Batalla contra el viento
El bosque volvió a cantar, las flores brillaron y perfumaron todo y los duendes hicieron una gran fiesta para festejarlo.
Sucedió un día de verano, un viento empezó a soplar fuerte, muy fuerte, y se metió en el bosque encantado. Con su fuerza hacía volar todo lo que encontraba a su paso, las ramas de los árboles crujían con dolor, las flores perdían sus pétalos, los pájaros se escondían en sus nidos.
El lago que estaba escondido al fondo del bosque se movía agitado y sus aguas parecían olitas que peleaban entre sí.
Los duendes estaban desesperados porque culpa de este intruso, se había perdido la paz que reinaba en el lugar.
Los árboles quisieron detener al viento con su follaje pero el intruso se metía entre las copas, las empujaba y las asustaba con su rugido. Nadie se animaba a enfrentarlo.
De repente, se hizo presente un druida con una poción mágica. Convocó a los duendes a una reunión urgente y les dio instrucciones para que actuaran.
Los mandó a buscar ramas, cañas grandes y telarañas. Les enseñó a preparar unos escudos con las ramas y en la parte superior, como un barrilete, las telarañas.
Los duendes obdecieron pero no estaban confiados pues si el viento arrancaba gruesas ramas, cómo no iba a hacer volar sus armas tan primitivas.
Fue aquí cuando el druida las roció con la poción mágica y los mandó a colocarse uno al lado del otro, en el ingreso al bosque.
Cuando los vio, el viento largó una carcajada y envió contra el ejército de duendes un soplido aterrador que sonó como el grito de una fiera y retumbó en cada rincón del bosque.
Los duendes temblaban de miedo pero mantenían erguidas sus armas como le había indicado el druida.
Mientras tanto, las flores se habían escondido entre los troncos y hojas y lloraban pidiendo que se calmara ese viento pero el muy pícaro intentó divertirse de nuevo con los duendes, se acercó más al ejército y quiso soplar sobre los escudos pero el soplido se convirtió, al llegar junto a ellos en un pequeño silbido, lo intentó, dos , tres, diez, un montón de veces más, pero cada vez perdía más fuerza y se iba haciendo suave, como una leve brisa.
Cansado de luchar, reconoció que estaba vencido y decidió partir al desierto, allí, con la arena, volvería a recuperar toda su fuerza.
A partir de entonces, en el bosque sólo se escuchaba el canto de los pájaros.