El Último Combate
Los Aviones de combate también cuentan cuentos. Y esta es una de las tantas historias, historias heroicas acerca de la fiera defensa del último bastión, la última vía de escape de un Vietnam del Sur ya sentenciado a desaparecer como nación, contada desde un punto de vista diferente y nunca antes imaginado. El del avión…
—Apúrense, ¡APURENSE!!!… ¡No tenemos mucho tiempo! —apremiaba Spad a los armeros y al personal de tierra que quedaba, para que terminaran de reabastecerlo de combustible y de rearmarlo.
Con el motor todavía encendido, el A-1 ejecutaba rápidamente y de memoria todas las comprobaciones antes de iniciar el vuelo. Su experiencia en rescate le indicaba que no había tiempo que perder; cualquier segundo aprovechado era vital para el desalojo de la base y él iba a hacer todo lo que estuviera a su alcance para logar que, si no todos, la mayoría pudiera despegar a tiempo.
—¡TERMINAMOS!… Estas listo para partir… ¡VAMOS!… ¡VAMOS!… ¡VAMOS!!!… —le ordenó un sargento con cara de pocos amigos.
De inmediato, el valiente Skyrider iniciaba su rodaje para despegar en rumbo reciproco al del aterrizaje.
Mientras taxeaba, pudo observar como el personal de tierra restante, incluido aquellos que segundos antes lo apoyaban, salían corriendo a subirse en uno de los últimos C-130 Hércules que abandonaría la base con rumbo desconocido.
A todas estas, otro grupo de aviones se había unido al Comandante del Escuadrón de Caza No. 518 y esperaban su turno, guiados por éste, para despegar.
—¡MANTEN TU POSICION!!! —le gritó a un C-123 que iniciaba su entrada a cabecera de pista.
Pendiente como estaba de su compañero de armas que reabastecía al final de la pista, “Dragón Uno” se había dado cuenta de la entrada en cabecera de Spad.
—Tan pronto el Skyrider esté en el aire, despegas de inmediato…. —le indicó al Provider quien, asustado, veía como las balas de mortero se acercaban más a cada instante.
Spad, cuyo camuflaje estaba desgastado por el tiempo, la exposición a los elementos y por los vuelos constantes, pasó rasante y, mirando al grupo de aviones prestos a despegar, les sonrió y les guiñó el ojo izquierdo a la vez que recogía su tren de aterrizaje y batía alas en señal de que todo iba a estar bien.
Segundos después, Spad iniciaba un viraje ascendente por su derecha para luego invertirse y ejecutar un pasaje de ametrallamiento prácticamente sobre la cerca del perímetro de la base.
“Dragón Uno” reinició entonces, las operaciones de despegue.
—“Dragón” Veinte y Tres… Este es “Dragón Uno”… Procedan a bombardear sin mí —le ordenó por radio a los aviones de combate que habían despegado minutos antes.
Spad salía de un pasaje de ametrallamiento virando fuertemente por su izquierda y mirando sobre su ala en otro intento por localizar el punto desde el cual habían sido lanzados los misiles que derribaron a sus dos amigos.
Una densa columna de humo, de varios cientos de pies de altura, se elevaba al capricho del viento desde los depósitos de municiones de la base, impactados por las balas de mortero disparadas por los soldados que bordeaban la cerca perimetral al norte del campo.
—Spad… “Dragón Uno”… Solicito apoyo aéreo de inmediato en el perímetro de la puerta 0-51…
La puerta 0-51 estaba casi a la altura de la cabecera de la pista 07R/25L, justo a la vista del “Dragón Uno” por lo que, preocupado como estaba de que las tropas enemigas pudieran forzar la entrada a la base, dirigió a Spad en un ataque de precisión.
De pronto, y para sorpresa del grupo de aviones que esperaban su turno para despegar, el A-1H salió justo por detrás de la torre de control de la base, ejecutando rápidamente un pasaje rasante, lanzando dos de sus cuatro bombas incendiarias BLU-1/B, conocidas como “Napes”, sobre la concentración de tropas y artillería que se encontraba en los campos de arroz próximos a la puerta oeste de la base. Los soldados en el bunker 0-51 hicieron lo propio logrando repeler el asalto inicial, dando de esta manera algo más de tiempo a los aviones en pista para completar la evacuación.
—¡SPAD!!! —se oyó gritar por radio a un C-7 Caribou, quien acababa de despegar—. ¡LA PUERTA PRINCIPAL!!!
A 500 pies de altura sobre el campo, el A-1H echó un vistazo de inmediato al punto referido por el Caribou donde, después de unos segundos, logra divisar un par de tanques T-55 de origen soviético que se dirigían a toda velocidad hacia la puerta principal.
Spad salió de un viraje defensivo por su derecha para volver a cruzar la pista, en esta ocasión, en sentido nor-este sur-oeste, sobrevolando lo más bajo que podía, la rampa del antiguo sector “Delta”, a fin de permanecer cubierto por los edificios y hangares y pasando como tromba sobre el Cuartel General de la Base para luego virar por su izquierda y entrompar la avenida Cong Hoa.
Entonces, Spad se concentró en apuntar.
Una andanada de 38 cohetes de 2.75 pulgadas que dejaba vacíos por completo sendos contenedores LAU-3/A, salía disparada en dirección al primer blindado. Las cabezas anti-tanque Mk 5 de alto explosivo de los cohetes hicieron su trabajo a la perfección saturando por completo un área equivalente a casi dos campos de futbol.
Acto seguido, Spad inició un brusco viraje por su izquierda.
—¡Hey Spad!!! —le avisó, en ese momento, uno de los últimos C-123 en despegar—. ¡A tus tres en punto!!!
El poderoso A-1H viró violentamente por su derecha, apenas a tiempo para esquivar un mortífero SA-7 “Strella” que pasó a escasos metros de su ala derecha sin activarse.
—“¡Ya te tengo pequeño bastardo!…” —murmuró con una sonrisa maliciosa dibujada en su morro.
Completando un viraje de 180° que lo llevó de nuevo y con rumbo reciproco a la puerta principal, Spad sobrevolaba la avenida Hoang Van Thu, donde el segundo tanque pretendía dar marcha atrás para alejarse del infierno abrasador en el cual se habían convertido los restos de su líder y reanudar su avance sobre el perímetro.
—No en mi guardia… —dijo entre dientes, a la vez que soltaba el par de “Napes” restante sobre el ahora indefenso tanque y rompía de inmediato por su derecha.
Una llamarada se extendió por varios cientos de metros a la vez que los contenedores de “Napalm” se deslizaban avenida abajo hasta llegar casi a la cerca perimetral de la base.
El T-55 estalló en mil pedazos sin que apenas Spad lo notara. Ahora su objetivo principal era el emplazamiento anti-aéreo.
Spad ejecutó una pequeña corrección a la derecha, ascendió unos cuantos pies y enfiló directo al grupo de vehículos estacionados al norte del campo de golf.
—Por “Fenix” Cero Nueve, y por “Tinh Long” Cero Siete… ¡Va por ustedes!…
El A-1H descargó la mitad de los cohetes que le quedaban, observando con satisfacción que estos iban directo al blanco.
Y cuando se disponía a ejecutar un ascenso por su izquierda…
¡CLANK-CLANK-CLANK!!!
Spad se quejó amargamente por los fuertes golpes recibidos.
—¡MALDICION!!! —exclamó visiblemente molesto.
Su motor tosió, carraspeó y volvió a toser, en su intento de mantener la hélice enganchada a la masa de aire.
Un rápido análisis de su condición y determinó que no había tiempo de radiar su situación.
A decir verdad, daba igual porque ya no había nadie en la torre de control a quien poder reportarle y mucho menos alguien en tierra para ayudar.
De pronto, un indescriptible dolor invadió cada costilla, cada panel y cada remache del viejo y cansado avión, mientras que, casi de inmediato, un largo penacho de humo negro comenzaba a escaparse del motor averiado.
Temiendo que su motor no respondiera, inició un pesado y tortuoso ascenso a una altura que le permitiera observar mejor la disposición de las tropas enemigas. Con Tan Son Nhut a su derecha, una última y nostálgica mirada a su antigua base, evocando recuerdos de días pasados que no volverán, ejecutó un amplio viraje por su izquierda, rio arriba, en búsqueda del emplazamiento anti-aéreo del cual salieron los disparos que lo hirieron de muerte.
—¡NOOO!!!… —exclamó “Dragón Uno” al ver a Spad perderse en la distancia, dejando tras de sí un largo trazo de humo negro.
—¡SEÑOR… HUYAN LO MAS RAPIDO POSIBLE!!!… —le indicó un soldado que venía corriendo desde la cerca del perímetro norte de la base y que luego se perdió entre la pila de aviones inservibles en búsqueda, quizás, de alguno que pudiera sacarlo de ese infierno en que se había convertido todo el lugar.
Ya era un hecho que la defensa de la base había quedado rota. Mirando a su derecha o a su izquierda, ya no importaba; el caos y la anarquía se habían apoderado de la línea de vuelo
—¡MUCHACHOS… ESCUCHEN!!!… —llamó la atención de los pocos aviones y helicópteros que todavía no habían despegado—. No importa en qué condiciones de vuelo estén, nos vamos ya, no hay tiempo para ajustes… —y mirando a los técnicos y personal de tierra que aún trabajaban para medio poner a punto a sus aviones les ordenó—. Cierren esos paneles y busquen lugar en el C-130… No podemos hacer más…
En eso, el confundido soldado a quien había perdido de vista minutos antes, volvió a aparecer detrás de uno de los vetustos UH-34 que se estaba alistando para partir.
—¡Hey!… ¡Hijo!… Tranquilo —lo calmó el Skyrider—. Móntate en aquel helicóptero, nos vamos de aquí.
El movimiento en la base se había vuelto frenético. El fin se avecinaba, y como pudo, el veterano A-1H se las ingenió para mantener el orden dentro de una situación tremendamente caótica.
Uno a uno, los helicópteros desde la rampa y los aviones desde la pista 07R, fueron despegando hacia la libertad.
Desde la puerta abierta de aquel destartalado UH-34, ese soldado desconocido se despedía, agradecido, con su mano en alto…
El penúltimo en despegar fue el C-130 Hércules.
—Ok. Grandote… Nos vemos en Tailandia… —le dijo el Skyrider y acto seguido, le dio un leve golpe con la punta de su ala derecha, indicativo de que podía despegar.
En condición de sobrepeso como se encontraba, el enorme avión de transporte se vio obligado a utilizar casi la totalidad de la pista para poder ejecutar un despegue seguro.
Quedándose de último como todo buen líder y mirando con resignación a su alrededor, nuestro amigo, el poderoso A-1H Skyrider rezó una corta plegaria en homenaje a aquellos valientes guerreros que cayeron en la defensa de Saigón y en especial por quienes lucharon por mantener abierto el último reducto de escape que quedaba: la base aérea de Tan Son Nhut.
El Skyrider despegó, subió a 1000 ft y, ejecutando un amplio viraje por su izquierda en 180°, pudo ver con tristeza como los soldados enemigos habían logrado violentar el perímetro de la base.
Con la mirada melancólica y en silencio, los aviones y helicópteros que quedaron atrás observaban, resignados a su suerte, como el A-1H se alineaba para ejecutar la última misión de bombardeo en una guerra que ya había finalizado para ellos.
Como su última acción de guerra, “Dragón Uno” dejó caer sus bombas sobre una batería anti-aérea, lanzó sus cohetes “Willi Pete” sobre un emplazamiento de morteros y ejecutó dos o tres pasadas de ametrallamiento sobre las posiciones enemigas próximas al perímetro norte de la base.
Y entonces, poniendo rumbo definitivo a Tailandia, se desmoronó.
Saigón, la otrora pujante ciudad conocida como la “Paris del Oriente”, había caído, sellando para siempre el destino de una gran nación.
El círculo se había cerrado.
En cuanto a Spad, algunos dicen que apenas si pudo cruzar la frontera y que sus restos yacen, olvidados por el tiempo, en algún paraje bajo la densa jungla camboyana… Otros, los más optimistas, cuentan que logró llegar a Tailandia y que, desde entonces, descansa plácidamente en un hangar reservado sólo a los más valientes, a los héroes de la historia…
Pero lo cierto es que nadie supo nada más de él.
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