El pozo de las brujas
El Pozo de las Brujas.
Esta historia está basada
en unos hechos reales. He cambiado nombres y lugares.
Las situaciones son
supuestamente las que podían haber sido.
Junio de 2000, son las 22
horas. El turno de noche en el hospital transcurre con la normalidad
que acostumbra cuando los pacientes duermen o intentan hacerlo.
Alguna llamada atendida por las auxiliares o enfermeras para alguna
emergencia. Siempre hay algo que hacer atendiendo a pacientes que
solicitan atención para medicamentos, cambio de drenajes, vendas,
apósitos y goteros o ayuda para sus necesidades si no pueden
hacerlo por sí mismos. La rutina de siempre. Algunos momentos de
tranquilidad los aprovecha el personal para reunirse en la sala de
descanso y tomar un café o charlar un rato de asuntos profesionales
y otros que vengan de actualidad. Son las 22:30 horas. Carla prepara
un carrito con una lista de lo que va a necesitar. Lee la relación
de pacientes, la prescripción recetada que a cada uno ha de
administrarle. La habitación de farmacia está llena de frascos y
cajas en múltiples estanterías. Dentro hace bastante fresco para
mantener a baja temperatura el material. Todo está bastante
controlado; lo que se coge, es anotado para su reposición. Por un
momento, siente un sobresalto al leer la lista. El nombre de un
paciente la hace releerla de nuevo con más atención. No puede
creer lo que ven sus ojos. Piensa que podría ser una coincidencia al
ver el nombre y apellidos del enfermo. Ve que su edad también
coincide con quien supone. Mira el historial y los datos de ingreso.
No cabe duda que es él. Queda un rato indecisa, pero oye los pasos
de una compañera que entra para coger su lista de medicinas y la
hace reaccionar. Toma cada uno de los medicamentos que necesita. Sale
del cuarto de farmacia y enfila el pasillo. Con cuidado de no
molestar demasiado a los pacientes, va visitando las habitaciones
donde va dejando los medicamentos que precisan los enfermos y tomando
los datos indicados por el médico en cada caso. Comprueba su
temperatura, tensión, drenajes, goteros, etc. En la habitación 410
está el paciente que busca. Comprueba que no hay acompañante en ese
momento con el enfermo. Está despierto. Lo saluda y le pregunta si
puede el tomar él sólo la medicación. Contesta que si y se la deja
junto a un vaso con agua. El paciente la mira con atención. No le
extraña a Carla, que sabe cómo la miran los hombres. Está
conectado a un sofisticado dispositivo que le dosifica el
medicamento. Toma los datos en él. Tiene aún el gotero a medias.
Mientras le toma la temperatura y presión sanguínea lo observa
detenidamente. Es un sexagenario de facciones regulares, bastante
alto, porque la cama le queda justa.
Al aproximarse para
acomodarlo un poco en la cama. Al hacerlo, observa que el paciente
mira fíjamente su adorno. Lleva puesta una gargantilla con una
cadenita de plata y un nombre: MARTA.
-¿Es su nombre?
-No, era de mi madre.
-Es curioso, me recuerda a
uno que le compré hace mucho tiempo a mi mujer.
-Ah, ¿se refiere a la
señora que le ha acompañado esta tarde?. La he visto irse hace
poco.
El hombre la miró con un
gesto de tristeza.
-No, ella es Sofía . Es
también mi mujer. La primera murió hace mucho tiempo.
-Lo siento.
Cuando da por terminada la
visita le advierte.
-Más tarde vendré a
cambiarle el gotero y revisar el dosificador.
Prosigue su recorrido. En
hora y media ha terminado. Coloca los resíduos en los recipientes
herméticos, llenos de apósitos, bolsas de suero, tubos flexibles,
jeringuillas, esparadrapos, envolventes de píldoras, guantes,
mascarillas… un monton de deshechos que se retira a diario de las
habitaciones, que irán en para su destrucción o reciclaje en
distintos recipientes según su peligrosidad. Luego serán recogidas
por el servicio de limpieza. Rellena los partes de cada enfermo para
su revisión por los médicos de planta. A las 7 de la mañana
termina su jornada. Las enfermeras del turno entrante ya han llegado
y se les pasa el informe de lo acontecido, tomando ellas el relevo.
Cuando llega a casa toma
un vaso de leche, toma una ducha caliente y se mete en la cama.
Carla pasa la mañana casi sin poder dormir. Su mente no la deja. A
veces llora y otras aprieta los puños y golpea la almohada. En su
cabeza hay un torbellino de pensamientos que no la dejan conciliar el
sueño. Son casi las doce de la mañana cuando despierta tras el
corto sueño que al fin agotada pudo conseguir, se prepara algo de
comida. Es temprano aún para lo que es habitual en ella, que suele
descansar más. Su angustia y desasosiego no la abandona. Siente el
cuerpo cansado de su casi vigilia. Trata de pensar, de decidir, de
planear. Le viene una y otra idea, es todo confuso. Tiene que tomar
una decisión y tras reflexionar durante más de una hora, sale a dar
un paseo. Tiene que despejarse y aclarar ideas. Nunca se había
encontrado en una situación tan grave en su vida.
Entra a su turno de noche
de nuevo, que cumple otra vez con la rutina habitual. Pero esta
noche está más nerviosa. Ese hombre le ha provocado un gran estado
de ansiedad . Cuando llega al paciente de la habitación 410 lo ve
despierto y se acerca a él para tomarle sus constantes.
Carla ahora está
totalmente segura de quien es el personaje. Y está allí, indefenso,
a su merced. Le recorre por su cuerpo un sentimiento de rabia y
odio.
Cuando sale del hospital,
va deprisa, quiere alejarse lo más rápidamente de allí. Al pasar
por una papelera, deposita una bolsa de plastico con restos de un
recipiente que lleva en el bolso.
A las 8 de la mañana un
aviso de emergencia procedente de la habitación 410 suena en la
centralita. Lo ha activado la enfermera que hace la primera ronda de
la mañana.
Otra enfermera se acerca
para ver de qué se trata. En el pasillo se encuentra a la compañera,
que algo nerviosa le indica que el enfermo está mal.
Cuando entran lo exploran
y comprueban que apenas tiene pulso y su respiración es débil.
Inmediatamente avisan al médico de turno que a los pocos minutos
llega para hacerle una revisión ante la cual ordena su ingreso en la
UCI.
A pesar de los cuidados, a
las 10, el enfermo muere de un paro cardíaco. Los médicos no han
podido hacer nada para recuperarlo.
Automáticamente, como
indica el protocolo, se abre una comprobación con todos los datos
reportados desde su ingreso. Aparentemente no hay una explicación
lógica para este fatal desenlace. Los datos del paciente, que
ingresó por una angina de pecho en la UCI, de la cual se había
recuperado, no indicaban que hubiese un peligro para su vida, pasando
a planta . Pronto estaba previsto que le iban a dar el alta.
Tras verificar su muerte,
se le conduce a una sala del médico forense para realizarle una
autopsia.
El protocolo médico en
estos casos activa una serie de comprobaciones.
Inspección comprueba el
historial desde su ingreso, recopilando datos por parte de todo el
personal que ha tratado al paciente, analíticas y tratamientos, en
fin, multitud de papeleos e indagaciones.
Comprueban que los
análisis y datos biométricos hechos el dia anterior a su
fallecimiento daban datos correctos. No había indicio alguno de algo
que le llevase a una consecuencia fatal.
Paralelamente se dió
informe de la defunción al juzgado por parte del hospital.
Se adjuntó un informe de
la dirección médica con el certificado de defunción y el informe
del forense, que indicaba que habría fallecido al haber sufrido una
grave intoxicación medicamental por causa desconocida.
En el análisis de la
autopsia se comprueba una cantidad anormal de cloruro potásico en
sangre. Este producto entraba entre los recetados para el remedio de
su mal cardíaco por el que ingresó. Esto probablemente provocó una
parada cardíaca.
Podría haber sido un
error médico en la posología de la receta o de las auxiliares
médicas en su administración. Revisan el aparato dosificador que
había tenido conectado, que envían a laboratorio para su
comprobación.
El personal de turno del
día anterior fué llamado para hacer las comprobaciones pertinentes.
Carla fué interrogada igual que las demás compañeras.
Comprobaciones de medicamentos, de las hojas con las indicaciones del
médico responsable de lo recetado al difunto, de las actuaciones de
todo el personal.
Los medicamentos que
había en la farmacia fueron retirados y llevados al laboratorio
para su análisis.
Se llevaron también los
residuos recogidos de la habitacion 410 que no habían sido
retirados todavía por el servicio de limpieza.
El juzgado de guardia
envió una orden de investigación policial.
El asunto le cayó al
inspector García Sanabria, un joven policía con buenas dotes para
su profesión.
Primero se documentó de
los informes del hospital para conocer los pormenores del caso .
Estudió y planificó el
trabajo a realizar.
En principio comenzó por
solicitar al hospital el nombre, teléfono de contacto y domicilio de
todas las personas que tuvieron relación con la víctima. Esa noche
había de turno dieciseis personas.
A todas se les citó en
distintos días y se las interrogó individualmente, hubieron de
relatar sus movimientos y actuaciones. Tres de ellas habían tenido
atenciones directas al paciente ese día, entre ellas, lógicamente
Carla, que tuvo que contar detallada y pormenorizadamente sus
actuaciones.
Tras tomar las primeras
declaraciones y datos al personal médico, la policía continuó su
labor varias semanas cotejando y analizando lo anotado en esas
primeras declaraciones.
Tras ese periodo inició
de nuevo, con más datos recopilados, la citación en Comisaría de
las personas que creyó conveniente.
Cuando le correespondió a
Carla, ésta acudió puntualmente a la citación en la comisaría.
Estaba un poco nerviosa.
La comisaría estaba
situada en los bajos de un antiguo edificio con portales altos y
escalinata amplia todo de piedra. Carla iba acompañada de sus
padres, que no quisieron dejarla sola en esta situación. Al entrar
un policía en la entrada les pidió la identificación y el motivo
de su visita. Carla mostró la carta de citación. El policía llamó
a otro agente que les acompañó hacia su destino.
Tras caminar por unos
pasillos donde se cruzaban con gentes y policías por todas partes,
llegaron a la puerta del despacho donde se leía “Inspector García
Sanabria” . La puerta estaba entreabierta y alguien se oía hablar
dentro. El policía que les acompañó les dijo que esperasen allí
mismo porque estaba ocupado y les atendería cuando acabase.
Por fin, a los cinco
minutos la puerta se abrió del todo para salir un agente que
acompañaba a un individuo de mala catadura. Carla se asomó para
solicitar pasar tocando con sus nudillos levemente la puerta. Oyó la
voz del inspector que les invitaba a pasar. Tras una mesa, el
inspector la miró para indicarle de nuevo con un gesto que pasara.
Conforme entraba Carla, la observó el inspector detenidamente. Con
su traje chaqueta que perfilaba su perfecta figura, le pareció al
policía que podía pasar por una modelo. Inevitablemente, sintió
agrado hacia ella. Parecía una criatura desamparada con ese
comportamiento de maneras suaves y educadas.
A pesar de su experiencia
en el trato con tantas personas, que le habían creado una capa de
frialdad profesional, no podía dejar de admirar la belleza de Carla.
Al fin y al cabo, él era también una persona joven.
El policía les invitó a
tomar asiento.
Tras archivar unos papeles
que tenía entre manos, el inspector abrió el diálogo .
-Bien, estoy a su
disposición, ¿cual es el motivo de su visita?
Carla le enseñó la
citación, que leyó con rapidez.
-¿Se llama usted Carla
Galvez Seoane?
-Si
-Permítame su documento
de identificación, por favor.
Con él en la mano el
inspector fué a un armario archivador donde tras buscar unos
momentos cogió una carpeta algo abultada. La abrió y buscó varios
documentos, que puso encima de la mesa. Mientras los leía se dirigió
a ella sin levantar la mirada de los papeles.
-Muy bien. ¿Estos señores
que la acompañan son su familia?
-Sí, son mis padres.
Entonces, dijo
dirigiéndose a ellos
-Bien, pueden esperar
ustedes fuera por el momento. La habitación al lado del despacho
es una sala de espera. Allí les avisaré cuando los necesite, por
favor.
Se levantó el matrimonio
dirigiéndole una mirada compasiva a su hija a la vez que la madre de
Carla le apoyaba la mano en su hombro con la intención de darle
ánimo.
Cuando los padres
salieron, Carla se sintió más intimidada, pero intentó aparentar
fortaleza de ánimo.
El inspector era una
persona de buenas maneras; al menos se mostraba amable.
Fijaba su mirada en el
rostro de Carla. Hacía tiempo que no veía una joven tan guapa.
-Sabe usted que puede ser
acompañada de un abogado en estos casos.
-Sí, lo leí en la
citación, pero no lo he creído conveniente. Si llega el caso a un
punto que considere oportuno, supongo que podría hacerlo.
-Así es, podríamos
citarla otro día y venir con la compañía de su letrado. De todas
formas, esto no es un interrogatorio hacia alguien detenido o acusado
por lo tanto no debe preocuparse y puede contestar sólo aquello que
considere conveniente. En realidad sólo le haré preguntas
generales. Igual que a sus compañeros.
El policía, al no ver
obstáculo, prosiguió.
-Lleva usted dos años
trabajando en este hospital.
-Sí, así es.
-Su historial profesional
es excelente. Usted trabajó anteriormente en otro lugar, en una
residencia de mayores en Alhama, ¿no es así?
-Efectivamente, fué mi
primer trabajo. Allí estuve tres años, hasta que conseguí aprobar
unas oposiciones y entrar en este hospital.
-Señorita Clara ¿conocía
usted al difunto Sr. Francisco Moreno Ruiz ?
-No, claro que no.
El inspector la miraba
fíjamente mientra hacía las preguntas y ello la hacía sentirse
algo incómoda. Es como si la observase atentamente para descubrir
algún gesto que pudiera indicarle si decía o no la verdad. El
policía prosiguió.
-El único vínculo que
hemos encontrado entre ustedes es que ambos son vecinos del mismo
pueblo. Un pequeño pueblo granadino, Cazin. Curioso siendo tan
pequeño, ¿no le parece?
Carla se removió
ligeramente en su asiento, pero no supo qué responder.
Al fin con voz apagada
dijo:
-Sé que nací en ese
pueblecito. Realmente viví en él sólo un año, luego mis padres se
trasladaron a otra ciudad, según me dijeron, por motivos de trabajo.
No volví a él hasta los 12 años. Para ver la casa donde nací.
Como curiosidad. Allí no conozco a nadie ni tengo familiares. Mis
padres me dijeron que todos ellos emigraron años atrás o murieron.
Estuvimos sólo un rato. Mis padres se trasladaron luego a Granada y
no sé más de ese pueblo. En realidad es un pueblo bastante pequeño.
Eso es todo lo que le puedo decir.
El policía, jugueteando
con un bolígrafo, sin prisas, mostró una cierta amabilidad con una
leve sonrisa.
-Claro, es una simple
coincidencia, una casualidad.
-Igual que con usted,
hemos hablado con otros compañeros suyos, con familiares del
difunto, con gentes de su entorno, de amistades y de trabajo. Al fin
y al cabo, las personas que tienen grandes negocios y dinero suelen
tener algunos enemigos. Todo se investiga. En nuestro trabajo
seguimos reglas preestablecidas. Son rutinas que nos sirven para
acumular datos que luego analizamos. Cualquier cosa que nos diga
alguien, relacionado con el difunto, la tomamos en cuenta. A veces
buscamos una aguja en un pajar. Y muchas de esas veces la
encontramos.
-Por el mismo motivo, lo
que usted pueda contarnos de su trabajo, de sus compañeros, detalles
que parezcan insignificantes, puede ayudar.
Carla esperaba alguna
pregunta concreta.
Prosiguió el policía.
-Una investigación es
algo complejo, es como componer un rompecabezas buscando piezas que
encajen. A veces pueden estar bastante escondidas o que alguna falte.
Toda ayuda para su solución es aceptada. Como esa muerte ocurrió
en el hospital, eso hace que el círculo de investigación se
circunscriba en un entorno más reducido. Al menos en principio.
-Como profesional le
pregunto: ¿puede dar usted una explicación a ese error que provocó
el accidente?
Carla, tras una dubitativa
espera durante la que parecía sopesar lo que contestar, al fin dijo:
-No sé qué pudo ser y
no puedo decir de mis compañeros más que todos cumplen lo mejor que
saben su trabajo. No tengo mucha relación con ellos de todas formas,
no sé de sus cosas porque fuera del hospital no guardo contacto con
ellos. Para mí son todos buenos profesionales. Parece ser que algún
elemento medicinal que se le administró venía mal o funcionó
defectuosamente.
-Sí, es una posibilidad
bastante probable. No obstante, hemos comprobado todo eso y salta a
la vista que en la farmacia de planta no hay una gran vigilancia. El
control es lo suficientemente leve como para que pueda cualquiera
entrar y coger o manipular un medicamento. Hay cerradura, pero muchas
veces nos dijeron que no se echa la llave. Tampoco hay un personal
fijo al cargo de lo allí almacenado.
Tras un momento de
silencio, Carla pensó que estaba esperando su opinión.
-Bueno, hay un almacén
donde sí hay personal fijo dedicado a él y suministra a planta lo
que está destinado a los pacientes. Allí hay un control efectivo.
Pero al almacén de farmacia de planta sí que tiene acceso todo el
personal de turno. Es más práctico para nuestro trabajo.
-¿Podría cualquiera
entonces disponer de los medicamentos?
-Pues sí, desde luego.
Pero es difícil que sea alguien ajeno, lo veríamos unos u otros
llamándonos la atención y que yo sepa, nunca ha pasado.
-¿Han faltado algunas
veces medicamentos?
-La contabilidad de ellos
no es muy estricta porque a veces se les suministra a un enfermo, o
incluso a un familiar, alguna pastilla de más que no está
prescrita, un bote que se rompe, apósitos que piden los enfermos, en
fin, no se puede saber con exactitud lo que se gasta, sólo le puedo
decir que se va pidiendo al almacén central de farmacia a diario
según vemos lo que se gasta o es necesitado por las posologías
recetadas.
-Entonces sería posible
que alguien haya tomado de allí un medicamento y haya pasado
inadvertido.
-Puede ser.
-¿Que tiempo estuvo el
paciente fallecido en la planta?
-Sólo llevaba dos días
cuando ocurrió el accidente.
-¿Quien le visitaba?
-Durante mi turno de noche
no hay visitas a pacientes, sólo los acompañantes que se quieren
quedar con el enfermo. Por la tarde no podría precisarle cuantos
entraron a verle. En teoría sólo dos debían hacerlo, pero a veces
es difícil controlar eso. En mis entradas a esa habitación para
atenderle, sólo ví a una señora con él en una ocasión. No
parece que recibiera muchas visitas.
-¿Le notó usted en
alguna de esas visitas médicas alterado por algo?
-No, las veces que lo ví
estaba tranquilo.
-Bien, sus padres están
ahí fuera. Les haremos pasar ahora a ellos. Puede quedarse en la
sala contigua esperando. No será mucho tiempo. Una simple
formalidad.
El policía, una vez salió
Carla del despacho quedó pensativo. Al igual que a los que les había
citado hasta ahora, no parecía haber tampoco en Carla relación
alguna con el finado. Nadie de los interrogados tenía motivación
para ser sospechoso de haber realizado una acción agresora contra
esta persona. La cuestión iba quedando, si no surgía algo nuevo, en
un fatal error sin culpable reconocible.
Los padres, en el
interrogatorio que tuvieron a continuación, no pudieron más que
confirmar lo cumplidora y buena hija que era Carla, desde su
adolescencia hasta la actualidad.
-Ustedes conocieron al
difunto Sr. Francisco Moreno, ya que vivieron en Cazin,¿no?
El padre de Carla miró a
su mujer y luego al policía. Parecía dudar.
-No, no le conocemos de
nada.
El policía arqueó una
ceja a modo de interrogación sorpresiva.
-Pero en un pueblo tan
pequeño todo el mundo suele conocerse.
El padre de Carla quedó
por unos momentos de nuevo sin saber cómo contestar.
-Es que nunca hemos vivido
en ese pueblo.
El policía le miró un
tanto extrañado.
-Pero tuvieron allí a su
hija ¿no?
-Bueno.. no es así. Es lo
que mi hija cree, porque es lo que le dijimos siempre.
El policía mostró
interés inclinando un poco más su cuerpo sobre la mesa.
-Pero su hija nos dijo
hace un rato que fué con ustedes a ver la casa donde nació.
-Es una historia
parcialmente inventada. La casa que le enseñamos fué una cualquiera
que nos pareció.
-Bien, espero que me
aclare eso.
-Mire, nosotros no hemos
vivido en Cazin nunca. Mi hija sí es cierto que nació allí. No es
hija biológica nuestra. Nosotros la adoptamos. Ella no lo sabe. No
encontramos ocasión de hacerlo ni nos pareció nunca oportuno. Puede
que no fuese lo mejor, pero así ocurrió. Y conforme pasaba el
tiempo, creímos que no era necesario hacerlo.
El agente un tanto
sorprendido, sopesaba esa aclaración, que sirvió para continuar el
interrogatorio por otros derroteros.
-¿Saben ustedes quienes
fueron sus padres?
-La niña fué inscrita en
su partida de nacimiento como Carla Fernandez Luque. Es el único
dato que tenemos. Se nos prohibió cualquier contacto con sus
familiares. No conocemos nada de ellos, donde están, si viven o
cuantos tiene.
-¿Donde la recogieron?
-Nos la entregaron en El
Real Hospicio en Granada. Sólo cuando firmamos los documentos para
el Registro y cambio de apellidos, vimos que era natural de ese
pueblo.
– Entonces, le cambiaron
los apellidos
-Sí, nos asesoramos antes
de la adopción sobre esa posibilidad para evitar problemas.
-Entiendo
-Actualmente en el
Registro Civil sólo aparece su nombre actual y como padres,
nosotros.
Tras un momento de
silencio, a modo de disculpa continuó el padre:
-No creímos conveniente
saber más datos.
-Es algo que ocurre con
cierta frecuencia, no son ustedes los únicos en esa situación.
-Inspector, esperamos que
no sea obligado enterarla de ello. ¿Se lo van a decir ustedes?
-No, si ustedes no lo
quieren. Para nosotros no es asunto de nuestra incumbencia ni
queremos variar sus ideas ni provocar otras consecuencias.
-Se lo agradecemos.
-¿Su hija vive con
ustedes?
-No, ella tiene un
apartamento y vive independiente desde hace tres años.
-Bien, dijo el policía,
gracias por su información y ya les avisaremos si fuese necesario.
Una vez la familia marchó,
el policía tras anotar la información conseguida, continuó con su
trabajo. Quedó haciendo conjeturas y el caso era que nadie de los
interrogados tenía relación directa con el finado, ni afectiva, ni
laboral ni familiar ni de intereses. Sólo esa coincidencia del
pueblo. Poca cosa. No obstante harían unas indagaciones sobre este
tema. Sería posible averiguar algo de los auténticos padres de
Carla, por empezar por algún sitio.
El abogado de la familia
del finado le indicó a la viuda que habría un juicio y esperaban
una resolución que diese como definitivo el fallo médico, porque
era la forma de cobrar una importante idemnización. Trataban de que
el caso se agilizase presionando a la misma policía con algun
requerimiento y solicitudes de información en la comisaría que
llevaba el mismo.
Agosto de 1989
Carla cumple 18 años. Sus
padres le han preparado una gran fiesta, ella ha invitado a algunos
amigos y los padres también a los suyos. En medio de un ambiente
relajado y agradable, todos se divierten. El motivo es lo suficiente
importante. Hay una buena mesa, con platos variados y abundantes. La
música suena en un tocadiscos, la gente baila, ríe y charla
repartida por el gran jardín de que dispone la vivienda. El padre
atiende una humeante barbacoa, la madre atenta a que no falte nada de
bebidas y aperitivos. Carla está radiante, es una atractiva joven,
tiene ya algunos pretendientes aunque aún no tiene preferencias por
ningún amigo o compañero. Disfruta de una gran libertad en su vida
debido a ello. Piensa que es aún pronto para tener compromisos
serios. Alguna de sus amigas le anima a que haga caso ya a algún
buen mozo que desea tener algo más que amistad. Pero ella quiere
terminar sus estudios sin que un compromiso la haga distraerse de su
propósito. Lo tiene muy claro. Le quedan tres años para terminar
sus estudios y para ella es ahora su meta. Tendrá mucho tiempo para
encontrar alguien que le interese de verdad. En la universidad
conocerá mucha gente, tiene mucha ilusión por afrontar ese tramo de
su vida.
El día transcurre
deprisa, en una vorágine de saludos, regalos, abrazos y cuando todos
se despiden, queda la casa como es habitual en estas celebraciones:
hecha una pena. Tocará recoger, limpiar y demás.
Carla se siente cansada
pero ayuda a todo ese trajín desmontando globos, cartelitos,
adornos y manteles de papel con motivos festivos que van directos a
la basura.
Sus padres se acercan a
ella tras todo este trajin y le dan un pequeño paquete.
Carla lo coge con cara de
curiosidad y alegría. Sabe que sus padres le tendrían algo.
-Es nuestro regalo de
cumpleaños, hija. Abrelo a ver si te gusta.
Tarda bien poco en esa
tarea y ve que hay dos paquetes más pequeños dentro. Uno, al
tomarlo al tacto, supone que es un libro. Cuando le quita la
envoltura ve que es efectívamente un pequeño libro no muy grueso,
pero que la hace soltar un pequeño grito:
-¡El curso de conducir!
Ya sabían los padres las
ganas que tenía de sacarse el carnet, así que le querían dar la
sorpresa en ese día tan señalado. Sabían que sería lo que más le
gustaría.
-Pero abre el otro
paquetido, hija.
Cuando lo abre, Carla no
lo puede creer. Salta de alegría y da besos efusívamente a sus
padres. No es para menos, ¡son unas llaves de un coche!.
-Por ahora hija, te
conformarás con verlo en el concesionario. Ya lo tienes reservado,
pero primero, el carnet. Tienes el verano para ello.
-Muchas gracias, padres,
es demasiado, os lo agradezco mucho. No sé cómo deciros la ilusión
que me hace.
Pero no tenía que poner
demasiado esfuerzo para ello. Su cara ya lo decía todo.
Poco después la paz y el
sosiego llegan y se retiran a descansar.
Al día siguiente, Carla
aprovecha par levantarse tarde. Como sus padres han ido a hacer unas
compras, ella aprovecha para hacer algo que le gusta y es ver
fotografías de su niñez. A lo largo de los años se han ido
acumulando y son como una especie de flases dentro de una película
que puede ver inmediatamente dentro de su mente y que la lleva a
volver a vivir muchos momentos inolvidables, unos mejores que otros,
pero todos consiguen arrancarle una sonrisa al verlas. Es su vida
almacenada dentro de esos álbumes.
Cuando acaba, decide
entrar al despacho de su padre. Allí le gusta ver las estanterías
llenas de libros, unos técnicos, otros son una gran cantidad de
novelas y libros antiguos que a su padre le gusta coleccionar.
En una estantería hay
algunas carpetas donde guarda su padre gran cantidad de documentos.
Sabe que ahí tiene muchos de su trabajo com o aparejador. Decide
abrir una con aspecto antiguo. Piensa que si la ve su padre la
regañará como a una niña pequeña. Pero ahora que no están,
aprovecha la ocasión. En ella hay una serie de libretos que son la
mayoría relacionados con asuntos de su trabajo. En otro viejo
archivador encuentra dentro varias carpetas. Cada una tiene nombre.
El de su padre, el de su madre y otra es de ella. La curiosidad la
anima a ver qué guarda su padre de ella. La abre y hojea, son
certificados escolares, cartillas de vacunación, datos médicos de
revisiones, calificaciones de cursos, alguna fotografía de colegio..
pero uno le llama la atención: al leerlo queda paralizada, allí ve
su nombre y no acaba de entenderlo. Es un acuerdo de adopción, de su
adopción. Tiene que sentarse porque está muy sorprendida. No sabe a
qué atenerse. Le cuesta entender lo que lee a pesar de lo claro que
está. No puede ser eso cierto. Tiene que ser un malentendido o en
error. Pero vuelve a leerlo y se convence que así es. Pasa unos
minutos con el corazón latiendo con fuerza. Sus sienes retumban. En
el documento no hay lugar a dudas. Aparece su nombre, pero al leerlo
detenidamente ve que la niña que fue adoptada tenía otro nombre.
Carla Fernández Luque, que procedía de un hospicio donde fué
entregada por horfandad. Y en el documento se contemplaba el cambio
de apellidos por los que ahora eran los suyos.
Tras un buen rato sin
reaccionar, con la cabeza dándole vueltas, dejó los documentos en
su lugar y salió del despacho.
Se tumbó en la cama donde
la angustia que sentía la hizo llorar un buen rato, pensando en la
nueva situación que descubría. No tenía claro cómo debía actuar.
Por un lado, un resquemor por el secreto descubierto, pero por otra
parte, comprendía que su vida no iba a cambiar mucho por esa
circunstancia. Ella quería a sus padres, aunque ahora supiera que en
realidad no lo eran. No sabía exactamente cómo afrontar el problema
que la inquietaba. ¿Hablar con sus padres para decírselo? ¿Serviría
eso de algo? ¿Cambiarían sus afectos si ella les mostraba
incomprensión o reproche? Su vida era tan apacible y les debía
tanto por el gran amor que siempre le habían dado que estaba sumida
en una profunda confusión. Ellos no se merecían ninguna actitud
hostil por parte de ella. Al rato, decidió que no les diría de
momento nada. Tal vez llegase una ocasión propicia. Tal vez ellos
quisieran decírselo un día. Si la recogieron en un hospicio es que
era huérfana. Sus padres habrían muerto. Pero, ¿y su familia
biológica? ¿quedaría alguien de ella?. Una gran inquietud quedó
en su mente.
Agosto de 1989. Carla
inicia el aprendizaje de conducción, que aprobó tras mes y medio de
clases teóricas y prácticas. En octubre 1989 entró a la
universidad. Allí se entregó de lleno a los estudios.
Entre unos temas y otros
su mente adormeció un poco sus inquietudes familiares, aunque nunca
lo suficiente como para que no la atormentasen a ratos. Procuraba
desacerse de esos pensamientos en cuanto les venían. El conocer a
nuevos compañeros la ayudaba a ello. La vida continuaba dentro de
una feliz normalidad. Conforme pasaba el tiempo se alegraba de no
haber dicho nada a sus padres. Lo único que tenía era una creciente
curiosidad por saber algo de sus padres verdaderos. Qué fué de
ellos. Porqué ningún familiar se quedó con su custodia. Estas
preguntas la atormentaban. Pensaba cómo podría descubrirlo sin que
sus padres tuviesen conocimiento de ello. No quería perturbar su
armonía en esos años en que la vida se sosiega y se desea
tranquilidad.
Una y otra vez le venía a
la cabeza cómo habría sido la vida de sus padres, cómo murieron,
cómo habría sido su vida, su aspecto… Ella siempre había
bromeado sobre el poco parecido físico con los que ahora eran sus
padres. Sus amigos incluso alguna vez le dijeron que parecía que la
habían cambiado al nacer. Ella era alta, rubia y estilizada, sus
padres más bien bajos y de cuerpo fuerte. El ser rubia lo achacaron
a unos antepasados que lo fueron y eso podía salir en descendientes
posteriores. No le dió más importancia. Pero tenía ahora una
explicación más razonable. Todo cuadraba. Esa inquitud la llevó a
proponerse que, cuando terminase sus estudios, tomaría una
iniciativa. Intentaría averiguar algo en ese pequeño pueblo sobre
sus ascendientes. Alguien le podría decir algo si con discrección
lo preguntaba. Ya buscaría la excusa apropiada para hacer preguntas.
En la universidd había
conocido a un chico, Alberto, precisamente de un pueblo cercano a
Cazín. Tal vez pudiese ayudarla indirectamente. Para ello y
aprovechando que durante los años de companeros se había generado
una cierta confianza, decidió acrecentar esa amistad. No era mal
parecido, podría decirse que atractivo y buen mozo. No le fué
difícil incrementar esa amistad, ya que el chico ya había puesto su
atención sobre ella. Así consiguió tener más confianza con el,
con gran alegría del muchacho, que sentía una gran atracción por
ella.
Carla no se sentía muy a
gusto con la situación, porque pensaba que estaba jugando con los
sentimientos del chico, haciéndolo creer lo que ella no sentía.
Ella esperaba que fuesen
de otra forma unos inicios románticos, sentir otras emociones que
con Alberto no notaba.
Con la excusa de que antes
de terminar sus estudios no quería complicaciones, fué evitando
tener más compromiso del necesario para lo que se proponía. Pero su
decisión era firme y le necesitaba para ello. Sus leves
remordimientos de conciencia los acallaba pensando en que el chico,
como estaba a gusto con ella, era como darle un premio a cambio de su
pequeño aprovechamiento. Ya encontraría la forma de ir haciéndole
ver la realidad.
Poco a poco fué
sonsacándole la información que la inteeresaba, si conocía Cazín,
si tenía allí amistades. Era una forma de actuar que no la
encontraba muy correcta, pero actuaba con una determinación que a
ella misma la sorprendía. A veces pensaba si no estaría siendo
cruel.
Aceptó la idea propuesta
por Alberto para conocer a sus padres. Ella no lo veía como buena
idea, pero si sus padres ya lo habían visto bastantes veces
acompañarla hasta la puerta de casa y le habían preguntado por él,
podía ser correcto que se diese a conocer . Lo vieron un chico
formal y les cayó bien. Con los meses las relaciones entre ellos a
la vista de sus padres, les hacían pensar que podía acabar en
compromiso formal. Pero, tiempo al tiempo, les decía su hija. No
veían en ella la ilusión que se nota en una joven enamorada.
Pensaban que ahora la vida y maneras eran así y se resignaron a lo
que su hija decidiese.
En Junio de 1992, tres
años después, Carla acabó la carrera. Alberto la invitó a
conocer a su familia y amigos. Venía al menos una vez por semana a
visitarla. Aún no la había presentado a sus padres y le pareció
que era oportuno. Aún así, para dejarla ir un fin de semana a las
fiestas del pueblo del chico, hablaron con los padres de él para
que su hija fuese cuidada como de familia. Les parecieron personas de
confianza. Era una ocasión perfecta para integrarse algo en aquella
sociedad rural. Le venía de perlas para inmiscuirse subrepticiamente
en el grupo de gente que buscaba. Sus padres no le pusieron pegas a
que fuese a esas fiestas, con las recomendaciones que siempre dan a
los hijos, que no fueron pocas.
Pensaba Carla que tal vez
estuviese metiéndose en un lío del que no sabría como salir
airosa. Siempre se decía a sí misma que ya se las arreglaría
cuando llegase el momento. Tampoco había un compromiso formal porque
siempre habían dicho que eran amigos . Lo que era conveniente era no
actuar con prisas. Era una labor lenta para llegar a una meta
concebida que le apremiaba. Era como una aventura que ansiaba porque
el motivo valía la pena. No sabía si una vez llegada a la meta,
sería una situación positiva. Se hacía mil imaginaciones de como
podrían ser las personas que pudiesen ser su familia, si es que las
encontraba. Pero ansiaba conocerlas. No podía tampoco descubrirse en
sus intenciones investigadoras. Sabía de la desconfianza que podía
despertar y que su interés activara en sus padres alguna alerta. No
quería que para ellos fuese un motivo de quebranto.
De todas formas, nadie,
por lo que sabía, nunca la había reclamado o tratado de descubrir
su paradero. Si era huérfana, podía tener abuelos, tíos, primos…
quien sabe. También era posible que en el pueblo no hubiese tal.
Pero alguien sí podría contarle algo de ellos. Eso la podía
contentar al menos en parte. Saber cómo vivieron sus padres, cómo
eran, alguna fotografía, al fin y al cabo tenía derecho a saberlo.
Estaban sentados el grupo
de amigos de Alberto en una agradable terraza de un céntrico bar.
La tarde caminaba hacia el anochecer. La temperatura era muy
agradable y el sonido de la música en la zona del ferial llegaba
amortiguada hasta allí.
La terraza del bar estaba
muy concurrida como suele suceder en las fiestas de los pueblos. Los
jóvenes estaban descansando después de divertirse durante
bastantes horas en el bullicio de la feria. Unieron dos mesas para
poder estar juntos, aunque lo cierto es que luego cada dos o tres
formaban un corrillo independiente. Carla observaba a la gente del
grupo que ya le habian sido presentados por Alberto. Había algunas
parejas entre ellos, pero varios parecía que iban sin ella.
Había efectivamente tres
chicas y dos muchachos en el grupo que venían de Cazín. Estudió un
poco cual de ellos podrían ayudarla en lo que quería. Alberto
estaba charlando con un amigo y Carla se decidió a conversar con la
chica que estaba a su lado, que venía sin pareja y era una de las
de Cazín. Carla la abordó decidida.
-Hola, perdona, ¿cual era
tu nombre?
-María, ¿que tal lo
estás pasando, Carla? No queremos que te sientas forastera.
-No, claro que no, sois
muy amables todos. Estoy encantada de conoceros. Espero que cuando
sea la feria de Cazin podamos reunirnos de nuevo.
-Claro- dijo María-
faltaría más. En nuestro pueblo la fiesta es bastante mejor que en
este. Tienes que verla. Es en Julio, falta poco.
Alguien oyó lo que dijo
la chica y una pequeña disputa se organizó medio en broma sobre
esta cuestión. Ya se sabe la rivalidad en estas cosas entre pueblos
vecinos.
Carla puso algo de orden.
-Bueno, eso creo que lo
debo decidir yo cual es mejor una vez que la vea. ¿no?
Alberto puso también la
paz en el grupo invitando a una ronda de cerveza que todos aceptaron.
Mientras tanto, Carla,
siguió su conversación privada con María.
-Qué tal la vida en tu
pueblo, María?
-Bueno, pues la verdad es
que en un pueblo la vida es algo aburrida, hay poco que hacer. Me
gusta leer, pasear por el campo, ayudar a mi padre en el huerto,
tengo también un perrito y un gato a los que que les dedico mi
tiempo y poco más.
-¿Qué libros te gustan?
-Me encanta la historia.
Sí, es verdad.. Más que las novelas.
-En los libros de historia
se puede saber cómo fué la vida de mucha gente y se sabe que fué
verdad. Eso es lo interesante.
-Ya lo creo. Hay veces que
cuentan cosas y relatos que te ponen los pelos de punta.
-Creo que en todos los
pueblos hay historias y leyendas curiosas. ¿Que tal las de Cazín?
¿Hay alguna interesante?
María se acercó un poco
al oído y le habló en voz baja. No quería que la tomasen a guasa
los amigos.
-Hay una historia sobre
una bruja o algo así, pero no me preguntes porque viene de mucho
tiempo atrás. A lo mejor alguien mayor te lo puede decir.
-Bueno, pues espero que
alguien me la cuente. Me encantan esas historias. Estoy haciendo un
recopilatorio de todas las que me entero para hacer un libro.
-¡No me digas! Si
descubro algo más, te lo contaré.
-Estupendo, María. En eso
quedamos. A ver si cuando vaya a la feria de Cazín ya sabes algo más
y me lo cuentas.
Carla decidió que ya era
hora de terminar por aquel día, así que hubo despedidas y unos se
fueron a casa y otros a seguir mientras aguantara el cuerpo. Pero
para Carla ya había sido bastante, así que en compañía de Alberto
marchó al domicilio del muchacho. No debían llegar tarde para no
inquietar a los padres. Era lo prometido.
Alberto, mientras
caminaban cogió de la mano a Carla. Ella dejó su mano sin
retirarla. Le fué explicando lo que tenía de interés histórico en
algunas edificaciones que iban viendo. El pueblo tuvo sus grandes
familias también tiempo atrás que dejaron huella en él. En verdad
era merecedor de visitar con más tiempo, como le dijo el muchacho.
La noche invitaba a
quedarse disfrutando de su ambiente perfumado por las flores de
azahar que adornaban profusamente los naranjos y limoneros que
habían a lo largo de las aceras. Así sin prisas se dirigieron
lentamente al domicilio. Alberto la invitó a sentarse un rato en uno
de los acogedores bancos de madera y poniéndose un poco serio
parecía que iba a decirle algo muy transcendente. Carla esperaba que
no fuese una declaración, porque no le apetecía tener que poner,
como otras veces, las cosas en su sitio. Pero no fué eso lo que
empezó a decir el muchacho.
-Carla, antes me pareció
oir que preguntaste por historias que se dicen que pasaron en los
pueblos, ¿verdad? Pues la verdad es que sí que oí a mis padres
cuando yo tenía unos diez años, que estaban hablando de un suceso
que dicen que ocurrió en Cazín . Yo era demasiado pequeño, pero me
quedó algo que les oí y me impresionó. En ese pueblo hay un pozo
que le llaman de la bruja. Se asemejaba a lo dicho por María. Algo
habría de cierto entonces.
Carla lo miraba con
evidente interés y algo de incredulidad.
-¿Y eso porqué?
-Te digo. Años después,
cuando tenía quince, un día recordé esa conversación de mis
padres con sus amigos y la curiosidad me hizo preguntarle a mi madre
sobre eso.
-Y qué te contó tu
madre?
-Que lo llaman así porque
parece ser que una mujer se ahogó tirándose en él una noche
porque dicen que estaba loca. Una mujer, que decían que era bruja.
Yo he visto el pozo, pero ahora está tapado, porque tras ese suceso,
la gente dejó de usarlo para tomar agua. Pero decían que algunas
personas han oído voces o lamentos al acercarse a él y la gente
le tiene respeto. Yo creo que lo que oyen en realidad son sonidos que
hace el viento al pasar por el agujero de la boca que dejaron para su
uso. Pero lo cierto es que nadie, sobretodo de noche, le gusta
acercarse por allí.
Y creo que incluso años
después han ido gentes que investigan cosas de esas esotéricas y
estuvieron varios días estudiándolo, pero parece que no detectaron
nada. De eso hace ya mucho tiempo, más de veinte años.
-¿Quien era esa mujer?
-No sé decirte, no sé su
nombre. Aquí, en los pueblos se conoce a la gente muchas veces por
sus motes. Es simplemente la bruja. Las gentes van olvidándose de
esos sucesos y se evita recordar a veces lo que pueda ser mala
imagen para el pueblo. ¿Que te parece?.
-Pues que es interesante.
Y detrás de muchas leyendas, puede haber algo de verdad, ¿no crees?
Carla le oía con gran
interés, aunque era bastante escéptica en esas historias. No
obstante, cuando fuese a Cazín, ya lo visitaría por curiosidad.
Sabía que la gente es muy dada a hacer de una minucia una montaña
por dar importancia a un tema así.
Seguramente todo sería
invención sin base real de gentes dadas a creer supercherías. No
obstante, le agradaba ir conociendo cosas de su pueblo, del que
desconocía todo.
Julio de 1992. Carla pudo
por fin pasar un fin de semana en Cazín disfrutando de las fiestas
oficiales del mismo. Allí se encontraron el grupo de amigos.
En un rato en que se
sentaron a descansar del bullicio, Carla se sentó de nuevo con
María. Parecían ser compatibles en muchas cosas, por lo que
hicieron una cierta amistad. Así que hilando conversación, Carla la
fué llevando a lo que le interesaba. Le preguntó si había
averiguado algo de lo de la bruja. María le dijo algo que guardaba
similitud con lo que Alberto ya le había dicho, con las inevitables
diferencias que hay en las historias según hayan sido pasadas de
unos a otros. Pero en lo principal coincidían.
Pasado un rato, evitando
que una y otra cosa fuese asociada por María, preguntó por una
familia que se llamaba Fernández Luque, de la que tenía interés en
saber como estaba porque fueron conocidos de sus padres. Para
saludarles.
María le dijo
-Este pueblo no es muy
grande y casi todos se conocen. ¿Luque? sí conozco por ese
apellido unos que son de aquí. No sé si siguen en el pueblo o no.
No he tenido trato con ellos porque eran ya mayores y no tienen
familiares jóvenes, que yo sepa, así que lo siento, pero si
quieres te puedo decir donde vivían. ¿Tus padres dices que fueron
amigos?
-Bueno, no lo sé, alguna
vez les he oído comentar algo sobre ellos. Creo que trabajó alguno
de ellos con mi padre.
-Es que por lo poco que
sé, no tenían muchos amigos.
Carla se inventó sobre la
marcha la historia que pudo para salir del paso.
-Es que mis padres
vivieron un tiempo en este pueblo, donde yo nací, pero hace mucho
que se marcharon de aquí. Yo tenía tan solo un año cuando dejé
este lugar.
-¡No me digas que eres de
este pueblo!
-Pues sí, aunque como si
no lo fuera. Fué una casualidad. Sólo lo ví un rato cuando tenía
doce años. Me trajeron mis padres para que lo conociera.
-¡Qué sorpresa, chica,
ahora se lo digo al grupo y lo tenemos que celebrar!
-No, por favor, no lo
hagas, no quiero decirlo por ahora. Ya habrá ocasión. Guárdame el
secreto, ¿quieres? Te lo agradeceré.
Carla no quería meterse
en un lío sin saber luego salir bien del paso. Necesitaba crear una
historia rápidamente que fuese consistente. No obstante, María
siguió con preguntas que la ponían en un aprieto.
-Y cómo se llaman tus
padres, porque los recordará alguien.
-Mi padre se apellida
Gálvez Martín. Creo que vino a hacer unos trabajos para obras del
ferrocarril que por lo visto duraron tres años. Es aparejador.
Alquiló una casa y en ese tiempo vine yo al mundo. Luego se
marcharon y no creo que hicieran muchos amigos, así que tal vez no
les conocieran apenas la gente del pueblo. Mi padre estaba siempre en
la obra y saldrían poco.
-¿Y donde vivieron?
-Me dijeron cuando vine
con doce años a conocer el pueblo que la casa ya no existe. Hicieron
otras en su lugar tirando muchas casas que ya eran viejas. No sé
decirte donde era.
-Deben ser las que dan a
la carretera de salida hacia Granada, esas las hicieron hace más de
diez años.
-Tal vez.
-Bueno, de todas formas,
con ese secreto que te guardo ya somos un poco más amigas. Y aunque
tengamos fama las mujeres de no saber guardarlos, te prometo que por
mi parte así será hasta que tú quieras.
Carla quiso quedar con
ella un día para que le dijera donde podía encontrar a la familia
Luque, para saludarlos en nombre de sus padres. Le pidió el
teléfono.
Alberto y los amigos que
seguían charlando animádamente les conminaron a las dos a dejarse
de tanto palique y todos volvieron a entrar a la discoteca, que
estaba a rebosar.
Agosto de 1992. Carla
decidió llamar a María para verse con ella en Cazín. No quiso
decir nada a Alberto. Así que cuando acordaron, se presentó en el
lugar convenido, la cafetería donde se reunieron la vez anterior.
Una vez allí, tras un rato de efusivos saludos y amigable charla,
Carla le dijo que quería saber donde vivían la familia Luque para
saludarla y también ver ese pozo de la bruja que cuando se lo
comentó a Alberto, también le dijo que lo conocía. María se
mostró dispuesta a ir con ella, aunque le dijo que ella no había
podido saber mucho más de esa historia. Fué conducida por su amiga
en primer lugar por un camino de tierra a un lugar no lejos del
pueblo que aparecía lleno de hierbas altas que casi tapaban un
redondel de piedras.
-Bueno, aquí tienes ese
célebre pozo de la bruja, dijo con algo de sorna. Ya ves, no es más
que un monton de piedras. Creo que hay una abertura al otro lado por
la que se puede acceder al agua, pero sólo la usan algunos pastores
para sacar agua para el ganado en en esa pila de piedra que hay al
lado. Hay una garrocha con una cuerda y un cubo.
Carla observó la
construcción semi derruida durante un rato y después acercó su
oído al agujero que decía María. No oyó nada especial. Estaba muy
oscuro y el agua no se veía. Lanzó una pequeña piedra y oyó el
salpicar de ésta en el agua. Un escalofrío le recorrió por un
momento el cuerpo pensando que allí se había lanzado esa mujer que
la decían la bruja. Bruja o no, debió estar bastante loca o
desesperada para hacer algo así. Pobre mujer, pensó.
Después le dijo a su
amiga que le indicara la casa de los Luque. Podía ser donde
encontrase a la persona que buscaba. Conforme iban hacia allí, notó
que se le aceleraba un poco su corazón. Podría ser que viese al fin
a alguien de su familia. No sabía cómo presentarse en ese momento.
O podría ser que esos Luque nada tuvieran que ver con ella. Una vez
llegadas al lugar, se despidió de María, porque Carla le insinuó
que mejor se las arreglaría sola en un asunto de poco interés para
la amiga. Quedaron en que cuando terminara la visita, la llamaría
para continuar otro rato de charla con ella.
Cuando María marchó,
Carla quedó mirando la casa indicada por María. Era bastante
antigua, de materiales que ya no se usaban en las construcciones
modernas. Mucha piedra y poco ladrillo. Techos con alares de madera
que no parecían ya muy seguros por la podredumbre. Daba la impresión
de que estuviese poco cuidada.
Llamó a la puerta y
esperó un rato. Volvió a llamar ante la nula respuesta.
Una vecina de al lado se
asomó a la puerta y la miraba con curiosidad, como se mira a una
forastera que parecía algo extraviada. Carla le envió un saludo con
la mano y la mujer le hizo un gesto que bien podía ser entendido
también como amigable. Se dirigió a ella y le preguntó:
-¿Es esta casa de la
familia Fernandez ó la familia Luque?
La mujer hizo un gesto
afirmativo.
-Ahora no está la señora
Luque, ¿que quiere usted?
-Hola, pues yo venía a
saludarles porque son conocidos de mis padres y ya que estoy por aquí
quería saludarles.
-Ya sólo vive la abuela.
El abuelo murió hace un año. Ella está en una residencia. Es muy
mayor y no se vale.
Carla quedó algo
contrariada.
-¿Donde está esa
residencia?
-En Alhama. Es la única
que hay, no tiene pérdida.
-¿Cual es el nombre de
esa señora? Querría ir a verla.
-Espere que le doy varias
cartas que recogí. Si la ve, se las da, si hace el favor.
-Pues claro, faltaría
más.
Carla con el correo en la
mano pudo ver el nombre de esta mujer: Francisca Luque Sanz. Al menos
cuadraba con lo que buscaba.
-Oiga, ¿no hay más
familia de esta señora Luque en el pueblo?
-No conozco que quede
nadie más. Y no sé si podrá hablar con ella. Nadie ha podido
hacerlo hace ya muchos años. No se sabe si es porque ha perdido la
cabeza o porque no quiere. Se lo advierto. Es muy rara.
-Bueno, en cierto modo, si
mis padres pueden hacer algo por ella, diciéndole lo que le pasa,
tal vez pudieran ayudarla. Me han dado a entender que se interesan
por esta familia.
-Mire, es raro poder
encontrar a nadie que pueda interesarse por ellos, pero si usted lo
dice…
-Y ¿cual es el motivo?
– No tenían muchos
amigos, eso es todo.
-Gracias de todas formas.
Aun así intentaré verla y a ver que pasa. Adiós, señora.
Ahora estaba más segura
de que podía ser su abuela. Tenía que ir cuanto antes a verla.
No sabía si valdría para
algo, pero era el único eslabón para saber de su familia verdadera.
El salir con Alberto fué
poco a poco un asunto de menor importancia para ella ahora que ya
tenía una pista a seguir. En cierto modo no lo necesitaba y más
bien era hasta un estorbo para sus movimientos. No le gustaba tener
que buscar un pretexto para poder ir a donde quisiera en la busqueda
de su familia. Fué poniendo excusas para dejar de verlo, aunque sin
hacer de ello una ruptura de la amistad. El muchacho comprendió que
no iba a sacar nada en claro de esa relación y ya no la presionaba
tanto para salir viendo que no aventajaba nada. Ella seguía siendo
una amiga más y veía pocas esperanzas de cambio.
Carla estaba en esas
fechas preparándose unas oposiciones para enfermería. Eran la
excusa perfecta para dejar a un lado las salidas con Alberto.
Septiembre de 1992. Carla
les dijo a sus padres que quería acercarse a una residencia de
ancianos de Alhama donde le había dicho una amiga que necesitaban
enfermeras. Mientras llegaba la fecha de los exámenes de las
oposiciones, podría trabajar y coger experiencia que le podría
servir como prácticas.
Los padres vieron con
buenos ojos esto y Carla marchó la mañana siguiente a dicho lugar.
Tras varias veces
preguntar a los lugareños, encontró la residencia de ancianos.
Era un gran edificio
relativamente moderno en una finca a las afueras de Alhama. El lugar
daba la impresión de paz y relajación, sin ruidos ni
contaminación. Paró el coche en un amplio aparcamiento exterior. En
la verja de entrada, que estaba cerrada, había un timbre. Oyó una
voz por el interfono que tras preguntarle qué quería y Carla
decirle la persona que buscaba, le abrió.
En el recibidor había una
señorita que le atendió y le hizo rellenar un documento de visita
previa identificación. A continuación llamó a otra trabajadora que
la condujo a una zona ajardinada que por la hora que era estaba llena
de ancianos, unos en bancos y otros en sillas de ruedas, unos
solitarios y otros reunidos en pequeños grupos. Se dedicaban
mayormente a tomar el sol tamizado por unas pérgolas que tenían
entrelazadas a ellas una variedad de plantas trepadoras. Era
principios de otoño y la temperatura era agradable.
La auxiliar la condujo a
una anciana que estaba sola en su silla de ruedas y parecía que
dormitaba. Le advirtió a Carla que no hablaba con nadie.
La auxiliar le dijo a la
anciana que alguien venía a verla. Al acercarse Carla levantó la
cabeza y la miró con escaso interés. No estaba acostumbrada a
visitas. Así llevaba años.
Carla se presentó
diciéndola que era un familiar suyo. La anciana la miró con un poco
más de atención con sus ojos algo húmedos. Sacó un pañuelo y se
los limpió. No hizo caso de lo dicho por la muchacha. Ésta pensó
que tal vez su mente no estuviera ya lúcida.
Carla ya sabía que no
sería tarea fácil, pero decidió ir a por todas y le espetó:
-Tengo pruebas de que
podría ser su nieta. Me gustaría hablar con usted.
La anciana la miró con
desconfianza, sin dirigirle una sola palabra.
-Mi nombre es Carla
Fernández Luque.
Esta vez la actitud de la
anciana cambió por completo. Por fin le prestaba atención, al
menos.
Pero seguía mirándola
desconfiada sin solatar palabra. Ante el silencio de la anciana,
Carla sacó una copia del documento de adopción de su bolso y se lo
mostró a la anciana.
-¿Sabe usted leer?
Desearía que leyese este papel, por favor.
La anciana miraba a Carla
y no se decidía a coger el documento, así que Carla insistió.
-Usted sabe que tenía una
nieta que fué entregada a un hospicio. Se la quitaron. No sé
porqué, pero no la dejaron con ustedes una vez que murió mi madre,
su hija, que por cierto no sé ni cómo se llamaba. Usted puede
decírmelo.
Por casualidad he
descubierto todo eso y busco mi familia biológica. Usted debe ser la
única que me queda. Por ello le pido que me crea. Lea por favor el
documento.
La anciana esta vez empezó
a cambiar de actitud y tomó el papel. Sacó unas pequeñas gafas de
su bolso. Tras leerlo pasó un rato sin decir nada, mirándola
fíjamente la cara, fijándose en sus rasgos, de pronto la tomó de
la mano y la aproximó hacia ella. Le subió la manga de su blusa y
miró al lado del codo. Miró una pequeña marca con forma triangular
que tenía de nacimiento. La aproximó más para fijarse bién en su
rostro. Pasaron varios segundos que parecieron horas para Carla.
Entonces unas lágrimas salieron de sus gastados ojos y recorrieron
sus mejillas. Le cogió a Carla con sus temblorosas manos la cara y
depositó un beso en ella. Carla fué incapaz de controlar su emoción
y se abrazó a la anciana. La había admitido al fin como su nieta.
Juntas así estuvieron un rato. Después, Carla se sentó a su lado,
en uno de los bancos. Cuando la emoción les permitió hablar, Carla
quiso saber tantas cosas que no sabía por donde empezar. Miraba con
ternura a esa anciana que era su familia verdadera.
La anciana sacó de su
bolso una fotografía y se la mostró. Por fin pronunció las
primeras palabras que dijo en mucho tiempo.
-Nunca pensé que podría
encontrar ya ninguna alegría en esta vida. Pero tú me la has dado.
Ya puedo acabar de estar en este mundo siendo un poco feliz, hija
mía. Mira, esta es tu madre. Se llamaba Marta. Marta Fernandez
Luque. Sois como dos gotas de agua. Te miro y veo a mi hija.
Carla cogió la fotografía
con ansia. Era por fin la primera vez que podía ver cómo era su
madre. Estaba un podo deteriorada, pero se veía en ella un rostro de
gran belleza, rubia, sonriente. Parecía que fuera una fotografía
de ella misma.
Carla instintivamente besó
la fotografía y lloró un buen rato.
Le pidió la foto para
hacerle una copia. La anciana le dijo que podía quedársela, era
mejor que Carla la tuviera porque ella ya la habia tenido bastante
tiempo. Ahora no la necesitaba tanto. Tenía algo mucho mejor.
Carla en un momento cayó
en que los apellidos de su madre eran igual que los suyos. No era
lógico.
-¿Porqué llevo los
mismos apellidos de mi madre?
-Tu madre te inscribió
así porque tu padre no quiso darte su apellido. Por eso llevas los
de ella.
-¿Pero porqué mi padre
no quiso?
-Carla, esa es una larga
historia que es dolorosa de recordar. No debes insistir en saber nada
de todo eso, porque no te haría bien. Ya te contaré cosas de tu
madre si quieres. Tienes todo el derecho a saberlo. Pero no tengas
prisa, tenemos tiempo. Porque podré verte más veces ¿verdad?.
-Claro que sí, abuela.
Muchas veces. Si pudiera, todos los días. Yo quiero saberlo todo,
usted me puede contar como eran, porqué mi padre no me quiso, porqué
murió mi madre tan joven…
La auxiliar se acercó
para indicar que las visitas habían terminado. Iban a entrar al
comedor. Carla la besó una vez más con ternura.
-Creo que por hoy ya han
sido bastantes los buenos acontecimientos que han ocurrido. Pero
volveré para que me cuente mucho más. Quiero saberlo todo de mis
padres, de mi familia. Ahora al fin tengo alguien que me lo pueda
relatar. Si usted desaparece, la oscuridad caerá otra vez a mi
pasado. No quiero que sea así. Tengo derecho a saber todo eso. Y
quiero verla, como abuela que es, muy a menudo. Claro que vendré a
verla muchas veces. Si pudiera me la llevaría conmigo ahora mismo.
No en balde es la única familia que tengo carnal. ¿Sabe?, he venido
también a echar una solicitud de trabajo en este centro. Si me
admiten, estaremos juntas mucho tiempo. Ojalá lo consiga.
La auxiliar ayudó a la
anciana a dirigirse al comedor y Carla fué a la recepción de nuevo.
Entregó la solicitud de trabajo junto a su currículo a la
oficinista que selló su resguardo.
Ahora tenía que conseguir
entrar en esa residencia. La espera de contestación se haría
insoportable, pero mientras tanto seguiría visitándola. Lo que no
sabía era cómo justificar las idas y venidas a ese lugar ante sus
padres. Ya pensaría algo. Ahora estaba satisfecha de lo conseguido.
Era mucho más de lo esperado. Cogió el coche y puso rumbo a
Granada. Se le hizo corto el camino con todo lo que pasaba por su
mente que rebullía alocadamente.
La intrigaba mucho la
historia que no quería contarle la abuela. Su padre era aún un
desconocido. Pensaba porqué su abuela lo quería ocultar. Ella era
la única que podía aclararle todo aquello y ya la convencería de
que se lo dijera. Cada semana se acercaba un rato a verla, pero ella
parecía estar cerrada a contarle nada de su padre.
Era octubre de 1992, Carla
recibió una carta de la residencia. Su currículo con las buenas
notas de curso le abrieron las puertas para trabajar en ella. Su
alegría no tenía límites, dió un salto que tiró hacia atrás la
silla donde se sentaba. Los padres preguntaron alarmados por el
ruido, pero al ver a Carla se tranquilizaron y más al ver su cara
que lo reflejaba todo. Les dió un gran abrazo enseñándole la
carta.
-¡Mirad, me han elegido
para trabajar como enfermera en una residencia de mayores de Alhama!
Una amiga me dijo que necesitaban personal y dejé una solicitud.
Tengo que presentarme en una semana.
Los padres participaron
también en la misma alegría que Carla, fundiéndose en un abrazo.
Era el primer trabajo para su hija y no era para menos.
Saldrían a celebrarlo con
una buena cena.
Carla llamó a Alberto
para ponerle también al corriente de la situación. La verdad es que
el pobre muchacho se alegró a medias, porque eso suponía
seguramente verla menos aún.
Tras unos días de
prepararativos, Carla viajó de nuevo a Alhama. Era muy temprano,
pero estaba deseando llegar cuanto antes. Pensó qué alegría iba a
llevarse su abuela. Ahora tendría quien la cuidase mejor que nadie.
Cuando llegó se presentó
en las oficinas para cumplimentar los datos personales necesarios
para el contrato. Luego llamaron a una enfermera que la acompañó
para conocer su puesto de trabajo y darle efectos personales. Como
era novata, le dijeron que los primeros días iría de acompañante
de una enfermera experta. Haría cursillos para conocer todos los
aparatos que ella conocía más teórica que prácticamente. Pero
tenía mucho interés en aprender y eso le facilitaría mucho las
cosas. No tendrían queja de ella.
Así pasaron varias
semanas y Carla, en sus ratos de descanso y en otros muchos que podía
disponer, buscaba la compañía de su abuela que le iba haciendo un
relato de sus antepasados, que ella tanto gustaba. Así le contaba
cosas que le hacían imaginarse la vida de ellos.
-Verás, nuestra familia
vive desde generaciones en esta comarca. Montaron un pequeño negocio
en el pueblo que les permitía vivir con desahogo. Tu bisabuelo, mi
padre, era un hombre que tenía unas cualidades extrordinarias, era
culto para su época, le gustaba leer muchos libros que le dieron
unos conocimientos de todas las materias. A él le gustaba saber de
las plantas, de sus propiedades medicinales, en aquellos tiempos en
que no había antibióticos, él sabía hacer remedios naturales que
le servían a la gente en sus males. También sabía encontrar los
mejores puntos para buscar agua subterránea, le llamaban cuando
querían hacer pozos y él les indicaba el mejor sitio. Siempre
acertaba. Pensaba la gente que era algo misterioso, pero no sabían
que podía averiguarslo por sus conocimientos de los terrenos, de la
orografía, observando la naturaleza. El no era muy religioso, más
bien era poco amigo de curas y demás. Se preocupaba de que la gente
tuviera algo de cultura, que aprendiese a leer y eso.
Tu abuelo, mi padre,
heredó todos esos conocimientos y también era contrario a la
Iglesia. Tenía tu abuelo unas ideas que le llevaron a militar en el
partido socialista. Entendía que era el partido que miraba mejor por
los intereses de los agricultores y trabajadores. Llegó a tener un
cargo en el ayuntamiento del pueblo.
En otra ocasión le
espetó:
-Una amiga me dijo que os
llamaban a vuestra familia “los brujos”
La abuela pacientemente le
relató otros episodios de los que recordaba. En este caso sobre ese
mote.
-Había en el tiempo que
vivió tu bisabuelo, según me contaron, una mujer que llamaban la
curandera. La gente acudía a ella, que por dinero, les hacía ritos
y manejos que la gente creía que las curaba de sus males. Tu
bisabuelo no quería que la gente fuese tan inculta y le molestaban
las supercherías de esa mujer y su aprovechamiento de la gente. Eso
le creó una enemistad con ella.
Poco a poco consiguió que
la gente dejase esas prácticas conforme les explicaba mejores
remedios que nada tenían que ver con ritos santeros.
Un día, la mujer, en
medio de la plaza, delante de mucha gente, le gritó enfurecida.
¡Tú me echas del pueblo
para quedarte con el dinero de la gente que antes venía conmigo!
¡Por eso te maldigo! ¡Llamaré a las brujas que vendrán a por tu
alma, maldito! ¡Os llevarán con ellas al pozo donde nunca
descansan! ¡Os hago esta maldición para toda tu familia y vuestros
descendientes! ¡Seréis brujos también!
La gente oyó estas
maldiciones atemorizada, porque en el fondo, muchos seguían creyendo
en los poderes de la mujer.
Pensaban que esa maldición
afectaría a mi abuelo, que por eso le empezaron a llamarle el brujo.
Creían que estaría poseído por la maldición y muchos empezaron a
evitarle.
-Pero hay gente que habla
mal de vosotros, que no soís muy queridos en el pueblo ¿porqué?
-Cuando vino la guerra, mi
abuelo tenía 46 años. Por sus ideas políticas, tuvo que huir del
pueblo porque metían en la cárcel a todos los que habían tenido
que ver con el partido socialista. Huyó a Francia como muchos otros.
Cogieron lo imprescindible y dejaron sus propiedades. Los vencedores
se apoderaron de ellas y sin una justicia ni ley que les amparase en
aquellos tiempos, camparon a sus anchas y más si eran gentes con
cierto parentesco o amistad con los nuevos gobernantes.
Diez años después, tu
bisabuelo decidió regresar al pueblo porque ya consideraba que la
represión había cedido y había oído noticias de que estaban
permitiendo a los huídos volver para entregarse a las autoridades y
normalizar su situación. Pensaba que al no haber hecho nada malo,
poco castigo tendría. Pero la familia Moreno, que había ocupado su
casa y tierras, le acusó de haber participado en la quema de la
iglesia y otras tropelías y fué detenido. No estaba dispuesto a
devolverle facilmente sus propiedades. Tras un juicio farsa, fué
condenado a cinco años de prisión. Pero al menos les devolvieron
las propiedades a la familia. Así mi abuela hubo de hacer frente con
sus dos hijos a un arduo trabajo de recomponer la casa, que se había
usado como establo de ganado y sus tierras de labor, que habían
estado abandonadas. Tres años estuvo en prisión. Te puedes imaginar
que no fueron tiempos fáciles para nuestra familia.
Desde entonces, la familia
Moreno y la nuestra han mantenido una gran enemistad. Los rojos, como
les llamaban, eran considerados mala gente.
Cuando tu bisabuelo salió
de la cárcel pudo la familia prosperar a pesar de que la familia
Moreno tuvo siempre el afán de vituperarnos y hacer que fuésemos
mal vistos, aprovechando su influencia política por tener amistades
franquistas.
Siempre se refería a
nosotros despectívamente como “los brujos rojos”.
Cuando Carla le preguntaba
por su madre, la abuela le dijo que murió de pena y sufrimiento.
Sus pocos años la hacían muy frágil para todos los acontecimientos
que afectaron a su corta vida.
Se negaba a vivir. A mi me
rompía el alma al verla. A veces en sus desvarios me decía que
tenía que ir a curarse con las aguas mágicas del pozo. Los
medicamentos sólo la mantenían algo más calmada, pero sólo a
ratos.
Carla la conminaba a
contarle más y más pero la abuela debía ir poco a poco, porque
los recuerdos la hacían también mucho daño y quedaba sumida a
ratos en un silencio que Carla veía que debía respetar. La cogía
fuertemente el brazo y la apretaba contra ella. No tenían mucho rato
para pasarlo juntas, pero los fines de semana, Carla pasaba un par de
horas acompañándola y sacándole los recuerdos que su abuela con
dificultad podía recordar. Su cabeza estaba ya algo turbia.
Enero de 1993. Su abuela
de repente se puso indispuesta. La ingresaron en una habitación del
pequeño hospital de que disponía la residencia. Carla la cuidó con
mimo pero el cuerpo de Francisca ya no daba para más. A los dos
días, sumida en un estado de semi inconsciencia, expiró.
Carla se llevó las manos
a la cara y lloró desconsoladamente. Ahora ya sí que se sentía
sola, a pesar de tener a sus padres. Huérfana de verdad. Una
compañera que sabía el cariño que tenía con Francisca, aunque sin
saber los lazos que la unían,
al verla tan afectada le
trajo un tranquilizante y la consoló lo mejor que pudo. Lo que no
podía imaginar era la tragedia que suponía para Carla esta
situación. Había empezado a querer a su abuela, a pesar del poco
tiempo que pudo pasar con ella. Tal vez no resistió su frágil
cuerpo tantas emociones. Pensó que ahora ya sí que se cerraba la
puerta a su pasado. No le había dado tiempo a contarle apenas nada
de su familia. Sobre todo de sus padres.
Tras los funerales que
allí mismo en la pequeña capilla de la residencia se hicieron, fué
trasladada y enterrada en el cementerio de Cazín, que es lo que
había dispuesto que hicieran, donde reposaban el resto de familia.
Pocos días después, la
llamaron de la oficina para hacerle entrega de un abultado sobre. Iba
a su nombre. Le explicaron que lo encontraron entre los objetos
personales de Francisca,. Le dijeron que una semana antes, había
pedido visitar a un notario en la ciudad y acercarsea al banco, a
donde la llevaron con la compañía de una auxiliar.
Al abrir el sobre vió
que había un escrito notarial. Por él se podía saber que la
señora Francisca Luque había dispuesto en fecha reciente, dejarle
en herencia las pertenencias de la casa del pueblo y una cartilla de
una cuenta corriente puesta a su nombre donde había una modesta
cantidad de dinero. La casa pasaría a ser propiedad de la
Institución Residencia de Mayores de Alhama, como pago a su
estancia de los años que viviera, según convenio entre ambos.
Mostró el escrito a la
secretaria y ésta le dijo, tras hacer informe de esta disposición
notarial, con copia de la misma a la dirección del centro, que se
le comunicaría a Carla la forma de llevar a efecto este deseo de
Francisca. Se ve que a la abuela no le dió tiempo de dársela como
tendría previsto. Esto la sumió en más pena aún. La pobre abuela
no pudo gozar de darle ese pequeño regalo.
Pero ahora lo que menos
ganas tenía era de pasarse a recoger esas cosas. Era una situación
de gran pesadumbre lo que estaba viviendo.
El trabajo en la
residencia lo hizo con todo el empeño que pudo y así continuó
varias semanas. Un día, la llamaron de la oficina para indicarle que
ya tenían preparada la documentación para formalizar la donación
de Francisca a la residencia, por lo que antes había que
cumplimentar el apartado que la condicionaba y que debía Carla
asumir, que era la recogida de lo que hubiese en la casa de su
abuela.
Para ello, le
proporcionaron una llave para realizar la retirada del mobiliario u
objetos ubicados en ella que tuviese a bien llevarse, dándole un
plazo razonable.
En la residencia asumieron
que la anciana agradecida al buen hacer y atención de Carla como
enfermera, había tenido ese detalle, sin sospechar que fuese familia
tan directa, ya que su nombre no le relacionaba con Francisca.
Carla decidió al día
siguiente ir a comprobar qué cosas podrían ser de su interés como
recuerdo material de esos antepasados. Lo que pensaba también es
cómo podría hacerse con ellos sin que sus padres le preguntasen al
verlos. Pero como ni muebles o enseres quería, tal vez fuese poca
cosa lo que se llevara.
Cuando abrió la puerta de
la casa de sus abuelos, lo primero que notó es el olor a cerrado, a
humedad, por lo que abrió todas las ventanas.
La vecina otra vez
curioseaba desde su puerta y no cejó en su empeño de enterarse de
lo que pasaba, por lo que intrigada, llamó a la puerta. Carla la
recibió con pocas muestras de amistad, pero consideró que alguna
explicación habría que darla para que la dejase en paz. Por ello la
puso en conocimiento de la muerte de Francisca y que ella venía en
nombre de la residencia donde ella estaba trabajando a inspeccionar
la casa que ahora era propiedad de ésta por donación de Francisca
para ver lo que habría de hacerse para su mantenimiento. La mujer
se santiguó
-¡Madre María Santísima!
Dios la tenga en su gloria. ¿Y cuando ha sido su defunción?
Carla le dijo lo
suficiente para quitársela de en medio. No estaba para hablar con
chismosas.
La vecina, tras unos
titubeos y viendo que no iba a sacar mucho más, optó por retirarse
no sin antes darle el pésame correspondiente y ofreciéndose si algo
necesitaba.
Carla se lo agradeció y
cuando se fué cerró la puerta, no sea que se colara con cualquier
excusa.
Entonces comenzó a
inspeccionar la casa. Era bastante amplia.
Contaba además de otro
edificio de una sola planta adosado a ella, posiblemente la comprasen
aparte porque no correspondía su arquitectura con la principal. La
entrada era un cuadrado no muy grande con un mueble perchero y
espejo. Un jarrón de cristal y un paragüero era su dotación. Una
puerta doble daba al salón. Había una cocina bastante grande con
muchos cacharros de cobre llenos de verdín colgados en las paredes.
La cocina tenía unos muebles artesanos, con buena madera, un
frigorífico que al tener la puerta abierta ofrecía su vacio
interior. Una mesa redonda con varias sillas determinaba que
seguramente habría sido usada la cocina como comedor.
Abrió algunos cajones
para ver y pasar sus dedos por una serie de cubiertos bastante
ordenados en separadores de madera. Había en los diferentes muebles
los utensilios propios para cocinar. Algunos cuadros en las paredes y
una maceta con algo que en su día fué una planta y ahora era un
colgajo seco. El salón, amueblado sin lujo mostraba que quien lo
habitó no necesitaba mucho para estar cómodo. Algunos adornos y
cuadros en dos de las paredes. Una figura de bronce junto al sofá
terminaba en una lámpara de lectura. Había también un mueble que
habría sido según deducía, usado como armero, pero no había en el
ya arma alguna. El salón tenía buena luz natural una vez que abrió
las ventanas. Un baño y una pequeña salita donde una estantería
contenía aún bastantes libros, casi todos de cultura general,
geografía, historia, arte, ingeniería, filosofía, caza, botánica..
Su abuelo tuvo que ser una persona muy interesada en aprender.
Además, una antigua radio, un violín en su caja que reposaba sobre
un mueble escritorio en un rincon y dos sillones eran todo su
mobiliario. En el escritorio encontró algunos informes médicos de
Marta, donde la diagnosticaban padecimiento depresivo y ansiedad, y
otro de una recomendación para solicitar ingreso en establecimiento
para personas con trastornos psiquiátricos. Esto dejó a Carla
bastante desconsolada. Comprobaba que su madre hubo de pasar
seguramente por un periodo de su vida bastante problemático. Tras un
rato sentada en el sillón de la salita, Carla siguió recorriendo la
casa.
Daba el salón a un patio
amplio con un sombrajo bastante deteriorado por la lluvia, el sol y
el poco mantenimiento. Una puerta comunicaba con el adosado que vió
desde la calle. Una de las llaves permitió el acceso a éste, pero
en el sólo había estanterías un pequeño almacén y un mostrador.
Parece que era la edificación dedicada a la tienda que le dijo su
abuela.
Subió a la planta
superior, donde se encontraban los dormitorios. Habían tres
dormitorios y un aseo.
Los dormitorios estaban
perfectamente preparados, aunque se notaba que necesitaban una
limpieza a fondo por el tiempo que llevarían sin usarse. Uno de
ellos tenía la puerta cerrada con llave. Buscó la llave en varios
cajones y muebles porque pensó que debía estar en alguno de ellos.
Efectívamente, en un cajón encontró un juego de llaves y probó
con ellas la cerradura. Al fin dió con la que abría y entró en
ella para encontrarse con un gran desorden. Una cama sin hacer,
llenas de polvo las sábanas. Telarañas por doquier en las esquinas.
Un armario de madera labrada, al igual que la cama, de igual
material. Las mesitas a juego con lámparas de pié de bronce y una
cuna con un metal dorado bastante deteriorado por el tiempo y la
humedad. Parecía haber estado cerrada muchos años más que los
otros. Sus pisadas se notaban en el polvoriento suelo. Estaba en un
estado bastante más sucio que las demás, de total abandono. Habían
varias fotos en pequeños marcos ordenadas en semicírculo en un
comodín. En una de ellas aparecían las que debían ser ella misma
en brazos de su madre, a la que reconoció porque era la misma imagen
que ella tenía en la fotografía que le dió su abuela. Otras eran
de la niña sola. Se imaginó que esta habitación sería la que
ocupó su madre, Marta y la cuna habría sido su cuna. Se acercó a
ella y la acarició con ternura y emoción. Pensó en los meses que
habría sido su lecho de bebé. No pudo evitar que se humedecieran
sus ojos. Comprobó que había también encima de una cómoda cajas,
algunas abiertas, con medicamentos que comprobó que eran en su
mayoría tranquilizantes y somníferos.
En varios cajones había
ropa de bebé y colgada en un armario la ropa que debió vestir
Marta. Pasó largo rato con un nudo en la garganta, tocando todo ese
ajuar. Sentía como si notara de alguna manera el contacto con su
madre. En otro cajón halló algunos objetos de cosmética, zapatos,
bolsos, adornos.. todo lo que una mujer necesita para su arreglo
personal. Pero le llamó la atención el notar que nada de hombre
aparecía en la habitación. Tampoco encontró fotografía alguna de
su padre. Se preguntaba poqué su madre ocupaba una habitación con
sus padres. ¿Es que no vivieron juntos? Era algo muy extraño.
Algo le llamó la atención
al mirar dentro de uno de los cajones. Hacia el fondo y medio
escondido entre otros objetos, encontró un diario. Lo abrió
rápidamente y comprobó que estaban rellenas muchas de sus hojas.
Por lo tanto, su madre había escrito un diario. Esto le dió grandes
esperanzas de conocer algo más de su madre y saber qué fué lo que
tanto la pudo atormentar. Tal vez estuviese escrito todo eso. Empezó
su lectura impaciente, pero como era bastante extenso, casi estuvo
por hojearlo aleatoriamente, pero enseguida consideró que debía
leerlo desde el principio hasta el final, ordenadamente.
Comenzaba cuando tenía
quince años. Cuando su madre era una adolescente. Era bastante común
esta afición en las muchachas de esa edad. Le animaba el pensar que
tal vez pudiera conocer al fin cosas de su vida. Era una oportunidad,
que si la niña no se cansó de escribirlo, le daría algo de luz a
esa oscuridad de su pasado. Cogió las fotografías, algunos
vestidos y joyas que tenían aspecto de ser muy antiguas. Le llamó
la atención una que era una gargantilla hecha con una cadenita fina
de plata y las letras del nombre de su madre, MARTA. Era la que tenía
puesta en la foto que le dió su abuela. Como no tenía interés en
llevarse nada más de la casa, volvió a cerrar todo para entregar
las llaves al día siguiente en la oficina.
La vida de Marta
Febrero de 1993. La
lectura del diario, conforme se sumergía en lo que relataba, era
para ella como si estuviese presente en los hechos relatados,
imaginando todo lo que alrededor de ellos figuraba, dándoles forma,
como los niños hacen cuando se les cuenta un cuento. Ven los
personajes, ven los paisajes y les dan tamaño, forma y color a
todas las cosas que van apareciendo y a pesar de que una imagen vale
más que mil palabras, la capacidad del cerebro es suficiente para
crear esas imágenes a partir de lo escrito u oído con un detalle
mayor que lo mostrado, porque se construye en la imaginación de
manera ideal.
Carla entonces, mientras
leía no era ella, era una como una espectadora participante y
silenciosa de todo lo que la lectura relataba.
Era Abril de 1967 cuando
Marta, al cumplir quince años, recibió un regalo de sus amigas
consistente en un diario. Entonces estaba bastante de moda entre las
adolescentes. En 1947 se publicó la primera edición de El Diario de
Ana Frank y se hizo muy popular su lectura, de modo que creó una
adicción durante mucho tiempo a escribir, sobre todo las chicas, sus
peripecias, sucesos diarios y pensamientos íntimos. Así ésto era
escrito en el papel , según les ocurrieran hechos merecedores de
anotarlos.
Empezaba así su escrito:
“12 de abril de 1967.
Hoy mis amigas me han regalado este diario. En él quiero anotar mis
cosas importantes para que mucho tiempo después pueda leerlas y
recordarlas. Será estupendo poder repasar mi vida en estas hojas
cuando sea mayor. O que las vean mis hijos o nietos.
Lo primero que pongo es
lo contenta que estoy por cumplir ya quince años. Hoy ha sido un día
muy especial. Mis padres han tenido una temporada buena con la venta
de cosas en su tienda, por ello me han comprado una bicicleta para
mi cumpleaños. Tenía muchas ganas de tener una. Así podré
acompañar a mis amigas que tienen también bici cuando salen de
paseo.”
Leyó
Carla muchas anotaciones de otros tantos días donde Marta narraba
sus pequeñas experiencias como una adolescente que pasaba días
felices en su pueblo, dándoles la importancia que para ella podían
tener bajo su juicio. Unas veces comentaba de sus amigas, otras de
sucesos en el pueblo, de su padre que era bueno como cazador y les
traía piezas a casa y de riñas con algunas chicas que al parecer
no eran sus mejoes amigas, porque de todo había.
Con
ello, Carla se fué haciendo idea de esta etapa entre los quince y
los dieciocho años con numerosas anotaciones que fué reflejando en
el diario. Había bastantes ocasiones en que no anotaba nada durante
más de una semana, pero se ve que puso voluntad de no dejarlo
abandonado.
Así
pudo saber que Marta salía con un grupo de chicos y sobre todo
chicas de su edad. Destacaba sobre ellos porque era bastanta alta y
su constitución en pocos años la había convertido en una preciosa
muchacha.
Fué
en esa edad de los 17 años y ya la adolescencia casi había pasado,
cuando sus anotaciones reflejaron sentimientos más profundos y
personales.
Marta
salía con un grupo de adolescentes a divertirse y como ocurre en
todos sitios, se hace una estratificación por edades. Su mentalidad
sin embargo chocaba con la de esos chicos del grupo que eran para
ella bastante infantiles en sus comportamientos.
Hacía
tiempo que se fijaba en Fran. Le parecía el chico más guapo del
mundo. Era para una chica de su edad el príncipe azul del cuento.
Vivía cerca de la casa de sus padres y le veía a menudo. Pero ella
hasta ahora, por ser ocho años más pequeña, había pasado
inadvertida para el muchacho. Fran se integraba en otro grupo de
jóvenes más mayores que los de la pandilla de Marta y al tener
alguno de ellos coche, solían ir a divertirse por varios pueblos de
los alrededores. Pocas veces se quedaban en el pueblo, que se les
hacía pequeño.
“23 de julio de 1969.
Hoy mis padres me dejan por fin ir con mis amigas al pueblo de al
lado que está en fiestas. Les he prometido que a las 11 de la noche
estaré preparada para que me recojan. No quieren que vaya en el
coche de nadie, me llevarán y recogerán ellos. Tengo muchas ganas
de ir a bailar por fin como lo hacen los amigos de Fran. Ojalá
pueda encontrarme con su grupo.. Llevo un vestido nuevo que me ha
hecho mi madre. Me he mirado al espejo y me encuantro muy favorecida
con él. Me hace más mayor. Quiero ser más mayor a ver si Fran se
fija en mí.”
“24 de julio de 1969.
La fiesta estuvo genial, allí en esa discoteca estaba Fran. He visto
que me miraba. Cuando vino hacia mí y me saludó me saltó el
corazón. Me ha invitado a bailar varias veces. Me ha dicho que
estoy muy guapa y me he puesto tan nerviosa que debe haber pensado
que era tonta. A mi me ha parecido flotar cuando me ha sujetado por
la cintura y me ha llevado al ritmo de la música. Me gustan mucho
los bailes en panda sueltos, pero con él me gustan mucho más los
lentos. Sentir sus manos cuando bailamos es una sensación
maravillosa. ”
“16 de agosto de
1969. Hoy cuando he salido a dar un paseo con las amigas en bici por
el camino hacia la laguna, Oí el trote de un caballo y me aparté a
la orilla del camino para que pasara. Cuando volví la cabeza, ví
que era Fran. Ha bajado del caballo cerca de donde está el pozo para
saludarme. Fran se ha acercado a mi y me ha dado un beso en la
mejilla. Me he quedado algo cortada, porque no me lo esperaba, pero
me ha parecido genial. Ha sacado agua para dar de beber al animal.
Me la llamado para que me acerque.”
-Hola,
sabes una cosa de este pozo?
-¿Que
cosa?
-Este
pozo tiene aguas mágicas.
-Anda
tonto, me estás tomando el pelo.
-No,
es verdad. Este agua cura muchos males.
-Ja
ja, ahora sí que no te creo nada..
-No lo
creerás, pero es así. Tiene ya muchos años, siglos tal vez, no sé
ni cuando lo hicieron, pero fué encantado tiempo atrás por las
brujas que venían por aquí. Por eso también lo llaman algunos el
pozo de las brujas.
Tal
vez tu abuelo supiera algo de eso, ya que fué brujo ¿no?
-No me
gusta que le digan eso. Sé que la gente nos tiene ese mote a mi
familia, pero no me gusta porque es con mala intención.
-Perdona,
Marta, no era mi idea molestarte. Pero ven, acércate a ver si oyes
los sonidos que dicen que hacen las brujas dentro.
Marta
se arrimó al pozo para escuchar atentamente. Pero no oyó más que
el gotear del agua que caía desde algún venero.
Fran
la cogió de la mano.
-Ten
cuidado, el pretil es muy bajo, no te vayas a caer dentro.
Marta
sintió complacida el suave apretar de la mano de Fran.
-He de
irme con mis amigas, que estarán esperandome ya en la laguna.
“16 de agosto de
1969. Fran me ha invitado a ir a ver su finca otro día. Me ha dicho
que mañana estará por allí trabajando. Le he dicho que iré si
puedo.
Cuando llegué a casa,
mientras ayudaba a mi madre en la tienda, le he preguntado si es
verdad lo del pozo de las brujas. Me miró y me preguntó quien me lo
dijo. Le contesté que mis amigas. No quise decirle que ha sido
Fran.”
-Eso
tu padre lo sabrá, que a él le gustan mucho todas esas historias,
le dijo su madre.
“17 de agosto de
1969. Mi padre me ha contado que es cierto que hace siglos allí, en
los alrededores del manantial que había, en el lugar que hoy es
el pozo, hay escritos que narran que fué un lugar donde se
celebraban aquelarres, que eran fiestas que las brujas dedicaban al
diablo. Muchas de ellas fueron quemadas en la hoguera por la
Inquisición. La gente atribuyó propiedades mágicas a esa aguas.”
“17 de agosto de
1969. Hoy he ido sola hacia el camino de la laguna. Cuando he llegado
cerca de la finca de Fran, él me ha visto. Ha venido a mi
encuentro. Es corto el camino que accede a ella desde el principal.
Se pasa al lado de un maizal . En una parte de la finca hay huertos y
árboles. En otra cereales . Junto al huerto está la pequeña
edificación. En conjunto me ha parecido bonita. Y más siendo Fran
el que me la enseña. Ahora no hay nadie más que nosotros. No hay
problema de que nadie nos vea.
Me ha dicho que le
gustaría volver a vernos en la discoteca y bailar conmigo. Hemos
quedado par el fin de semana que viene. Estoy loca de contenta. No
quiero que mis amigas me vean con él mucho y que mis padres se
enteren, porque sé que no me dejarían. Se llevan muy mal con los
padres de Fran. Es una pena que por culpa de que no se hablen
nuestras familias, no podamos tener amistad. ”
Sus encuentros se hicieron
más frecuentes y era raro el fin de semana que no se viesen y
disfrutasen como nunca antes Marta lo había hecho. Se sintió
importante, una mujer por primera vez. Era su despertar al amor.
“25 de agosto de
1969. Hoy Fran me ha regalado un colgante con mi nombre. Me ha hecho
mucha ilusión. Es el primer regalo que me hace. Lo guardaré para
que no lo vea mi madre. Sólo me lo pondré para él.”
Como sabía que no era
oportuno que se viesen mucho juntos, siempre lo hacían en grupo y se
miraban y mandaban señas y besos disimulando. Pero ese lugar, la
finca de Fran, se convirtió en un punto seguro donde reunirse ellos
solos.
“2 de septiembre de
1969. Me gusta perderme entre los sembrados cuando estan altos y que
Fran me persiga hasta alcanzarme y quedar los dos riendo y retozando
un rato boca arriba mirando el cielo. Hay unos nogales grandes como
castillos y Fran me ayuda a subir a ellos para coger algunas nueces
que comemos juntos bajo su sombra. Me encanta también coger las
cerezas tan rojas que da un árbol que se inclina sobre un viejo
pozo, Fran me dice que son las más dulces de todas. Pero el muy malo
me hace rabiar cuando se cuelga de una rama y dando un grito simula
que va a caer en el pozo. Pero luego, haciendo un balanceo salta
fuera del borde. No tengo más remedio que reñirle que no lo haga,
pero él se ríe y me tapa la boca con un beso. No me lo ha dicho,
pero no hace falta que me lo diga para saber que me quiere. Yo le
quiero muchísimo. ”
Los paseos con sus amigas
disminuían a la vez que aumentaban los que salía sola para ver a
Fran. Les ponía excusas de tareas en casa para ayudar a su madre.
Cuando era el tiempo de
terminar el verano, a primeros de septiembre de 1968, Marta visitó
en uno de sus habituales paseos a Fran, que se dedicaba a la labor
de la trilla. La invitaba a subirla al artefacto y dar vueltas sobre
las gavillas esparcidas en ella. Era divertido para Marta y aunque a
veces se salía del redondel por su falta de pericia, Fran la ayudaba
subiendo de un salto al carrito para encauzarlo de nuevo.
Así tras dar numerosas
vueltas para trocear convenientemente las gavillas, quiso Fran
descansar un rato. Aprovechó para sacar algo para comer,
acompañado de una bota de vino. Tenía que pasar allí todo el día.
Invitó a Marta que probó un bocado. Entraron a la pequeña casa de
aperos donde al menos estaban a cubierto del sol de mediodía. Marta
encontraba agradable el escondrijo, porque así estaban a salvo de
que alguien los viese juntos y se chivaran a las familias.
Era pequeño y dentro se
encontraban numerosos aperos para el campo, una rústica mesa, un
botijo colgado de un gancho del techo que Fran cogió par dar un
trago y después ofrecérselo a Marta, que bebió de su refrescada
agua.
Fran mientras Marta bebía,
la cogió por la cintura apretándola contra él y casi cae el botijo
al suelo. Le regaña a Fran y éste reespondió dándole un beso en
el cuello. Luego la volvió hacia sí y siguió besándola
largamente. Ella le correspondió con pasión igualmente. En el suelo
había una colchoneta donde echaba a veces las siestas. Marta
protestó un poco, pero se dejó llevar hasta que estuvieron los dos
tumbados y Fran comenzó a desabrocharle la blusa. Marta intentó
rehuir de ese abrazo, pero sus fuerzas fueron demasiado débiles
contra la fuerza del muchacho. Sintió un calor que le recorría su
cuerpo. Su floja oposición duró poco, se dejó llevar por un sin
número de sensaciones agradables que la impulsó a abrazar también
fuértemente al muchacho que comenzó a acariciarla y besar sus
senos. Fran le empezó a acariciar por todo su cuerpo. En un momento,
Fran se desabrochó el pantalón, pero Marta llegado a ese momento
reaccionó apartándose y empujando con fuerza hasta zafarse de los
brazos del muchacho, porque se sintió mal recordando lo dicho por
su madre. Las chicas tienen mucho que perder, los hombres no tanto.
La que es demasiado ligera acaba mal. Quiso conservar su virginidad.
Fran se enfadó mucho con
ella.
-¿Qué te pasa, Marta?
¿Es que no me quieres como yo a tí? ¿No somos novios? Todos los
novios lo hacen, no es nada malo. Te gustará, ya verás. Nadie ha de
saberlo.
Pero Marta salió del
resguardo y componiéndose la ropa le dijo un adiós acompañado de
un beso lanzado al aire.
Fran quedó refunfuñando.
Marta pensó para sí que ya se le pasaría. Ella tenía que
aligerarse porque estaba a casi tres kilómetros de casa y no quería
que su madre la regañara por llegar tarde a comer. Y dar
explicaciones de con qué amigas había estado, con lo que la
obligaría a inventarse alguna mentirijilla. Ya estaba acostumbrada.
Su madre seguramente sospecharía algo, pero no le decía nada. No
era tan estricta como su padre. Menos mal que con la bici era poco lo
que tardaría.
Pensaba en lo ocurrido, en
lo enfadado que estaría Fran, porque a veces dejaba de hacerla caso
varios días. Pero tenía miedo de quedarse embarazada. Sería
terrible.
Había oído a sus amigas
en sus conversaciones de cosillas íntimas que había un método para
que una mujer no se quedara preñada.
No sabían bien como era,
pero coincidían que tenía que ver con ciclos de la menstruación.
Tenía que enterarse bien. Lo leería en algunos de los libros de
biología y ciencias que tenía su padre en su biblioteca.
Por supuesto que no se lo
podía preguntar a su madre. Sería cosa de probar ese método y
saber cuales eran esos días en que la mujer no era fértil. Quería
darle a Fran todo lo que él quisiera, porque estaba ciega por él.
No quería que se enfadara con ella de ninguna manera. Sufría lo
indecible si él le ponía mala cara. Había llegado ya a un momento
en que era su dueño y ella se sometía a él.
Así, aunque veía su
voluntad un poco anulada y a veces se sentía culpable de mantener
una relación que sabía no era del gusto de sus padres, cuando
estaba con Fran desaparecían las aprensiones y se sentía plenamente
feliz. En su ingenuidad no podía ver nada malo en cualquier cosa que
Fran le dijera o hiciera. Éste lo sabía y se hacía de rogar hasta
que ella le suplicaba y pedía perdón, por cosas que a veces ni
culpa tenía, pero que Fran les daba la importancia que le convenía.
Sus veinticinco años le
daban una experiencia en asuntos de mujeres que utilizaba con
Marta, que a sus diecisiete años, era fácilmente manejable. No era
raro que Marta estuviese colada por él. Su bien parecido físico
siempre le abría puertas entre el género femenino. Ya había
tenido numerosas amigas, novias o conocidas, casi siempre de fuera
del pueblo. No quería tener relación formal con ninguna, pero a
Marta la consideraba muy especial para él. En cierto modo estaba
bastante más interesado por ella que por otras anteriores, pero su
ego y orgullo se rebelaban para no dejarse derrotar en sus
convicciones de Don Juan. Se reprochaba si era demasiado blando con
ella.
No descartaba que pudiera
llegar a algo más con Marta, incluso a ir a hablar con sus padres,
porque le desesperaba disfrutar tan pocos momentos con ella y
esconderse como si fueran delincuentes, pero sabía la dificultad que
encontraría porque sus padres eran enemigos irreconciliables. Podía
además desembocar todo en que ya no pudieran verse fácilmente,
porque vigilarían mucho más a Marta. Eran como los Romeo y Julieta
de Cazín. Mejor esperar mejor ocasión. Ya verían cómo.
Era finales de otoño de
1969. Fran, junto a su padre y otro de sus hermanos habían terminado
las labores con los cereales de secano. Tenían almacenados bastantes
kilos de trigo, cebada, maíz y legumbres. El pajar estaba lleno
hasta los topes también. Como otros años, había que llevarle una
buena cantidad de ellos a la finca ganadera de los Queralt, que
estaba a varios kilómetros tras unos pequeños montes. El remolque
estaba unido ya al tractor y se encontraba lleno de sacos.
El hermano mayor de Fran
era el que hacía esa labor todos los años, pero esta vez no pudo y
le tocó a él. Emprendió el camino con la salida del sol y
canturreaba alegre, porque para él era una distracción ya que se
salía de las rutinas habituales y le otorgaba su padre una mayor
responsabilidad, cosa que le agradaba.
A la finca de los Queralt
ya había ido cuando era un mozalbete, acompañando a su padre.
Alguna vez pasó de niño unos días cuando su padre lo llevaba para
hacer negocios con los dueños y dormían en los cobertizos de los
empleados. Aprovechaba para jugar con la hija de los amos, que era
como un niño más, porque le gustaba jugar a todo lo que le gustaba
a él, subir a los árboles, tirar piedras a las ranas o buscar
nidos.
En la entrada de la finca
habían puesto colgando de la gran cancela el nombre: “Hacienda
Queralt”. Fran recordaba lo grande que era y la gran cantidad de
ganado que pastaba en ella. Abarcaba un gran valle cruzado por un río
abastecido por las aguas de Sierra Nevada, que se vislumbraba a lo
lejos. Bosques de castaños, robles, álamos, sauces y una gran
variedad de otros especímenes vegetales componían un sistema
ecológico equilibrado que la asemejaba a lo que hubo de ser el
paraíso. Recordó los ratos cuando jugaba con la hija de los dueños,
pero luego la chica marchó a estudiar y no volvió a verla. Las
ganas de ir por allí eran menos porque se aburría. Alguna vez fué
cuando a su padre le invitaba a cazar el dueño.
Cuando llegaba a la finca
miró durante un rato la enorme casa principal hecha con buen gusto y
estilo colonial, que estaba apartada de otro grupo de viviendas
situadas unos doscientos metros más allá y que eran para el
personal que trabajaba en la finca. La casa fué en tiempo de guerra
ocupada por grupos del bando republicano que al marchar, empujados
por las fuerzas rebeldes, la intentaron quemar. Por suerte no la
afectó mucho ese incendio y los Queralt, que durante esos años se
fueron a Argentina, cuando vinieron de vuelta a España la
restauraron y le dieron de nuevo su esplendor.
Un capataz se le acercó
para indicarle dónde poner la carga. Fran, con ayuda de algunos
trabajadores de la finca descargó todo en poco más de una hora.
Eran las doce de medio día y el calor era un mal compañero de
trabajo. Estaba sudoroso por el esfuerzo. El capataz le indicó que
fuese a lavarse a las acequias que estaban a poca distancia a través
de un camino bordeado de alamos. Ya lo había hecho en otras
ocasiones y era un agradable baño el que pensaba darse si estaban
llenas.
Cuando llegó y comenzó a
quitarse toda la ropa para quedarse en calzoncillos, una voz femenina
le llamó la atención e instintivamente se cubrió con el pantalón.
La chica estaba dentro de la acequia tomando también un baño y
asomó su rostro por encima de la pared de la alberca. Fran quedó un
poco avergonzado por la situación y la chica lanzó una carcajada
que lo descolocó por completo.
-Perdone, señorita, no
creía que hubiese nadie por aquí.
-¿Vienes a bañarte?
-Eso pensaba, pero sólo
me lavaré un poco y ya me voy. No quiero molestarla.
-Bueno, tampoco te echo.
Puedes quedarte y darte un baño si te apetece.
La joven salió de la
alberca cubriendose con una toalla. Tenía una esbelta figura. No era
tan bonita como Marta, pero no estaba nada mal, pensó Fran. Y
parecía simpática. Con un gesto que parecía indicarle a la chica,
con cara un poco compungida, que el bañador que llevaba no era tal
vez adecuado.
-Tranquilo chico, que no
se te ve nada. Báñate si te apetece.
La joven quedó observando
el cuerpo armonioso y musculado de Fran que brillaba por el agua que
se resbalaba por su piel mientras se sentaba a secarse al sol, ya
bastante rebajado del calor de su cuerpo.
-Me llamo Fran, he venido
a traer…
La joven no le dejó
terminar
-Sé quien eres y a lo que
has venido. Lo oí a mis padres.
-¿Trabajan aquí tus
padres?
-Son los dueños de esto.
Fran quedó algo cortado
por su poca capacidad de adivinador.
-Entonces, tu debes ser
Sofía, la hija de los Queralt.
-Acertáste. Y tú el hijo
de los Moreno.
-Sí. También tú has
acertado.
-Es que has cambiado tanto
desde que te ví la última vez y entonces eras una niña canija
que le gustaba hacer correr a los gatos tirándoles piedras.
Sofía soltó de nuevo
otra alegre carcajada.
-Hace ya bastante de
aquello. Tú también has cambiado mucho. Recuerdo que me ayudabas a
coger huevos de los nidos y pillar lagartijas.
-Ja, ja. ¿Donde has
estado estos años? Creo que te mandaron a un colegio.
-Estuve en un internado en
Madrid. Una tía mía vive allí y era la que me atendía si alguna
cosa necesitaba. Mis padres preferían ir a visitarme a que yo
viniese. Sólo venía un par de veces al año y no hemos coincidido
en volvernos a ver. Me alegro de verte de nuevo.
-Y yo a tí también. Te
has convertido en toda una mujer. Y muy guapa.
-Gracias, Fran, dijo Sofía
con una amplia sonrisa.
-Y ¿qué estudiaste?,
porque han pasado por lo menos diez años desde entonces.
-Doce. He estudiado varias
cosas que quería mi padre que hiciese. Biología y Veterinaria,
Administración, Contabilidad…y también cosas como idiomas,
arte….
Mis padres quieren que
esta finca, su ganado, sus trabajadores y todo lo que ellos han
conseguido hacer con ella, no caiga en manos que la mal lleven. Esta
finca es para ellos su gran creación. Quieren que yo continúe su
labor.
¿Sabes? Seré la que
dirija todo este negocio. Y creo que puedo hacerlo. Me han preparado
muy bien en todo lo que se necesita para ello. Tengo ya veintiun
años. ¿Que te parece? Una mujer al frente de una hacienda como
esta. Creo que seré la primera por aquí en hacerlo. Prefiero la
vida aquí que en la ciudad, a donde puedo ir cuando me apetezca.
-¿Y respecto a tí, que
es de tu vida, Fran?
-Pues ya ves, trabajo en
la finca de mis padres, como mi hermano mayor. Da suficiente para
mantenernos y me gusta. Después del bachiller saqué el título de
perito agrómomo. Aprendí cosas que he aplicado en el campo de mis
padres con buenos resultados.
Claro que nuestra finca no
se puede comparar con la tuya. Esto es inmenso. Te admiro si eres
capaz de llevar todo esto adelante.
-¿Porqué no habría de
poder hacerlo? La mujer es tan capaz de eso como el hombre. A ver si
vas a resultar un machista.
-Perdona, no dudo de tu
capacidad, pero los hombres no estamos acostumbrados a que nos mande
una mujer, puedes encontrarte con algunas dificultades en ese
sentido. Siempre te verán como un ser débil y que no puede entender
las cosas del campo.
-Pues ya los iré
convenciendo de lo que soy capaz y quien no esté dispuesto a
obedecer mis órdenes, que se busque otro sitio para trabajar. Mis
padres ya yan hablado con el capataz y con los trabajadores. Ya les
ha dado información de sus planes. Mis padres son ya lo
suficientemente mayores y disponen de todo lo que materialmente
necesitan para disfrutar los años que les queden de vida sin tantas
responsabilidades y esfuerzo que dan sus negocios, entre ellos, ésta
hacienda. Quieren relajarse un poco de su ajetreo . A mi me parece
una idea genial. Se lo merecen.
Además, el capataz es un
buen hombre en el que confía como si fuese su hermano. Lástima que
es demasiado mayor. Le va costanto trabajo cumplir con todo lo que se
le encarga.
-Pues te deseo mucha
suerte y mi ofrecimiento para si alguna cosa necesitas, en memoria de
nuestra amistad infantil, cuentes conmigo.
-Gracias Fran.
Ambos jóvenes charlaron
un rato y Sofía le invitó a quedarse a comer con ellos. Fran aceptó
de buena gana. Luego Sofía fué a cambiarse para el almuerzo. La vió
alejarse con un gracioso contoneo que acentuaba el ir descalza. Era
atractiva la condenada. Quien lo hubiera dicho años atrás que iba a
transformarse de esa manera.
Se acercó a donde tenía
el tractor y sacando de un bolso una camiseta se cambió y procuró
peinarse un poco mirándose al espejo retrovisor. Intentó estar lo
mejor presentable que pudo dentro de las circunstancias.
Los padres de Sofía eran
unas excelentes personas, educadas y agradables. Les pareció bien el
deseo de su hija de invitar a Fran. Conocían de muchos años a la
familia Moreno y unas veces habían coincidido por negocios y otras
por una partida de caza. Siempre habían acabado en una animada
charla en la que coincidían con sus ideas sobre todo políticas. Los
Queralt eran de ideas conservadoras. Igual que los Moreno. Habían
sabido decantarse por el bando ganador al que le prestaron bastante
ayuda económica. Después, obtuvieron con ello buenos beneficios en
sus negocios, que eran innumerables. En la familia había banqueros,
jueces, médicos, arquitectos, presidentes y consejeros de
empresas… y así acumularon una gran fortuna.
Enrique Queralt, que era
el padre de Sofía, tenía aquella finca como un capricho que mimaba
y pasaba en ella los meses de verano, buscando el frescor, sobre todo
nocturno de aquella zona.
Su afición a la caza la
podía llevar a cabo en aquella extensa finca, donde abundaban varias
especies cinegéticas. Después, una buena comida que acababan con
unas copas de buen brandy.
El almuerzo fué seguido
de un café en el porche de la casa, que estaba rodeado de grandes
macetones llenos de plantas de muy diverso tipo y plantas trepadoras
que formaban una cubierta natural que les resguardaba del sol. El
padre de Sofía gustaba de traer esas plantas en sus viajes de
negocios y se aclimataban bastante bien en esa zona protegida de los
fríos invernales. Desde el porche se podía divisar una buena parte
de la finca al estar en un alto del terreno. Manadas de ganado de
varios tipos pastaban a lo lejos en las llanuras.
Tras el café, el padre de
Sofía invitó a entrar en su despacho al joven para darle un sobre
con el dinero del pago de la carga traída. Fran tomó el sobre sin
mirar su contenido porque sabía que sería la cantidad convenida y
había confianza.
Tras ello, indicó que ya
era hora de marcharse y les agradeció la comida.
Sofía le acompañó hasta
donde tenía el vehículo. La joven mostraba gran simpatía y
lamentaba que tuviese que marcharse tan pronto. Le hubiese gustado
recordar un rato más en su compañia tiempos pasados.
-Espero que nos veamos de
vez en cuando, Fran. Tenemos mucho que contarnos ¿no te parece?
A Fran le pareció una
estupenda idea.
-Pues claro que sí, hemos
de reanudar nuestra buena amistad. Recuerdo con mucho cariño aquelos
tiempos, Sofía. Me parece fenomenal. Vendré por aquí a veros más
a menudo. Prometido.
Sofía le alargó su mano
que Fran apretó con cuidado entre las suyas y vió la sonrisa que
le dedicaba la joven al mismo tiempo.
Desde luego, se había
convertido en una mujer con buenos modales. Era lógico en aquella
familia. Le había causado una buena impresión y no sabía muy bién
cómo comportarse para no dar una imagen de rudo campesino.
No sabía porqué se
sentía algo fuera de lugar cuando había estado con ella porque
Sofía había sido muy educada y no mostró ninguna señal de desdeño
hacia su condición. Pero sabía de sobras que debía considerarla
como un ser superior, a un nivel al que sabía que él no podría
llegar.
Ya cuando jugaban de
niños, él la veía de ese mismo modo a pesar de los juegos. Ellos
eran gentes muy pudientes y aunque fuesen muy afables con el, nunca
le considerarían de su grupo social. Así era el mundo.
Cuando regresaba hacia su
casa pensaba en la relación con Marta y le preocupaba. Las
dificultades para verse le cansaban. No le hacía tanta ilusión. Le
gustaba estar con ella, pero no era hombre de mantener relaciones que
le ataban.
De todas formas, su
relación habría de cambiar un día u otro porque ya había
habladurías y se enterarían las familias. Mejor sería que
sucediera así. De esa forma, si intervenían los padres, podría
arreglarse todo sin que él tuviese que hacerlo.
Ahora que había visto a
Sofía, sus pensamientos le llevaban a considerar como sería una
imaginaria vida con ella, con dinero, con lujo, en un mundo lleno de
posibilidades. Pero sabía que eran sueños inalcanzables. Nunca
Sofía bajaría su vista hacia un campesino de poca monta. Tenía que
conformarse con tener una buena amistad.
Octubre de 2000. El
inspector García Sanabria tiene ya en su poder unos folios con el
resultado de la petición realizada al Registro Civil de Granada
avalada mediante orden del Juzgado de la Audiencia provincial. Está
en su despacho con el agente que se la llevado. Tras leerla, comenta.
-Curioso, Maldonado -dice
al agente- este asunto está lleno de bastantes coincidencias.
El agente Maldonado, que
no sabe del asunto, le pone cara de interrogación.
-Fallece un enfermo y la
hija que lo cuidaba, no sabía que era su padre. Curioso, ¿no?
-Y ¿qué hay más en ese
asunto para que sea un caso policial?
-Pues que el enfermo murió
de forma algo rara, por eso se investiga. Podría ser un caso de
error médico o un asesinato.
-Bien, ¿y cómo va la
investigación?
-En este momento no hay
dato alguno que permita tener un sospechoso. O sospechosa. Pero tengo
curiosidad por ver cosas que me intrigan, como el de ésta chica, que
hemos descubierto que no sabe que es su hija natural.
-Sí que es curioso, una
coincidencia curiosa.
-¿Y como es que no lo
sabe?
-Pues porque fué adoptada
al año de nacer. Sólo los padres y ahora nosotros, lo sabemos.
-Vaya, vaya.
-Además, mis pesquisas me
han llevado a saber que esta chica ha trabajado también en una
residencia de mayores donde estuvo internada su abuela. Y ella
tampoco sabía que lo era.
-Pues parece que ya van
siendo muchas coincidencias. Pero lo cierto es que a veces las hay.
-Para nosotros, la
policía, las coincidencias son sospechas. Hay que tenerlas muy en
cuenta.
Creo que habrá que hacer
unas pesquisas sobre esta chica y sus amigos, su vida y sus
movimientos de los últimos meses.
-Bien, pues estoy a su
disposición. No tengo ahora ningún asunto urgente.
-Pues vamos a empezar con
una visita a la residencia de Alhama. Y al cuartel de la Comandancia
de la Guardia Civil de Cazín.
Cuando los policías
llegaron a la residencia, mostrando sus credenciales, pidieron hablar
con el director del centro. Este les recibió de inmediato en su
despacho.
-Diganme, señores, cual
es el motivo de su visita.
El inspector García
Sanabria tomó la palabra.
-Queríamos hacer unas
preguntas sobre una trabajadora que estuvo aquí un tiempo, se llama
Carla Gálvez Seoane.
-Sí, una buena
trabajadora, por cierto. Lamentamos que se marchase, pero entendíamos
que era una buena oportunidad ya que mejoraba bastante tanto en lo
económico como en lo profesional. Espero que le haya ido bien. Creo
que su marcha fué hace cuatro años, más o menos. Si lo necesitan,
puedo precisar la fecha.
-No hace falta, gracias.
-Aquí coincidió con una
interna llamada Francisca Luque.
-Pues no le puedo decir
así de memoria, pero miraré el registro.
Tras una búsqueda en los
libros almacenados en una estantería, encontró lo que buscaba.
-Sí, efectívamente, esa
señora, Francisca, estuvo ingresada en este centro.
Lamentablemente falleció
hace ya seis años, según consta en su expediente personal.
-¿Puede decirnos la
relación que tenían Carla y Francisca?
-Parece ser que muy buena.
De hecho, ahora recuerdo que la tuvo en cuenta en su testamento. Pero
si quieren saber algo más personal, para eso he de remitirles a una
enfermera que fué compañera de Carla. Ella tal vez les puede
informar más detalladamente. Perdonen un momento.
Hizo el director una
llamada por un interfono y tras un breve diálogo colgó.
-He comprobado que ahora
está esta persona de turno y podrán hablar con ella, si lo desean.
-Se lo agradecemos. Nos
valdría de mucho. Díganos, ¿en qué consistió la herencia?
-Algunas pertenencias de
su casa. Carla estuvo allí para recogerlas. Desde entonces no hemos
vuelto a ir por la casa. La tenemos en venta, pero en los pueblos a
veces es difícil una operación inmobiliaria. La casa está cerrada.
-Hemos de decirle que
creemos que eran nieta y abuela, según hemos investigado.
El director manifestó
extrañeza. No sabía de tal lazo familiar. Carla nunca dijo nada al
respecto.
-Es algo que desconocía.
El director les acompañó
para presentarles a la enfermera que conoció más a fondo a Carla.
Era una mujer de mediana edad y de aspecto pulcro. El inspector y su
acompañante fueron presentados por el director, que tras ello pidió
excusarse para seguir con sus tareas si no era imprescindible, lo que
la policía consideró a bien disculparle.
– Nos pasaremos después
por su despacho para continuar hablando un rato más antes de irnos.
La enfermera les condujo a
una sala donde pudieron sentarse en unos cómodos sillones.
-Queremos hacerle unas
preguntas sobre una compañera que tuvo hace un tiempo, Carla Galvez
Seoane.
-Sí, la recuerdo bien.
Era una gran persona. Hicimos una buena amistad. Fué una pena que se
marchase porque además hacía muy bien su trabajo. La gente la
quería mucho.
-Hubo una persona con la
que al parecer tuvo mucha confianza, se llamaba Francisca.
-Pues sí, le dedicaba
mucho tiempo, fíjese que esta señora Francisca, desde que llegó no
se relacionaba ni hablaba con nadie. Todo lo que conseguíamos de
ella era comunicarnos por señas. Sin embargo, cuando Clara se dedicó
a ella, cambió totalmente. Se volvió una persona de trato normal,
pero sólo con ella. Creo que Carla lo consiguió con mucha paciencia
y cariño. Cuando murió, Carla lo pasó muy mal.
-¿Le dijo Carla que
hubiese una relación familiar lejana o cercana entre ellas?
-No, es lo primero que
oigo. ¿Es que la había?
-Sí, creemos que eran
nieta y abuela, por la información de que disponemos.
-Vaya sorpresa, sí que lo
tenía en secreto. ¿Y porqué no quiso decírlo?
-Aunque le parezca
extraño, puede ser que verdaderamente ella no lo supiera. O si lo
sabia, tenía motivos para mantenerlo oculto. No podemos asegurar una
u otra hipótesis. Por eso queríamos saber si con usted o alguna
otra compañera, comentó algo que nos aclarase este punto.
-Pues lo siento, pero ya
le digo que es lo primero que oigo al respecto. Pero si Francisca
sabía que era su nieta, ahora sí tiene ya más explicación la
herencia que la dejó.
-Puede ser. Pero sólo
ellas lo sabían. ¿Llegó usted a oir alguna vez de que hablaban?
-No, nunca. Procuraban
estar algo distanciados de los demás.
-Bien, pues esto es todo.
Muchas gracias por su información.
La pareja policial Se
dirigió de nuevo al despacho del director para pedirle, si podía
ser, las llaves de la casa que dejó Francisca. Harían una
inspección por si algo podía aportar a la investigación, a lo que
accedió el director. Tras ello, se dirigieron a Cazín.
Primero fueron a recoger a
la Comandancia de la Guardia Civil los documentos que habían pedido
sobre lo que hubiese archivado referente a los antecedentes de la
familia Fernandez Luque, que ya tenían preparado los agentes del
cuartel. Tras entregársela, se dirigieron a la casa de Francisca.
Cuando estaban abriendo la
puerta, la vecina, que siempre estaba atenta a enterarse de todo lo
que pasaba alrededor, al oír el motor de un coche, se asomó a su
puerta y enseguida se les acercó.
-Buenos días. ¿Vienen
por lo de la casa?
-Buenos días señora,
¿cómo dice?
-Que si vienen a comprar
la casa.
La mujer señalaba el
cartel de venta que había en el balcón.
Los agentes miraron
entonces y al verlo, sonriendo le contestaron
-No, venimos a echar un
vistazo para ver las reformas que hay que hacerla.
– ¿Son de una empresa de
reformas?
-Bueno, somos del seguro.
-Pues ya dijo la señorita
Carla, hace bastante tiempo, que venía a ver lo mismo y nadie ha
venido hasta ahora para empezar. La casa se va a caer si no la
reparan.
-¿Habló usted con esta
señorita?.
-Si, la primera vez hace
más de un año. Me preguntó si vivía aquí la señora Francisca.
Lo recuerdo bien. Le dije que estaba en la residencia.
Luego, cuando murió
Francisca, vino varias veces. Una a ver la casa y otras a verme para
hacerme preguntas sobre la familia. Le conté lo que sabía. Yo era
todavía una jovenzuela cuando ocurrieron cosas que ella me
preguntaba. Dijo que era periodista y estaba haciendo un libro sobre
cosas que pasaban en los pueblos, sobre todo le interesaba la
historia de esta familia. Y la del pozo de las brujas. A cambio me
daba alguna ayuda, decía que como colaboradora.
El inspector con esta
afirmación quedó un momento pensativo. ¿Había venido Carla
preguntando por Francisca? Eso hacía cambiar la situación. Porque
ella afirmó no conocer nada de su familia. Está claro que mintió y
de alguna manera había descubierto sus orígenes. Habría que
interrogarla de nuevo. Antes hay que hablar con sus padres adoptivos
por si ellos al final se lo habían dicho.
-Gracias señora, vamos a
ver por dentro la casa. Gracias por todo, muy amable.
García Sanabria
reflexionó para sus adentros. – Así que Carla se enteró de algo
que nosotros aún no habíamos descubierto y posiblemente lo tenemos
en los documentos que nos ha facilitado la Guardia Civil. Pues hay
que leerlos lo antes posible.
El viaje ha sido
provechoso en este caso.
Cuando terminaron de echar
un vistazo a la casa, donde vieron por las pisadas encontradas que
Carla ya había estado allí y tras hacer unas fotografías por las
habitaciones, retornaron a Granada.
Carla seguía leyendo el
diario de Marta.
“15 de octubre de
1969. Hoy he de ver a Fran en el cobertizo, voy a decirle algo que le
va a alegrar mucho. “
“16 de octubre de
1969. Ayer, cuando nos vimos, Fran se quedó algo sorprendido cuando
le dije que mirase para atrás. Me tumbé en el camastro y me
desnudé. Entonces lo llamé. Parecía una estatua mirándome como si
nunca me hubiese visto. Pasada la sorpresa, se quitó rápidamente la
ropa. Nos fundimos en un abrazo y pudo tenerme como quería. Fuí
toda suya. Nuestros cuerpos se movían convulsos, guiados por un
ímpetu que no podíamos dominar. Era algo salvaje. Me pareció mucho
más maravilloso de lo que me habían dicho las amigas. No
encontrábamos manera de separarnos, queríamos que nunca acabase.
Las sensaciones que tuve fueron algo inimaginable. Pero al fin caimos
exaustos boca arriba y así estuve con los ojos cerrados hasta que él
se fué levantando mientras me besaba por todo el cuerpo. Mientras me
vestía me preguntó porqué esta vez lo había hecho si siempre me
negaba. Le expliqué que he aprendido los días que podríamos
hacerlo sin temor a quedar embarazada. Le pareció estupendo, aunque
si eran sólo cuatro días al mes, sería una espera interminable. Le
he dicho que así lo disfrutaremos con más ganas “
Los encuentros continuaron
con la frecuencia que las oportunidades de verse sin peligro
propiciaban.
Marta anotaba en el diario
detalles diversos de sus encuentros y emociones, todas para ella
llenas de ilusión y confianza ciega en el muchacho.
Alguna vez anotó también
cómo le comunicaba a Fran sus deseos de ir poco a poco tanteando la
forma en que su noviazgo fuese dado a conocer a sus familias. No íban
a estar así siempre. Marta a veces se sentía mal porque todo lo
bonito y honesto para ella de su relación, iba quedando convertido
en una mera cuestión de sexo, a veces con prisas y sobresaltos. Fran
le decía que sí, que hablaría con sus padres, pero que tuviese
paciencia hasta que viese la ocasión apropiada. Pero esta no llegaba
nunca.
A veces lloraba porque no
veía en él el mismo entusiasmo que ella tenía. Se entristecía al
ver a sus amigas que algunas ya tenían novio y salían y paseaban
como ella consideraba que debería ser.
“20 de junio de 1970.
Les he oído a algunas amigas que han visto a Fran con una chica en
la cafetería del centro. Creo que ellas saben lo nuestro. Cuando
salimos en pandilla nos comportamos como amigos para que nadie
sospeche, pero nos miran y las veo cuchichear. Creo que envidian que
Fran se fije en mí.
Cuando se lo dije a
Fran, me contestó mal. Un poco airado. Como si no tuviese yo derecho
a decirle ni reprocharle nada . Dijo que eran unas marujas. Que él
tenía derecho a salir con los amigos . Me dió miedo como se
enfureció. A veces me siento muy mal“
“24 de junio de 1970.
Hoy me he levantado con el cuerpo algo raro. Me encuentro mareada. He
devuelto la comida. Debe haberme sentado mal.”
“28 de junio de 1970.
No me ha venido la regla. Estoy asustada. He de hablar con Fran.”
Cuando el inspector García
Sanabria, en su despacho estudiaba los folios obtenidos de los
archivos de la Guardia Civil, pudo enterarse de los antecedentes que
constaban en dichos archivos, por los que supo que en el año 1949 un
tal José Fernández Hilero, padre de Ismael Fernández Bretón, fué
condenado a pena de prisión, donde cumplió tres años hasta que una
amnistía que promulgó el general Franco, lo dejó libre.
También consta que en el
año 1970, el mismo Ismael Fernández Bretón, casado con Francisca
Luque Cerro, fué condenado igualmente a prisión por intento de
asesinato de José Moreno Conde y de su hijo Francisco Moreno Ruiz.
Éste último, padre biológico de Carla Gálvez Seoane, nacida como
Carla Fernández Luque, según descubrió en los juzgados de Granada.
La hija de Ismael y
Francisca, llamada Marta, también aparecía en los informes y acabó,
según consta, suicidándose por ahogamiento al lanzarse a un pozo en
Cazín.
Le pareció oprtuno buscar
datos del juicio por el que se condenó a Ismael. Por ello, se
desplazó a Granada de nuevo, después de hacer una solicitud
policial par la obtención de los papeles de ese juicio.
Cuando los tuvo, comprobó
con su lectura, que Ismael acusó públicamente a Francisco Moreno
de ser el padre de la hija que Marta esperaba. Francisco lo negó y
no quiso hacerse cargo de ese hijo, diciendo que no era suyo. La
disputa por estos hechos acabó con violencia, porque Ismael, con un
arma de fuego, disparó contra ellos, a los que hirió antes de ser
reducido por la Guardia Civil.
En el juicio que se
celebró meses después, no pudo demostrarse que Francisco Moreno
fuese el padre de la hija que posteriormente nació de Marta. Era la
palabra de uno contra la de otro. Habían guardado tan secreta su
relación que no había testigos fiables que lo pudiesen acusar.
Ismael fué condenado por
intento de asesinato a doce años de cárcel.
Bueno, era un cúmulo de
datos que cercaban a Carla con serias sospechas. Si ella los
conocía, podía tener motivos par odiar a ese hombre considerándole
culpable de lo sucedido a su madre, incluida su muerte.
Además, de las
declaraciones de los trabajadores del hospital, la señorita
Trujillo, compañera de Carla, dijo que había notado la falta de un
recipiente precisamente de cloruro potásico de donde tomaban dosis
para utilizarlas en las cantidades prescritas por los doctores para
algunos pacientes, como el caso del que falleció. Manifestó que
vió el frasco a media tarde en su sitio y después que salió la
señorita Carla es cuando lo echó en falta. Tenía que haber sido
ella quien lo cogió.
Cuando le preguntó por
él, le dijo que se le había caído rompiéndose y que iría en
seguida por otro al almacén.
Era otra prueba más que
hacía recaer las sospechas en Carla. Tenía que hablar con esa
joven.
No quería aún hacerle un
interrogatorio en el que hubiera todavía acusación alguna, porque
era mejor someterla a vigilancia y seguir recabando datos para tener
más seguridad en una posible culpabilidad de asesinato.
En cierto modo sentía
desasosiego al pensar en que esa mujer que tanto le impresionó,
pudiese haber cometido un acto así.
12 de junio de 1970. Fran
ha recibido una llamada de Sofía. En ella le pide quedar con él
para hablar de un asunto importante para su interés, concretando una
cita en un bar conocido.
Fran recibe la noticia con
una gran inquitud. Que le llame Sofía ya le alegra, pero que además
sea para algo de su interés, es ya motivo de estar más que
nervioso. No tenía idea de qué sería la cosa.
Cuando llegó a la hora
convenida a la cafetería, aún no había llegado Sofía. Pidió una
cerveza y se sentó en una mesa apartada desde donde veía la calle.
La vió llegar en su coche que aparcó en la misma acera. Con paso
decidido entró en el establecimiento. Vestía una blusa de manga
ancha de color rosa pálido y un pantalón blanco. Un sombrero tipo
pamela de fino encaje completaba du vestuario. Se la veía grácil y
desenvuelta.
Se levantó Fran para
recibirla y Sofía le estampó un par de besos como saludo,
acompañados de un “hola Fran” que le sonó a voz celestial. Esta
chica le dejaba siempre fuera de juego. Era tan natural y a la vez
tan sofisticada, con ese perfume que le dejó al acercarse, que tardó
unos segundos en contestarle con “hola, Sofía, me alegra mucho
verte”.
La invitó a sentarse en
la mesa donde él estaba y llamó al camarero. Sofía pidió un
refresco.
-Bien, Fran, antes de
nada, te diré el motivo de la cita. He hablado con mi padre para que
tenga contigo una entrevista por si quieres aceptar el puesto de
capataz en la finca. No sé si consideras ésto de tu agrado. Si es
así, mañana, si puedes, te recojo a las once donde quedemos. En tu
casa, si me dices donde es, o aquí mismo. ¿Qué me dices?
Fran quedó con la mente
en blanco durante un momento. No esperaba ésta noticia. Pensó que
era un sueño. Él trabajando en aquella finca como capataz, como
hombre de confianza de Sofía…
Desde luego, dudas no
había para darle la contestación.
-Es algo que me complace
enormemente, Sofía. Creo que sois muy generosos conmigo con esa
oferta. No puedo decir más que si a tu padre le parece bién, por mí
encantado.
-Bueno, pues ahora,
hablemos de nosotros un poco. ¿Cómo es tu vida en el pueblo, Fran?
Ah, y por supuesto que si tienes novia puedes venir a verla cuando
quieras. Podrás disponer de la furgoneta de la finca para ello.
-Bueno, en realidad no
tengo novia. Sólo los amigos que salimos a divertirnos los fines de
semana.
Fran notó un gesto que
pareció alegrar la cara de Sofía. Lo atribuyó a que pensaría que
así podría dedicarse más de lleno al trabajo.
Los labios de Sofía se
entreabrieron en una sonrisa
-Dime, cómo está tu
padre, creo que ya va llegando la fecha de la temporada de caza. Mi
padre ya cuenta con él. Ha estado limpiando sus escopetas. Me dijo
que el próximo fin de semana, le espera para ir juntos a coger unas
perdices. ¿Y tu, no eres cazador?
-No mucho, prefiero ir a
dar paseos a caballo cuando salgo a disfrutar del campo. O ir con los
amigos los fines de semana. En realidad hay poco tiempo libre con el
trabajo que da la finca.
¿Hay buenas discotecas
por aquí? A mi me encanta bailar, en Madrid las hay estupendas.
-Sí que hay un par de
ellas que están bien. Si quieres, puedes conocerlas el fin de semana
que prefieras. Te acompañaría con mucho gusto.
-Por supuesto que sí.
Aquí eres mi anfitrión, no conozco nada de eso. Es una suerte
tenerte a mi disposición.
Sofía ponía su mirada en
Fran con una fijeza que el muchacho parecía un colegial a pesar de
su experiencia. Sofía admiraba sus rasgos correctos, masculinos y
atractivos. Pensaba que era un chico verdaderamente guapo. Le
extrañaba que aún no tuviese novia.
-Y tu, ¿no dejaste en
Madrid ningún amigo.. digamos especial?
-No, ja, ja, solo he
dejado buenos amigos con los que he pasado buenos ratos, pero nada
“especial”, como tú dices. He estado demasiado ocupada para
ello. Por supuesto que ha habido algun flirteo con compañeros de
universidad, pero nada serio. Cosas de adolescentes.
La conversación continuó
durante más de una hora, que dió lugar a que entrasen en el local
algunos amigos que le saludaron. A Fran le pareció que mejor no le
hubiesen visto con Sofía, pero ya era tarde. Debió quedar en otro
lugar menos concurrido.
Cuando se despidieron,
Sofía le volvió a dar otros besos que a Fran le supieron a gloria
al volver a notar ese perfume que tanto le gustaba. Quedaron en que
lo recogería al día siguiente en la misma cafetería.
Al día siguiente pues,
Fran estaba sentado con el padre de Sofía y ésta se sentaba a su
lado.
-Sofía me ha dicho que
podrías ser el nuevo capataz de esta hacienda. Creo que tienes una
buena preparación técnica y experiencia de varios años con tareas
del campo. El trabajo aquí será algo diferente, porque es más
tarea ganadera que agrícola.
Pero eso no creo que sea
un problema. Yo necesito una persona jóven, con formación y ganas
de trabajar y aprender, para mejorar en lo posible esta finca.
Acompañarías al capataz día a día para aprender todo lo que él
pueda enseñarte, que es bastante. Creo que para tí no habrá
dificultades para ponerte al día de todo. El tema administrativo y
organizativo, será mi hija Sofía quien se encargue de llevarlo.
Disponemos de teléfono y fax que buen dinero me costó traer hasta
aquí. Pero hoy dia, para las actividades relacionadas con los
negocios era imprescindible.
Como ves, el ganado que
tengo es de la mayor calidad, con razas traídas de Argentina que dan
una de las mejores carnes que se pueden degustar en los buenos
restaurantes, a donde van a parar. Mi idea no es tener ganado de cria
intensiva. Como ya ves, no tengo establos donde tenerlos a cebo. Está
suelto y come hierba, que aquí es abundante casi todo el año y
también los cereales que compro a tu padre y otros agricultores
vecinos. Quiero que el ganado esté bien criado y alimentado, pero en
semilibertad.
Esta finca es mi capricho.
Por eso quien entra a trabajar aquí quiero que también se encuentre
a gusto. Tendrá un buen salario, por eso no debes preocuparte. Así
pues, si te parece bien y aceptas la oferta, la semana que viene
podrías empezar. Si necesitas algo más de tiempo, no hay problema.
Fran no tenía la menor
duda de cual sería su contestación. Veía la cara expectante de
Sofía que parecía apremiarle a aceptar.
-Señor Queralt, sólo
decirle que acepto su oferta y no tendrá ocasión de verse
defraudado. Pondré todo mi interés en hacer que la finca mejore en
lo posible.
Con un apretón de manos,
quedó sellado el acuerdo.
Sofía entonces, se
levantó y dando un beso a su padre se dirigió a Fran.
-Bueno, pues ¿qué te
parece si vamos a dar una vuelta para que conozcas un poco todo
esto?. Le diré a un mozo que prepare un par de caballos. Voy a
ponerme algo más apropiado. Ahora vuelvo.
Fran quedó un rato,
mientras esperaba a Sofía, charlando con el padre de asuntos de la
finca y la caza mientras se tomaban una copa de buen vino.
Cuando Sofía volvió, lo
llevó a los establos donde habían preparado dos caballos de buena
estampa. Uno era el preferido de Sofía, porque se lo había comprado
el padre hacía poco como regalo de bienvenida a la finca.
Montaron y recorrieron
varios caminos de los muchos que había por aquellas tierras.
Sofía le enseñaba
sitios que ya de niños habían recorrido, pero otros estaban a
bastante más distancia y le eran desconocidos. Sofía montaba el
caballo aún con falta de destreza, pero se defendía bastante bien
para el poco tiempo que llevaba de amazona.
Pararon bajo un viejo
roble que se alzaba junto a un pequeño arroyo. Fran ayudó a bajar a
Sofía sujetándola firmemente entre sus brazos mientras ella se
dejaba, abandonadamente coger por Fran.
Una vez en el suelo, le
lanzó una mirada sugerente que Fran no quiso ver. No se atrevía a
hacer nada que pudiese ser mal interpretado. A la sombra del árbol,
Sofía se echó hacia atrás tumbándose cómodamente.
-Es un poco agotador
montar a caballo cuando no se tiene mucha práctica. -Descansaremos
un rato. Fíjate que aún está el viejo columpio que me hizo uno de
los mozos de la finca.- Se acercó a él y le dió un pequeño
impulso que lo balanceó durante unos segundos-. Pero es mejor no
usarlo. Las cuerdas están medio podridas.
Fran se reclinó sobre el
tronco del árbol. Desde allí veía a Sofía que, así tumbada,
exponía las curvas de sus senos con su ajustada camiseta. Se notaba
que debajo no había rastro de sujetador. Era una imagen tentadora.
No sabía si estaba jugando con él para provocarlo.
-¿Qué te parece la
hacienda, Fran?- preguntó al fin.
-Es magnífica. Estoy
viendo las posibilidades de hacer mejoras en algunos aspectos. He
visto que hay algunos muros de piedra que están algo estropeados y
árboles a los que les vendría bien una poda. Hay una zona junto al
rio que puede presentar un peligro para los animales, habría que
retocarla para que no sea tan cortada. Las caballerizas necesitan un
repaso y algunas acequias tienen pérdidas. Se podrían poner algunos
sistemas de riego por aspersión para que en el verano la hierba siga
brotando en algunas zonas que he visto que pueden tender a secarse.
Ya que hay agua abundante, la llevaremos a donde haga falta. En fin,
ya iré mirando detenidamente para anotar todo y acometer su arreglo.
Te pasaré nota de todo ello. El ganado veo que presenta un aspecto
magnífico. Tienen las placas crotales de vacunación y supongo que
los libros de registro estarán al día. Pero eso de los libros es
más bién tu trabajo.
-Así es. Según he
comprobado, todo está al día. Ya te dije que el capataz que tenemos
hasta ahora, es muy cumplidor y responsable. Nunca ha habido
problemas.
Pero dejemos esos temas
ahora y disfrutemos del paseo. ¿Has visto la cantidad de palomas
torcaces y perdices que nos han salido al pasar? A mi padre le
encanta perderse por estas lomas en busca de ellas. Siempre trae a
casa alguna pieza. Pero muchas veces no quiere ni dispararles una vez
que ya tiene alguna en su zurrón. Le gusta verlas volar. A veces
bajan hasta el río ciervos y jabalíes. Se pueden ver también
cabras monteses si subes un poco la montaña. ¿Te gustaría un día
hacer una excursión y subir a verlas?
-Claro que sí, son
animales magníficos. Cuando te apetezca lo haremos.
-Esperaremos a que pase la
época de apareo, porque se vuelven agresivas en estas
circunstancias.
-No conozco mucho sus
costumbres, pero si tú lo sabes, mejor me dejaré guiar por tí.
-Estos animales tienen
costumbres muy curiosas en eso. Son las hembras las que eligen a los
machos. Es al contrario que las personas.
-Los animales podrían
enseñar mucho a los humanos. Pero sería imposible aplicar esos
sistemas a nosotros.
-En cierto modo es así.
Hay hombres que atraen a muchas mujeres. Pero al final es la mujer la
que elige. Claro que hay conflicto si dos o más mujeres quieren a un
mismo hombre. En eso somos diferentes, pero porque hemos sido
educadas así. No podríamos todas quedarnos con él.
-No creo que fuese una
buena idea- sonrió Fran.
-Pero para afirmar mi
teoría de que no es imposible, sino asumido por la tradición, ahí
están los pueblos árabes que sí pueden hacerlo. Y las mujeres lo
aceptan.
-Es cierto, pero no creo
que la convivencia sea muy normal. Yo de todos modos, cuando quiera a
una mujer, la querré para mí y yo seré para ella. Exclusivamente.
-¿Has querido a muchas?
Porque si es así, es parecido a las manadas salvajes, sólo lo
diferencia el tiempo de coincidencia con las hembras.
-Mientras he querido a
una, no ha habido otra. Y si empiezo a querer a otra, no puedo seguir
con la primera. Para mí es así.
-¿Puede un hombre como
tú, me refiero apuesto y jóven, no tener en estos momentos a nadie
a quien querer?
Fran rió con la
indiscreta pregunta de Sofía
-Gracias por lo de
“apuesto”, Sofía. Me vas a hacer ruborizar. Pero ahora no tengo
novia.
Sí que me gustan algunas
mujeres que conozco. Pero hay veces que no puede uno elegirlas. Hay
circunstancias que lo impiden.
-Como cuales.
-Por ejemplo,
conveniencias familiares a veces no dejan a los jóvenes elegir lo
que quisieran, o que haya una diferencia social, en fin, cosas así.
-Creo que cualquiera de
ellas podría superarse.
-No es tan fácil. No se
podría luchar contra todos provocando sufrimientos a cambio de la
felicidad propia. No estamos sólos en el mundo.
-Puede que tengas parte de
razón. Pero yo, por ejemplo, soy de espíritu rebelde y si eligiera
a alguien y él me quisiera, saltaría todos los impedimentos.
-Tendrías que confiar
mucho en esa persona para hacer algo así.
-Por eso hay que dar a
todo su tiempo. Conocer a una persona no se hace en un rato. Pero yo
tengo todo el tiempo que quiera darme. No tengo prisa. Pero cuando me
decida, lucharé como una leona por ese hombre.
-Eres sorprendente. Tienes
las ideas bastante claras y eres muy decidida. Ya lo he visto cuando
lo has hecho al elegirme para trabajar para vosotros. Me gusta como
eres, Sofía.
-Gracias, Fran. – dijo
mientras le sonreía y mantenía su mirada fija en la de Fran.-¿Me
ayudas a levantarme?
Fran la cogió de las
manos y simulando un gran esfuerzo levantó aquel leve cuerpo.
Ambos rieron y la ayudó a
subir al caballo. El momento en que la asía por la cintura y
levantaba para que apoyase su pié en el estribo se prolongó algo
más de lo necesario, pero ninguno puso pegas a ese hecho. Se notaba
que eran jóvenes y se gustaban. No hacía falta decir nada cuando
las miradas lo dicen.
Regresaron sin prisas a la
casa. Luego Sofía le llevó en su coche hasta el pueblo. Fran le
dijo la noticia a sus padres , que les pareció que era una buena
oportunidad. Además, estrecharían lazos con los Queralt, que
siempre era algo muy positivo. Felicitaron a su hijo y la madre le
ayudó a preparar sus cosas personales. Sofía le había ofrecido una
de las casas de que disponían en la hacienda para los trabajadores.
A Fran le pareció estupendo. No podía pedir más. Era simple pero
tenía todo lo necesario para estar cómodo. Y su estado de
conservación era bastante bueno. Estaría unos cuantos días en la
finca de los padres con su hermano para dejar terminados los trabajos
pendientes lo mejor posible y que ya se hiciese él sólo con las
riendas. Marta fué a verle uno de esos días.
“ 2 de julio de
1970.Hoy me he acercado a ver a Fran. Le saludé desde el camino
porque vi que estaba su hermano con él. Esperé un rato dando paseos
con la bici por los alrededores. Cuando su hermano se alejó a seguir
con los trabajos, me hizo gestos para que me acercara. Se ha olvidado
darme un beso al llegar. Cuando he visto hoy a Fran le he encontrado
bastante poco alegre. Tal vez la presencia de su hermano le haga ser
más precavido. Le he visto nervioso y sin muchas ganas de hablar ni
acariciarme como otras veces. Cuando me he aproximado cariñosa le
he notado tenso. Parecía como si algo lo tuviese abstraído o
preocupado. Pensé en cómo iba a decirle lo que a mí me sucedía.
Le he preguntado qué le pasaba. Él se ha quedado indeciso, como sin
saber qué decir. Luego me ha respondido que no le pasaba nada. Que
le dolía un poco la cabeza. Se la acaricié y al poco me apartó
las manos. He decidido no comentarle hoy mi problema. Tal vez otro
día que esté de mejor humor. Hoy sabe que no podemos acostarnos,
pero me hubiese gustado que me hubiese apretado y besado como otras
veces. Me marché al poco rato bastante desilusionada. Sufro en mi
angustia sin poder confesársela a nadie. No puedo apenas dormir.”
Fran se portó
cobardemente sin atreverse a decirle a Marta nada de su nuevo
trabajo. Sabía que no lo iba a encontrar cuando fuese al cobertizo a
buscarlo otro día. Ni al siguiente, ni al otro. Hasta que se
convenciera que no estaba y asumiera al fin de que no volvería.
Se enteraría por boca de
los amigos que se había marchado a trabajar a otro sitio. Creyó que
ya se le pasaría el enamoramiento al ver que la abandonaba. Muchos
jóvenes han tenido desamores y nadie se muere por eso. Sus varias
novias abandonadas, después encontraron nuevas parejas. Nunca
pensaba en el sufrimiento que les causaba.
A Marta la consideraba
algo especial, por la inocencia y candidez de sus pocos años y por
esa entrega plena a él.
Esta vez sí pasó por su
cabeza el daño que causaría a aquella muchacha. Pero su egoísmo
y falta de escrúpulos pesó más que ninguna otra cosa. Pensó en
que era un estorbo ahora para su nueva vida.
Así cuando Marta tres
días después volvió por allí, Fran no estaba. Estuvo esperando
un par de horas por si aparecía, pero no hubo rastro de él.
El fin de semana Marta se
reunió con las amigas con la esperanza de ver a Fran en el grupo. Al
no encontrarlo allí, preguntó a una de ellas si lo había visto
esta semana. Marta se quedó helada cuando la amiga le comunicó que
Fran se había marchado a trabajar fuera, a la Hacienda Queralt. ¡Y
no le había dicho nada a ella!. Además de que lo habían visto en
un coche con la hija de los Queralt, que había regresado de sus
estudios. Estaban sus amigas muy puestas al día de todo ello. Todas
menos ella. Claro que hacía tiempo que no salía tanto con ellas.
Había perdido un tanto su relación. No se sintió con ganas de
seguir en la reunión, por lo que se disculpó alegando estar
indispuesta. Sus amigas la miraron con una cierta malicia. Se
alegraban en cierta medida de que Marta se peleara con Fran. La
envidia es cosa común en estos casos. Y era comidilla de todas que
algo había entre los dos.
“ 20 de agosto de
1970. Ya llevo tres meses sin la regla. Mi madre me pregunta qué me
pasa porque dice que me ve cambiada, que no estoy alegre. Como voy a
estarlo. He de ver a Fran. Si está en la finca Queralt, iré hasta
allí si hace falta. O mejor, antes lo llamo por teléfono. Ha de
saber mi estado. No puede dejarme sin una explicación y sin un
motivo. Y menos ahora. El es tan responsable como yo si tengo un
hijo. “
22 de agosto de 1970.
Sofía está con Fran en el despacho organizando trabajos, compras y
ventas de ganado. Ha de hacer envíos de reses a mataderos de
varias ciudades. Esa carne será distribuída integramente a
restaurantes que la solicitan especialmente. Está toda vendida de
antemano. Tiene pedidos en más cantidad de la que pueden abastecer.
El precio es también especial, por lo que las ganancias son buenas.
Sofía descuelga el teléfono para atender otra llamada, tal vez de
más pedidos, pero esta vez al teléfono hay una voz femenina, la de
Marta, que pregunta por Francisco Moreno. Sofía, tapándo el
micrófono con la mano, mira a Fran.
-Una señorita pregunta
por tí.
Con una mueca socarrona le
alarga el teléfono a Fran que se levanta a cogerlo con cara
preocupada. Se imagina quien pueda ser. Cuando oye la voz al otro
lado, confirma sus sosopechas.
Sofía, educadamente sale
del despacho para no oir la conversación.
-Hola Fran, tengo que
hablar contigo. Tenemos que vernos par un asunto muy importante.
Dime cuando puedes y donde quedamos, por favor.
-Hola Marta, ¿de que se
trata?
-Prefiero decírtelo en
persona. Dime donde nos vemos.
-Bueno, yo ahora estoy muy
ocupado, pero buscaré un rato mañana. En el sitio de siempre. Por
la mañana sobre las once.
-De acuerdo, allí estaré.
No te olvides, por favor.
Marta notó que ni una
palabra cariñosa había salido de la boca de Fran, pero ya lo
esperaba. Aún así confiaba en que lo que iba a decirle, cambiaría
la situación por completo. Esperaba que la reacción de Fran fuese
la propia de un hombre con valentía para enfrentarse, ahora sí, con
la familia y lo que hiciera falta. Pero ese silencio de tantos días
la angustiaba y hacía dudar de su cariño.
Cuando Fran colgó el
teléfono, su rostro mostraba un rostro sombrío. Salió para ver a
Sofía que estaba sentada en un banco de piedra adosado a la pared de
la casa.
-Bien, – le dijo
Sofía-¿seguimos con la tarea?.
-Si, desde luego que sí.
Sigamos.
Una vez dentro, Sofía no
disimuló la curiosidad de saber de quien se trataba.
-¿Algun problema? Te veo
algo preocupado.
Fran quiso salir del paso
con una excusa un tanto pueril.
-Es que una amiga me ha
pedido unos libros para unas oposiciones que yo hice por si le sirven
para las suyas. Tendré buscarlos en casa para dárselos mañana, si
no te importa.
-Claro que no, yo misma te
llevaré si quieres. Mi coche es más cómodo que la ranchera. Así
aprovecho y hago unas compras.
-De acuerdo, no tardaré
mucho en hacer lo mío. Podemos quedar luego en la cafetería donde
la otra vez sobre las doce.
-De acuerdo Fran. Quedamos
a las nueve mañana si te parece.
-Perfecto.
Fran pensaba que el
encuentro con Marta no duraría mucho. Pensaba decirle claramente que
era mejor que lo dejaran. Que su relación era imposible. Ya sabía
que sería algo dramático, pero no había otra solución si no
quería más problemas.
Se preparaba para aguantar
los llantos de Marta.
Al día siguiente, tras
dejarlo Sofía en la casa de los Moreno, Fran cogió un caballo y se
dirigió a su finca. Eran más de las diez y por el camino vió a
Marta que marchaba hacia allí en su bicicleta. Tras llamarla, paró
junto a ella y bajó del caballo. Marta cuando lo tuvo al lado, se
lanzó a él y se abrazó con fuerza. Fran se dejaba abrazar sin
poner por su parte mucho ánimo en corresponder.
Se sentaron algo retirados
del camino, bajo unos pinos que mullían el suelo con sus finas
hojas.
-Marta, ya sé que
merezco un reproche.Yo también he de decirte algo.
Marta se anticipó al
muchacho sin dejarle terminar, porque quería cuanto antes exponerle
su situación. Pero antes quiso mostrarle su enfado.
-Creo que te has portado
una de manera muy informal. Si has encontrado un buen trabajo,
esperaba que fuese yo la primera en saberlo. No enterarme por
terceros. No te entiendo. Es como si de pronto, yo no existo par tí.
Comprendo que hubieses tardado unos días, pero no dos meses sin dar
señales de vida. Tu debes entender mi enfado y mis dudas. ¿Tu me
quieres?
Fran vió el momento
propicio para decirle lo que tenía pensado.
-Marta, claro que te
quiero, pero eso no arregla nada. He estado este tiempo dándole
vueltas a nuestra situación, muy preocupado, sin encontrar una
solución. Lo que quiero decirte es que es mejor que no sigamos
viéndonos, aunque suframos por ello. Esperaba que lo comprendieras
ante mi silencio. Yo me he ido de aquí porque es la mejor forma de
quitarme de tu vida. Si siguiera viéndote no tendría fuerzas para
dejar de verte y sólo haríamos alargar el tiempo sufriendo más y
al final haríamos daño a toda la familia. Creo que debemos seguir
siendo amigos, pero olvidarnos de la posibilidad de más. Debes
comprenderlo.
Marta lo miraba
horrorizada.
-¡Así que ésta era la
causa de no comunicarte conmigo!. Te has cansado de mí y me dejas
como algo que ya no te sirve. Y en vez de decírmelo a la cara, has
preferido huir cobardemente. No te comprendo. No comprendo nada. Tú
eras para mí toda mi ilusión. En tí deposité toda mi confianza. Y
vas y me dices ésto. Pues quiero que sepas que has destruído algo
que era para mí de un valor inmenso. Cuando se quiere de verdad se
afrontan y vencen las dificultades. Me destrozas el alma. No
reconozco en tí a la persona que creía yo que eras. Me has engañado
totalmente.
Un sollozo cortó la voz
de Marta. Fran quiso cogerle las manos, pero ella las retiró
rápidamente. Se levantó la joven del suelo y se acercó a él
mirándole a la cara fijamente.
-Sólo te digo que voy a
tener un hijo tuyo, Fran. No sé cómo vas a actuar ante esto.
Fran la miró alarmado
-¿Es verdad eso? ¿No me
estarás mintiendo para que vuelva contigo?
-Mira.
Levantando su falda enseñó
a Fran el vientre que ya mostraba signos del embarazo.
-Esto no es ninguna
invención. Y me parece miserable por tu parte que pongas en duda lo
que digo. Con un movimiento violento, se bajó de nuevo el vestido.
-Qué me puedes decir
ahora.
Fran estaba totalmente
sorprendido y tardaba en reaccionar. Era algo totalmente inesperado.
Un nudo en la garganta le impedía decir palabra alguna. Cuando
reaccionó poco después, volvió a sentarse. Se cogió la cabeza con
las manos y así estuvo un buen rato. Pensaba en lo que se le venía
encima, en el embrollo que se armaría, en las reacciones de las
familias…
-Marta, siéntate.
Cuando la joven lo hubo
hecho algo apartada de él, Fran comenzó al fin a hablar.
-Creo que no debes tener
ese hijo. Eso es algo que no nos conviene a ninguno de los dos.
Piensa en la situación que se puede crear entre nuestras familias.
Creo que será un conflicto que no sé hasta donde podría llegar.
Conozco a mi padre y sé el odio que le tiene al tuyo.
-Pues tú lo ves así,
pero yo veo que podría ser un motivo para que se limasen esas
asperezas. Un motivo para acercar las familias.
-Eres demasiado inocente,
Marta.
-Bien, entonces, díme que
piensas tú que podemos hacer.
-La solución es desacerte
de ese hijo. Abortar. Yo sé de quien puede ayudarnos para ello. Y
cuanto antes mejor.
Marta se quedó espantada
al oír eso de la boca de Fran. Hasta ahora no había podido hacerse
idea de cómo era la persona a la que con tanta ilusión se había
entregado. Era una decepción enorme la que sentía en su corazón.
-Estás loco si piensas
que yo voy a permitir eso. Nunca he sentido reproche alguno sobre
los actos que he cometido porque han sido realizados dándote mi alma
entera
y no voy a cometer algo
que me haga sentir que es algo aborrecible y malo. Para mí, este
hijo es fruto de un gran amor, y si tú no lo quieres, será mío
únicamente.
No encuentro palabras para
decirte el desprecio que siento hacia tí al oír esas palabras.
No puedo evitar aún
quererte y no sé lo que esto tardará en borrarse de mi corazón. Si
reflexionas y te arrepientes de lo que has dicho, yo iré contigo a
donde haga falta para defender nuestro cariño y nuestro hijo. Juntos
seremos fuertes y todo se arreglará.
Fran oía a Marta y en sus
adentros sabía que la muchacha merecía que la apoyase.
En otras circunstancias la
habría abrazado y tomado una decisión valiente. Pero su miedo a
enfrentarse a una responsabilidad como era enfrentarse a su familia,
a la paternidad y además ver cómo se truncaría el futuro que se
le presentaba en casa de los Queralt, pesaban más que su sentido del
deber y su conciencia.
Sabía que Sofía le
miraba con buenos ojos y era cuestión de tiempo que consiguiese su
propósito de conquistarla. Ya le había dado la chica motivos para
pensar en ello como posible.
Fran tras un prolongado
silencio se levantó y la miró largamente. Vió las lágrimas de
Marta que caían hasta su falda. Trató de ayudarla a levantarse,
pero Marta no le dejó.
-Siento mucho todo esto,
Marta, yo te he querido, de veras, pero no puedo seguir contigo en
estas circunstancias. Te ayudaré si piensas en la solución que te
he dicho. Para mí no hay otra. Creo que es lo mejor para salir de
todo esto. Al fin y al cabo, tú te has equivocado con tus cuentas,
no puedes hacerme a mi cargar con la responsabilidad de ese error. No
sé si lo has hecho a propósito el quedarte embarazada para
obligarme contigo.
-Eres un miserable, Fran.
¿Cómo puedes pensar eso de mí? Pero ya veo cuales son tus
intenciones. No lo quería creer, pero ahora tu actitud todo me lo
confirma. Ahora tienes una nueva chica con la que tener otra
aventura. ¿Crees que no me he enterado? Ya os han visto a los dos
varias veces. Y la verdad, es que es si es la que me han dicho, la de
la hacienda donde trabajas, mejor partido es si la consigues. Creo
que eso es lo que buscas. Yo soy ahora un estorbo. El juguete que ya
no quieres y lo tiras.
Fran intentaba defender lo
indefendible.
-Estás equivocada. No hay
nada entre Sofía y yo. Son invenciones de la gente .
Marta comprendió
claramente el egoísmo que puede caber en una persona. Cuanta razón
tenía su madre cuando le prevenía sobre ese muchacho. Ya no pudo
más y cogió la bici para marcharse cuanto antes de aquel lugar que
siendo antes para ella un paraíso, se convertía ahora en un
infierno.
Fran intentó retenerla en
vano. Sentía que algo le embargaba y no era una sensación
agradable. Se sintió mal, pero no corrió hacia la muchacha. Pensó
que era mejor así, aunque le quedó una gran preocupación por las
consecuencias que todo esto traería.
Cuando llegó a su casa,
la madre al verla entrar se alarmó. La siguió hasta su cuarto
donde Marta se arrojó en la cama sollozando desconsolada. La madre
estaba ya muy preocupada porque sabía que su hija un día u otro se
llevaría un disgusto con ese chico. Ella ya se había enterado de
que algo había entre ellos. Las habladurías corren rápidas. Trató
de hablarle a Marta, cogiéndola de los hombros y haciéndola que la
mirase.
-Marta, hija, ¿qué te
pasa? Me estas asustando. Cálmate y dimelo. ¿Te has enfadado con
ese chico? ¿Te ha hecho algo?
Marta levantó la cara
mojada en sus lágrimas y miró a su madre. Sabía que ya de nada
valdría ocultar su situación. Abrazada a ella le dijo toda la
verdad.
Esta no quiso en estos
momentos tan tensos hacerle ni un reproche a su hija, que ahora lo
que necesitaba era apoyo y descanso. Le preparó una infusión y un
tranquilizante y se quedó con ella hasta que le hizo efecto y cayó
en un semisueño y dejó de llorar. Le pasó la mano por el cabello
como hacía cuando era una niña con un mal sueño.
La madre de Marta intuyó
lo peor. Temía una desgracia en la familia.
Al reponerse algo Marta,
su madre estaba allí con ella. No se había movido de su lado.
Apretaba un pañuelo arrugado en su mano con el que se limpiaba de
vez en cuando las lágrimas de su rostro.
Marta la miró y
levantandose la abrazó. Le pidió perdón por haber sido una mala
hija. Por haberlos disgustado de esa manera. Pero el pensamiento de
la madre ahora era cómo decírselo a su marido. Era demasiado
fuerte el golpe que se llevaría. Pero no podían mantener en secreto
algo así. Temían su reacción ante el vil comportamiento de Fran
para con su hija.
Cuando fué informado de
ello, tras la evidente sorpresa, entró a la habitación de Marta y
la abofeteó. La ofendió con palabras horribles. La madre se
interpuso entre ellos y fué empujada violentamente. Marta gritó
desesperadamente tratando de defenderse de los golpes. Al fin el
padre las dejó y se dirigió a la casa de la familia Moreno. Allí,
frente a su casa, gritó con todas sus fuerzas mientras golpeaba la
puerta.
-¡José Moreno! ¡Abre y
sal ahora mismo!
Una mujer se asomó a una
ventana de la casa alarmada. Era la mujer de José que gritó al ver
al padre de Marta que estaba tan alterado previniendo al marido que
no saliera. Pero éste ya había abierto la puerta y se encontró de
frente a Ismael.
-Quiero ver a Francisco,
tu hijo y que se haga responsable de lo que le ha hecho a mi hija.
El padre de Fran le miró
con cara de sorpresa
-No sé de qué me hablas
ni sé qué es lo que le ha podido hacer.
-La ha dejado preñada.
Quiero que se haga cargo y asuma su responsabilidad.
-¿Y porqué acusas a mi
hijo de algo así? El no me ha dicho nada de lo que dices. No sé
qué pruebas tienes, pero de todas formas, hablaré con él. Si es
como dices, se responsabilizará de ello. Yo mismo haré que sea así.
Ahora no está en casa. Se marchó hace rato a la finca de los
Queralt, donde trabaja.
-Pues avísale que venga
aquí ahora. Manda alguien que le avise. Ha huído como un cobarde
despues de despreciar a mi hija esta mañana. Quiero que lo traigáis
ahora.
-De acuerdo, cálmate,
mandaré a por él ahora mismo. Esto lo aclararemos cuanto antes.
Gritó hacie donde estaban
su mujer y el hijo mayor
-¡Lucas, coge un caballo
y ve a avisar a Francisco. Dile que venga enseguida!.
Y dirigiéndose a Ismael,
le recriminó
-Antes de acusar a nadie,
hay que estar seguro de lo que se dice.
-Mi hija no miente.
-Si es así, lo sabremos
en cuanto mi hijo llegue. El tampoco es un mentiroso.
Si tiene
que ver con esto, lo dirá.
Se habia congregado ya una
pequeña multidud alrededor de los protagonistas de la discusión. El
padre de Marta, enfurecido por tanta expectación, les gritó yendo
hacia ellos para que se fueran, que aquello no era un espectáculo.
La gente retrocedió atemorizada por los aspavientos amenazadores y
algunos lentamente iniciaron la marcha. Pero Ismael consideró que
era mejor no seguir allí todo el rato hasta que apareciera
Francisco.
-José, dentro de una hora
estaré aquí. Quiero que tu y tu hijo estéis también. Es tiempo
suficiente para ello. Te aconsejo que no falteis.
Cuando el hermano llegó a
la finca Queralt, Fran lo miró extrañado. Pero cuando le dijo lo
que pasaba, Fran comprendió que no tenía más remedio que afrontar
lo que ya se imaginaba que vendría. Le avisó a los mozos que tenía
que ir a un asunto urgente a casa de sus padres por si Sofía o el
dueño les preguntaban y ensilló un caballo y siguió a su hermano
al galope.
Llegaron con tiempo justo
entrando por la trasera de la casa, donde dejaron los caballos en los
cobertizos. Vió a su padre, le miró en silencio. Este le dijo de
qué le acusaban. Fran sabía lo que tenía que decir. Y sin decir
palabra, salieron a esperar a Ismael. No tardó éste en llegar.
-Bien, aquí está mi
hijo. Pregúntale lo que sea.
Fran dió un paso al
frente encarándose diréctamente con Ismael.
-Qué es lo que dice de
mí, Ismael.
-Quiero que digas aquí,
públicamente que eres el padre del hijo que espera Marta. Que te
harás cargo de ello y asumirás tus respondabilidades.
Fran se sabía arropado
por la familia y también sabía que ninguno de sus amigos se
atrevería a decir nada que lo implicara. Se las había arreglado
para que no hubiese pruebas de ello. Y una habladuría no era una
prueba. Por eso le respondió contundentemente a Ismael.
-No puedo decir algo que
es mentira.
Ismael lo miró
enfurecido.
-Eres un miserable cobarde
y engañador de mujeres. Pero esto tienes que reconocerlo.
Tienes que reparar esta
afrenta. Esta vez te obligaré a responsabilizarte de tus acciones.
El padre de Fran intervino
interponiéndose entre los dos y apartando a su hijo, le preguntó.
-Hijo, jurame por Dios,
que no eres el responsable de ese embarazo.
Fran siguió consumando su
infamia, porque ya nada le importaba, sólo salvarse como fuese y
por encima de todo lo que hubiese lugar de esa acusación.
-Padre, te juro por Dios
que yo no tengo nada que ver con el embarazo de su hija.
El padre de Fran se
dirigió a Ismael que los miraba completamente fuera de sí ante ese
comportamiento tan vil.
-Ya ves, Ismael. Yo creo a
mi hijo. ¿Qué otras pruebas tienes para comprobar lo que afirmas?
Averigua si tu hija miente y ha tenido que ver con otros muchachos.
Eran muchos años de
aguantar desprecios y ofensas de esa familia y ahora ésta, que
pasaba ya todos los límites, porque se la habían hecho donde más
le podía doler, en su honor y el de su hija. Su mente estaba
totalmente ofuscada, se apartó unos metros y sacó una escopeta que
traía bajo la gabardina que se habia puesto para ocultarla.
Apuntó a Fran para
dispararle, pero se interpuso José intentando evitarlo golpeando el
cañón del arma para desviar la trayectoria y acabó recibiendo el
tiro en una pierna. Entre el hermano mayor y Fran, agarraron la
escopeta y el brazo de Ismael, para impedir que volviese a disparar.
Lo tiraron al suelo donde le golpearon durante un rato, hasta que
llegó la guardia civil avisada por alguien y alertada también por
el disparo.
Sujetaron a los hermanos
para que no siguieran con sus golpes y levantaron a Ismael que
presentaba numerosas heridas en la cara y manos. Requisaron la
escopeta y avisaron a una ambulancia. El herido por el disparo
presentaba una fuerte hemorragia que su mujer trataba de contener
apretando con un pañuelo . En poco más de veinte minutos llegó
una ambulancia que atendió y se llevó a José acompañado de su
mujer. Los guardias llevaron a la comandancia a Ismael, donde tras
curar algo sus magulladuras, lo metieron en el calabozo.
Alguien avisó a la esposa
de Ismael, que se encontraba en la casa alarmada por lo que veía que
se avecinaba, después de que su marido saliese lleno de furia.
Abrazaba a Marta que escondía su rostro en el hombro de su madre.
Francisca salió gritando como loca de la casa junto con su hija
para dirigirse al cuartel. Allí les permitieron hablar unos minutos
con el detenido, pero no consiguieron oir nada de sus magullados
labios. Se enteraron por el guardia de lo que Ismael había hecho.
Que estaba detenido. Deshechas en lágrimas, regresaron a su casa,
pero sus lamentos fueron oídos durante toda la noche por sus
vecinos. La desgracia había caído sobre aquella familia. La vecina,
que tenía amistad con la familia, quiso poner algún consuelo a las
dos mujeres quedándose unas horas con ellas mientras les preparaba
una tisana. Nadie más se interesó por ellas.
Sofía, alarmada por lo
que el mozo de la finca le informó, fué a la casa de Fran, donde se
encontró con un gran alboroto y el hermano de Fran le explicó de
forma resumida la situación. Fran se encontraba en ese momento en el
cuartel de la guardia civil donde los agentes rellenaban el atestado
de lo ocurrido. Hasta allí fué Sofía y pudo al fin verlo. Le
apremiaba a que le contase lo ocurrido. Una vez terminado el parte
de la guardia civil, llevó a Fran al hospital de Granada. Fran le
fué contando lo sucedido dando la versión que le interesaba. Allí,
la madre de Fran les dijo que estaban operando a José.
Éste estuvo una semana
ingresado hasta que los médicos le dieron el alta para ir a casa.
Esos días, Fran se disculpó de ir a la hacienda. Sofía les
visitaba a diario para ir juntos al hospital.
-Fran -le dijo al fin
Sofía- ¿porqué esa chica decía que ese hijo era tuyo? ¿Qué
tienes que ver con eso?
-Nada. Esa chica estaba
detrás de mí hace tiempo, pero yo no la hacía caso porque no esta
muy centrada . Esa familia ha tenido enfrentamientos con la mía
desde hace mucho tiempo. Por eso yo no quería tener mucho trato con
ella. Al no hacerla caso, se mostró cada vez más insidiosa. Una
vez me dijo que ella tenía todos los novios que quería para
intentar darme celos. Creo que al final se liaría con uno u otro por
despecho. Cualquiera sabe. Seguramente no sabría ni de quien era el
niño. Iba mucho sola al campo, sus amigas lo saben. No quería
ultimamente salir con ellas. Pero al verse en ese estado, pensaría
que podría así obligarme a casarme con ella, que era su obsesión.
Pensaría que con acusarme de ello lo conseguiría. Iría con ese
cuento a su familia y ésta se lo creyó. El padre de Marta es muy
violento y no se paró a pensar si su hija decía la verdad.
Sofía le miraba con algo
de lástima creyendo todo lo que Fran le decía. Le prometió que
hablaría con su padre para que no tuviese problemas.
Cuando llegó el juicio,
tal como las pruebas se presentaron, poco pudieron hacer la familia
de Marta, que ya en avanzado estado de gestación y con una salud
mental bastante deteriorada por todo lo que la afectaba, que la había
sumido en una grave depresión y un tanto adormecida por los
medicamentos que tomaba, no hizo esfuerzo alguno por defenderse ni
acusar a Fran. Sólo levantó la cabeza para mirar a su padre cuando
fué conducido a la sala por dos guardias.
El juicio fué rápido; el
padre, con los testigos que vieron lo ocurrido y admitiendo los
hechos, era claro que no tenía defensa alguna. Recibió una condena
de doce años, no la de veinte que el fiscal y el abogado de los
Moreno pedían. El juez tuvo en cuenta la eximente de enajenación
mental.
Fran quedó absuelto de
responsabilidad en la solicitud de paternidad. No hubo pruebas ni
testigos que lo acusaran con suficiente peso para ser tenidas en
cuenta por el tribunal.
No se tardó mas de dos
días en dictar sentencia. Ismael fué trasladado al día siguiente
a la Cárcel Provincial de Granada para cumplir su condena.
En el periodo que hubo
tras esos acontecimientos, Carla pudo comprobar en el diario de su
madre que apenas tenía ya anotaciones. Las que podían entenderse
eran algo confusas, propias de una mujer trastornada. Así leyó en
algunas una de ellas
“10 de octubre de
1970. No quiero acabar todavía. Mi hijo no quiero que muera. Tengo
que esperar. El no tiene culpa. Yo tengo la culpa. Lo quiero.”
“15 de noviembre de
1970. Pronto nacerá. El volverá cuando lo tenga.”
Pero
él nunca volvió.
Fran continuó con su
trabajo en la Hacienda Queralt. Nunca se interesó por Marta ni por
su hija.
El padre de Sofía murió
tres años después.
Fran se casó con Sofía
tras un período prudente de dos años, cumpliendo sus ambiciosas
expectativas.
Desde comisaría, el
inspector García Sanabria llamó al teléfono de los señores Gálvez
Seoane. Sonó al otro lado una voz de mujer.
-Hola, ¿quien llama?
El inspector se dió a
conocer y le dijo que necesitaba hacerle unas preguntas, sólo sería
un momento.
-Bien, pues usted dirá de
que se trata.
-¿Puede decirme si usted
o su marido le han dicho a su hija ya algo sobre el tema de su
adopción?
-No, por mi parte no,
ahora le pregunto a mi marido.
Oyó una corta
conversación amortiguada por una mano sobre el micrófono mientras
la mujer pasaba el teléfono al marido.
Sonó ahora en el
auricular la voz del señor Gálvez.
-¿Inspector? ¿Qué es lo
que ocurre? ¿Para qué necesita ese dato?
-Es algo que necesitamos
saber. Es importante que me diga si su hija se ha enterado por
ustedes de su adopción.
-Nosotros no hemos dicho
nada de eso a mi hija. ¿Es que lo sabe?
-Pensamos que sí.
-¿Hay algo en ello que
pueda perjudicar a nuestra hija?
-Podría ser que no fuese
un buen dato. Pero de momento, no es demasiado significativo. No
deben preocuparse.
-Por favor, queremos que
nuestra hija no tenga problemas con este tema. Esperamos que nos
aclare cuanto sepa sobre ello. Se lo agradeceríamos mucho. Nos queda
muy preocupados, compréndalo.
-Les tendré informados de
cuanto pueda interesarles, no se preocupe.
Cuando colgó el teléfono,
el inspector García llamó por teléfono a Carla.
Cuando sonó el teléfono
en el apartamento de Carla y ésta reconoció la voz del inspector
se alarmó, porque no esperaba tal cosa.
-¿Señorita Clara Gálvez?
Su voz sonó débil al
contestar.
-Sí, soy yo. ¿Quien
llama?
-Soy el inspector García.
¿Me recuerda?
-Sí, claro, ¿qué desea?
-Querría hablar con usted
personalmente. Hay algunos datos que necesito que me de. Sobre la
investigación del hospital, ya sabe.
-Bien, ¿quiere que vaya
a la comisaría ?.
-No, no es necesario.
Desearía hablar con usted más en privado, una conversación menos
formal que prefiero que no sea en la comisaría. Y tampoco por
teléfono. Preferiría verla en un sitio público, donde a usted le
parezca bien.
Clara quedó pensando unos
segundos.
-Si quiere, en el parque
que hay cerca de mi casa. El de Los Mártires. ¿Lo conoce?
-Sí, claro. Me parece
bien. ¿A qué hora le viene bien?.
-Esta mañana podría ser.
A las doce. No entro a trabajar hasta las tres. Hay un pequeño
estanque en la calle central rodeado de unos bancos. Estaré allí a
esa hora.
-De acuerdo. Nos vemos en
una hora.
Cuando el inspector llegó,
Carla ya estaba sentada en un banco. La reconoció enseguida.
Destacaba su pelo rubio y un chaquetón rojo corto, con una falda que
dejaban contemplar parte de sus bonitas piernas.
-Buenos días otra vez,
señorita Carla. Magnífica mañana y precioso entorno. Perdone
estos minutos de retraso, pero un asunto a última hora me entretuvo.
-Buenos días, inspector.-
le contestó Carla. Su cara sin maquillaje aparente tenía una
belleza que admiraba al policía. Se alegraba de poder verla de
nuevo.
-Le extrañará esta cita,
sin duda. No es el sistema habitual. Pero le diré que, en deferencia
a usted y para evitarle las formalidades que una entrevista en
comisaría conllevarían, he optado por hacerlo de ésta manera, ya
que quiero tener para usted todas las consideraciones que me permita
el servicio.
-Bien, se lo agradezco. ¿Y
qué es lo que desea saber?
El inspector la miró
mientras sacaba una pequeña agenda, que abrió para ver unas notas
en ella.
-En primer lugar, sospecho
que usted no nos dijo la verdad en algunas cuestiones.
Carla le miró alarmada
-¿Porqué dice eso?
-Usted fué a Cazín
preguntando por la señora Francisca Luque.
Carla quedó un poco
indecisa. Comprobaba que el inspector sabía de su visita a su
abuela. ¿La estaban vigilando? Eso era algo que suponía no era
beneficioso para ella. Se puso algo nerviosa.
-Bueno, es cierto que fuí
con una amiga a ver donde vivió una familia que estaba ligada a una
leyenda de un pozo. Esta amiga me contó esa historia y fuímos a ver
el pozo y la casa donde vivieron.
-Sí. Pero usted se
interesó en que le contase una vecina de Francisca toda la historia
de esa familia. A eso dedicó bastante tiempo y algún dinero. ¿Tenía
usted un interés especial en toda esa historia?
-No, simple curiosidad.
-Resulta algo rara tanta
curiosidad.
Carla denotaba en su cara
la inquietud de no saber hasta donde quería llegar el inspector.
-Mire, señorita Clara,
¿no sería mejor que me dijese la verdad en todo este asunto? Creo
que sigue usted sin decírmela. Es curioso que la señora Francisca
le dejase parte de su herencia . Sabemos de sus cuidados para con
ella, pero aún así, la gente no suele hacer esas cosas. Usted habló
largos ratos con esa señora que llevaba años sin hablar una sóla
palabra. ¿Había un motivo especial para decidir hacerlo con usted?
Cuando murió la vieron a usted muy afectada. Durante muchos días. Y
¿porqué se llevó solamente fotos y cosas personales de Marta, la
hija de Francisca? Podía haberse llevado otros objetos de más valor
que había en la casa.
Todas estas preguntas que
le hago, para mí tienen una contestación más lógica.
Hemos investigado sobre
usted lo suficiente como para sospechar lo que usted se niega a
decirnos.
Carla optaba por guardar
silencio a todas esas evidencias.
-Señorita Clara, por otro
lado, he de decirle que una compañera suya ha declarado que usted es
la responsable de la desaparición de un frasco de un producto que es
el mismo que el que pudo provocar la muerte de Francisco Moreno.
Además, del almacén de farmacia aseguran que usted recogió un bote
similar para reponer. Sería mejor para usted que, ante todo esto, me
dijera de una vez todo lo que pueda saber y que pueda actuar en su
defensa. Yo no tengo más remedio que hacerla saber que con las
evidencias que existen, se la podría considerar sospechosa de la
muerte de ese paciente y será llamada a juicio como inculpada de un
delito. ¿Comprende usted la gravedad de su situación?
Carla estaba pálida, sus
manos temblaban un poco y sus rodillas no podían estar quietas.
-¿Se me puede acusar de
matar a ese hombre?
-Aún no hay pruebas
contundentes para ello, pero se van acumulando demasiadas evidencias
de su relación con el difunto. El fiscal podría sacar conclusiones
poco convenientes para usted. Tendría que empezar por decirme algo
con lo que rebatir estos hechos que le expongo.
-¿Qué sabe usted sobre
mí? Supongo que todo, según me ha dicho. Por eso insiste una y otra
vez en qué tengo que ver con el paciente que falleció en el
hospital. Yo le pregunto ¿sabe usted todo sobre mí? ¿todo?
-Más o menos. O al menos,
todo lo que necesito saber para el caso.
Carla sacó un pañuelo y
se limpió una lágrima que resbalaba por sus mejillas. El inspector
se encontraba también algo molesto por la situación de Carla.
Lamentaba enormemente la inquietud que mostraba. Cuanto hubiese dado
por poderla evitar, por darle consuelo, pero su deber profesional a
veces tenía que hacerle tragar con estas cosas desagradables.
Carla le había hecho
sentir por ella un afecto o algo similar que a sus años le parecía
que nunca le tocaría. Ahora lamentaba que le hubiesen adjudicado ese
caso, porque consideraba que podría no ser imparcial.
De momento, estaba
haciendo algo poco ortodoxo al hablar con una sospechosa
suministrándole información reservada. Un policía dejándose
llevar por sus emociones es un mal policía.
El momento era bastante
tenso. Quería poner a la joven contra la pared para llegar a
conseguir una confesión de la verdad de los hechos. Le costaba
trabajo mantener la frialdad necesaria al hacerle las preguntas.
Pero lo que no se podía imaginar es que Carla se dejase derrumbar
sobre su pecho. Fué algo inesperado. Entonces le pasó su mano por
el cabello con una caricia instintiva, intentando salir de aquella
comprometida situación.
Carla levantó la cara y
recuperando algo su ánimo por fin miró al inspector. Sus bonitos
ojos estaban un poco enrojecidos por el llanto. Éste la miró algo
desconcertado y sin pensarlo mucho depositó un beso en su frente.
Quiso compensarla del mal rato dando un poco de más humanidad hacia
esa persona que manifestaba una evidente situación de indefensión
y debilidad.
Carla se disculpó por su
acción un poco avergonzada. El policía la tranquilizó con un gesto
amable.
Carla hizo relato de lo
que había descubierto, pero negó tener que ver con la muerte del
paciente. Cierto que cuando lo atendía pasó por su cabeza bastantes
veces la idea de la venganza por lo que había hecho sufrir a su
madre. Por haberla llevado seguramente su infamia al suicidio. Pero
no encontró ánimos para hacer una cosa así.
-Pero ¿qué fué del
recipìente que desapareció? ¿No lo cogió usted?
-Se me cayó al suelo,
estaba algo alterada y no presté demasiado cuidado al coger otro
medicamento que estaba al lado. Limpié los restos que había en el
suelo y al día siguiente lo repuse. No dije nada porque no quería
que se anotase en mi ficha de trabajo una falta, aunque fuese leve.
-Dígame, ¿cómo se
suministra ese medicamento a los enfermos?
-Se carga la dosis
prescrita en un aparato que controla la cantidad mediante un sistema
automático y la mezcla con otra bolsa que contiene suero.
-¿Pudo de alguna forna
haber un fallo en la dosificación del medicamento?
-Ya lo comprobaron con la
empresa que suministraba los dosificadores y no pudieron demostrar
que fuese un fallo de ellos. Es difícil que lo admitan.
Carla lo miraba con cara
suplicante, esperaba poderle oir decir algo que le diese esperanzas
de salir con bien de aquella situación que la agobiaba.
El inspector le cogió una
mano y la notó aún temblorosa. Quiso darle algo de ánimo con un
leve apretón.
-Bien, Carla. Yo la creo.
Pero hay que encontrar algo con que rebatir algunas pruebas que en
este momento parecen ir en su contra. La actuación suya fué
bastante desafortunada. Claro que no podía suponer lo que después
aconteció. Ahora hemos de encontrar un motivo que justifique el
envenenamiento del paciente. Le prometo que haré todo lo que en mi
mano esté para encontrar todo lo que pueda ayudarla.
Cuando se levantaron,
Carla lo miró agradecida marcando en sus labios una sonrisa. Le
inspiraba confianza. Le veía una persona honesta y agradable que
además se preocupaba por ella.
El inspector le devolvió
también una leve sonrisa.
-Gracias, inspector.
Confío en usted. Me siento aliviada al haberle contado todo lo que
guardaba y me causaba un gran malestar. Ha sido como una terapia
relajante.
Pero, antes de irse y si
no es abusar de su amabilidad, ahora le pido que me diga algo que
usted debe saber si tiene toda la información sobre el caso de mis
abuelos. Esa mujer me dijo que se lo llevaron a una cárcel de
Granada. Y que hubo un juicio, donde condenaron a mi abuelo. ¿Puede
decirme usted cómo ocurrió?
-Sí, así es. Tengo todo
el desarrollo del juicio y en él su abuelo fué condenado a doce
años de prisión. Por intento de asesinato. Parece ser que la
familia Queralt le proporcionó un buen abogado a los Moreno que supo
manejar todos los elementos para que no hubiese testigo alguno que
declarase a favor de Marta, según se lee en las actas del juicio.
Francisco Moreno fué
declarado inocente de la acusación de paternidad.
-Y ¿Qué sería de la
familia, de mi abuela y mi madre?
-No lo sé. Debieron pasar
meses tremendamente difíciles. Solas y sin muchos medios para
mantenerse seguramente. Ellas tenían un pequeño comercio con el que
se irían valiendo. Se apañarían también con lo que tenían
almacenado en el almacén, conservas, legumbres..
Todas estas
contrariedades debieron hacer que Marta se desequilibrase
psiquicamente, porque en otro de los informes que hay archivados
sobre esa familia, se narra como fué la muerte de Marta Fernández,
pocos meses después de haber dado a luz, debido a un acto de
suicidio.
También se puede saber en
los hechos que aparecen en el juzgado de Granada, que ante la muerte
Marta y la situación calamitosa de la familia, le fué retirada la
custodia de la criatura a los pocos meses. Consideraron que no había
condiciones para criarla debidamente. Por eso fué usted a parar al
hospicio.
Ismael se enteró en la
cárcel de la muerte de su hija y su corazón no resistió tantos
contratiempos.
Murió años antes de que
pudiese cumplir la pena. Sólo quedó Francisca, que ingresó en la
residencia donde usted la conoció.
Carla se encontraba muy
mal, tenía una gran opresión en el pecho, pensaba que se desmayaría
en cualquier momento. Esa tensión culminó rompiendo a llorar con
gran agitación.
Era demasiado horrible
toda esa historia que iba conociendo en su totalidad. Volvió a
sentarse a indicación del inspector, que esperó a que tranquilizase
un poco. Tras un rato fueron disminuyendo los temblores en su cuerpo
y entonces manifestó su deseo de irse a casa.
-Creo que sería mejor que
la llevase con sus padres. No está en condiciones de quedarse sola.
Ellos están esperando que les dé noticias de cómo va el caso. Si
quiere, podemos hablar con ellos, si está usted de acuerdo.
Carla aceptó por buena la
propuesta.
Camino de la casa de los
Gálvez, su preocupación era evidente, pero intentaba evitar el
mostrar ese estado de ánimo a Carla.
Pensaba lo que aún le
podía venir encima teniendo en sus informes todo en contra, porque
pesaría todo ello a la hora de un juicio donde seguramente que con
esas pruebas, sería llamada a declarar como sospechosa.
Tenía que moverse
deprisa, el tiempo corría en contra de la muchacha. Su corazón y su
intuición le decían que no podía ser una asesina.
Creía firmemente en la
inocencia de Clara. Estaba seguro que todo tendría una solución.
Pero el tiempo de que disponía para resolver el caso enviando el
informe de sus pesquisas a su superior ya se estaba agotando. Este
tenía que entregarlo antes de cinco días. Los trámites judiciales
eran de obligado cumplimiento.
En el juicio declararían
varios trabajadores del hospital, entre los que estaba Carla y sus
compañeros, representantes de la farmacéutica, que defendería el
buen estado de sus medicamentos, su amiga María y la vecina de
Francisca, que diría que Carla estaba muy interesada en saber lo de
esa familia. Podia ser que viese el fiscal y el juez motivos para
inculparla. Esto le llenaba de un gran desasosiego y él no podía
evitar que ocurriese.
Los padres de Carla
agradecieron al inspector su deferencia para con su hija y fueron
informados de todos los detalles que no conocían. El saber que Carla
había descubierto su identidad y a su familia biológica, les llenó
de gran incertidumbre por lo que podía significar en las relaciones
con ella. Pero Carla los tranquilizó al decirles que ellos habían
sido hasta ahora sus padres y así lo seguirían siendo. Ahora les
quedaba la gran preocupación por el futuro de su hija. Tenían que
contratar un buen abogado. Tenían que emplear todos los medios para
defenderla si era inculpada.
El inspector mostró su
deseo de colaborar en ello lo que estuviera de su parte.
Cuando llegó a su
despacho, habló con el comisario. Le pidió hacer una solicitud de
datos a los hospitales de otros lugares donde distribuía la
farmacéutica sus productos. Esta solicitud fué cursada a varios
países, sobre todo a Norteamérica. Querían conocer si había
habido algún caso de fallos en los dosificadores.
Aunque él estaba
convencido y creía en Carla, su cerebro y sentido profesional le
decían que no se podía descartar que para otras personas que la
iban a enjuiciar, la viesen bajo otras consideraciones menos
amigables. Esta mujer le estaba afectando de una forma clara, no
tenía más remedio que reconocerlo. Ello le impulsaba a trabajar con
más ahinco para buscar algo que pudiera demostrar su inocencia.
Recibió una llamada de la
compañera de Carla, que quería hablar con él. Inmediatmente le
dijo que se acercase a la comisaría.
El inspector, cuando la
tuvo frente a él, le dijo qué es lo que quería comunicarle.
-Verá, es que ayer,
moviendo un armario en la salita de farmacia de la planta, encontré
un trozo de cristal y ví que era seguramente del bote que dijo mi
compañera Carla que se le cayó. Podría ser que ella dijese la
verdad, que el bote se le rompió.
El inspector recibió la
información como un dato cláramente favorable para Carla. Al menos,
era una circunstancia importante para incluir en el informe.
Bueno, aunque sea poca
cosa, pensaba el inspector, a ver si ésto sirve de algo y sea
considerado como prueba a favor de Carla. Al menos corrobora que ella
dice la verdad.
García Sanabria contactó
con Carla para poder comunicále algo positivo. Deseaba hacerlo en
persona. Quería ver a la joven y éste era un buen pretexto.
Quedaron en la casa de los padres de Carla, donde ella llevaba un
tiempo viviendo.
El padre de Carla le
comunicó que ya habían contratado los servicios de un buen abogado.
-Le estamos muy
agradecidos por su dedicación a esclarecer los hechos y que nuestra
hija quede libre de culpa. Nuestro abogado lleva ya un tiempo
trabajando en el caso y
le hemos informado de todo
lo que a través de usted hemos ido sabiendo. Espero que no sea una
complicación para su trabajo, señor García. Entiendo que muchos de
estos datos puedan ser considerados como secreto de sumario y le
puedan suponer un perjuicio.
-Espero que no, si no se
manifiesta su origen. Hemos de ser todos prudentes.
Carla trajo un te y unas
pastas. Estuvieron una hora comentando los pormenores de todo lo que
acontecía y lo que devendría.
Pasado ese tiempo, el
inspector se despidió siendo acompañado por Carla a la salida.
Carla le tendió la mano y
sus miradas se cruzaron unos momentos sin atreverse ninguno a decir
nada.
El inspector retenía la
mano de la muchacha sin soltarla.
-Carla, quiero decirle
que, aun ponendo en riesgo mi prestigio profesional como policía,
he borrado del informe todo lo referente a su relación con Francisco
Moreno y su familia. No quiero que éstos datos sirvan para que sean
usados en su contra.
Carla le sonrió y con
espontaneidad le dió un beso. Sobraban las palabras. Una vez que
pasara todo, tendría que hablar con Carla. Le agradaba mucho la idea
de conocerla mejor.
Mayo de 2001.
Era el día del juicio. La
primera sensación que recibió Carla cuando entró acompañada de la
familia y su abogado fué la frialdad de la sala. Había pocas
personas. Carla reconoció sentada, no lejos de ella, a la mujer que
acompañó a Francisco en el hospital. Iba vestida de riguroso negro
con un elegante vestido. Sofía, recordaba que le dijo. Ésta
mostraba cara seria y le lanzó una mirada fugaz. Estaba acompañada
de alguien que sería su abogado seguramente, por la gran cartera de
piel que llevaba y de donde estaba sacando algunos papeles mientras
algo le decía a su clienta.
En un lateral se sentaban
aislados de los demás un grupo de personas que componían el jurado
popular. Se componía heterogéneamente entre hombres y mujeres. De
personas de diversa edad.
Sus padres se sentaban en
unas sillas detrás de ellos. Al otro lado de la sala había un grupo
de tres personas bien vestidas, con trajes impecables, una más joven
y dos mayores. Dijo el abogado que eran los representantes de los
suministros farmacéuticos.
Reconoció detrás de
estos al director del hospital y el jefe de planta de farmacia. Cerca
de ellos estaba también el inspector García Sanabria. En unos
bancos laterales se sentaban togados que pertenecían al ministerio
fiscal. Atrás, habían unos periodistas y unos jóvenes que dijo el
abogado que eran alumnos de la universidad que estudiaban la
abogacía.
Una pareja de policías
permanecían discretamente en una esquina cerca del entarimado que se
elevaba un poco sobre los demás elementos de la sala.
Todos se pusieron en pié
cuando por una puerta lateral entró el juez, que saludó a los
concurrentes y tomó asiento. El juicio comenzaba.
El juez ordenó al fiscal
que expusiera los hechos. Éste, tras una corta lectura de los
motivos por los que se celebraba el juicio, así como los
considerandos y pruebas que a continuación serían dadas a conocer,
recabadas por el hospital y por investigaciones policiales, consideró
que se debía encausar a Carla Gálvez Seoane , como principal
acusada de la muerte de Francisco Moreno Ruiz y al hospital como
segundo responsable subsidiario.
A Carla se le sobresaltó
el corazón al oírlo, a pesar de saber que así sería. En una sala
con todos en silencio, la voz del fiscal sonaba como si ya fuese una
sentencia.
Hizo llamar el juez a
Carla, que se acercó al estrado.
Recordó lo dicho por su
abogado que debía contestar.
-¿Es usted Carla Gálvez
Seoane?
-Sí, señoría- respondió
fuerte y claro Carla.
-Ya ha oído al ministerio
fiscal, la acusa como posible responsable de la muerte de un
paciente. ¿Lo admite usted?
-No, señoría.
-Bien, pues comenzaremos
con la presentación de pruebas por las partes. Puede sentarse.
El abogado de Carla expuso
en su defensa que no había pruebas para pensar que Carla tuviese un
motivo para atentar contra Francisco Moreno. Ni le conocía siquiera.
Era un paciente al que Carla, como profesional, atendió como había
hecho con muchos otros, como constaba en el informe laboral
suministrado por el hospital, donde constaba su profesionalidad
intachable. Por otra parte, el paciente dependía de un dispositivo
que podía haber fallado, lo que había que considerar como la causa
más probable.
Llamados los
representantes de las farmacéuticas, presentaron los documentos para
convencer de la fiabilidad de sus productos. No habían registrado
nunca fallos que condujeran a un desenlace fatal en miles de ellos
que se utilizaban en cientos de hospitales. Eran totalmente fiables y
dotados de las alarmas suficientes para alertar de una dosificación
incorrecta. Se había revisado el aparato usado en el paciente
fallecido por los laboratorios sin que mostrara un mal
funcionamiento.
Fueron dos horas de
exposición de hechos, de pruebas, de declaracion de testigos; varios
de ellos fueron entrando a la sala al ir siendo llamados por los
abogados y el fiscal. Algunos eran compañeros de Carla, que la
miraban con compasión. Todos juraron ante el juez que decían la
verdad y nada más que la verdad.
Los representantes del
hospital declinaron su responsabilidad en el caso, derivando la
misma, en todo caso, en los trabajadores que atendieron al enfermo o
a un fallo del dispositivo.
Carla fué llamada a
declarar y contestó lo acordado con su abogado, que con sus
preguntas incidía en la falta de consistencia en las pruebas, por
las que era evidente que no debía ser considerada responsable de
ningún modo de la muerte del paciente.
Todo parecía ir de la
forma prevista. La mirada del abogado de Carla le daba confianza.
Todo iba bién hasta la
intervención del abogado de la parte acusatoria.
Llamó éste a Carla para
interrogarla. Sacó unos documentos que dió al juez.
A continuación comenzó
haciendo preguntas a Carla.
-¿Es usted Carla Galvez
Seoane?
-Sí.
-Lo que le voy a decir,
señorita, lo hago con el convencimiento de que a usted no han de
provocarle sorpresa alguna, porque son datos que usted, por lo que
puedo demostrar, conoce.
Carla quedó un poco
alarmada. No sabía por donde iba a salir.
-¿No tenía usted antes
otro nombre?
Carla quedó sin palabras.
¿Cómo sabía eso el abogado? Pero creyó lo mejor mantenerse en su
postura. No obstante, hubo una intervención del abogado de Carla
para protestar por la pregunta.
El juez no la consideró
ajena a la cuestión, por lo que permitió al abogado seguir con
ella.
-Le repito la pregunta,
señorita. ¿Tenía usted antes otro nombre?
Carla miraba a su abogado
que le hizo un gesto de silencio.
El abogado ante el
silencio de Carla, prosiguió.
-Sabe que debe contestar
la verdad. Se lo repito. ¿Tuvo usted otro nombre antes de ese que
ahora usa?
Lo apadres de Carla
miraban inquietos al abogado de Carla y al inspector, que hacian
gestos de extrañeza.
El abogado de Carla
protestó de nuevo apelando al derecho de un acusado a no contestar
lo que considerase indebido o perjudicial para él.
El juez consideró la
protesta.
-No está obligada a
contestar la pregunta. No insista en ello, abogado.
-Señor juez, permitame
entonces contar una corta historia para explicar al jurado quien es
en realidad esta señorita.
El juez asintió.
-Proceda, letrado, si es
algo aclaratorio para el caso.
-Un día antes de morir,
estan do aún ingresado en el hospital, el señor Francisco Moreno,
por varios motivos tuvo casi la certeza de que la enfermera Carla
Gálvez podía ser su hija.
En la sala corrió un
rumor y Carla quedó helada. Sus padres y abogado, se miraron entre
sí.
El abogado continuó.
-Lo explico. El señor
Moreno le manifestó a su mujer, Sofía Queralt, cuando estaba en el
hospital, que tenía fundadas sospechas de que había visto a su
hija, cuando vió a esta señorita que era una imagen exacta de
Marta, una mujer con la que reconoció a su mujer que había
mantenido un noviazgo en su juventud. Y las sospechas se hicieron más
fuertes al ver el colgante que llevaba, que era exacto al que él
le regaló en su día a Marta.
-Siempre había tenido
pesar y estaba muy afectado por haber abandonado a ambas, pero no
consiguió saber el paradero de su hija natural, cuando un día quiso
averiguarlo.
Nada de eso le dijo nunca
a su mujer, Sofía, pero ahora que ya los años le pesaban, quería
que, si pudiera ser, pudiera compensar a esa hija de alguna manera.
Para esto había que demostrar que Carla era ciertamente quien
suponía.
Esto le costó, y él lo
sabía, una gran desazón a Sofía quien nada de ésto podía
imaginar. Pero a pesar del disgusto, la señora Sofía comprendió
que era justo comprobar si era cierto lo que su marido decía, para
lo cual contrató a unos detectives. Lamentablemente, a su marido no
le dió tiempo a saberlo, ya que falleció un día después, como
sabemos.
No obstante, La señora
Queralt manifestó su deseo de seguir investigando lo que le dijo
difunto su marido. Si Carla era inocente, para compensarla y después,
como consecuencia de lo ocurrido, si era culpable, para que fuese
castigada.
Así se pudo conseguir el
documento que le muestro, señoría, que es una partida de nacimiento
de Carla Fernández Luque. Esta niña, es ahora Carla Gálvez Seoane,
porque fué adoptada, según consta en este otro documento localizado
en un juzgado de Granada y por el que se puede ver que fueron
cambiados sus apellidos por los que ahora tiene.
En la sala sólo se oía
el cuchicheo entre el abogado de Carla y el inspector, que veían un
contratiempo importante.
El abogado prosiguió.
-El que tengamos una
policía poco eficiente – dirigió su mirada al inspector- ha
dificultado algo estas pesquisas que debieron haber realizado ellos
, evidentemente.
-Y dirán ustedes, ¿como
demostrar la inter relación entre Carla Gálvez y Francisco
Moreno?. Pues bien, eso sería la palabra de uno contra la del otro.
Pero hemos seguido
haciendo más averiguaciones.
-Hay otro documento que es
copia de las actas de un juicio celebrado en Granada donde la familia
de Marta Fernández Luque solicitaba la paternidad de Carla Fernández
Luque a Francisco Moreno Ruiz. En el juicio parece ser que no se pudo
conceder esa petición por falta de pruebas. Pero es evidente que hay
una relación entre estas personas. Y ahora vemos que el señor
Francisco Moreno estaba dispuesto a aceptar esa paternidad, como
asegura su viuda.
-Aún podemos alegar que
Carla no tenía porqué saber todo esto y por tanto sospechar que el
paciente era su padre.
-Pero, ¿y si de alguna
forma lo hubiese sabido? Pues bien, siguiendo estos últimos meses
con las investigaciones, hemos sabido que esta señorita había
estado hace tiempo, al menos hace de ello tres años, buscando datos
de la señora Francisca Luque, su abuela, en el pueblo de Cazín, de
donde era originaria. ¿Para qué quería saber de esa persona si no
era por haber descubierto de alguna forma que eran familia?. Parece
ser por estas pruebas que sí lo consiguió.
-Imaginen ahora la
situación. Ella tiene ahora en el hospital al hombre que las
abandonó a ella y a su madre, que falleció suicidándose. ¿No
pasaría por la mente de cualquiera el deseo de venganza?
-Señores del jurado, pido
que deliberen sobre esto y dictaminen una resolución que no puede
ser otra que la culpabilidad de esta señorita.
Un murmullo quedó en la
sala y el juez tuvo que llamar la atención para que se guardase
silencio.
Consideró el juez que si
había algo que alegar se hiciese por las partes en este momento.
El abogado de Carla hizo
lo que pudo para defender a la muchacha de estas acusaciones, pero no
podía aportar nada nuevo que sirviese a ese propósito.
El juez dictaminó que se
retirase el jurado para deliberar.
Tenían hasta el día
siguiente para manifestar su veredicto.
El juicio quedó pospuesto
hasta entonces.
Previamente, durante los
cuatro meses que pasaron mientras todos estos hechos ocurrían,
Carla estaba de baja voluntaria en el trabajo, porque su ánimo no
estaba en situación de cumplir bien con las tareas. Se encontraba
nerviosa pensando en el resultado del juicio. Su abogado la animaba
y esperaba una sentencia favorable.
Se reanudó el juicio al
día siguiente, como estaba previsto. La sala ya estaba completa con
todos los implicados. El juez se dirigió a los miembros del jurado
para ver si tenían ya un veredicto. El portavoz dijo que sí. Pidió
el juez que le pasasen el documento conla conclusión a la que
habían llegado. Éste la leyó en silencio y a continuación la leyó
al público.
-El jurado ha considerado
a Carla Galvez Seoane culpable de asesinato.En la sala esta vez el
murmullo fué más evidente. El juez volvió a reclamar silencio.
-Este tribunal, ante el
veredicto del jurado, emitirá la sentencia que será dada a conocer
a las partes.
La familia de Carla se fué
a casa hundidos. Su abogado manifestaba que eso aún no era una
sentencia, que además podrían recurrir lo que el juez determinara.
Que no debían pensar que todo estaba acabado, aunque no parecía que
ello sirviera para calmar el pesar que embargaba a todos.
Fueron horas y noches de
intranquilidad infinita, de usar somníferos para combatir el
insomnio. De no saber qué decir para consolarse mutuamente. Sobre
todo a Carla.
Cuando recibieron la carta
certificada del juzgado dos días después, la abrió Carla rápida
y nerviosamente. Sus padres la acompañaban expectantes y más
nerviosos que ella aún. Cuando leyó su contenido, se le vino el
mundo abajo.
“Vistos los hechos y
tras las deliberaciónes realizadas por los miembros del jurado y el
veredicto de éstos, el juez dictamina que se le condena a Dª
Carla Gálvez Seoane a la pena de veinte años de prisión por delito
de asesinato, con idemnización a la familia de la víctima de la
cantidad de 300.000 euros, que en caso de no poder hacerlo, recaería
sobre la responsabilidad civil del hospital, debiéndo presentarse en
el juzgado con su abogado y procurador para recoger la sentencia y
presentar, en su caso, recurso de apelación, con las alegaciones o
nuevas pruebas que pudiese manifestar contra esta resolución. Caso
de no cumplir este mandato, sería considerada en rebeldía y puesta
en busca y captura por las fuerzas de orden.”
El padre llamó a su
abogado, mientras Carla se dejaba caer en el sofá con el
semblante pálido, encogida y era abrazada por su madre, que no
podía contener el llanto.
-No puede ser así, tiene
que haber una solución. No puedes ser acusada de algo que no has
hecho, hija mía. Te defenderemos como sea, no te preocupes, nuestro
abogado recurrirá. Buscaremos otro abogado mejor si es necesario.
Carla guardaba un silencio
sepulcral. Poco a poco, las lágrimas fluyeron de sus ojos y el miedo
se apoderó de su mente. Su cuerpo aún no reaccionaba a un golpe tan
tremendo. Sólo veía un negro futuro metida en una cárcel. No podía
ser que a ella le ocurriese una cosa así. Le costaba trabajo
asumirlo. ¿Cómo habían podido determinar su culpabilidad con
pruebas tan escasas? Lo recurrirían, pero ya la duda de si serviría
para algo, le daba pocas esperanzas.
Llamaron también los
padres al inspector de policía . Este se personó poco después y
habló con ellos. Dijo que estaba aún esperando informes pedidos a
varios países sobre los laboratorios farmacéuticos que pudieran
ser determinantes y podrían presentarse en el juzgado con
posterioridad, si eran favorables a la sentenciada. Había hecho las
peticiones de datos con urgencia, pero las administraciones tenían
los plazos legales que las hacían lentas. Creía que no tardarían
en llegar.
Su abogado inició
inmediatamente los trámites de apelaciones en el juzgado en compañía
de Carla.
La comunicación de la
resolución judicial llegó a todas las partes implicadas, era
cuestión de días que el hospital le comunicara su despido como
trabajadora en el mismo, a pesar de no tener sentencia firme, “por
falta de confianza”.
La vida de Carla cambió
radicalmente. En el tiempo que pasó mientras esperaba el resultado
de la apelación se volvió huraña, no tenía ganas de salir a la
calle, se encerraba en su habitación durante horas y no quería
contactos sociales. Sólo atendía con algo de ánimo y casi alegría
las llamadas del inspector que se interesaba por ella a diario y
hablaban bastante rato. Encontraba algo de consuelo con estas
conversaciones. Un día consiguió el policía que saliera de casa a
dar un paseo.
Disfrutaba el ir cogida
del brazo del agente. Se hacía imaginar lo que sería si quedase
libre. Pensaba en una posible relación con él. Notaba el interés y
cariño que demostraba tener hacia ella. Pero ahora sus ánimos
estaban por los suelos. No quería hacerse ilusiones.
Pero el tiempo pasó y a
Carla le llegó de nuevo la resolución de la apelación. De nada
valió la presentación de ésta. La condena se confirmaba y se
convertía era firme. Tenía tan sólo tres días para ingresar en la
prisión de mujeres de Granada.
Así, en la fecha
determinada, sus padres y el inspector la acompañaron para verla
ingresar el prisión. La despedida fué inenarrable. Carla en un
último adiós les dijo al irse acompañada por una funcionaria de
prisiones que rezasen por ella. Que era inocente. Que no era una
asesina. Tenían que creerla.
La familia le contestó
que lo sabían, que tuviese fuerzas, que seguirian recurriendo todo
lo que fuese posible, que mantuviera su ánimo.
Todas las semanas había
visita. Allí estaban puntuales los padres. Allí, un rato, dejaban
también al policía que hablase con Carla.
Veían a Carla bastante
decaída, la vida en prisión es dura para una persona sensible y que
además tiene que tratar con otras internas que tienen muchas veces
un trato bastante deplorable. Les repite que no sabe cómo va a
aguantar años en esa situación. Ellos le dicen que con el tiempo se
hará a la vida carcelaria y se le hará más llevadera. Que tiene
que aguantar con entereza.
Cada visita es para ellos
una angustia al tener que intentar consolarla sin apenas conseguirlo.
En una visita, Carla les
dijo que ahora ella necesitaría el agua mágica del pozo de las
brujas para ayudarla. Esto les sumió en una intranquilidad. Su hija
se veía trastornada, era evidente.
Hablaron con el director
de la prision para que fuese vigilada, porque sospechaban que
atravesaba una depresión que la podía conducir a realizar cualquier
acto contra su integridad.
El director les
tranquilizó. Era una reacción normal en las internas durante un
tiempo. Su mente tenía que hacerse a la idea de su nueva vida y
costaba un tiempo de adaptación, pero ellos lo sabían y tenía con
ella una presa de confianza y buena chica.
Que el estado en que la
veían de falta de ánimo era consecuencia de los medicamentos que
los primeros meses les facilitan para combatir la bajada de moral
consecuente a su vida encerradas.
La familias cada vez se
marcha de la visita con el convencimiento de que Carla no se
la ve mejora con los dos
meses que ya lleva ingresada.
Pasados dos meses, García
Sanabria recibe un informe que le hace dar un grito de alegría:
Tiene los datos que quería. El informe demuestra que han habido dos
fallos en los dispensadores de los fabricados por esa farmacéutica
en hospitales de otros tantos países con resultado de muerte. Eso
es suficiente para salvar a Carla.
Con esos datos, que las
farmacéuticas ocultaron, se puede considerar la duda razonable y
conseguir la revisión del juicio. No se podrá demostrar
tajantemente que Carla tuvo culpa de la muerte de ese paciente. Pudo
ser achacable a un fallo del aparato. Ante la duda, el juez no podrá
condenar a Carla. Tiene que revocar la sentencia.
Corre a llevar el
documento al juzgado. Consigue que éste llegue al juez enseguida.
Este le asegura que iniciará los trámites para revisión del juicio
de inmediato.
Es día de visita. García
Sanabria lleva el corazón que le salta en el pecho cuando va con los
padres de Carla sabiendo la alegría que van a darle. Eso le quitará
la angustia a la pobre. La esperanza de verla salir pronto es
evidente.
Cuando llegan a la prisión
les dicen que Carla no está, que la han llevado al hospital por la
mañana temprano por encontrarse indispuesta. Un cólico o
apendicitis, parece ser. Tras una carrera hacia el hospital llegan a
la habitación donde debe estar Carla. En la puerta hay un policía
haciendo guardia. El inspector se identifica y pide entrar a
visitarla. Le dice que el médico y después una enfermera han
estado viéndola. Parece que tenía muchos dolores porque ha oído
algun grito cuando la atendía. Pero hace ya más de una hora que no
se la oye. Le debe haber dado un calmante.
A los padres no les
permite el paso sin una autorización de prisiones.
Cuando el inspector entra,
hay una chica en la cama. Está dormida. Pero no es Carla. Debe haber
una confusión. Sale y se lo dice al guardia. Este lo mira extrañado.
Entra también para comprobar que es cierto lo que le dicen. No se
explica como puede ser eso. El la ha acompañado hasta esta
habitación. Y de allí no ha salido. Sólo ha entrado y salido la
enfermera.
Cuando entran de nuevo y
ven la chica que hay en la cama, se dan cuenta que es la enfermera
con el camisón del hospital. Tiene la boca tapada con un ancho
esparadrapo y las manos y pies atados también con esparadrapo. Está
mirándoles con ojos atemorizados. Al menos está bien.
El inspector rápidamente
se imagina lo ocurrido. Carla es fuerte, ha podido en un descuido
dominar a la enfermera y atarla. Lo tendría todo planeado. Los
gritos que oyó el guardia serían sin duda de la enfermera hasta
que le tapó la boca. Después le cogió el uniforme, se vistió con
el y salió de la habitación. Había huído.
El guardia lamentándose
llamó a la prisión para informar de la huída de la presa. Los
padres de Carla se llevaron las manos a la cabeza cuando les dijo el
inspector lo que pasaba.
Fueron a casa por si Carla
se pasaba por allí para coger ropa o dinero. Cuando llegaron vieron
un cristal de una ventana roto. Por allí había entrado.
La llamaron a gritos por
la casa, pero Carla ya se había marchado.
Mirando lo que se había
llevado, vieron que lo único que faltaban eran las llaves de su
coche. No cogió dinero alguno ni ropa siquiera.
-¿A donde querrá ir
huyendo? ¿Cómo se le ha podido ocurrir esto? Es una locura lo que
está haciendo -dijo su padre.
La madre agarrada al brazo
del marido sólo lloraba desconsolada temiendo por las consecuencias
para su hija.
El inspector cogió el
teléfono. Avisaré a los compañeros que pongan controles. La
encontraremos.
De pronto, un flash le
llegó al inspector al cerebro. Recordó lo que dijo del agua
mágica para curarla. Salió como alma que persigue el diablo y
enfiló hacia Cazín. No podía ser. Tenía que llegar a tiempo. Los
pocos kilómetros se le hicieron eternos, se saltó toda la
señalización que encontró. Pronto enfiló el camino que le dijeron
donde estaba el pozo. Cuando llegó, el coche de Carla estaba allí
parado. Tenía las llaves puestas, pero Carla ya no estaba.
El policía gritó de
rabia y desesperación
-¡Dios mío, no, no !
Fué lo único que salió
de su garganta antes de caer de rodillas al suelo.
Lloró como nunca lo había
hecho.
En el pequeño cementerio
de Cazín hay una zona donde entierran a los ateos y suicidas. La
Iglesia no la considera camposanto. Allí puede verse aún unas
tumbas olvidadas que por curiosidad hace tiempo visité para
comprobar la veracidad de la historia. Son las de Marta y Clara.
Madre e hija juntas. Alguien depositó alguna vez sobre ellas una
cadenita en la que ya, ennegrecida por el tiempo, aún pueden leerse
sus letras. MARTA. Nadie ha osado llevársela. Temen la maldición de
las brujas tal vez.
Esta historia me la contó
una vez mi madre. Ocurrió en mi pueblo. Ahora la relato porque todos
los protagonistas están muertos.