Darlign el observador de obras

Darlign el observador de obras

Todas las mañanas a la misma hora y en el mismo lugar se petrificaba como una obra viviente, con una mano sosteniendo el codo que a su vez su otro brazo con su mano acariciaba su mentón. Con los ojos fijos detallando cada rincón de las obras, plasmando su vista en aquellas pinturas hechas por otro hombre en la antigüedad. Sus días transcurrían allí parado oliendo, pensando y creyendo ser uno más, pero sin marco de esa galería. Al transcurrir los días, los meses e incluso un par de años, fue apodado el loco de la pintura, no parecía molestarlo; caminaba y caminaba por los pasillos vacíos de la galería. Al pasar el tiempo las personas por miedo se alejaban incluso dejaban de ir a ver las obras. Un par de veces niños malcriados obligados por sus padres adornaban el lugar, una anciana solitaria que fumaba a escondidas, y un estudiante de arte eran los que conformaban esa familia de la galería. Lo que Darling buscaba era la expresión facial perfecta para apreciar una buena obra, todo sumaba el frio aire de la galería, la ausencia de juventud en la zona, y el crujir de sus huesos al pasar los años.




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