El tesoro del abuelo
Paquitín es un niño que vive en una ciudad grande y bulliciosa junto a sus padres y su hermanita. Y no es que no le guste o se sienta mal en ella, al contrario, pues le encanta su barrio, con ese parque tan lindo y lleno de árboles donde juega por las tardes, y su escuela, muy alegre y repleta de amigos, donde se encuentra por demás su maestra Sonia, a quien adora, tan llena de magia y sabiduría como el mejor libro de cuentos del mundo.
Pero Paquitín siempre que comienza el verano se desespera porque lleguen las vacaciones, pues esto significa que sus papás lo enviarán a disfrutarlas en casa de sus abuelos, sobre todo ahora que nació la hermanita y necesitan dedicarle mucho tiempo a su cuidado. Los ancianitos viven en un pueblito pequeño y muy pintoresco, rodeado por un inmenso palmar y cruzado por un riachuelo que hace las delicias del niño y sus amiguitos. Sí, porque allá también tiene compañeritos de juego, como los gemelos Tito y Bebo, entre otros, que desde que culmina el curso escolar, comienzan a pasar por delante de la vivienda de los abuelitos, asomando sus cabecitas sobre la cerca del portal, para averiguar si ya arribó el amigo. ¡Y qué alegría cuando llega! En ocasiones parece que no les va a alcanzar el verano para todos los juegos y travesuras que quedaron pendientes del año anterior.
En dicha casita, situada junto al río, repleto de biajacas, jicoteas y guajacones, existe una habitación o cuarto de desahogo donde, entre todos los trastos y féferes que guarda, está el cofre del tesoro de abuelo, ese que Paquitín nunca ha podido observar abierto, y que cada vez que indaga por su contenido, el anciano le contesta que ya lo verá cuando crezca un poco más.
Un día inesperado, abuelo lo sorprendió. –Ven conmigo, Paquitín, que llegó el momento que tanto has anhelado. ¡Te voy a mostrar lo que contiene el cofre del tesoro!- Paquitín se emocionó muchísimo. ¿Qué maravillas habría dentro del mismo? ¿Juguetes antiguos? Poco probable. ¿Dulces y caramelos? Mm… no, tampoco, pues habría muchas hormigas a su alrededor. ¿Libros de aventuras? Menos que menos, pues ya se los habían regalado todos desde que aprendiera a leer. Muy intrigado, lo acompañó hasta el trastero.
Abuelo encendió la luz, quitó con paciencia todo lo que cubría al cofre,estornudó un par de veces y lo abrió: ¡A Paquitín se les salían los ojos al observar el tesoro! ¿Se imaginan lo que contenía? No, no creo que lo adivinen, así que mejor se los cuento.
Abuelo en su juventud había sido beisbolista, y llegó a fundar un club de este deporte en el pueblo, que llegó a ser muy famoso por todos los alrededores. Al jubilarse, fue precavido, y hoy le mostraba su mayor fortuna a Paquitín. En el interior del arcón había guantes, mascotines, mascotas, pelotas, bates, caretas, petos y rodilleras, dos uniformes con gorras ¡y hasta cascos de beisbol! ¡Un verdadero tesoro para cualquier niño cubano! Abuelo miró los maravillados e interrogantes ojos del nieto y adivinó la pregunta que no tuvo necesidad de expresar en voz alta – Sí, son tuyos, y los puedes compartir con tus amiguitos, que alcanzan para todos. Los guardé para tus tíos, y ninguno salió pelotero ¡Ojala les sirva para que alguno de esos niños, o tú, lleguen a ser un gran jugador del equipo Cuba!
De más está decir que Paquitín salió corriendo como una bala a buscar a sus inseparables Tito y Bebo y al resto de sus amiguitos. ¡A partir de ese momento sí jugaron pelota de verdad! Inclusive, tuvieron que venir los papás a buscarlos, porque anocheció y ni aun así querían abandonar la diversión. Esa noche, muchos fueron los niños que durmieron y soñaron felices, abrazados a su primer guante de beisbol, apretándolos como su mayor tesoro.