comenzó a arder y los tres hombres murieron calcinados sin poder hacer nada.
Hector despertó. Estaba sudando.
– Ya es tarde cariño. ¿No ibas a ir de pesca con Ciro y Ernesto?- dijo Linda, su esposa.
Hector sintió su corazón palpitar velozmente.Exhaló oxígeno y miró a Linda.Tenía unos pies normales.
-Creo que no me siento bien querida, será en otra ocasión. Llamalos y diles que la pesca se pospone.
-Iré a prepararte un té- dijo la mujer poniéndose en marcha.
Hector volvió a dormirse, esperaba no tener otra pesadilla.