El Guardián de los Relatos
Eily se despertó como si su alma hubiese caído de
golpe contra el suelo engramado donde descansaba y de inmediato hubiese perdido
un fragmento de ella.
-Mi árbol- Dijo angustiada. ¡Mamá mi árbol!
Se levantó se puso las alpargatas de cuero que su
padre le había comprado en el pueblo y tras cruzar el rio lo más cuidadosamente
que pudo comenzó a correr.
-¡Hija! ¿Qué pasa? A dónde… ¡Leoncio Despierta! la
niña se fue corriendo ¡Hay que alcanzarla!…
-¡Que la niña qué!- Leoncio removió la leña usada para
el sancocho, estaba completamente apagada. Tomó la hoya más pequeña con el
sobrante, se puso sus mocasines de cuero marrón y se lanzó al rio- ¡Son los
taladores!
-Espérate Leoncio que yo voy con el niño.
Leoncio retrocedió, le tendió la mano a la mujer con el
infante en brazos. Los tres cruzaron el rio, avanzando por el sendero de cujíes
y arboles guayaberos de aspecto barnizado.
Eily le había sacado ya unos 10 metros de ventaja,
lamentaba no haberse amarrado el cabello con una cola, pero no había tiempo, en
aquel bosque a penas habitado, los sonidos corrían casi tan rápido como en el
agua y la presencia de aquellos hombres armados se hacía evidente.
-No quiero que te vayas- había suplicado Eily con un hilo de voz, la última vez
que vio el árbol ancestral- entonces con
quien voy a hablar, el limonero tiene espinas y no da mucha sombra, y el
guayabero arroja guayabas o gusanos.
Ella había escapado del juego de la Ere para ir hablar
con él, unas cuantas veces a la semana lo hacía. Los padres dejaban que los niños jugaran “con cierta
libertad”, porque seguían las voces desde sus patios. En aquel caserío, lo más
audible era la naturaleza con sus cantos. El eco era un chismoso que le decía a
Mercedes; en la primera casa desde la subida, donde había comprado el maíz su
vecina Elvida que vivía a 30 metros más adelante, o el eco le contaba a Luis
qué herramienta no le había devuelto Aquino martillando a 70 metros de
distancia, mientras intentaba
arreglar el viejo Jeep donde a veces hasta 3 familias viajaban al pueblo.
-Sé que te quieren cortar– le había dicho Eily sentada a un lado de sus raíces –esos hombres te usarán para sus sillas y
mesas, pero no saben que es aquí donde tú les puedes ayudar.
Un Cristo fue y un azulejo en la copa del árbol habían
cantado y Eily había sonreído por aquello, allí ensayaba el orfeón de las aves.
Entre las hojas, se colaron algunos rayos de sol que apenas iluminaban y ella
había procedido con los comentarios del día, los recordaba perfectamente:
-Ya se me quitaron los piojos,
no voy a contagiarte… los muchachos estuvieron a punto de darse cuenta esta
semana… Hubiese sido “Eily la Piojosa”…
-¿Te dije que Rigoberta y Alirio
ya no están molestos conmigo? saben que no les di dulce de higo porque ya no me
quedaba… Mercedes les dijo que mi mamá le había regalado la última taza…
Ajajaja… Ella no está loca sabes… Es buena conmigo.
-Ah… Y mis padres ya no
pelean… Gracias a Dios ya pudimos vender las auyamas y los tomates y se
compró el maíz, el arroz y otras cositas para la casa…
-¡Eilyyy!
Gritó la madre nuevamente, intentando alcanzar a su
hija a fuerza de palabras, pero esta ya les había sacado mucha ventaja, el niño
pesaba, y el padre era lento con la ollita
de sancocho en mano. Él también estaba angustiado, sabía que su hija era
impetuosa, pero además de eso, le tenía aprecio al árbol, Leoncio había ido a
meditar bajo sus ramas cuándo las cosas no andaban bien con las cosechas y la
ventas, y unas cuantas veces había podido desahogarse, e inclusive su esposa le
vio a escondidas y luego de turnarse secretamente para meditar en aquel
frondoso santuario, se había devuelto a la casa a conversar con su marido. Para
la familia el árbol, con su energía diáfana tenía un valor especial.
…
Esa tarden venían por el Samán, Eily no se había
equivocado. Tomaron la ruta alterna para llegar al barrio sin tanta alarma y
ver que otra madera aprovechaban. El más taciturno de los hombres se había adelantado. Tenía casi 40
años, y provenía de tierras lejanas, había hecho muchos oficios en su vida y en
todos logrado la experticia, pero desde hace algún tiempo nada terminaba de
gustarle… Agotado por la caminata y el peso de sus herramientas se dejó
cautivar por la magnífica sombra del árbol. Mientras se acercaba al samán dudó,
tenía trabajo que hacer, pero una brisa fresca y el olor dulce de los frutos
con apariencia de caparazón, le invitaron a sentarse; tiró el hacha de un lado,
y a los pocos minutos recostaba su cráneo sobre una rama…
– Hasta donde hemos llegado amigo… Y a lo que he
venido yo- comentó el hombre. Un turpial cantó en una rama muy cercana y él
despegó en una avioneta como las que utilizaba en Canaima, sus ojos estaban
cerrados pero la mente tan dispuesta como un acantilado que caía con abundancia
hacia el pasado. Había volado sobre aquellas tierras Bendecidas por el agua,
Dios parecía haber encontrado la forma de dotar más allá de las posibilidades
el territorio venezolano a través del líquido cristalino, o de colores
incontables, que abastecía de minerales y criaturas la tierra. Vaya que aquel
hombre con su avioneta dejó pedazos de su memoria en la altitud del Santo Ángel,
en los tepúes, entre las selvas, los manglares, y en la infinidad de caminos
semiacuáticos que vestían la tierra de Bolívar. Pero contra su voluntad, había
tenido que abandonar su avioneta por una avería, e ir a trabajar a las minas
donde el hombre se creía rico a pesar de ser un esclavo, allí era fuerte y
extensa la faena, y sí, había hecho buena plata pero ya no le daba felicidad
estar en la tierra profunda y no en los aires. Entonces decidió emigrar a los
llanos apureños, donde se desenvolvió en la ganadería por unos años. Más tarde
se trasladó a calabozo, para trabajar con la siembra de arroz y de allí, con la
piel morena, llegó a la capital del estado Guárico a donde un viejo amigo le
condujo al mundo de la tala, pero justo en ese momento, ante el canto de las
aves y la brisa que pasaba las páginas
de sus memoria se dio cuenta de que su actual trabajo no le agradaba… Él era
como aquel Samán, que en sus años se había dedicado a contemplar el mundo, la
naturaleza, a las personas. El árbol no podía moverse como humano, pero
modulaba con su entorno y con las voces que hablaban para él. Ambos eran
viajeros y a eso debían dedicarse. El hombre descubrió en ese instante que con
o sin avioneta podía ser libre de ir a donde quisiera y apreciar las historias
que escondía cada recorrido, solo debía encontrar la forma de dedicarse a eso.
El árbol con su energía transparente le había permitido regresar a su esencia…
((Raaaaammm))
Sonó el arma a
centímetros, estaban sobre él. Horacio, simulando despertar sobresaltado arrojó
el hacha contra la sierra haciendo que al talador ceñudo la soltara con el
destrozo de la primera. Le preguntaron si estaba loco, él se excusó. Le quedaba
claro que cada árbol escondía algo mágico, debía protegerlo, sabía que a los
taladores no les importaría derramar la sangre del Samán, pura y traslucida
como su esencia. Ellos ignoraban que los árboles se encargaban de la vida, de
filtrar y producir el oxígeno, de limpiar los desastres del hombre; quien ahora,
en la inconciencia, en la avaricia, quería destruir su propia salvación.
-Este samán no se puede
cortar- replicó el viajero ante los hombre armados
…
Lo ojos de Eily
humedecieron al escuchar la motosierra, eso le hizo acelerar el paso aunque
estaba cansada. Leonicio aún no le alcanzaba pero tenía compañía, en el camino
encontró al flaco Acelmo que había escuchado a Leomarys gritándole a su hija, y
también apareció Alejandrina la mejor amiga de Eily, ambos, en distintas ocasiones,
solían sentarse bajo la sombra del árbol a charlar con él sobre la vida, a
mirar las mariposas que se mezclaban con los matices de la tarde o simplemente
a disfrutar del crepúsculo bañando las lomas de los tonos más increíbles. Más
atrás venía Mercedes con un cuero de vaca para soltar correazos a los
taladores…
Luego de saltar el
manantial de los lirios, Eily llegó a la cima de la montaña y al mirar abajo
encontró a un grupo de hombres avanzando con sus armas hacia el árbol…
-A ver… ¿Por qué no se
puede cortar Horacio?- preguntó el Jefe, un hombre velludo vestido con guarda
camisa.
-La hoja no es la
indicada, se va atascar, el tronco es muy grueso…
-¿Y para qué están las
hachas?- Respondió despectivamente el hombre, escupiendo al suelo.
-No harán nada,
oscurecerá, las hachas se mellaran y nada…
-No me lo parece… ¿Te
gusta este árbol?
-El puño de Horacio se
tensó, sabía que el hombre no le creía y debía conseguir otra forma de
disuadirlo.
-¡Déjenlo!- Gritó una
niña que descendía por la loma con forma de joroba- ¡ustedes no tienen derecho
a cortarlo, es nuestro!
-No me digas- el viejo
escupió nuevamente y sonrió -¿Quién te contó eso? ¿Tu papá? Esto aún no es de
nadie y es mejor que vayas con él…
¡Yo estoy aquí!-
Respondió el padre resoplado, estaba en la cima de la loma y los vecinos tras
de él; todos lucían su semblante más rudo a pesar de los hombres armados- la
niña tiene razón, ya pedimos estas tierras a la alcaldía del municipio…
-Y mientras llegan esos
papeles, esto no es de nadie… Replicó el jefe
-¿Quien dice que no los
tengo? Llevamos un año aquí…
-¡Es mejor que se vayan!-
imperó la esposa con voz temblorosa- ya notificamos a las autoridades.
-Es mejor que prevengas -dijo
Horacio desde el fondo- creo que no te aprecian mucho esas autoridades…
El talador con
guardacamisa se llenó de ira, ya había planificado lo que haría con aquella
madera e inclusive la había ofrecido de palabra, pero ahí estaban esos
campesinos ecologistas con sus ideales…
-Mira, ¡¿Saben cómo es la
cosa?! ¡Que ninguno de ustedes me va a decir que hacer con mi sierra! Así que ¡tú!
-grito al trabajador- ¡enciende eso!
Al ayudante de rostro
tiznado se le trabó la sierra, así que la tomó el mismo jefe, la hizo funcionar
de un golpe ((Raaam)) y profiriendo improperios fue a cortar el árbol. Eily
miró el rostro endurecido de su padre, la impotencia de su madre, la sorpresa
de sus vecinos, las amenazas al aire de Mercedes ¿Su árbol sería talado? Cuando
la sierra rozó el tallo, una brisa abrumadora hizo retroceder al hombre, las
aves gritaron, perros y araguatos aullaron desde lejos, y además de ira, el
jefe sintió temor… entonces…
Uuuuuuiiiiioooo
Uuuuuiiiioooo Uuuuuiiiooo
Una sirena resonó por
todo el bosque, las aves volaron y aquella secuencia estridente rebotó en la
cabeza del jefe talador…
-Te lo dijimos viejo,
llamamos a la policía y a los bomberos– dijo Mercedes dando correazos al aire,
veamos que harás ahora.
-¡AH! Vámonos inútiles…
Quédense con su arbolito… Les salvo la campana…
Eily celebraba al ver que
los hombres se alejaban refunfuñando hasta perderse entre los bejucos. Libres
de extraños los vecinos prorrumpieron en una risa colectiva, todos sabían que
Aquino, el vecino, por fin había logrado que el Jeep “del vecindario”
arrancara; aquel auto poseía una peculiar sirena de bomberos que se escuchaba a
kilómetros.
Esa tarde, sintiéndose bendecidos,
Eily, su familia, los vecinos y Horacio, se sentaron alrededor del samán a
deleitarse con el diálogo entre los animales y el bosque, a ver las luciérnagas
brillar bajo las ramas frondosas y a compartir, sencillamente, como seres vivos.